LA VUELTA A LA DANZA
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II. LA VUELTA A LA DANZA
tiempoNunca olvidé la Danza.
Durante esos años intenté ensayarla
de nuevo..
Me habían dicho que era
irrepetible.
Un día, el Camino, el Tao me encontró. No fui yo quien lo encontré a él. Lao, el Viejo, fue mi maestro. Tuve que decrecer, olvidar, desaprender.
“Si no sois como niños no
entrareis en el reino de los cielos”.
Medité. Viví el “instante presente”.
Un día estalló en mí la
comprensión. Penetré en la Danza. Mi danza y la de las partículas elementales
del universo. Tela de araña misteriosa
de la que somos un tenue hilo.
°°°°°°°
Me encontré caminando de nuevo a través de
Europa. Casi, sin saber cómo. Un viaje, capricho de amigos benévolos. No me
hacía ilusiones. Había transcurrido más de una generación. Todo había cambiado.
Pensaba que el caserío que buscaba ya no podía existir comido por el progreso o
el desierto circundante. Quedarían solamente cimientos, restos de la torre de
la iglesia. Quizá en ese lugar ahora habría un restaurante o una bencinera. Si
quedaban algunas personas de las que conocí serían viejos, hijos o nietos de
mis amigas de un día. Avergonzados de su miserable pasado jurarían irónicos que
nada existió parecido a la Danza.
No soy un romántico.
Buscaría los restos del pasado, aceptando la realidad del presente tal como se
diese.
Me pregunté: ¿Encontraré
aquel insignificante camino en el marasmo de las modernas autorrutas? Julio.
Las cosechas habrán sido levantadas. ¿Distinguiré en el mar de polvo ondulado y
atormentado el insignificante caserío? Estudié mapas. Creí reconocer caminos.
Me introduje en la meseta inhóspita. La encontré más árida que antes.
Indudablemente que el desierto africano había avanzado hacia los Pirineos. Me
habían advertido también que ya en los inviernos no llovía. ¿Pueblos? Algunos
quedan aun- me informaron-. ¿Caseríos y villorrios? Me habían mirado burlescos.
Dijeron:
= ¡Eso no existe ahora!
Estaba intentando cerciorarme por mi mismo.
Casi, tenían razón. Tierras yermas, sin rastros de cultivos. Algún pueblo
viviendo de recuerdos históricos gratos al turismo.
Cuando sospeché que aquella
era la región en que estuvo el villorrio que buscaba, pedí a mis amigos que me
la dejasen recorrer a pie. Desde un auto es difícil ubicar viviendas de tierra
apisonada poco diferentes del espacio que las rodea. Pensé que mi búsqueda
sería inútil. Sinembargo tomé mi mochila, agua y unos buenos binoculares. Aun me
sentía ágil para caminar.
Después que se alejó el vehículo de mis
amigos frente a la entrada de un viejo camino que supuse sería el que buscaba,
reviví el pasado. Racionalmente sabía que mi búsqueda era tan ideal como la de
la mítica Aztlán o la Ciudad de los Cesares…No importaba. Aceptaba la realidad
como se diese.
Quizás pasé varias veces frente a la
entrada del camino, ahora en desuso, que buscaba sin .conseguír ubicarlo. El
antiguo asfalto estaba cuarteado. En los intersticios vegetaban altos pastos
secos, Las colinas que se extendían a pérdida de vista parecían dunas de polvo
habiendo perdido su antigua fisonomía. Ahora, presentaban un aspecto salvaje,
cubiertas de matorrales espinosos y
pastos secos. Ya demostraban que no fueron cultivadas en muchos años.
Desorientado, desanimado me propuse rápidamente llegar, al menos, hasta el
último pueblo que recordaba existía al final del antiguo camino. Estaba
señalado en uno de los mapas. Caminaría los veinte kilómetros de aquel camino
extraviado. Andaba lentamente a causa del calor y que no deseaba fatigarme.
Además iba escudriñando cualquier
anomalía de las hondonadas y si era necesario las examinaba cuidadosamente con
mis potentes binoculares.. Nada. Siempre
el mismo desierto panorama. Estaba seguro que en su prime viaje había divisado
diversos villorrios antes del caserío en que busqué refugio.
La soledad me hizo sentir
una suave euforia. La intensidad del cielo azul, la suave brisa que hacía
soportable el calor. Si me detenía y concentraba
escuchaba un tenue murmullo de insectos, olores muy diferentes a aquellos que
estaba acostumbrado, entre los que sobresalía el tomillo desconocido en mi
país.
Cansado de otear la lejanía
decidí centrar mis esfuerzos en observar el camino tratando de decelar si aun
era utilizado y con qué frecuencia.
La carretera, a pesar de su
descuido y abandono, sin duda era transitada, El pasto que crecía en las
grietas era corto y estaba pisoteado. Aquí y allá se encontraban marcas de
herraduras. Indudablemente no circulaban vehículos con frecuencia. Tampoco
descubrí huella de calzado alguno por más que escudriñé en las bermas los
espacios polvorientos. Luego pensé que si las gentes de por allí seguían usando
alpargatas sería difícil que dejasen marcas.
Me disponía a hacer alto
para comer algo y descansar. Miraba distraído y cansado. Me sobresalto. Estoy
viendo la punta de un campanario que sobresale de una hondonada lejana. Enfoco
los binoculares. Aparece en buen estado de conservación. Apresuro el paso. Según meaproximo aparecen techos, algunos con tejas rojas, lo que indica que
han sido reparados recientemente. Efectivamente el lugar coincide con mis
recuerdos. ¿Será el mismo? Yo sabía que los villorrios de esta meseta eran casi
idénticos diferenciándose solamente por
el número de viviendas. Cuando estuve a la altura del publicito lo examiné
atentamente con los binoculares por si
observaba señales de vida. Nada. No vi movimiento alguno,. Sin embargo el polvo de los callejones estaba pisoteado.
Me extrañó mucho el no ver postes de tendido eléctrico. Tampoco antenas de
televisión. Todo ello común ahora, aun en los lugares más abandonados de este
país. Finalmente encontré la bajada hacía la hondonada donde más allá se
encontraba el caserío .Era esta vez, un
camino ancho y suave, quizás, años atrás pasé sin verlo. Estaba muy trajinado.
Ya en la hondonada, me fui acercando a las viviendas. ¿Qué preguntaría? Ni
siquiera conocía el nombre de mis anfitrionas de unas horas. “Ella”, si aun
vivía ,sería tan anciana como yo y su madre
estaría muerta. Penetré en el primer sombrío callejón. Cuando me habitué
a la sombra ví con asombro que todos los portones estaban abiertos y junto a
ellos, sentados en pequeños blanquitos, personas gozando del escaso fresco del
lugar. Casi todos ancianos apergaminados. Somnolientos o dormitando. Cuando me
acerqué al primero de ellos quedé cohibido por su falta de reacción. Saludé con
un tímido:
= ¡Buenas tardes! Respondido
por un gruñido qué me dejó aun más
perplejo. Repetí mis saludos sin atreverme
a hacer preguntas a aquellas momias vivientes.. En ningún momento ninguno me
preguntó a donde iba o que quería. Posiblemente era su manera de rechazar a los
turistas. La callecita me precia interminable. Desemboqué en la plaza. Absolutamente
desierta. Me recibió el espacio abierto
Tenía mucha sed.. Busqué con ansia la escalera que descendía a la fuente.. Allí estaba. Descendí. Me pareció
mucho más profunda que la primera vez. Abrí la llave. Me extrañó la escasez del
flujo. Me lavé la cara y bebí ansiosamente. El agua era ligeramente alcalina y
fresquista. Subí de nuevo a la plaza. Miré a mí alrededor. Todas las puertas de
los corrales que daban a ella estaban abiertas. Traté de recordar cual de ellas era la de las
mujeres que me habían recibido. Me acerqué con aprensión a la que me pareció
probable. Miré dentro del corral.. Había sido barrido. Deseaba que un perrillo
alborotador señalase mi presencia. Distinguí un enorme gato durmiendo sobre las
tejas de la pequeña casita del fondo. En ese momento percibo un movimiento en
la penumbra de las puertas. “Ella” se enmarcó en una. ¡Era imposible! Allí
estaba tal cual la recordaba, como si el tiempo se hubiese congelado.
= ¡Buenas tardes! ¿Qué
desea?
= Hace muchos años,
-tartamudeé incierto…- ¡Estuve aquí!
La mujer me miró con una
indiferencia burlona. Volviéndose hacía adentro gritó;
=
¡Salga, abuela
Apareció en la otra puerta
un bultito negro, una figura agachada que caminaba apoyándose en un torcido y nudoso palo..Trabajosamente fue
levantando su rostro hacía mi y ví un inconmensurable laberinto de arrugas en
el fondo de las cuales brillaban unos
ojillos negros vivaces y pequeños.
= ¿Me recuerda? –pregunté
estúpidamente-.
La anciana que me miraba fijamente, respondió sin inmutarse
con voz cascada:
No estás tan viejo como yo. Te recuerdo. Hace
mucho tiempo danzaste con nosotros.. Quédate, la Toña vendrá pronto.
= Entonces, abuela, de
verdad conoce al señor?- intervino la joven-.
= Pues claro, niña, vieja
soy, pero no tonta. Saca las sillas al fresco.
Nos sentamos junto a la puerta del corral lado a lado de
la viejecilla. La joven de pié nos
miraba con los brazos en jarras,
= Toña está en las huertas,
- me explicaba la anciana- ¡Todo ha cambiado tanto! Ahora tampoco llueve en
invierno. No se pueden sembrar cereales. Si no fuera por las huertas no
tendríamos que comer. Habríamos desparecido como todos los otros.
= ¿Quiénes? – pregunté-.
= ¡No has visto que ya no
hay caseríos! Las fuentes se secan y las gentes se van. Nuestra fuente ya no es
tampoco la de antes. Hay que esperar
para que se llenen los cántaros y eso que la profundizamos mucho. Las
mozas, ahora, pasan más tiempo en la fuente que en las casas. Los pueblos grandes
dicen que también los abandonan o solamente quedan un puñado de viejos. Todo se
va desmoronando. La anciana hizo un gesto con la mano como queriendo espantar
tristes recuerdos. Luego dijo
:= Hace muchos años de
aquella noche ¿verdad? El tiempo se confunde en mi cabeza.
= Unos cuarenta años
–respondí-.
= ¿Dónde has estado todo ese
tiempo? –preguntó-.
= Muy lejos. Hace solamente
unos pocos días que vine desde Sudamérica.
= Entonces serás un
“indiano” –dijo ella con viveza. Como los otros vendrás rico a morir en tu
tierra.
Reí divertido:
= No, Nunca pertenecí a este
país. He venido invitado por amigos
holandeses. Como cualquier turista no soy sino un ave de paso.
= Tengo 99 años –dijo ella-
¿llegaré a los cien?
Callamos los dos. La joven
hacía un momento que se había ido con un cántaro en la mano. La anciana con la
cabeza inclinada, quizá dormía .El sol se había puesto. Era el largo
crepúsculo propio de estas latitudes y
que no existe donde yo vivo .El pueblo parecía desierto. Ningún sonido humano.
Entonces, lejano escucho el balido de numerosas ovejas y algunos ladridos de
perros. Se van acercando. Comienzo a oler el polvo. Luego se precipita el
golpeteo de las pezuñas. Voces humanas. Silbidos Se precipitan por el portón a
mi costado varias ovejas que frenan su carrera al sentir al desconocido.
Cuando “ella” aparece, instantes después detrás de los
animales, me tomó de sorpresa .Muy derecha, con un gran canasto sobe la cabeza
que equilibraba con una mano, llevando en la otra colgadas un par de alpargatas polvorientas.
Me incorporé. Ella, dejando caer las alpargatas descargó el pesado canasto con
un elegante movimiento.
Era indudablemente “ella”
tal como la recordaba y, a la vez, muy
diferente. Mucho más curtida, aun fuerte y vital. Mejor conservada que yo
mismo.
La joven que se le parecía
tanto llegó con su cántaro en la cabeza
y oí que le decía:
= El forastero dice que
estuvo aquí una vez. “
Ella me miró y sonrió.
Si, -dijo dirigiéndose a mí,
usted estuvo una vez aquí y yo sabía que volvería algún día.
Yo no sabía como saludarla,
si dando un beso como se hace en mi país o más formalmente estrechándole la
mano. Extendí la mano y ella la tomo con firmeza y calidez.
Vengo del otro extremo del
mundo- dije sonriendo-. Quise saber que era de ustedes. Harto me ha costado
encontrarles.
Si,-dijo ella- todo ha cambiado
mucho. Aunque las cosas milenarias extrañamente permanecen. Solo cambiamos los
que tenemos el privilegio de vivir de ellas.
Sus palabras me
parecieron misteriosas. Miré a la joven y a la anciana. ¿Pensaban
ellas que vivir en aquel abandono y miseria era un privilegio? No pude evitar a
mi demonio y respondí con una cierta ironía:
= Los que ustedes parecen
juzgar un privilegio, el común de las gentes lo considerarían una maldición.
Miseria. Imposibilidad de consumir. Subdesarrollo. Vida de primitivos.
Ella se dejó caer sobre sus
rodillas frente a nosotros quedando sentada sobre sus talones y rió divertida.
Su risa era exactamente igual que la que yo recordaba de aquella lejana noche.
Alegre, inmaterial.
= ¡Estoy cansada!
-exclamó-Luego:
= Es cierto carecemos de médico, pero mi madre va a cumplir los
cien años. Hay otros que ya los han cumplido y aun se mueven, trabajan y gozan
de la vida con mente clara. Un día, tranquilos, morirán como quien se duerme,
rodeados de sus familiares y amigos y no en una anónima cama de hospital. Nadie
prolongará cruelmente su agonía con medicamentos o artilugios mecánicos.
Tampoco somos analfabetos,
ni retrógrados. No envidiamos a nuestros vecinos que tienen electricidad y
televisión. Quiero decir que no soportamos” nuestro género de vida, la vivimos
conscientemente, contentos con lo que somos y tenemos.
= ¡Ya! –dije yo- ¿es por la
Danza?
= Quizá –dijo ella con una
sonrisa- si te quedas con nosotros unos días, puesto que viniste de tan lejos,
es posible que comprendas muchas cosas.
= ¿Serán ustedes como una de
esas pequeñas comunidades dispersas por
el mundo de menonitas,
cuáqueros…?
= ¡Nooo! –dijo ella con
viveza-. De ninguna manera. Esas gentes viven así presionadas por sus “ideales”
y controlándose unos a otros para observar formas de vida fijas y rígidas. Los jóvenes los educan de forma que rechacen
el mundo externo a ellos y tratan que no estén informados de lo que ocurre en
él.
=Y… ¿ustedes no hacen lo
mismo?
= No nos creemos poseedores
de ninguna verdad. Simplemente vivimos como nuestros antepasados durante
cientos de generaciones, porque nos gusta, porque viviendo así nos sentimos
libres, ¡somos libres!. Al que de entre nosotros no le gusta se va. No
predicamos, ni creemos en ideas, únicamente vivimos a nuestra manera.
= Como los monjes todos se visten igual..
= Cierto. Es cómodo, barato
y fue siempre así. Nadie está obligado a ello. Cuando viajamos usamos lo que
nos conviene más. Entre nosotros no usamos moneda, porque nos basta y satisface
el intercambio, es más entretenido y creativo. Pero ¡dejémonos¡de filosofar!
Estoy cansada, tengo hambre y tendremos tiempo de conversar ¡entremos en la
cocina!
Durante la sobria comida me
explicaron que yo podría ocupar una casa
cercana que estaba desocupada durante el tiempo que me quisiera quedar. Me ayudarán
a limpiarla y tendría independencia. Acepté con gusto. Terminada la cena fui
con Toña y su hija a inspeccionar la vivienda. Era exactamente igual a la de
ellas. Un amplio corralón cercado con altos muros de adobe. En el fondo dos
inmensas higueras que cubrían dos
pequeñas piezas con puertas independientes. Ventanas sin vidrios cerradas por
gruesos postigos de madera. En una de las piezas un catre bajo con somier de
correones de cuero. Un poyo de tierra con un jarro y una palangana de fierro
enlozado con su correspondiente balde, Todo ello cubierto de una espesa capa de
polvo rojizo.
= Hace años que murió su
dueño –comentó la hija de Toña -, creo que se ve. En ese momento escuchamos los
repetidos bocinazos que resonaban sobre nuestras cabezas procediendo de la
carretera. Salimos. Como supuse eran mis amigos, deseosos de averiguar si acaso
era allí donde yo me encontraba. Los tres escalamos el sendero que llevaba al
camino. Hice las presentaciones. Inmediatamente noté en las dos mujeres una
transformación notable. Parecían haber perdido su brillo de hacía solamente
unos instantes y representaban dos zafias campesinas. Estaban agachadas, insignificantes.
Inmediatamente me acordé de los indígenas de mi tierra. Así reaccionaban frente
a los extraños como un milenario reflejo de prevención y defensa. Creo que en
ambos casos no fingen. Aquellas mujeres con sus deslavados y polvorientos
trajes negros, su aspecto curtido, una de ellas descalza eran las
representantes que se esperaba en aquel lugar desértico y perdido.
Indudablemente era la impresión que deseaban crear. Mis amigos las miraron
indiferentes y desilusionados, Cuando les dije que deseaba quedarme allí
algunos días accedieron enseguida afirmando que me recogerían de vuelta diez o
doce días más tarde. Me di cuenta que no comprendían mi resolución y menos aún
que esas personas fueran tan maravillosas como yo las había descrito. Bajamos
de nuevo al pueblo. Me ayudaron a limpiar someramente la que sería mi vivienda.
No me atreví a comentar con ellas de momento el agudo cambio en que las había
sorprendido. Ellas me dijeron:
= Deja que el polvo se pose.
Demos una vuelta por el pueblo. A esta hora todos salen a tomar un poco de
fresco. Luego acomodarás tus cosas.
Caminos por las diversas
callejas. Con una frase me iban presentando a unos y otros. Me aceptaban
sencillamente sin curiosidad ni preguntas. Se veían pocas personas jóvenes.
Gentes, en general, maduras, bastantes ancianos de ambos sexos y pocos niños.
Sin duda mis observaciones
eran parciales porque estaba centrada
únicamente en quienes encontrábamos fuera de las casas.
°°°°°°°°°
Dormí bien..Me levanté
tarde.. Me trasladé a la casa de mis
amigas. La vivaz anciana se encontraba sola. Enseguida me ofreció leche y pan.
Me llamó la atención que ahora, a diferencia de mi primera visita, los
utensilios eran más toscos, la mayoría de greda cocida sin pulir, de madera las
cucharas. Nada metálico. Me extrañaba, porque aun en remotísimos bohíos de la
selva, en las fotografías, junto a gentes desnudas se veían utensilios de
aluminio y plástico. La anciana se movía continuamente con sus pequeños
pasitos. A la vez me explicaba que su
hija y nieta habían partido para las huertas
del río mucho antes que amaneciese. Estaban ubicadas muy lejos. El viaje
resultaba duro, pero, solamente allí, ahora, podían cultivar y tener sus
árboles frutales. Terminado el parco desayuno, la anciana me aconsejó que
tratase de conversar con otros habitantes del lugar:
= Mañana, si quieres, podrás
acompañar a los jóvenes en sus trabajos. Eso, si, tendrás que madrugar. Ahora
ve a conversar con los viejos como yo que quedamos aquí. Les encanta conversar
y contar sus historias. Te recibirán bien y, quizá te inviten a almorzar.
°°°°°°°°
La encontré barriendo el
callejón frente a su corral. Al verme, ella se presentó a sí misma:
= Soy Hermelinda y ¡soy muy
vieja!
Se trataba de una mujercita
menuda, derecha, casi vigorosa. Enseguida me agradó. Parecía muy lúcida.
Hablaba lenta y precisamente.
A veces, parecía monologar.
= ¿Has conocido antes
personas de mi edad?
= No, nunca tan despiertas
como usted.
= ¡Ah! ¡Cierto! ¡No digo
incoherencias! Es raro vivir tanto como yo, pero aquí somos varios quienes
hemos pasado ya los cien años. Es raro vivir tanto. Extraño y hermoso. Una
aprende a agradecer cada momento, porque es un regalo. Es lindo recorrer el cuerpo de una con las manos y
encontrarlo todavía sano. Hay coyunturas que crujen y duelen un poco…
= ¿Teme
morir? –dije imprudentemente-.
= Temí durante muchos años vivir
– dijo con sencillez -. Ahora, ya, no. Morir es otro paso de la Danza. Cada partícula de mi cuerpo danzará
inmortal en una hoja, una mariposa, un conejo…Esas partículas vinieron del
Universo y al Universo retornarán. Como y cuando, no lo sabemos. La muerte no
existe.
= ¿Usted, quizá,
cree en la reencarnación?
= No lo creo –rió
ella- comienzo a sentirla en mi misma.
Me despedí bien
meditabundo de aquella reflexiva mujer y seguí mi recorrido. Visité otras
casas. Efectivamente, en una me invitaron a almorzar. Todas las viviendas eran
exactamente iguales a la de mis amigas y el ajuar variaba poco. Comí un plato
de garbanzos sazonados con el fuerte aceite de oliva y vinagre. Como arreciaba
e calor fui a dormir una siesta. Fue larga.
No escuché cuando
los “jóvenes” volvieron al pueblo. Solamente me despertaron los cencerros
tintineantes del ganado volviendo a sus corrales nocturnos. Poco después me
vino a buscar Toña para que cenase con ellas. Las mujeres volvían de la fuente
derechas con sus pesados cántaros sobre la cabeza. Con asombro vi, que uno o
dos muchachos también los llevaban de la
misma forma.
Aquel primer día
había pasado muy rápido.
°°°°°°°
Manifesté a mis
amigas que deseaba integrarme a los trabajos de la comunidad. Conviviendo con
ellos alcanzaría a conocerles mejor. A mi petición las mujeres se miraron entre
sí divertidas.
= Saldremos muy
temprano –dijo Toña-.
= Al alba o mucho
antes, la caminata es muy larga. Allá nos desayunaremos. Te despertaremos. Te
vistes rápido.
= ¿Tendré que
llevar algo?
= Vete a acostar.
No tienes que llevar nada.
°°°°°°°°
Golpearon con
fuerza en el portón. Miré el reloj: las 04.30 de la madrugada. Me vestí. Salí
desorientado a la profunda oscuridad. Ellas, cuchicheando estaban allí
esperándome.
= Es muy temprano
– dije tontamente -.
= Vamos –me
respondieron -.
Las seguí
incierto, en la oscuridad. Es como en los rebaños, pensé, Efectivamente sentía
que se nos unían otras personas. Ya fuera del casorio, más habituado a la
oscuridad distinguía las sombras que me precedían. Detrás de nosotros se
escuchaba el ruido apagado de cascos sobre el polvo profundo. Cuando se hizo
alguna claridad percibí que iba rodeado de mujeres y que detrás de ellas había
algunos hombres.
= ¿Realizan esta
caminata todos los días? –pregunté a la más cercana -.
= En esta época,
si, - me respondió -. Las huertas quedan lejos, porque están a orillas del río.
Tenemos dos buenas horas de camino.
= No sabía que
hubiese un río por aquí. La vida de ustedes es muy dura.
= ¿Por qué
nuestra vida seria dura? –Interrogó alguien detrás de mí- ¿Por qué tenemos que caminar
muchos días en el año? Capté una cierta irritación en su comentario. Me volví a
mirar. La que habló era una mujer flaca de frágil apariencia.
= Supongo que
después de una jornada de trabajo, debe ser penoso la nueva caminata del
regreso- dije-.
= Para nosotros
no es sacrificio ¡es la vida! –respondió con viveza la mujer - tratamos de
adaptarnos al ritmo real de lo que nos rodea en el trabajo y en el descanso, en
las ciudades los esfuerzos son hipócritas,
porque nadie los acepta. No viven como seres humanos libres, sino como esclavos
obligados.
= Tenemos pocas
necesidades –admitió la mujer a la que
yo me dirigí primero -, eso hace menos fatigosa nuestra vida. No trabajamos
para producir dinero, sino solamente para alimentarnos.
Mi mentalidad de
polemista me hizo exclamar:
= ¡Es la extrema
pobreza! ¡La miseria! Tienen que tener otras necesidades más que únicamente el
alimento.
Las carcajadas de
quienes me rodeaban y mucho más lejos, me hicieron comprender que el grupo
estaba muy pendiente de mis palabras. Alguien, abriéndose paso entre los otros,
se acercó desde la retaguardia Era la hija de Toña. Dirigiéndose a mí,
belicosa:
= ¿Qué es fácil?
¿Qué es difícil? La pobreza es un invento de los ávidos de poder y riqueza para
que de ese modo las gentes trabajen para ellos.
= ¡Ah! –dije con
fingida sorna - aquí también
existen marxistas revolucionarios.
= Tonterías
–respondió la joven - lo que dije no son teorías, sino algo de sentido común y
de la realidad. Continuamente se crean nuevas necesidades y nuevos productos.
Luego se dice a quien no puede obtenerlos que son miserables y que tienen que
trabajar para obtener dinero para
adquirirlas. Las gentes de hace cien años no tenían cosas que ahora
tienen los más pobres entre los pobres y, sin embargo, no se sentían
miserables. Miseria, para mí, es no tener una buena comida, un techo y un
vestido.
= ¡Bien! - dije
-, ustedes podrían hacer mucho más rápido y cómodamente esta caminata en algún
tipo de vehículo barato. Trabajarían más descansados, dormirían más tiempo, les
sería más fácil transportar su producción hasta el pueblo…
= ¿Ha terminado?
–gritó la mujer flaca- ¿Nos puede explicar la clase de vehículo que nos
convendría más? Sin duda, a sus ojos, eso es el progreso. Haríamos caminos para
carretas o carretelas, quizá para un jeep o lo que fuere. Eso sería trabajar
más, no solo para hacer el camino, sino para producir dinero y comprar los
vehículos, mantenerlos, repararlos y alimentarlos. Para ello tendríamos que
cultivar más. De nuevo trabajar más, ¡mucho más que ahora! ¡Desde luego
seriamos útiles para que ganasen dinero a nuestras costillas comerciantes,
proveedores, vendedores, intermediarios! Nos angustiaríamos porque tendríamos
que obtener metas y objetivos. En una palabra, ser como el resto de la gente de
las ciudades. ¡Gracias! Con esta vida a los setenta años mis piernas están
fuertes para caminar y mi cuerpo está sano. Puedo volver en la tarde con una canasta en la cabeza que
pesa veinte kilos o más. Prefiero ser “miserable” que vivir esclava de las “cosas”.
El tono de la
mujer me pareció irritante, a pesar de su lógica. Quizá mi molestia dependía a
que yo mismo, durante muchos años, había buscado lo mismo sin obtenerlo. Eso me
llevo a una respuesta mordaz repitiendo lo que ya había expresado varías veces
en el escaso tiempo que estaba con
ellos:
= Parece que la
idea que ustedes comparten es que la pobreza iguala a las personas. Me he preguntado
desde que llegué, si vuestro villorrio es una especie de monasterio o una
utopía de positivismo. Todos vestidos con ese negro desteñido o descolorido.
Vuestros cuerpos quemados por el sol y viento despiadados de esta meseta ya
desértica. Me parecéis náufragos de la Edad Media perdidos en nuestro
tiempo…Callé, pues me daba cuenta que estaba siendo descortés y que había ido
muy lejos. Esperaba respuestas airadas.
Y…¿Qué más? -
dijo irónica la hija de Toña-.Entonces la misma Toña retrocedió hacía nosotros
que habíamos dejado de caminar y dijo reposadamente:
= No sé si estás completamente
convencido de tus críticas. Es bueno que las expreses. No creas que no estamos
conscientes de ellas, ni que no las discutamos entre nosotros. Nosotros, NO vivimos ningún “ideal” Esto te debe
quedar muy claro y, además, sabes muy bien que
estos no funcionan sino por una cierta presión tiránica o fanática.
Tampoco tratamos de demostrar nada, ni ocultar nada. Cuando dijiste que
parecíamos náufragos de otra época creo
que te acercaste algo a nuestra realidad. No nos creemos los únicos seres
en el mundo que han acertado en su manera de vivir. Solamente que nos gusta vivir como vivimos con sus ventajas y desventajas. Aceptamos
ambas. Posiblemente cuando pases más días con nosotros lo comprenderás.
= Siempre pensé
–dije yo- que ustedes, los aislados habitantes de esta amplia meseta, eran gentes
muy conservadoras. Durante milenios fueron invadidos por multitud pueblos y
siempre conservaron su forma de vida ancestral. Solamente que ahora, la vida
moderna, parece que los aniquiló, ustedes son una minúscula isla.
= Existen aún
otras islas –dijo alguien con viveza-.
= Todos los que
estamos aquí –dijo entonces Toña, y me pareció que estaba revelando algo
secreto - no sólo hemos conocido las grandes ciudades, sino que también hemos
vivido en ellas. Casi todos hemos estudiado en escuelas modernas, sin embargo,
hemos vuelto pronto o tarde, porque sentíamos el llamado de nuestro modo de
vivir. No se trata de una reflexión intelectual, sino de algo visceral. Apreciamos
el no-necesitar, el vivir al ritmo de las estaciones, el estar en contacto con
el sol, la lluvia, el viento que todo lo seca, pisar el polvo y el barro con
los pies descalzos…Incluso nuestros abuelos y tatarabuelos, que ellos, si, eran
en su mayoría analfabetos, alcanzaron gran sabiduría.
Seguimos caminando
largo rato, ahora en silencio, hasta que alguien dijo:
= Aquí nos
separamos.
Evidentemente era
una advertencia para mí. Absorto con la discusión, no había advertido la salida
del sol, ni que habíamos llegado al borde de un risco que cortaba la meseta
como gigantesca cuchillada. El grupo de retaguardia se alejaba hacía un costado
mientras el grupo que me rodeaba se calzaba y ataban sus alpargatas, hasta
ahora negligentemente colgadas de la mano o enganchadas en alguna parte de su
impedimenta. El terreno estaba sembrado
de grandes pedrejones, como inmensos cantos rodados y era fácilmente
reconocible que estábamos en la cuenca de un glaciar de millones de años antes. Había pasto verde y seco. El río tenía que
estar allí abajo. Toña se puso a mi lado, aún seguía descalza.
= La bajada es
muy brava –dijo- ¿cómo está tu equilibrio?
= Regular
–respondí dudoso-... Luego: ¿por qué no te calzas como las demás?
= Así me siento
más segura. Yo soy como las cabras, tengo que sentir las piedras bajo mis
pezuñas. Quizá en otra encarnación fui montañesa. Insensiblemente todos
estábamos caminando en fila india, sorteando los pedrejones y los innúmeros
arbustos espinosos. Así llegamos al borde del repecho. El espectáculo era
impresionante. Estábamos frente a un tajo ancho y profundo de paredes
verticales. En el fondo un Vallecillo estrecho por el que corría un pequeño
río. A ambos márgenes de este había cuadros de cultivos con numerosos árboles que
debían ser frutales. Cada parcela con cercos de piedra seca de baja altura. En
cada rectángulo, cerca del cauce, se distinguían antiquísimos ingenios de
palanca para subir el agua del río a las plantaciones. Yo los conocía por los
libros y haberlos visto en otros viajes.
Antiguamente muy usados por chinos y egipcios.
= Regar –dije sin
dirigirme a nadie en particular- debe ser un trabajo muy fatigoso.
= No tanto –dijo
la mujer que iba detrás de mí, esas básculas están muy bien equilibradas, se
mueven como plumas. Reí incrédulo. Atento al difícil sendero de bajada no deseé
hacer más comentarios. Llegados abajo, Toña me indicó que la siguiese. Como los
demás íbamos saltando sobre los bajos muretes de piedra que dividían los
huertos poniendo especial cuidado de no pisar ninguna planta. El huertito de
Toña era el último a nuestra izquierda. Ante todo ella juntó rápidamente ramitas
y pasto entre unas piedras ahumadas y ennegrecidas y prendió un pequeño fuego.
Sobre él colocó una lata con agua y cerca arrimó la ollita de barro que
contenía la comida que había traído.
Mientras se calienta
la comida -dijo alegremente-, nos bañamos y luego trabajaremos duro. La miré y
vi cuan cubiertos estábamos de polvo rojizo.
= Si fuera polvo
blanco –dijo ella riendo-, pareceríamos molineros.
Objeté cohibido
que no había traído mi tanga de baño.
= ¡Oh! ¡Cierto!
–exclamó sarcástica - yo también olvidé mi traje de baño. Se volvió y señaló a
los otros hombres y mujeres que, desnudos, ya retozaban en el agua. Luego
sacándose el vestido, (me di cuenta que no usaba ropa interior alguna) se tiró
de cabeza en el agua con una artística zambullida. Alcancé a darme cuenta que a
pesar de su edad tenía un hermoso cuerpo. Yo, más temeroso me dejé deslizar
lentamente por la abrupta orilla. El agua era fría y límpida. Las demás
bañistas no parecían incómodas con mi presencia. Se frotaban unas a otras la
suciedad o bien enjuagaban sus ropas. Toña después de las primeras zambullidas
pidió la ropa de la que nos habíamos despojado para lavarla y dijo tranquilamente:
= Se secará muy
pronto. Luego con malicia
= No temas llegarás
vestido al pueblo. Eso significaba que trabajaríamos tal como estábamos
°°°°°°°°.
Bañados y frescos
fuimos a desayunarnos. Se trataba de un desayuno almuerzo. Me admiraba la precisión
y calma con las que actuaban Toña y su hija. Parecían estar viviendo un ritmo
predeterminado, pero no actuaban como máquinas, sino de una forma tan armoniosa
como si cada gesto fuera un trabajo de artesanía. A pesar de su fuerte
diferencia de edad, ambas eran igualmente ágiles y flexibles.
De repente la
hija, Manuela, exclamó:
= ¡El agua es tan
maravillosa! Allá arriba es tan escasa
que solamente podemos para lavarnos pasarnos un trapo húmedo. Vendría aquí
todos los días del año.
= De todas maneras
volverías con una capa de polvo –río Toña-.
= Pero ¡lo
disfrutaría!
Yo estaba muy
absorto mirando aquella pequeña huerta que parecía un exquisito jardín japonés
por lo cuidada. No recordaba haber visto nunca nada igual, ni siquiera en
países en que las gentes son reputadas por su paciencia. Tenía una gran
variedad y densidad de plantas, todas lozanas y bien desarrolladas. Toña
adivinó mis pensamientos:
= Lo que estás
viendo es la diferencia entre una huerta casera y una comercial.
= He visto en mi
vida muchas huertas caseras y ninguna semejante a esta
= Es que
–interrumpió Manuela – se tiene amistad con las plantas y se dan cuenta. Con-vivimos con las plantas y
ellas lo sienten.
= Pero…¡se las
comerán! Añadí jocoso.
=Sí -dijo Toña-
las que necesitamos y con agradecimiento. Creo que es una especie de simbiosis,
“ellas” saben de alguna manera que seguirán viviendo en nosotros, lo mismo que
nosotros lo haremos en ellas cuando nos disolvamos y pasemos a ser elementos
primordiales. Es el ciclo de la vida.
= Y…-añadí con
amargura- de la muerte.
= No –respondió
ella con viveza- ¡sólo de la vida! La muerte es una ficción. Todos nos
transformamos en un intercambio mutuo sin fin. El tiempo no existe, es una
ficción a escala humana. Solamente cambian las formas dentro de algo que
podríamos llamar no-tiempo o, si prefieres, eternidad.
= Hablas como lo
podría hacer una física cuántica –dije con humor.
= Si, -dijo
Manuela completamente seria, eso-es-lo-que-ella-es.
Toña sin hacer
caso o negar lo que afirmaba Manuela continuó:
= La ciencia
solamente tiene “atisbos” de una realidad
que es muy amplia, rica y hermosa…Pero basta de filosofías. ¡Tenemos
harta tarea que realizar! Tu sacarás agua del río. La palanca es fácil de
manejar. Manuela te enseñará.
°°°°°°°°
Efectivamente el
manejo de la palanca era sencillo y requería menos esfuerzo de lo que se puede
suponer. El gran balde de cuero bien lastrado se sumergía en el agua y se
llenaba rápidamente. El levantamiento, a pesar de su peso considerable, no era
difícil por el perfecto cálculo del contrapeso Luego se giraba y se dejaba
derramar sobre la ingeniosa canaleta de madera que conducía el agua hasta las
melgas. Una vez que se tomaba un cierto ritmo el agua fluía continuamente.
Mientras llevaba
a cabo el monótono trabajo se me agolpaban muchas preguntas. Física cuántica.
Ritmo de movimientos. Adaptación al desierto. Tradiciones milenarias. Unión e
identificación con las plantas ¿Cuál era su filosofía de vida? Ellas, a pocos
metros, trabajaban con sus manos el huerto. No usaban herramienta alguna. Toña
de rodillas, Manuela sentada cómodamente sobre sus talones parecían acariciar
niños más que cuidar plantas. Las
limpiaban, sacaban las plantas competitivas (para ellas no existían” malezas”),
los gusanos e insectos que encontraban los depositaban en un recipiente de greda
que tenían a su lado. Actuaban como quien despioja una persona. Debería
acordarme de preguntarles que hacía después con ellos. Desmenuzaban la tierra alrededor de la planta
rompiendo con las manos los ocasionales terrones con el fin que el agua penetrase
mejor en las raíces.
Trabajaban
calmosa y meticulosamente como si con ese trabajo no tratasen de obtener
rendimiento alguno, sino atender las necesidades de cada planta. De esta manera
pasaron muchas horas. El sol estaba ya muy alto cuando por primera vez en la
mañana Toña se dirigió a mí:
= Debes estar
cansado y tener hambre.
Yo seguía
trabajando por orgullo sacando fuerzas de mi agotamiento. Por lo demás,
nuestras vecinas habían pensado lo mismo ya que el humo de las hogueritas se
elevaba de todas partes. Cuando dejé la palanca ví que muchas mujeres lavaban
ropas arrodilladas al borde del río en una orilla más baja. Restregaban sobre
toscas tablas de lavar como yo había visto lo mismo años atrás en lugares
remotos. Me dije que las máquinas de
lavar no tenían significado alguno para ellas.
°°°°°°°°
Mientras comíamos
despaciosamente el resto del potaje que sobró del desayuno decidí interrumpir
el silencio meditativo de mis dos compañeras:
= ¿Por qué no
soleéis hablar mientras coméis?
= Cuestión de higiene
respondió Manuela-. No se puede masticar y hablar.
Me sentí
directamente aludido y sonreí. No obstante, continué:
= Todo lo que
vengo observando en vuestra manera de actuar me parece muy hermoso, sin
embargo, pienso que pagan un alto precio por ello.
= ¿Cómo
cuál? –respondió Manuela con acritud-.
Mira, por ejemplo,
tus manos ásperas, partidas, de cuyos intersticios nunca podrán sacar la tierra
y hollín incrustado, uñas roídas por la tierra… Igualmente tus pies cuarteados
por la greda y el polvo. Las rodillas encallecidas
= No son las
manos de burguesita –dijo Manuela con fiereza-, pero son mis manos, mis pies y
mi cuerpo. No me avergüenzo en absoluto de él por ponerlo en contacto con todo
aquello que me rodea y que es lo verdadero.
= No te enojes
–respondí- eres muy lógica desde tu punto de vista, pero vivimos en un mundo y
en una época que muy pocas jóvenes pensarán como tú.
= Escucha-
intervino Toña- te tratamos ya de explicar que esta es nuestra manera de vivir,
la queremos, nos gusta y estamos adaptadas a ella. Para nosotras no son cosas
terribles ni difíciles. Algo resulta penoso cuando no lo quieres hacer y “lo
tienes que hacer” por necesidad o porque alguien te obliga a ello. Entonces
glorificas lo contrario y llegas a creer que es maravilloso. Por ejemplo, si
nosotras pensásemos que las manos suaves, como se dice: “de señorita” son las
más deseables, nos sentiríamos muy infelices de nuestros, pies, rodillas, caras arrugadas y quemadas por el sol.
= Podríais
utilizar instrumentos sencillos.
= Cierto, también
perderíamos el contacto con las plantas. Tú no sabes el placer que se siente
cuando se ama lo que a uno le rodea. Es algo indescriptible. Es como el
contacto de los cuerpos desnudos de los amantes. Tú puedes haber hecho, como
has contado, muchas experiencias de vida, pero en el fondo no eres sino un
burgués, es decir, un ser humano nacido, crecido y domesticado dentro de una
ciudad. Alguien quien siempre se rodea de instrumentos, ropas, muros que le separen
y mantengan a distancia las cosas naturales, porque para ellos todas ellas son
sucias, peligrosas, extrañas, ajenas.
= Muy bien - batí
palmas-.
= ¿Te burlas?
–dijo beligerante Manuela.
= En forma
alguna, no me mal interpreten. Ustedes son gentes fuera de serie. Me encantaría
ser como ustedes.
= Y…? Para qué
crees que los dioses te trajeron aquí¡-río Toña..
= ¿Los dioses?
–exclamé extrañado-.
= Es una manera
de decir –añadió Toña. Luego continuó: La pobreza no es tal cuando el que vive
en ella no la ve como falta de algo. La
miseria si es terrible porque significa que no se tiene lo indispensable para
vivir como ser humano. Destruye a las personas física y síquicamente.
= Pienso –dije
yo- que parecéis como campesinos de estos lugares muy poco diferentes a los que
vivieron aquí hace siglos. Sois como una extraña isla anacrónica. Sin embargo,
tu hija ha afirmado hace un rato que algunos de vosotros poseéis una educación
moderna.
= Espera un poco.
No te precipites. En el curso de los días que pasarás con nosotros las piezas
del rompecabezas se te irán ajustando. Solamente te quiero decir que si las
gentes de estas tierras somos tan conservadoras es porque nuestros hábitos de
vida son los únicos posibles para “vivir” humanamente en lugares casi desértico
como este. Solamente adaptándose a ellos se sobrevive. Si no emigras, pereces.
Eso es lo que está ocurriendo a nuestros vecinos que “necesitan” más. Murieron
o se fueron. Puedes visitar centenares
de pueblos abandonados, con casas aun habitables.
Hace años
llegaron Agencias Estatales para ayudarnos a “progresar”. Funcionarios bien
intencionados, pero teóricos. Tendríamos agua, electricidad, caminos,
almacenes, teléfono. Ellos nos ayudarían, pero tendríamos que pagarlo y para
ello aumentar producción y productividad. Muchos de nuestros vecinos aceparon
la propuesta. Gozaron algunos años de los nuevos adelantos, ahora son los que
fueron abandonando los pueblos debido al endeudamiento que no pudieron
enfrentar. Con los adelantos olvidaron
los seculares métodos de sobrevivencia, la tierra sobre explotada se laterizó y
ahora es absolutamente estéril, los pozos están cegados…
Ella calló, yo
cuchareé mi plato, ya frío, sin gana de preguntar más.
°°°°°°°°
Poco después por
el angosto sendero que estaba debajo del acantilado llegó Juancho con sus
mulas. Las dejó a la sombra de la pared rocosa, colgándoles al cuello unos
pequeños sacos de grano y paja para que fueran comiendo. El, saltó la cerca de
piedras y se unió a nuestro grupo. Enseguida le sirvieron en una escudilla el
último resto del potaje. Yo le miraba con curiosidad, pues iba a ser el primero
de los escasos hombres jóvenes que hasta entonces había visto. Empezó a comer
con una cuchara de palo que sacó de su faja.
Iba vestido con
un pantalón grueso de tela que fue negra. Ceñido con una faja de tela, también
negra, y una camisa amarillenta de tela gruesa y áspera. Calzaba espardeñas de
cáñamo de cordeles, más toscas que las tradicionales de tela y cintas negras.
Comía parsimoniosamente.
= ¿Cuál ha sido
tu trabajo hoy? – pregunté ansioso por iniciar un diálogo-.
Suspendió el
cuchareo. Me miró. Sus ojos eran pequeños y grises, francos y escudriñadores.
= Limpié los
rastrojos. Por si llueve este año.
= ¿Lloverá?
= ¿Quién sabe? Ya
no ocurre como en tiempo de los viejos. Cada vez llueve menos. Antes lo importante
es que las lluvias viniesen en el momento oportuno, Hay que terminar pronto
estos trabajos. Hay que hacer el carbón para el invierno.
= Es un trabajo
que hacemos en común –explicó Toña- las pocas gentes que hemos quedado en estos
contornos.
= ¡Carbón de
leña! –exclamé admirado- pero ¡si por aquí no hay leña ¡
= Vamos lejos
–dijo Juancho- a la sierra, Allá aún quedan carrascas y lentiscos…
= Y…-dijo
sibilinamente Manuela- para algunos será su “iniciación” …
No pude preguntar
más. Todos se incorporaron y me indicaron que tomase mi lugar en la palanca del
agua, pues quedaba poco tiempo y aun había mucho que hacer. Efectivamente antes
de las cinco de la tarde todos trepábamos hacía la meseta y nos íbamos
reuniendo para la larga caminata de regreso al pueblo.
°°°°°°°
Aquel día me
desperté en mi vivienda con una extraña sensación de angustia. Me dí cuenta que
el sol estaba alto y me extrañó que no me hubiesen venido a buscar como de
costumbre para que participase en sus actividades. La luz en forma de potentes
chorros se filtraba por los intersticios de las tejas. Agucé el oído. Silencio absoluto,
Me levanto y visto con rapidez. Salgo descalzo al callejón. Miro a lo largo y
me asombro de ver todos los portones cerrados. Nadie me advirtió que se tratase
de un día feriado. Recorro las otras callejas y por fin encuentro un portón
abierto. Al fondo, dentro de la cocina se mueve alguien. Golpeo. Se asoma a la
puerta una mujer cuarentona. La reconozco, es la cojita Tiene cercenada una
pierna a la altura de la cadera. Camina con una muleta tosca de madera,
moviéndose con extraña fuerza y agilidad. Me mira desde lejos sonriendo
burlonamente.
= ¡Se fueron
todos! Me grita. ¿No se lo dijeron? ¿No ha desayunado todavía? ¡Entre hombre!
¡no se quede parado ahí! Cruzo el corral. Se aparta de la puerta para dejarme
entrar. Nos sentamos frente a frente cada uno a un lado de la mesa. Apoya su
muleta en el muro.
= ¿Se han ido?
–pregunto con cautela-. No me contesta, sino que exclama:
= ¡Después de
tantos años haber vuelto!
= Usted sería
entonces apenas una niñita.
= No tanto
–responde con tristeza- lo suficiente grande para bailar con todos. Tenía mis
dos lindas piernas.
= ¿Cómo fue su
accidente?
= Uno de esos que
llaman turistas, allá arriba en la carretera me arrolló con su auto. Pero me
las arreglo bien. Así que usted ha vuelto por lo de la Danza me imagino.
= La Danza dicen
que es irrepetible.
= Si, si, ya lo
sé. Pero hay danza y danza. Luego como hablando para si misma dijo:
= A la sierra se
fueron todos. Luego incorporándose:
= Tengo que ir
por agua.
= Yo se la puedo
traer.
= ¡Váyase! Dijo
bruscamente.
= Entonces ¿se
fueron a la sierra para hacer el carbón?
= Cierto –dijo
ella ¡Para allí van!
°°°°°°°°
Salí cabizbajo de
la vivienda. Me dirigí lentamente a mi vivienda. Me iba preguntando. ¿Por qué
no me avisaron? ¿Acaso, vagamente no me habían invitado? ¿Qué tipo de desafío
implicaba aquella actitud? Miraba la lejana serranía que se dibujaba en el horizonte
como una bruma azulada. Intuí que preguntar el camino a la cojita era inútil. Parecía que aquellas montañas estaban
lejísimos, pero si todos, incluyendo a los más ancianos, habían partido ¿por
qué no podría yo que me sentía aun ágil y fuerte?
No dudé más. Puse
apresuradamente dentro de mi mochila pequeña, pan queso, un par de tarros de
pescado, un botellón con agua. Luego amarré a su alrededor una manta.
Emprendí el
camino hacía los invisibles cerros sin tratar de buscar un camino especial.
Sabía que acabarían por cruzarse en mi camino, si me dirigía hacia la neblina lejana.
Además, las huellas de los que me precedieron, siendo tantas, tenían que verse
en algún momento allí donde el polvo fuese más espeso.
Las mesetas
resultan muy engañosas. A vista de pájaro parecen una planicie con pequeñas
ondulaciones. En realidad, están surcadas por enormes cárcavas productos de la
erosión. Después de varias horas de caminata, bendiciendo que los días no
fueran tan calurosos, me había acercado muy poco a las colinas. Me sentía desanimado. Machar solo, sin senda
fija, resulta triste y monótono. Me dije a mi mismo que tenía dos opciones:
volverme o seguir. Reflexioné que ellos me habían invitado, pero que no me
habían llevado con ellos. Hablaron de
“iniciación”. ¿Acaso, con su actitud, me
habían querido decir que la Danza se regala una sola vez y que ahora la debía
conquistar con mi propio esfuerzo? Seguí
caminando. Ya no en forma voluntarista como antes, sino tranquila y
relajadamente, sin ansías por llegar, comprendiendo que el camino, la incertidumbre,
las dificultades eran parte de mi “iniciación” fuese esta lo que fuere. Me sumí
en el movimiento, el esfuerzo, en el polvo que me envolvía. Poco a poco fui
penetrado de una singular euforia. Cayó la noche. Extremadamente luminosa, pues
solamente faltaban dos días para la luna llena. Sospechaba que los primeros
contrafuertes de las montañas debían encontrarse ya cerca. Estaba excesivamente
cansado. Tenía que detenerme, dormir un poco. Con dificultad salí del estado de
trance en que me había sumido la caminata. Era inútil seguir. Con la luz del alba
y descansado buscaría las huellas de ellos, porque en la maraña de cañoncitos
de aquellas empinadas cordilleras me perdería fácilmente. Busqué en la
achaparrada vegetación que me rodeaba un lugar donde hacerme un pequeño nido
desgajando ramas y recogiendo pasto seco. Lo hice. Me senté a comer algo de lo
que había traído. Me hice un ovillo y bien cubierto con mi manta.
Dormí sin sueños.
Desperté al amanecer descansado. Desde mi nido comprobé que había descendido
una baja neblina. Era mejor permanecer en mi abrigado nido ya que no podría
orientarme en aquel opaco ambiente. De repente, un par de horas después, me
sorprendió un débil sonido apagado y regular que yo conocía bien. Era el sonido
de hachas cortando árboles. El sonido
estaba distorsionado por la niebla y era lejano, pero estaba seguro que me
conduciría hasta donde se encontraban mis amigos. Comí un poco y me puse en
camino. Aun caminé varias horas siempre dirigido por el lejano golpeteo hasta
que sorpresivamente me encontré en el comienzo de una quebrada de donde salían
más claros los golpes regulares. La quebrada era estrecha y de paredes
verticales. La niebla se iba disipando. Pero me costó un largo rato
encontrarles.
Habían acampado
en un estrecho vallecillo o ensanche de la quebrada en forma de pera. Habían
construido refugios rudimentarios sujetando lonas a pequeñas carrascas o
encinas enanas. Aquello parecía un colmenar. Era indudable que allí estaban
reunidas gentes de diversos caseríos. Mujeres y hombres sin distinción
encaramados en las empinadas laderas de los alrededores cortaban arbolillos y
matas leñosas y otros las iban arrastrando hasta el vallecillo a lugares
concretos. Las gentes de más edad limpiaban los troncos de hojas y varillas y
otros transportaban los maderos al lugar en que se comenzaba montar uno de los
hornos para hacer carbón. Tan pronto como me vieron llegar me empezaron a hacer
señales amistosas. En una de las lonas dejé mi mochila en un rincón.
Inmediatamente, alguien que no había visto antes, me ofreció un hacha diciendo:
= ¡Va por ahí y
dale firme! Hay mucho trabajo.
°°°°°°°
A pesar del apuro
que me expresaron, aquellas gentes trabajaban relajadamente. Parecía más un
juego alegre y desordenado que un trabajo tal como se concibe en una empresa.
Sin embargo, la tarea avanzaba. Cuando el sol caía verticalmente ya habían
terminado de montar un enorme cono de leña que empezaban a cubrir con tierra.
Era indudable que quienes lo construían conocían muy bien su trabajo de
carboneros. Pasado el mediodía las gentes fueron dejando el trabajo. Se
pusieron a descansar desperdigada mente. Les imité. Me extrañó que no se
estuviesen preparando alimentos o se los sacasen de las alforjas.
= ¿Hoy no se
almuerza? –pregunté a mi vecino más cercano-.
= No, hoy no se
come- dijo riendo-.
Como yo era el
huésped y había consumido los alimentos que traía para el camino, opté por dormitar.
No fue mucho tiempo. Pronto se recomenzó el trabajo. Al anochecer, cuando se
detuvo el trabajo ya estaban casi montados tres hornos más. Distribuidos cerca
de las paredes del vallecito se veía claramente que se construían alrededor de
un círculo imaginario, que tendría unos quince o veinte metros de diámetro.
Terminado el
trabajo, nadie encendió fuego alguno. La mayoría se refugió pronto bajo las
lonas envolviéndose en sus mantas. Nadie hablaba. Bastante avanzada la noche llegaron
ovejas y cabras con sus bulliciosos perros y se fueron acomodando cercanas a
los toldos. En la oscuridad se acercó a mí alguien. Era Toña a quien no había
divisado en todo el día. Se sentó a mi lado apoyando la espalda en una roca.
Después de un rato me dijo:
= ¿No me
preguntas nada?
= Quizá en otra
ocasión lo habría hecho, respondí. Ahora dejo que “las cosas sucedan”
Bien dijo con
sorna, ya te acercas a ser un perfecto taoísta.
= Ríete. El
perfecto taoísta se está muriendo de hambre.
= El taoísta se acostumbrará...
Comeremos cuando se terminen de montar los seis hornos. ¡Que tengas hermosos sueños!
Se incorporó y se perdió en la oscuridad que nos envolvía. Así que resignado,
hice como ellos ¡dormir!
°°°°°°°°°
Me desperté en la
oscuridad más profunda. La luna debería estar llena, pero por alguna razón el
cielo era muy negro con estrellas poco nítidas. Sentía frío. Me levanté a
tientas y me alejé un poco para orinar. El silencio era absoluto. Sentía la
atmósfera pura y ligera. Pura y diáfana como en una edad primordial. Ya no
tenía hambre y me encontraba descansado de la dura labor de unas horas antes.
¿Había dormido mucho tiempo? En ese instante recordé con nitidez lo que acababa
de soñar. Cosa rara porque no suelo recordar mis sueños.
Aun ahora, me
pregunto si aquello fue un sueño o magia propia del lugar.¿ Fue un recuerdo de
mis vidas pasadas? ¿Existía algo en aquel lugar de modo que la información
quedase rebotando ente los cerros como teóricamente lo hacen las ondas sonoras?
Reaccioné entonces como ahora, tratando de explorar mis recuerdos del sueño:
“ Corro. Corro. Sé que se trata de una carrera de vida o muerte.
Capto que mi cuerpo es dañado, desgarrado en mi huida por la floresta que me
envuelve. Oscuridad absoluta. Mi perseguidor se encuentra detrás de mí. La
Bestia. Entro en un valle que ahora me resulta familiar. Atravieso a ciegas una vegetación dura y espinosa.
Salto sobre rocas arrutas y filosas. Sé que cerca de aquí reencuentra mi
salvación. ¡M e salvaré una vez más! Aparece de repente el vallecito en forma
de pera y allí en círculo estas el anillo de grandes hogueras. En un último
impulso desesperado salto sobre las llamas. Caigo en el círculo central.
Agotado permanezco de bruces sobre el espeso polvo como abrazando el lugar.
Trato de relajar mi respiración y músculos. ¿Ha sido el fuego o el lugar los
que detuvieron a la Bestia? El recuerdo de ella despierta en mi milenios de
terrores. Un día, ya cercano ella me cazará. Giro mi cuerpo en el polvo espeso
y cálido. Me siento incapaz de incorporarme. Me arrastro hacía una de las
crepitantes hogueras.. Goloso, trato de estirar mis miembros hacía el ondulante
calor que llega a mi cuerpo maltratado. Distingo otros cuerpos que yacen cerca
de mí. Al resplandor incierto de las llamas miro mi cuerpo absolutamente
desnudo. Está desgarrado en muchas partes, sangriento y amoratado. Empastado con
el polvo rojizo. Palpo a mi alrededor en busca de una corteza para raer mi
suciedad…”
El recuerdo del
sueño completo y detallado me escapa como siempre. Entonces, desde muy cerca,
Ella me habla. Ni siquiera adivino su sombra.
= Has estado
soñando –afirma-.
= Si. ¿Cómo lo
sabes?
= Este es un
“lugar de sueños”.? ¿Por qué? No lo sabemos. Todos los tenemos. Es como
recordar vidas pasadas.
= Pero yo no soy
de aquí.
= ¿Cómo lo sabes?
¿Qué importa? En las moléculas de nuestros cuerpos existe información acumulada
igual, aunque de forma más misteriosa, que en los “discos duros” de un
computador.
= Soñaba, -dije
incierto- que yo era un ser humano de tiempos muy remotos y que huía de algo innominable mente perverso, la bestia, Llegaba a este lugar donde
se están construyendo los hornos para hacer carbón. Ahí había un círculo de
hogueras. Saltaba sobre ellas y encontraba refugio en el centro. Estaba muy mal
herido. ¿Has tenido sueños de este tipo?
= Cada cual tiene sus propios sueños y Bestia
–dijo ella enigmática-. Eso te pudo haber ocurrido en el pasado y estarte
sucediendo de otra manera en el presente.
= Tuve mucho
miedo.
=Lo suponía. Por
eso estoy ceca de ti. Soy como tu madrina.
= Anoche te
alejaste.
=Fue para que te
sintieses emocionalmente libre.
= Estás muy
misteriosa.
= Estamos
viviendo los Misterios.
¡Ah! –gruñí
escéptico-.
= Todo empezará
tan pronto como se enciendan los hornos.
= ¿Otra Danza?
= La “iniciación a la Danza”. Llegaste en el
momento oportuno. Las casualidades azarosas no existen. Por eso te hemos aceptado.
= ¿Cómo la otra
vez?
= Con mayor razón
que la otra vez. Como tú dijiste las cosas “ocurren”. Ahora, si quieres, llegarás
al Final. Pero, basta de palabrería. Aún queda algo de noche. Quizá
reatrapes el resto de lo que soñaste.
Ella se escabulló
en la oscuridad como cualquier felino. Me dormí con dificultad tratando de
aclarar el sentido de mi sueño. Desperté debido al movimiento de mis vecinos.
Había una claridad lechosa de otro amanecer neblinoso y frio. Había caído un
abundante rocío. De nuevo no se encendió ninguna hoguera. Supuse que esto
formaba parte del rito.
Aun indeciso de
lo que haría se me acercó Manuela que venía con un jarro en la mano. Sonriente
como siempre. No mostraba tener frío a pesar de su vestido mojado por el roció.
Me alargó el jarro.
= Toma. Esto t
ayudará para el hambre y el frío.
Es un líquido
blanco y espeso. Creo que es leche. No lo es. Reconozco el tomillo y la miel.
Otros sabores que me escapan. Bebo. Es agradable. Me recuerda la pócima que me
dieron aquella noche muchos años atrás. Bebo a pequeños sorbos.
= Cuelga tu manta
por ahí. Hay alguien que desea que trabajes con ella. Parece divertida de mi
extrañeza. Me conduce a través del campamento hasta un pequeño toldo aislado.
Sin entrar dice:
= Madre, aquí está
el Forastero.
Se levanta de la
oscuridad interior y sale una mujer baja y regordeta de cara plácida. Viste
como todas las mujeres el vestido negro, sin mangas de escote redondo. El
pañuelo negro le cubre el pelo. Me parece vivaz y calmada en extraña mezcla. No
recuerdo haberla visto en el pueblo. Ella me examina como interrogándose acerca
de mí. Manuela se aleja. Por fin me dice:
= ¿Querrás
ayudarme hoy?
= Si. Supongo
que, si- respondo extrañado-.
= Va a ser algo
pesado –dice ella-.
= Haré lo que
pueda. Ya ve que no soy joven.
= Si. Eso se ve.
Creo que podrás, pero será difícil para ti en muchos sentidos. Deseaba
conocerte. Conversaremos y conocerás
cosas…
Lo sibilino de la
última frase me intriga. Digo con más ánimo aparente que verdadero:
= ¡Lo intentaré!
¿Qué deberé hacer?
= Vamos a ir por
“ahí” –dice ella-. Tenemos que llevar esos sacos. No son muy pesados. Miró mis
pies.
= Me dijeron que
eras bueno para caminar descalzo. A dónde vamos no se puede ir de otra manera.
Ya te darás cuenta. Hay que entrar y salir continuamente del agua.
= Lo era. Aprendí
en la selva y en el desierto, pero me he vuelto temeroso. Me asustan las
posibles heridas. ¿Habrá muchas espinas en ese camino?
= Piedras más que
espinas, si tienes cuidado no te torcerás un tobillo.
La respuesta era
más ambigua que alentadora. Ella me ayudó a cargar los sacos. Voluminosos.
Bastantes livianos. Unidos entre sí por amarras de cordel, uno me colgaba en la
espalda y el otro delante. El peso se equilibraba. El saco delantero no me
dejaba ver donde pisaba. Ambos parecían contener cortezas, ramillas, y diversos
vegetales olorosos. Además, me entregó una ollita de barro que tenía la boca
cerrada por un cuero tirante y que llevaría en la mano izquierda, pues para la
derecha me entregó un pesado cayado de pastor, de madera dura, tal como lo
utilizan los pastores de estos lugares. Me aseguró que aquel bastón rústico me
ayudaría en los malos pasos y me evitaría peligrosos trastabillantes. Ella, en
cambio cargó otro saco que parecía muy pesado y lo llevaba a modo de mochila.
Tomó una olla de greda grande y el consabido bastón.
Cruzamos entre la
gente, que un tanto cansinamente se dirigía al trabajo de la leña. Ella
caminaba pausada y regularmente. Se dirigió detrás de los hornos y embocamos
enseguida una estrecha cañadita que se adentraba serpenteando entre los cerros
de paredes casi verticales. A nuestro lado corría un pequeño estero. Nosotros
caminábamos por la senda arenosa que bordeaba su margen.
Ella,
repentinamente, empezó a cantar con una voz hermosa y armoniosa. Las palabras
no eran castellano, ni español antiguo, ni me sonaban como una lengua que yo
pudiese reconocer y he escuchado muchas durante mis viajes. Tenía una
musicalidad semejante al griego, pero no pude reconocer ninguna palabra.
El camino subía
suavemente. Repentinamente la cañada se ensanchó y también nuestra senda, de
manera que podíamos andar cómodamente lado a lado. Los cerros que nos encerraban eran menos
abruptos y estaban poblados por un tipo de árboles que yo desconocía. Ella
adivinó mi curiosidad:
No quedan árboles
sino en estos lugares. Tienen una madera imputrescible, con ella se construían
carabelas y galeones.
= ¿En qué idioma
cantabas?
= Uno muy antiguo
que solamente conocen aun contadas personas, era el que se hablaba hace
milenios en estos lugares.
= Y…el nombre de usted
es igual de hermoso? ¿Cómo la puedo llamar? Río de buena gana:
= Me suelen
llamar Madre, aunque no sea vieja. Algunos la Bruja. Mi nombre es Remedios,
Llámame así. Tutéame.
= Tu canción,
Remedios, me fascinó. ¿Qué expresaba?
= Cosas sencilla
de la vida cotidiana. Luego, sin transición alguna: ¿Soñaste ayer? ¿Sueños
corrientes de los que sueñas?
= De ninguna
manera. Fueron sueños muy extraños, como recuerdos de lo que dicen son vidas
pasadas. Yo era un ser humano muy primitivo. Herido. Me perseguía una Bestia
innominable ¿Sabrías interpretarlo? Antonia me dijo que este es un “lugar” en
que se “sueña” ¿Qué quiere decir todo ello?
Remedios me
interrumpe:
= ¿Te das cuenta?
Aquí comienza lo difícil del camino. Se termina la senda. Tendremos que caminar
dentro del estero hasta llegar a la “fuentona”. Efectivamente, habíamos llegado
a un punto en que los cerros se acercaban tanto que solamente daban paso al
estero que ahora era más profundo.
Me precede.
Arremanga su vestido y veo toda su pierna y parte el muslo prácticamente arados
por profundas cicatrices inexplicables. Al entrar en el agua su cara se crispa
un momento. Me subo los pantalones y la sigo El agua me resulta tan
insoportablemente helada que retrocedo. Ella me dice:
= ¡Animo! ¡Otro
intento! ¡Lo conseguirás! Entro de nuevo en el arroyito un poco avergonzado,
viendo que ella si puede resistir el hielo del agua. Trato de aguantar. Siento
un dolor insoportable. Repentinamente parece como si no tuviese pies ni
piernas, intento caminar y doy unos temblorosos pasos. Es una sensación cruel.
= ¡Camina! –Me
dice ella con imperio-.
= ¡No puedo!
= Camina ¡ya!
Logro dar unos torpes pasos. Ella me precede. Vuelve la sensación de dolor,
pero es más soportable. Me apoyo en el bastón. Ella me empieza a indicar los
pasajes difíciles y me aconseja que tantee primero con el cayado porque hay
muchos hoyos profundos en la roca del cauce.
Caminamos de esta
manera unos minutos. Llegamos por fin a un espacio más abierto. Salimos del agua
y caminamos por un pasto duro hacía una lagunita que es de donde sale el torrente.
Delante de ella hay una pequeña playita de roca y pedrezuelas agudas como
cuchillos. En el fondo se apoya en un cerro cortado a pico. Tenemos los pies y
las piernas, ambos, blancos como papel. Nos descargamos de nuestros bultos.
Poco a poco siento un picor intenso en pies y piernas y luego como una oleada
de calor que sube por mi cuerpo.
Ella sonríe y me
dice:
= ¡Seguro que
ahora te sientes mejor! Señala la lagunita:
= Esta es la fuentona. Nadie sabe por qué es tan
helada, parece como si fuera nieve recién derretida. Es un manantial de agua viva. Dicen que tiene más de
setenta metros de profundidad y una inmensa red de galerías subterráneas.
¡Toma la carga y
sígueme!
La obedezco.
Rodeamos la “fuentona” hasta su parte trasera, allí donde la pared que desciende
hacía el agua es absolutamente vertical. Descargamos los bultos junto al agua.
Entonces ella muy seria, me encara:
= Presta mucha
atención. Es importante que no tengas miedo. Siguiendo mis instrucciones nada
te va a pasar. Señaló el agua y la pared. Yo iré primero. Bajo el agua en esta
pared hay una cornisa estrecha. Hay que encontrarla y caminar unos pasos por
ella. El agua llega al pecho. Se va tanteando con los pies la pared hasta
encontrar un agujero grande. Es la entrada de un sifón. Hay que pasar por él.
Cuando yo desaparezca vas introduciendo en el agua los bultos. Yo me arreglaré
para tomarlos. Luego te metes tú. Me
imitas. Cuando encuentre el hueco respiras profundo y te dejas deslizar hacía
abajo. No es difícil. Yo lo he hecho muchas veces. Otros lo han hecho. ¿Has
entrado en cavernas?
= No. Nunca.
Solamente he leído relatos Me asustan las cavernas.
= Yo no te obligo
a seguirme. Aun puedes desistir. Si viene aprenderás mucho y descubrirás un
mundo nuevo para ti. Pero basta que pases los bultos y puedes volver por el camino
por el que vinimos. Es tu libre decisión.
= Lo intentaré.
Si no puedo seguir adelante será el Destino.
= Remedios abrió
un saco y extrajo unas bolsas de plástico. Entre los dos introdujimos en ellas
los sacos. Me explicó que no se podía mojar el contenido. Luego con toda
naturalidad se sacó su vestido. No quedó completamente desnuda, sino con un
diminuto cubre sexo de cuero rojo. El resto de su cuerpo como lo que había
visto de sus muslos era un inverosímil conjunto de cicatrices y hendiduras de
antiguas heridas. Ella calmosamente dobló su bata-túnica y la dejó al pie de un
arbusto colocando sobre ella una piedra. Intuyó mi asombro a la vista de su
cuerpo:
=Así me dejaron
los verdugos del Dictador porque seguían los antiquísimos métodos de tortura
decretados por la Inquisición para las brujas.
Si me sigues,
también tu tendrás que dejar la ropa aquí.
Cuando me
desnudé, ella destapó la olla pequeña que yo traía y ví que contenía una como
manteca verdosa.
= Nos tenemos que untar todo el cuerpo con
ella. ¡Cara, orejas, párpados…! todo! sirve para el frio y tiene otros fines.
Nos untamos
cuidadosamente, ayudándonos mutuamente en las partes más difíciles de nuestros
cuerpos. Aquello producía un cierto escozor, pero soportable. Cuando estuvimos
listos ella tomó la olla grande, se sentó en la orilla con las piernas
sumergidas en el agua. Vi. que palpaba junto a la pared hasta que encontró un
apoyo y se dejó caer sumergiéndose hasta los pechos. Avanzó unos metros pegada
a la pared y me advirtió.
= Haces lo mismo
arrastrando los sacos. Ten cuidado para no perder la cornisa. Me sonrió. Aspiró
profundamente y desapareció. Repetí sus acciones. El agua era aún más fría que
la del estero, pero no perdí la sensibilidad. Encontré fácilmente la cornisa.
Remolqué los sacos flotando detrás de mí. Tanteaba buscando la abertura. Sentí
su mano tomándome un tobillo. Con dificultad hundí uno de los sacos hasta que
ella lo tomó y desapareció. Luego el
otro. Respiré, me tomé la nariz, coloqué los pies frente al agujero y me dejé
caer con fuerza. Sentía como ella me arrastraba tirándome de los tobillos. Me
incorporé y saqué fácilmente la cabeza del agua. La oscuridad era absoluta.
Ella empujó los sacos hacía mí.
= Los remolcas
detrás de ti. No hay peligro.
Según caminábamos el agua bajaba de nivel.
Finalmente desembocamos en un espacio que parecía grande y fácilmente llegué a
una playa arenosa. El ambiente era húmedo y frio. Pasados los momentos más
emocionales sentía mucho frío.
= Espera quieto
aquí.
La sentí abrir
uno de los sacos y escarbar dentro de él. Frotó un fósforo y con trabajo
encendió una tea. Con ella en una mano y tomándome con la otra me condujo por
la caverna hasta introducirnos en un túnel estrecho por el que salía un aire
cálido. Desembocamos en un recinto temperado. Ella levantó en alto la tea, y
solamente ví unas oscuras paredes. Ella se acercó y encendió con su tea dos
humeantes antorchas. = Bien, dijo ella risueña, los arqueólogos opinarían que
estamos destruyendo un patrimonio de la humanidad, con el humo, pero así ha
ocurrido durante milenios. Un poco más de humo no es grave. Acercó una antorcha
a la pared. Había pinturas en ocre, rojo y azul.
=No son pinturas
como las Altamira, como ves, -dijo ella- Nuestros antepasados no eran grandes
artistas, solamente describieron los hechos de su vida diaria y sus costumbres.
Ya te habrás dado cuenta que estamos en una gruta iniciática. Las preguntas las dejas para más tarde. Ahora
tenemos que traer los sacos aquí. Me dio
una de las antorchas y retrocedimos a la gran caverna. La diferencia de
temperatura me hizo tiritar. Me acerqué a una de las paredes y alumbré. No
existía vestigio alguno de pintura.
Trasladamos la
impedimenta al cubículo de los grabados. Me mostró que en un rincón, excavados
en la pared de piedra, había unos morteros o molinos de piedra primitivos.
Quise examinar las pinturas, pero no me lo permitió. Me hizo arrodilla frente a
uno de los molinos y me mostró como se manejaba la mano de piedra para triturar
y reducir todo a polvo fino. Colocó entre nosotros uno de los sacos y
arrodillándose en otro de los morteros, me pasó un puñado de vegetales y se
puso a moler ella también con singular energía. Así comenzó la penosas y
tediosa labor de pulverizar plantas y raíces que se iban colocando en bolsitas
aparte. Solamente, cuando después de muchas admoniciones, observó que yo había tomado
un ritmo apropiado de trabajo comenzó a hablar:
= Sabes. Dudamos
mucho antes de decidirnos a que participases en nuestras experiencias. Llámalas
Misterios si prefieres. Eres un intelectual y tienes mucha edad. No
sentíamos presionados por los hechos: llegaste a la Danza y sorpresivamente
llegaste de nuevo cuarenta años más tarde en el momento preciso. Eso no podía
ser coincidencia. Te hemos observado y sin que lo sintieses te hemos sometido a
pruebas. Las aceptaste sin arrogancia, ni desdén. Los misterios no se racionalizan, sino que se sienten. Tampoco te han chocado cosas que has visto y observado en
nosotros. Quizás porque:
“para
los puros todo es puro; mientras que, para los impuros, todo es impuro”:
Observaste mi
cuerpo marcado por el resultado de inimaginables torturas. Me las aplicaron
ahora en el siglo XX para que delatase y para que revelase informaciones
milenarias que ellos califican en su ignorancia como demoníacas. Para ellos yo
era peor que los anarquistas y los separatistas vascos. Tuve puesto en mi garganta
el collar del “garrote vil” y sentí en mis vértebras la punta que las
perforaría en un éxtasis de dolor. No fui ejecutada, pero es una experiencia
como de resurrección.
= Te comprendo
muy bien. En mi país las mujeres como tú son llamadas “machis”. También tiene
una larga tradición de respeto. Bruja significa para mi alguien que utiliza
conocimientos y capacidades fuera de lo común que posee para destruir a otras
personas, generalmente por odio o interés personal suyo.
Es parecido a lo
que dices. En la lengua antigua se nos denominaba “saravasti”. Éramos y somos
las encargadas de trasmitir los secretos de la relación del ser humanos con el
cosmos. Conocimientos infinitamente anteriores a las religiones más antiguas, y
fundados en conocimientos “reales” muy parecidos a los de la “ciencia “actual y
en nada parecidos a los “conocimientos revelados
de todas las religiones posteriores.
La concepción que
tenemos y nos trasmitieron es “pan-teísta”.
Intuimos un ser
Trascendente imposible de
concebir por nuestra limitada inteligencia y razón, que se encuentra
en todos los seres y en sus partículas más elementales y por eso todos
ellos son bellos, puros y luminosos. Lo que se denomina Mal es fabricado por la
ignorancia, la torpeza, la locura…humanas que los convierte en ocasiones en seres
dañinos y destructivos Así el fuego calienta o quema, el agua vivifica o ahoga;
la tierra alimenta o entierra; el aire da vida o arrasa. Esa terrible parte
destructiva la creamos los seres humanos por no respetar la REALIDAD ni
entenderla…al creernos los reyes del mundo creamos nuestra propia desmesura.
Pensé para mis
adentros que yo había llegado a parecidas conclusiones. Remedios continuó. No
creo que nuestra concepción sea una verdad absoluta, tipo de los dogmas
religiosos. Es nuestro “camino” trasmitido y afinado durante cientos de
generaciones. Nos proporciona una hermosa calidad de vida. Sobre todo, ahora
que nos ha tocado vivir (una vez más) en la bisagra cambiante e incierta de una
cultura que no sabemos si parirá formas de vida mejores o peores. Porque las
culturas nunca serán perfectas, Solamente se pueden catalogar mejores o peores,
según ayudan a los seres humanos a llevar una vida más equilibrada.
= ¿No os gustaría
que se conociese vuestros conceptos y forma de vida ¿
= Es poco
posible. Para los demás seriamos como fósiles culturales y, en parte, lo somos.
Hemos conservado “principios” originales y adoptado otros muchos a través de
las generaciones. Los “grupos de poder” social nos rechazan siempre, porque a
ellos no les interesa el bienestar de sus contemporáneos, sino el mantenimiento
de su propio poder. En gente como nosotros, rápidamente sienten una amenaza
para sus intereses e inmediatamente tratan de destruirnos. Así lo han hecho a
través de toda la historia. El Menaje de Yeshoua lo consiguieron convertir en
un instrumento de Poder y Dominio y el amor lo convirtieron en odio
institucionalizado a través de su Inquisición, por ejemplo.
= Entonces, según
tú, ¿nunca se podrá cambiar el sentido de nuestras sociedades?
= No lo sé. Soy
una campesina tonta y retardada que solamente trata de vivir.
A sus palabras me
reí descaradamente.
= No te creo
tonta ni retardada. Hablas como alguien que ha frecuentado universidades
= ¡Palabras traen
palabras! -dijo sentenciosamente-.
= Si, dije
lentamente, quiero ser “iniciado”.
= Y ya lo estás
siendo. Dejaste afuera tu ropa, estás desnudo, has entrado de nuevo en el seno
materno que simboliza esta caverna. Participarás en los Misterios. Comprenderás
el Principio y el Fin. Nuestra Unidad con el TODO. Danzarás, alcanzarás la Iluminación. Penetrarás en el
comienzo de un camino que solamente tú podrás recorrer…
Ya no hablamos
más. El trabajo nos absorbió Molidos los materiales, bajo su dirección lo
mezclamos con la substancia de las ollas haciendo diversos ungüentos. Otros
servirían, más tarde como base de
bebidas.
Salimos de las
cavernas muy entradas la noche. Llegué agotado al campamento. Ya estaban
preparando la ceremonia del fuego.
°°°°°°°°°°
El largo ayuno,
la caminata, el trabajo… me había conducido al límite de mis fuerzas. Se lo
dije, al llega a Remedios:
= ¡Excelente!
–exclamó ella- como si le hubiese comunicado la mejor de las noticias.
Molesto insistí:
= Considera mi
edad. Tengo una enfermedad del corazón, una arritmia. No puedo más.
= Tú sabes muy
bien que los límites nos los ponemos nosotros mismos. ¿Crees Que los demás
están mejor? Ellos han trabajado todo el día al sol. Bastantes superan con
creces tu edad. Todo estriba en si quieres seguir porque: muchos son los llamados y pocos los elegidos.
Luego más conciliadora:
= Los hornos ya
están listos En pocos momentos más empezarán las danzas del fuego. Se acercó a
mí. Se frotó las manos con energía y las apoyó con fuerza sobre mis hombros.
Las mantuvo sobre ellos un momento. Recogió sus cosas del piso y se alejó en la
oscuridad. Me dejé caer en el mismo sitio en que me encontraba, indeciso y
desorientado. El contacto con el piso áspero y pedregoso me produjo una paz y
energía incomprensibles. Permanecí tendido largo rato y de repente percibí unas
pisadas deslizantes y una voz susurrante:
= ¡vamos!
¡Levántate! Todo va a empezar. Era Toña.
= Ves en la
oscuridad como los gatos –comenté-.
= Eso ya me lo
dijiste hace muchos años –comentó riéndose-.
Me tomó de la
mano. Aquella mano grande, áspera y llena de calidez. La seguí tieso, temeroso
en aquel terreno lleno de tocones de árboles derribados, arbustos y piedras.
Ella se daba cuenta.
= ¡Suéltate
hombre! ¿Cuándo vas a aprender a caminar en la oscuridad ¿ El miedo es quien te
ciega.
Fuimos
descendiendo hacía los hornos. Supuse que habíamos llegado al borde del círculo
cuando me dijo:
= ¡Ya llegamos!
¡Siéntate!
Yo captaba,
sutilmente, que me encontraba en medio de muchas otras personas, Trataba de
captar un sonido, una respiración, sin conseguirlo. Casi salto con el repentino
golpe seco de dos maderas un poco delante de mi..A esta señal, explotó un
primitivo y gutural coro no exento de belleza y ritmo.. Se parecía al canto gregoriano,
pero mucho más elemental y sencillo. La lengua era armoniosa y semejante a la
que cantaba Remedios. Un poco más lejos, probablemente en el centro del círculo,
empezó alguien a golpear como dos piedras de las que saltaban chispas. Cesaron
las chispas y en la gran oscuridad, a ras del suelo vi como unas brasitas.
Luego una minúscula llamita que creciendo iluminó levemente dos manos que la
amparaban. Finalmente, una llama potente iluminó la silueta desnuda sentada
sobre sus talones que había producido el milagro del fuego.
Se fueron
aproximando antorchas hasta encender seis. Cuando flamearon contemplé las seis
mujeres que con el cuerpo pintado y llevando extrañas máscaras las sostenían
sobre sus cabezas como candelabros vivientes. El canto se había hecho más
vigoroso, pero lo extraño es que yo también cantaba y pronunciaba palabras y
frases que no entendía, pero que me venían a la memoria. Irrumpió el golpeteo rítmico
de potentes tambores. Los candelabros vivientes comenzaron un lento baile
rodeando a la figura, aun sentada, que había encendido el fuego. Sentí un
hormigueo que partía de las plantas de mis pies, subía por mi espina dorsal,
recorría todo mi cuerpo y llegaba en potentes oleadas físicas y sensibles a mi
cerebro. Una experiencia extraña nunca sentida en mi vida. Era como si el ritmo
fuese una fuerza telúrica que invadía mi cuerpo
¡BOUM! ¡BOUM!
Estallaban los grandes tambores en un ritmo cada vez más terrible y
enloquecedor, seguido por lo que me parecían cientos de tambores más chicos.
Mecánicamente me puse en pie, extendí mis brazos tropezando con otras manos que
enlacé. Abrí mis piernas y mis pies tocaron otros pies y con un alarido
espontáneo salido de mí mismo vientre comenzamos a balancearnos unidos en un
formidable círculo como si fuéramos un solo y único organismo. Mi yo individual
desapareció. Era uno con todos, con el ritmo, con el cielo y la tierra, el
fuego de las antorchas que giraban en torbellino delante de mis ojos, allá en
el centro. Ellas eran el eje de aquella rueda gigantesca que formábamos. Aro
externo al nuestro, envueltos por el cielo estrellado y negro hacía donde se
elevaban nuestras manos, y con la tierra que nuestros pies golpeaban con
fuerza. El tiempo no existía más, solamente la vibración y la vida.
El círculo de antorchas
central, se quebró. Parecían flechas de luz que se extendieron como los rayos
de una rueda. Regueros de luz que se extendían sobre la tierra y que se dirigían
a las sombras de los monolíticos hornos Empezaba a clarear. Pronto cada horno
se coronaría de un penacho de humo.
Lentamente el
ritmo y sonido se fueron lentificando. Solo quedó un dulcísimo armónico de
flauta vibrando en el aire tenue del amanecer. Bajamos nuestras manos y nos desenlazamos.
Mis vecinos más próximos me dijeron:
= ¡Ven! ¡es hora
que nos alimentemos en forma terrena! En su voz percibí mucho de humor.
Exclamé:
= Me parece
imposible que haya podido resistir danzando tantas horas después de dos días
sin alimentarme!
= ¡No hay
imposibles, hermano! Dijeron varías voces.
°°°°°°°
Pronto ardían
hogueras por doquier. Aparecieron cantidades de alimentos. Los grupos
disputaban mi compañía. Pan, tocino, leche, el pesado vino de la meseta… Mi agotamiento
desapareció, solamente sentía mucho sueño.
= ¿Podré ir a
dormir? Pregunté a quienes me rodeaban.
= Desde luego,
todos lo necesitamos sobre todo por lo que vendrá.
°°°°°°°°°
Me desperté
cuando anochecía. Fui a defecar en un lugar apartado, y no sin dificultad,
enterré cuidadosamente mis heces como lo había visto hacer a mis vecinos. Poco
después apareció Manuela.
= Te necesitan,
me dijo escuetamente.
= Tu, Manuela,
dije bromeando, me recuerdas a Iris, la mensajera de los dioses.
= Si, conozco la
Ilíada, me encanta Iris ¡gracias por la comparación! Pero antes de acompañarme
trata de comer algo, porque lo vas a necesitar.
Ella me esperó pacientemente
mientras yo comía de lo que me convidaron mis vecinos. Luego me acompañó hasta
donde estaba Remedios en su choza-toldo. Ella me ofreció un cuerito de chivo
para que me sentase y se quedó mirándome largamente. Finalmente me dijo como
reflexionando par si misma:
= Has participado
en la Danza del Fuego. Se puede decir que estás caminando en la Iniciación.
Pero te tengo que explicar lo que nosotros entendemos por ello. Ante todo,
quiero que te quede claro que entre nosotros no existen las jerarquías ni
grados. Todos, en cada momento, estamos recorriendo el Camino de la Iniciación
que para cada uno es diferente y no se puede comparar. Solamente que unos comenzamos
antes y otros después. Nadie, por eso está más adelantado o retrasado. No se
trata de un camino hecho sino que va construyendo para cada uno. Es como una
espiral sin fin. En cierta manera el camino es una “involución” de la
distinción a la indistinción; de la hipertrofia del Yo, del Ego a la indivisión
del ser humano con el cosmos.,
Pasamos
(¡irónicamente!) de ser los “reyes de la creación” a la conciencia de ocupar un
mínimo lugar en nuestra hermandad con todo lo existente. La Iniciación es el
dedo que indica el camino de vuelta a la UNIDAD.
Es la herencia que conservamos de los “primeros” de los “originales” que se
desarrollaron así durante millones de años. La CONCIENCIA no es nada misterioso,
sino simplemente “el darse cuenta en
cada momento y lugar, en cada uno de nuestros niveles humanos” de lo que
somos y de lo que nos rodea. Es estar siempre completamente desnudos en todos los aspectos, es decir sin los
famosos Prejuicios que nos inculcaron desde
el vientre materno, que nos ciegan para ver la REALIDAD QUE NOS RODEA y las falsedades que nos hacen creer como
verdaderas. Pero debes comprender que el Camino no tiene siquiera valor
por su antigüedad o verdad, sino en cuanto nos haga más “humanos” aquí y ahora.
. Lo que estás
viviendo es solamente una Puerta. Los ritos o ceremonias carecen de valor,
solamente nos sirven para que nos demos cuenta “si queremos vender todo cuanto
poseemos por una perla que consideramos más valiosa”. En sí mismas carecen de
todo valor, son puro romanticismo o simplemente perversiones inútiles. Drogas
místicas tan de moda en nuestro tiempo.
Ahora te voy a
llevar a unos lugares muy particulares para que los conozcas y te sirvan para
concentrarte más.
°°°°°°°°°
Esta vez
caminamos mucho entre medio de aquellos dédalos inextricables de cañoncitos tan
angostos que se podían tocar las escarpadas paredes solamente extendiendo los
brazos. Finalmente me introdujo en las entrañas de las montañas. Ahora no se
trataban de las galerías de la “fuentona”. Ella me dijo que aquellos cerros
estaban perforados por redes de galerías casi todas ellas actualmente inexploradas.
Solo conocemos en la actualidad unas pocas, las que usamos. Esas, decía,
conocerlas perfectamente. Según ella estos laberintos habían sido refugios
milenarios frente a las invasiones y tropelías de los habitantes de la región y
en las numerosas guerras a través de muchos siglos. Reflexionaba que quizá
ellos provenían de lejanos asentamientos de trogloditas primitivos habitantes de
aquellas galerías. Eran cavernas inmensas y complicadísimas formadas por
corrientes de agua cuando la meseta fue un inmenso lago después de las últimas glaciaciones.
Todo ello me lo explicaba sentados sobre una arena como talco al borde de una
lagunita en miniatura sumergidos en una tenue penumbra. Habíamos llegado allí después
de reptar y dejarnos caer por chimeneas bastante largas y, para mi angustiantes.
Añadió. Te deseo aclarar una vez más algo:
= No somos una
secta. Sino los restos minúsculos de clanes milenarios. Tenemos conciencia de
ello y hemos aceptado el desafío de vivir en el mundo de hoy conformándonos con
nuestras raíces. Tratamos de conjugar dos realidades sin renunciar a ninguna,
No tenemos el gusto del secreto, pero las gentes no nos aceptan y llevo las
marcas de ello en mi cuerpo.
= Si sois un clan
¿por qué me habéis querido adoptar?
= Porque existen
seres humanos como tú que tienen conciencia de sus “recuerdos del pasado” y desean
intuitivamente revivirlos. No es que lo comprendas intelectualmente, sino con
todo tu ser. Para ayudarnos a recuperar esa “vivencia “celebramos los Misterios
de la Danza.
= ¿Misterios y
Danza son partes de un todo?
= La ciencia
moderna está descubriendo que la vida en todos sus aspectos es una Danza.
Algunos lo llaman Azar. Las mismas moléculas de nuestros cuerpos danzan a un ritmo
determinado. Los “antiguos” lo percibieron a su manera, dándose cuenta que
éramos partes de un todo armónico y misterioso. Algunos lo definieron como Dios.
Ahora los cosmólogos afirman que todo está hecho del “polvo de las estrellas”.
Tanto la tierra que pisamos como los árboles y nosotros mismos Así comprendemos
lo que somos por naturaleza, cuáles son nuestras necesidades primarias, y la
Ilusión (maya) que hemos ido creando los humanos “jugando” lo que llamamos
cultura, ciencia y otras grandes palabras. Después de milenios, algunos opinan
que después de millones de años, el ser humano no difiere en sus necesidades
primarias de los otros animales.
Alimentación
reproducción, la búsqueda de homeostasis (buena calidad de vida)., como
individuos y grupo. La reproducción con sus ciclos precisos, la búsqueda
inconsciente del reproductor más apto.
El Goce del Amor
que es aceptación del Otro, sexo gratuito, comunicación juego creación de
cosas…
Así es como
vivieron los “antiguos”. Para ellos se trataba ante todo de un mundo sensorial
y emocional. Quizás como juego desarrollaron lo que llamamos inteligencia. En
su simplicidad original era un cierto Paraíso para quienes lo vivieron, para
nosotros, ahora sería un infierno. Eso significa que hemos ido desarrollando un
mundo irreal, absurdo e injusto. Pero las especies no retroceden jamás en su
desarrollo sea positivo o negativo, simplemente un día mueren, desaparecen
cuando han perdido su objetivo vital.
En los Misterios
tratamos de revivir por mimesis el mundo original. Vivimos, días u horas una
especie de utopía creada no ideológicamente sino dejando aparecer nuestros
impulsos primarios y elementales más fuertes. Borramos la culturización
compulsiva a la que hemos sido obligados. Precisamente este es el “crimen nefando
“que se nos imputa. Son acciones vividas en espacio-tiempo diferentes. Un hiato
histórico curativo. Una catarsis y limpieza personal y grupal. No se trata de
una violación a normas culturales por rebeldía o negación, lo que sería
destructivo... Tampoco creer que los ritos orgiásticos sean un libertinaje
erótico ritualizado.
En la Danza
representamos utopías que se vivirán por unos momentos: danza de la mimesis
animal, recordando nuestra unidad con el mundo animal; la caza; la exploración;
el juego; el amor; la reproducción y por fin, la Creación y el Caos. La vida y
la muerte por la que continuamos viviendo en otros seres. Con ello declaramos
nuestro origen y nuestra trascendencia.
= Empiezo a
comprender lo que estoy viviendo.
= Ahora quisiera
que olvidases tu intelecto. ¿Qué estás viendo ahora aquí?
= ¡Todo es tan
evanescente y tenue con esta luz indirecta que desciende por aquella oquedad!
Esta gruta parece tener la forma de una gota de lluvia. Es posible que aquí
durante milenios girase un remolino cuyo recuerdo es este minúsculo estanque.
= ¿Te gusta estar
aquí?
= Ahora me siento
bien, pero el camino para llegar me resultó angustioso Solamente me aseguraba
tu compañía. Me siento bien. Ni frio ni calor. Un silencio como nunca lo he
experimentado antes.
= Dices que mi
compañía te aseguraba en el descenso. ¿Qué ves en mí?
= No me sugieres
una “madre” como te suelen llamar los otros. Una hermana. Quizás una esposa. Tu
mata de pelo que cae pesadamente sobre tu espalda, me fascina. Es muy hermosa
Quizás me traen algún recuerdo. Tus cicatrices hacen que me avergüence de mi
cuerpo intacto.
= ¿Te repugna mi
cuerpo? ¿Lo deseas? ¿Te reprimes? ¿Te atrae mi desnudez?
= No te deseo. El
cuerpo desnudo es tan natural para mí como parece serlo para ustedes. No me parece
más atractivo que cubierto.
=Si te lo pidiese
¿te unirías conmigo?
= No me parece
que me hayas traído aquí para eso. ¿Acaso es un rito antiguo tal como la hacían
las hieródulas en los templos antiguos?
= ¿Te repugna mi
cuerpo porque está mutilado?
= No me repugna.
Me infunde respeto. Unirme a ti me haría sentir como aquellos que te violaron.
= Quizás no lo
harías por motivos morales o religiosos?
= No tengo esos prejuicios.
= Compruebo que
no estás poseída por el “deseo”. Me alegro de tu sinceridad. Mi cuerpo tal como
está solamente puede ser atractivo por el deseo o el amor.
= ¿Has intentado
probarme?
= ¡Quizás!
Nosotros no enseñamos con palabras sino, sobre todo, con lo que hacemos.
Aprendiste con todo tu cuerpo cuando hace cuarenta años danzaste con nosotros.
Ayer cuando entraste en la “fuentona y trabajaste en la preparación de los
ungüentos, también aprendiste. Hoy estás aprendiendo…! debes perder el miedo.
°°°°°°°°°°
Lo que sucedió
inmediatamente después fue la consecuencia de sus últimas palabras. Se
incorporó suavemente y sin que yo adivinara cómo, desapareció. Es posible que
yo me ensimismase con su advertencia. No lo sé. Era posible que hubiese
desaparecido por alguna de las múltiples aberturas que perforaban las paredes a
diferentes alturas. ¿Por cuál de ellas? ¿Qué era lo que pretendía de mí con
esta brusca desaparición?
Instantáneamente tuve la intuición que se trataba de una prueba o un dilema
que yo debería resolver. Sería como una especie de koan zen presentado a su
manera. Quizá se formularia “si
permaneces te pierdes, si te mueves te pierdes” De lo que estaba seguro es
que ella no volvería a buscarme.
Permanecí largo tiempo sin moverme.
Tenía que vaciar mi mente enfrentarme conmigo mismo, dejarme llevar por lo más
primitivo y certero de mi interior sin ayuda externa alguna.
Con la
imaginación volví hacía atrás. Contemplé a Remedios sentada sobre sus talones
plácidamente. Su cuerpo desnudo, ligeramente moreno, arado por aquellas
terribles cicatrices. Su cara serena, casi sonriente, enmarcada por aquella cabellera
maravillosa que le cubría parte de la espalda como un manto sedoso. Me parecía
como una “testigo” de otra realidad.
Ella, ahora me enfrentaba con la “metanoia”
el cambio de mente, introducido en aquel como útero rocoso con mi miedo al
nacimiento y a la muerte. Un chispazo y me encontré en el vacío de la no-mente.
Me incorporé despacio. No elegí ninguno de los pasadizos que estaban en la
pared, me introduje en uno de ellos.
Penetré en la oscuridad absoluta. Caminé, repté, sin angustia ni
esperanza. Empecé a adquirir conciencia de los túneles como partes de mí mismo.
Textura de las paredes, morfología de las rocas que no veía. Palpaba con manos
y pies, con toda la piel de mi cuerpo la masa rocosa en la que me deslizaba
como un gusano en un formidable y duro queso. Lo que antes en aquellas grutas
infinitas me había aparecido opresor y siniestro, ahora me resultaba como algo
familiar, protector y cálido. Me encontraba en el no-tiempo, puesto que no
tenía objetivo alguno que alcanzar. Vivía, quizás por primera vez en mi vida,
el “instante presente”
Caí por una
chimenea vertical. Si no hubiese sido tan pulida me habría lastimado
gravemente. Parecía una caída libre en el espacio. Instintivamente con manos y
pies frenaba el descenso. La sorpresa instantánea llegó cuando caí como
vomitado, en una cámara profusamente iluminada por antorchas que diseminaban un
olor acre a resina. Después del silencio y la oscuridad me sentí agredido por
insoportables sensaciones. Quedé acuclillado en el lugar en que había caído.
°°°°°°°°°
Estaba en una
gran sala subterránea. Iluminada por docenas de antorchas incrustadas en las
oquedades de las paredes. El techo debía ser alto, porque a pesar del fuerte
olor no había humo. A la luz rojiza cimbreante se afanaban muchas personas.
Estaban untando unas a otra sus cuerpos enjalbegándolos con pastas de violentos
colores. Más allá, otros trazaban sobre estos cuerpos delicados dibujos.
Nadie pareció
percatarse de mi caída. Aquel espectáculo extraño me pareció natural, como si
hubiera sido en otro tiempo habitual para mí. Trabajan con seriedad y
dedicación como cualquier artista Hablan y ríen. Entiendo frases sueltas:
= Levanta los
brazos.
= Ábrete de
piernas.
= Inclínate.
= El azul
resaltará mejor.
Ningún diseño era
igual. Los fondos que cubrían los cuerpos hacían resaltar los elegantes
dibujos. La luz de las vacilantes antorchas, por las corrientes de aire,
producía en los cuerpos amalgamas mágicas Empecé a sospechar que las pinturas
podían contener algún tipo de minerales reflectantes o fosforescentes.
Una mujer
totalmente pintada de negro, parece haberse dado cuenta de mi presencia y se
dirige resueltamente hacía mí. Ella no está aún decorada, Me había fijado en
ella antes porque parecía saber dirigir o modificar, pues daba ciertos toques
en algunos dibujos o, metiendo los dedos en un pigmento, ella misma trazaba
sobre los cuerpos algún dibujo. Es una mujer alta y esbelta. Tiene l pelo
cuidadosamente amarrado en un moño vertical sobre su cabeza. adornado con
minúsculas florcillas silvestres, blancas y azules. En sus antebrazos y bajo
las rodillas lleva apretados ligamentos de rafia tejida, lo mismo que en
muñecas y tobillos. En el cuello collares de minúsculas campanitas que
tintinean. Lo mismo sobe sus ligaduras en tobillos y muñecas.
Me mantengo inmóvil
esperándola. ¿Seré tratado como huésped esperado o intruso? ¿Tomé el camino
correcto o el equivocado?
= ¡Bien venido!
¡Por fin llegaste! Exclama regocijada. La reconozco por la voz
= ¡Es Antonia¡ Parece que siempre me esperáis
–reflexiono en voz alta.
Ella ríe
divertida y sus dientes resaltan fuertemente en su cara negra. Me dice:
= ¿Aceptarás ser
pintado?
= Supongo que
para eso llegué aquí –digo resignado-. Oculto el rechazo que siento.
= No te gusta la
idea –dice ella perspicaz-. Nada entre nosotros es forzado.
= no es eso
–respondo-. Es un reflejo propio de mi educación lejana. Nunca me he disfrazado
y menos aún pintado. Es una especie de miedo a lo no experimentado. ¡Ya! ¡Estoy
dispuesto!
Avanzamos hacía
el grupo. Nadie me mira.
= ¡Juan! ¡Marieta!
–llama Antonia- Se acercan dos figuras cubiertas de pintura ocre.
= Ellos –dice
Antonia te harán el imprimado de fondo. Luego os decorareis unos a otros
= Yo no sabré
hacerlo –exclamo asustado-.
= Muy sencillo-
dice Juan conciliador- metes tus dedos en las pinturas y dibujas aquello que
“sientas”.
= Creatividad
pura –ríe Marieta.
= Antes, yo, haré
algo –dice Antonia. Hunde sus dedos en una vasija cercana con tinte rojo. Con
firmeza y suavidad los pasa por mi cara. Recorre los párpados, la cuenca de los
ojos. Siento la pasta suave y grasienta. Sigue el contorno de los músculos de
mi cara. Lo hace sin vacilación alguna. Solamente se detiene para cargar más
pintura.
= Me gustaría
poderme ver en un espejo –digo queriendo ser chistoso-En realidad para ocultar
la angustia y repugnancia que siento. A la vez otra parte de mí mismo lo
aprueba y me parece sentir que todo ello no es una experiencia nueva.
Mis compañeros
comienzan a extender por mi cuerpo lo que ellos llaman imprimación o fondo. Se
trata de un líquido rojo, no untuoso como el que me aplicó Antonia, que mi piel
absorbe como si fuera papel secante Extienden el tinte rápida y seguramente
mediante una especie de esponja vegetal sin omitir el menor repliegue de mi
cuerpo.
= Vas a ser el
compañero de la Dama –dice sibilinamente Marieta.-.
Comienzan a
decorarme, ahora con pinturas espesas. Me dejo modelar dócilmente Con sus
ágiles dedos me imprimen como un masaje que relaja mis tensiones. Se acerca una
mujer con fondo rojo como yo y decorada con fantásticos dibujos en que campean
dragones. Se me ocurre que pueda ser la Dama. Me contempla. Finalmente dice:
= Ya-no-eres-tú.
¿Ahora comprendes el sentido de la pintura corporal? Por un tiempo quedas
despojado de tu YO. Poco a poco esta experiencia se hará carne de tu carne. No te dejes llevar por tu
mente ¡escúpela! ¡vive tu momento!
= ¡Es un disfraz!
–exclamo-.
= Los disfraces
son una imitación- dice ella con desprecio- Esto es como crearte una nueva
piel. Lo asumirás.
°°°°°°°°°
Terminaron. Miré
mi cuerpo a la ya incierta luz de las antorchas. Rojo ladrillo con complicados
e intrincados dibujos en azul, blanco y negro. Ninguna parte de mi cuerpo había
sido omitida. Incluidas las palmas de las manos y las plantas de los pies. Me
ciñeron las apretadas ligaduras de paja dejarme tiempo para perplejidades.
Marieta me invitó para que la decorase.
= ¡Pinta como te
lo diga tu corazón!
Trato de no
pensar. Sumerjo mis dedos en la espesa pintura roja y empiezo a trazar dibujos
en la espalda de mi compañera. Con asombro
me doy cuenta que estoy trazando signos rúnicos. Se acerca Antonia y con
delicadeza comienza decorar la cara de Marieta, luego la de Juan. El cambio es
impresionante.
Aunque fuimos los
últimos en terminar. Aun debimos permanecer largo tiempo acuclillados con todos
los demás apoyándonos en el rugoso muro de roca.
= ¡Vamos! –dijo
alguien-. En fila de a uno empezamos a salir. Afortunadamente por corredores en
que se podía caminar con cierta holgura. Después de un tortuoso recorrido
salimos al exterior. Estábamos arriba en el flanco de un cerro. Seguí a los
otros por la angosta senda que descendía hacía los hornos que humeaban debajo
de nosotros. El largo crepúsculo de estas latitudes estaba a punto de acabarse.
En un momento veo con asombro que el círculo que está en medio de los hornos es
un cuadrilátero de cuadros rojos y negros.
Seguimos bajando y cuando llegamos al borde del tablero compruebo que
las casillas negras están cubiertas de carbón finamente molido y las rojas de
un polvo de insultante carmín. Ya me doy cuenta que vamos a participar de un
tipo de danza-juego. Empiezo a examinar, ahora en conjunto a mis compañeros y
me es fácil deducir algo parecido a un ajedrez convencional. La Dama y su
acompañante. Sacerdotes, guerreros ¿dioses? La Dama roja se me acerca y me toma
gentilmente de la mano conduciéndome al cuadro de partida. Es evidente que soy
el Rey o sacerdote rojo. Quizá el chamán. Digo en un susurro a la Dama:
= ¿Qué es lo que
tendré que hacer?
= Nada –responde.
Se arrodilla y se sienta sobres sus talones, la postura tradicional para ellos.
La imito y mis compañeros a nuestro alrededor. Ha oscurecido completamente
Empiezan a encender pequeñas hogueras al borde de lo que parece tablero. Pronto
quedamos rodeados de un anillo de fuego. Permanecemos inmóviles. Empiezo a
sentir calor en mi espalda. Una mujer recorre nuestras filas, va ligeramente
pintada, pero lleva máscara. Por el porte supongo que es Remedios Ella me
señala. Sus acompañantes se dirigen hacia mí
y me colocan un collar de la que pende un hacha de piedra, posiblemente
obsidiana maravillosamente pulida, una verdadera joya. Luego m coronan con un
ancho cintillo de paja que tiene hermosos dibujos.
= Vamos a entrar
en juego de la vida y de la muerte – me susurra mi compañera-.
Comienza una música extraña. Agresiva. Todos
nos incorporamos. Sentía como si la música me estuviese dictando lo que tenía
que realizar. Empecé a moverme por el tablero en movimientos y contra
movimientos, siempre por los cuadros negros, pero manteniendo un ritmo especial.
Fui perdiendo el sentido de la realidad. La atmósfera era muy pesada por el
humo de los hornos. Me parecía encontrarme en una especie de extraña batalla en
la que no tenía que agredir a nadie, pero que estaba dictada en una experiencia
milenaria.
Solamente cuando cesó la música y nos
alineamos en nuestros casilleros primitivos me di cuenta que debía haber danzado
muchas horas ya que el sol estaba apuntando. ¿Me había intoxicado con el
monóxido de carbono? En ese momento advertí que en el centro del tablero estaba
una persona. Sonó la voz clara y cascada de un anciano. Era el tío Mariano.
Fantásticamente pintado y supongo que con los atributos de lo que fue un
guerrero íbero. Estas fueron sus palabras:
“El Misterio que
hemos celebrado hoy nos ha hablado de la “duración”. Y como “cambiando”
permanecemos a través del tiempo. Somos los antiguos y los nuevos. Cuerpos,
costumbres, ropajes cambian. Nos disolvemos muchas veces en nuestros elementos
primarios uniéndonos con lo que nos rodea y un día volvemos. El Misterio
también nos señala que somos seres limitados, aunque participemos de la emergía
del cosmos. El medio que ahora nos rodea se degrada por la estupidez humana. La
cultura que compartimos no acepta la “alteridad”. Este es el mensaje que
recibimos esta noche a través de nuestra Danza. Este será el tema de nuestra
meditación”.
= ¡Sea así! Gritaron todos los circunstantes.
°°°°°°°°°
Increíblemente el
pesado maquillaje se disolvió después de un prolijo baño en las heladas aguas
del arroyo. Comí algo apresuradamente y me dormí inmediatamente, despertando a
la caída de la tarde. Aun recostado
repasé los acontecimientos del día anterior. Para mi mente eran
difíciles de asimilar. Me costaba aceptar todo tipo de ritos y ceremonias.
Tampoco me halagaba el hecho de haber sido elegido como neófito por ellos.
Quizá pesaba sobre mí el hecho de mi marcado materialismo científico. Era
posible que en otra época de mi vida hubiera rechazado participar en todo
aquello. Ahora tenían un dejo de aventura. Una sombra interrumpió mis
meditaciones. Era Antonia.
= ¿No te vas a
levantar a comer alguna cosa?
= Estaba pensando
–respondí desorientado.
= En lo de ayer
seguramente –dijo ella -. Me apuesto que todo ello chocó a tus prejuicios
propios e introyectados. Crees que somos un grupo de locos fanáticos.
= Confieso que me
parecéis personas muy singulares. Estoy confuso. Siéntate un rato. Luego iré a
comer.
Ella se sentó a
mi lado.
= Me pregunto
–comencé- el porqué de tanta ritualización.
“Cierto tienes
una confusión. Existen los ritos vivos y los ritos muertos. La diferencia es
que los que has conocido hasta el momento son de los primeros. Mera repetición
de formas fijas. Los ritos vivos son esquemas creativos. Lo que hicimos anoche,
probablemente no se hizo nunca antes y posiblemente no se repetirá jamás.
Nuestros ritos, si los quieres llamar así, son como las obras de arte, únicas.
Los primeros son mera palabrería adornada con gestualidad. Los que hacemos
implican un mensaje vital. Contempla lo que nos rodea: este pasto duro sobre el
que estamos sentados, los cerros que nos rodean, las florcillas minúsculas,
visitadas por insectos zumbadores. Los ratones., ardillas…Todo ello es un
lenguaje para quienes aprendemos a descifrarlo. Para la mayoría de nuestros coetáneos
no dicen nada. Ni siquiera se darán cuenta que existen. En los Misterios existe
información, pero hay que saber leerla. Allí están los arquetipos que explican
el sentido del mundo y de la vida, así como de vivirla en forma armónica y
constructiva. Son arquetipos dramatizados.
= No consigo
captar, Antonia, cual puede ser ese mensaje primordial que nos entregan los
arquetipos.
= Contienen un
esquema emocional, sensorial par que colectiva e individualmente se comprenda
la dirección del cosmos, su trascendencia y nuestra inserción en ello. Es
decir, Nos tratan de enfrentar con el Misterio de los misterios que tanto ha
preocupado al ser humano desde el comienzo de los tiempos.
= No consigo
entender.
Antonia continuó
sin impacientarse:
= Existe una
información primaria, un camino que conduce a la intuición no racional,
no-discursiva del sentido de lo existente, llámalo como quieras con tal que no
trates de intelectualizarlo, (porque no es inteligible) describirlo y menos aún,
pecado máximo, antropoformalizarlo o captarlo de cualquier manera existente.
Llámalo Tao, Absoluto.
= ¿Qué sentido
tiene intuirlo?
= Saber-que-está-ahí.
= ¿Eso es la fe?
= No. Simplemente
una aceptación íntima, una certeza que no es ni emocional, ni racional Es el
reconocimiento de una Trascendencia que nos escapa
=? ¿Es la esencia
de los Misterios?
= Absolutamente,
no. Carecen de esencia. Son esquemas, arquetipos. Dedos que señalan una
dirección.
=? ¿Cómo fue
posible que esos pueblos “originales” tan simples pudieran alcanzar eso que
llamas intuición primaria?
= Ellos era seres
que vivían tan inmersos en el mundo que les rodeaba, sin intermediarios de
ninguna naturaleza, algo así como los peces en el agua en una simbiosis que
nosotros nunca seremos capaces de experimentar.
Pero. dejemos de
especular. Me has arrastrado a tu terreno preferido. Lo que ocurrirá esta noche
te sacudirá profundamente. Dejará en ti la semilla que germinando en tu vida
diaria te hará comprender muchas cosas que te preguntas. ! Ven
¡Lo que te espera
significará un gran esfuerzo físico! Luego iremos a maquillarnos
= ¡Otra vez!? ¿Para
qué nos lavamos entonces? ¿Para qué necesitamos decorarnos el cuerpo
= Hoy será
diferente. Nadie te decorará tu serás tu propio artista.
°°°°°°°°°°
El humo de los
hornos subía verticalmente hacía el cielo. No había viento. Todos, sentados en
pequeños grupos, comíamos con apetito y conversábamos alegre y ligeramente. Aquello
no difería de cualquier fiesta campestre. Circulaban grandes pedazos de cabrito
asado, hogazas de dorado pan y las botas con el grueso vino de la región eran
lanzadas por el aire y atrapadas con deleite. Se comía sin plato y se bebía de
la bota el delgado chorrillo que gorgoriteaba en la garganta. Supongo que
pareceríamos gentes salidas de alguna novela de Cervantes. .
Aun no terminada
la comida los perros limpiaban concienzudamente el lugar. Como no existían
desechos de papeles o plásticos todo quedaría limpio.
Un comentario me
intrigó:
= Hoy tendremos
un cielo bajo perfecto. Enseguida:
= ¡Vamos! ¡Ven!
¡Hay que apurarse!
Esta última frase
la oí por primera vez entre ellos, siempre calmos. Seguí al grupo que en fila india
trepaba por los senderillos que ascendían el cerro. Así volvimos a la gruta del
día anterior. Pero, existía un cambio. Colgadas en las paredes entre las
antorchas había un sinnúmero de máscaras representando casi todos animales en
una manera espeluznantemente realista.
Se acercó Remedios.:
= Elige tu
máscara y caracterízate a tu modo. Sin pensar.
Empecé a examinar
una por una las máscaras. Hermosas y horribles. Feroces o demoníacas. Naturales
como si hubieran sido hechas con los despojos de los seres que representaban.
Bisontes, uros, tigres de dientes de sable, leopardos de las nieves, osos,
lobos osos cavernarios… Algunos de aquellos animales habían desaparecido desde hacía
milenios de milenios. Todas estaban hechas, cualquiera que fuese su tamaño, de
manera que encajasen perfectamente en una cabeza humana, El tigre me fascinaba,
pero tomé, sin saber el por qué, la de un leopardo de las nieves. Decidí
ensayarla. Con asombro, a pesar de su rigidez, se adaptó perfectamente a mi
cabeza y hombros. Podía respirar bien y ver por sus ojos. Casi con respeto la
volvía a colgar del muro y empecé a depositar mis ropas a sus pies. Busqué el
imprimado blanco con que me cubrirla. Lo encontré. Era una pasta aceitosa en la
que metí mis manos con repugnancia. La empecé a extender sobre mi cuerpo y con
cierto pánico vi que penetraba en mi piel y no permanecía sobre ella como la
del día anterior. Se me figuró que no me la podría sacar más. A pesar de ello
continué extendiendo la pasta. Remedios se me acercó y observó en voz baja y
juguetona:
= ¡Bien! ¡Muy
bien! No olvides que todo debe ser cubierto, la planta de los pies, entre los
dedos…
= Me asfixiaré. Es
más espesa que la de ayer.
= No temas. Son
productos naturales. Tu cuerpo respirará normalmente.
Cuando terminé
era ya uno de los últimos. Endosé mi máscara y seguí a los otros que ya estaban
saliendo.
°°°°°°°°°
Fue una
experiencia estremecedora. Creo que la mimesis de la vida animal prehumana. Se
recordaban momentos en que el ser humano estaba en un estadio identificado con
el animal y a la vez ya no lo era. Empezaba a tener conciencia de sí mismo.
Aquella música sincopada, los movimientos (¿la conciencia?) de mis compañeros
inducían mi existencia en aquel momento. Todo salía en forma espontánea de mí
mismo sin ninguna pérdida de mi identidad era yo mismo en otro tiempo y
espacio.
Otra vez la Danza
duró hasta el amanecer. Lo que siguió en los dos días siguientes ya me resulta
imposible relatarlo o describirlo. Fueron etapas de una organización tan
diferente a nuestra sociedad que en que las relaciones no era fruto de la
mente, sino de la sensación y del cuerpo. Se verificaba la
vida-muerte-reencarnación-unidad con el cosmos en un sincretismo sensorial
inexpresable.
A pesar de mi
edad y las horas y horas de danza orgiástica no me sentía agotado porque no se
realizaban a base de un esfuerzo muscular y nervioso, sino que nos movíamos
como peces o pájaros en un no-elemento, bogábamos y nos deslizábamos en un
espacio diferente, ingrávidos y felices.
°°°°°°°°°
Había terminado
la gran Danza. Final. Sentados alrededor del gran círculo central vacío
descansábamos. Decidí irme a lavar antes que se me enfriase el cuerpo. Me
estaba incorporando cuando la pesada mano de Antonia me detuvo:
= ¿A dónde te
diriges?
= Quiero ir a
lavarme las pinturas.
= No, - dijo ella
imperiosa-. Hasta ahora nos hemos visto así a la luz de las antorchas o de la
incierta del alba. Ahora nos contemplaremos a la luz del día. Conviviremos. Ya
eres uno de nosotros. ¿Te avergonzarás de serlo? Además –añadió con picardía_
las “vestiduras” nos preservarán de lo que va a venir. Ahora tenemos que ensacar
el carbón. Es el trabajo sucio. Los tambores continuaban tocando en sordina un
ritmo lento, una readecuación a la vida corriente después de los ritmos huracanados
de la danza y el éxtasis.
Se había hecho
completamente de día. Aunque sin máscaras todos apreciamos irreconocibles, aun
la misma Antonia. Nos dispersamos al azar para desayunarnos junto a las
pequeñas hogueritas. Alrededor de la mía estaban Remedios, Manuela y un hombre
y mujer para mi desconocida.
= ¿Estás muy cansado? –preguntó Remedios.
= Si y no
–respondí-.
= ¿Cómo es eso,
hombre? Dijo el desconocido que me recordaba un pascuense con su alto moño y
dibujos.
= A mi edad y después
del dispendio de energía de estos días mi cuerpo lo siente a la vez me domina
una gran energía.
= Bah! - dijo la
mujer, aquí la mayoría somos abuelos.
=Supongo, dijo
Remedios, que no creerás que celebramos todos los meses cosas parecidas
= Es de suponer.
Pero ¿Quién podría suponer que hoy día se celebrasen aquí en Europa este tipo
de ceremonias?
= No somos los
únicos. Se hacen en otras partes. No son conocidos porque aún son considerados
como ¡nefandos” Brujos, aquelarres, grupos de depravados…
= Supongo que ya
no serán quemados.
= Cierto. Pero
mira mi cuerpo y calcula que esto que me sucedió no ocurrió hace demasiados
años. Aun ahora existen grupos de exaltados que se juzgan los Vengadores de
Dios. La “alteridad” sigue considerándose como un crimen social.
= Estoy confundido.
¿Qué me ha sucedido en estos pocos días?
= se despertaron
en tu cuerpo potencialidades y captación de energías dormidas. Algo que era corriente
en nuestros lejanos antepasados a lo que se denomina “originales”. Era un
conocimiento vital que les permitía vivir
adaptados a su realidad en forma plástica y sin necesidad medios
externos o artefactos como nosotros Cuando se fue perdiendo la unidad original
(el mito dice que fueron arrojados del
Paraíso) se perdió la capacidad adaptativa. Y se trató de llenar el vacío con
creaciones externas y artificiales. El resultado somos nosotros que nos vamos convirtiendo
lentamente, también en artefactos.
°°°°°°°°°
Descargar los hornos
de carbón no era cosa sencilla ni agradable. Hubo que extender el carbón aún
caliente para que se enfriase. Pronto estábamos envueltos en una nube de
polvillo negro. Nuestras brillantes pinturas eran unas formas oscuras y
terrosas. Alguien me comentó
= ¡Ves! ¡Así es
la vida! Hay que tomarla con buen humor. Hace poco parecíamos dioses, ahora
tenemos que tener cuidado de no quemarnos hundidos en lo más terreno y sucio
que nos dará calor en el frío invierno. Cuando se comprende que esto es
igualmente vida has encontrado el
camino.
Tres días de
intenso trabajo en que nosotros y todo aparecía impregnando del polvillo del
carbón. Fue una experiencia de suciedad como nunca la había tenido. Finalmente
vino la meticulosa limpieza de nuestros cuerpos en que nos ayudamos unos otros
usando una arcilla blanca y desengrasante.
Repartidos los
sacos de carbón cada grupo partió sin grandes despedidas.
°°°°°°°°°°
En el camino de
vuelta busqué ansiosamente la compañía de Antonia y Manuela. Me llamaba la
atención que el numeroso grupo caminase en extraño silencio. Solamente me
atreví a interrogar a Antonia en un susurro cuando apareció en la lejanía el
nido de cigüeña que coronaba la torre del campanario del villorrio:
= Y…ahora ¿qué?
= Lo de siempre
Tú volverá a tu lejano país. Nosotros a nuestras tareas. Solamente en
apariencia. La vida no se repite. Lo que has vivido en estos días deberá ser
una parte de ti mismo en lo que hagas y vivas. Te servirá para comprender la
esencia de lo natural. Si te dejas modelar por el movimiento de sus fuerzas
ancestrales te dirigirá hacía donde no existe límite alguno y no dependerás de
lo externo a ti mismo.
°°°°°°°°
Decidí que en el
tiempo escaso que me quedaba hasta que llegasen a recogerme mis amigos,
trataría de conocer algo mejor a las gentes del caserío. Así que aquella misma
tarde salí a vagar por las callejas, dispuesto a entablar conversación con cada
de los que encontrase. Sospechaba que detrás aquellas caras arrugadas de
ancianos había misterios insondables. Si, me habían aceptado, y no existía otra
muralla entre nosotros que la que yo mismo me había creado hasta entonces.
Así que me dirigí
directamente hacía aquel viejito que hasta entonces me había aparecido de cara terrible
y atrabiliaria. Como le había visto otras veces estaba sentado a la puerta de
su corral tejiendo laboriosamente trenzas de esparto. Las sujetaba enganchadas
al dedo gordo de uno de sus nudosos pies. Trenzaba despaciosa y prolijamente.
Me detuve ante él fascinado como siempre por el trabajo de un
artesanos-artista. Saludé. Me contestó con un gruñido vago poco alentador. Le
seguí contemplando. Me ignoraba absorbido en su trabajo. De repente empezó a
monologar en voz alta:
= Dicen que son
muy toscas. Ya muy pocos las usan
= ¿el qué? -pregunté
desorientado.-. Continuó sin hacerme caso:
= Cuando estan
muy gastadas no cuesta nada hacer unas nuevas.. Entonces levantó la cara por
primera vez y me sonrió maliciosamente:
= Pues, hijo, las
espardeñas. ¿No las conoces? Las auténticas, digo yo. Son las abuelas o
bisabuelas de las alpargatas:
=¿Cómo así
¿-acerté a decir-.
= Ni siquiera
sabe de lo que hablo -gruñó-.
= Desde luego que
sí. Hace poco compré unas, las tengo en mi mochila.
Me miró con sus
ojillos negros hundidos en una constelación de arrugas. Mi afirmación parecía
haberle sonado como blasfemia. En su mirada había una ironía que trascendía el tiempo.
= Seguro que de
esas con cintas -afirmó-. Hechas para señoritos que juegan en sus bailes
parecerse a campesinos.
Sacándose el
cordel del pie se levantó con una agilidad que yo no podía suponer y acercándose
al portón medio abierto descolgó un par de espardeñas y me las alcanzó. Las
examiné. Eran una maravilla de finura artesana. Todas tejidas de esparto. Punta
y talón de una pieza. Cordones exquisitos del mismo material fino y resistente.
Algo absolutamente diferente de lo que vendía en el comercio y además que
denotaba técnicas y forma muy antiguas.
=Son perfectas- exclamé-
=Antes, hijo, en tiempo de mis padres se
hacían aún mejores. ¡Eran de cáñamo! ¡Creías no llevar nada en los pies!
= Usted abuelo
debe tener, ahora, mucha edad
= Llámame mejor
tío Mariano. ¿Edad? No sé. Dicen que más de cien años. He vivido muchas
guerras.
= Me gustaría ver
como se hacen esas espardeñas tejidas de una sola pieza.
= Con gusto,
hijo. Siempre a un buen artesano le gusta mostrar sus habilidades Puedo hacer
unas para usted. ¡No por dinero! Lo último lo dijo con marcado desprecio
= Me encantaría.
= Entonces vuelva
mañana.
°°°°°°°°°°°°°
Al día siguiente
acompañé a aquellos que iban al trabajo de las huertas. Al regreso en la tarde,
muy cansado, tenía pocas ganas de ir a buscar al tío Mariano. De todas maneras,
me esforcé. Junto a su asiento, esta vez, había otro vacío.
= ¡Buenas tardes,
tío Mariano!
= Buenas!
-respondió- ¡Siéntese aquí a mi lado si gusta! Tiene cara de cansado. Las
huertas deben parecerle lejos. Trabajosamente con sus manos nudosas y
deformadas estaba cosiendo la suela de una espardeña con una larga aguja.
Protegía su mano derecha con una banda de cuero para empujar la aguja. =
¿Resulta difícil ese tipo de cosido?
= No tanto cuando
se tiene práctica. Esta trenza enrollada que forma la suela debe quedar muy
apretada. Ahora hacen trampa, colocan las suelas en una prensa de vapor que las
hace parecer muy compactas. Entonces ví la espardeña terminada que estaba
tirada bajo la silla del anciano. La tomé. Era un trabajo perfecto y minucioso
totalmente diferente de las que se vendía en el comercio. La punta y el talón
muy pequeños habían sido tejidos en la misma suela. Tampoco tenían las clásicas
cintas negras, sino fuertes y finos cordeles apretadamente trenzados.
El tío Mariano me
miraba con satisfacción. Finalmente dijo:
= Como ves son
muy livianas y duraderas. No se sienten cuando uno las lleva, parecen parte del
pie. Además, no tiene por objeto cubrirlo y defenderlo del polvo como sus
nietas de ahora, las alpargatas. Están hechas completamente de los pastos que
crecen en la tierra. Luego con sorna: ¡Ahora prefieren las alpargatas así no se
advierte que tienen los pies sucios!
= Pero… -alcancé
a musitar-.
= ¡Si, ya sé! ¡El
polvo! ¡la suciedad! ¡Es como caminar descalzo! La suciedad es la mugre que
está pegada en la piel, no la que cada día lavamos antes de irnos a acostar.
Preferí no
contestar, convencido que el anciano tenía ideas bien particulares sobre el
asunto.
°°°°°°°°°°°°°
Esa tarde, aun
hablamos de muchas cosas. El tío Mariano, pronto me pareció inagotable sobre
cualquier tema. Aquello me intrigaba tenía una claridad mental que no se piensa
en personas de tanta edad. Supe que había viajado mucho. Había vivido en África
algunos años y muchos más en un país de
América. Llegamos a ellos fue siempre por las famosas espardeñas. Pregunté
tontamente
:= ¿Entonces las
espardeñas son muy antiguas?
Esta pregunta le
disparó. Empezó diciendo que probablemente el modelo provenía de Asia. Y que el
modelo lo trajeron los árabes (el decía los “moros”). Insistía que no se
trataba de un calzado, sino de una defensa para los pies, lo mismo que las
“abarcas” de cuero (que nosotros denominamos “ojotas”) que son originalmente
pedazos de cuero amarradas con tiras de lo mismo. Luego mirándome a los pies
dijo que yo llevaba sandalias mayas y que las usaron iguales los moros y los negros….
= ¿Cómo sabe
tantos detalles?
= En Guatemala
las usan, pues, hombre, yo lo he visto con estos ojos que se comerán los
gusanos. También en África. ¡Si yo he recorrido harto mundo, hijo!
= Vivió en Guatemala?
= Ahora -dijo
levantándose bruscamente - tengo que hacer otros menesteres. ¡Llévate las
espardeñas! Se levantó trabajosamente y renqueando se internó en su corral.
Quedé inquieto.
¿Mi pregunta había sido indiscreta? Además, sus movimientos los teatralizaba. ¿En
realidad, era mucho más ágil de lo que quería demostrar? ¿Por qué no se deleitaba
en contarme sus aventuras como lo haría cualquier otro anciano?
Cuando hoy llegué
donde el tío Mariano, este, ocioso, tenía un gato negro sobre sus rodillas. Si no
hubiese sido por los grandes ojos amarillos y su fuerte ronroneo, habría pasado
desapercibido sobre los negros pantalones del viejo.
= ¿Le gustan los
gatos?
= Claro, pues,
hijo. ¿Acaso es que me estoy acariciando las rodillas?
Solamente
entonces comprendí lo tonto de mi pregunta
= Este gato, - encadenó
él- mi perro, todos los animales ¡somos uno! Tú sin duda debes ser uno de los
que se cree muy superior a ellos.
= Acaso –
respondí zumbón – usted fue gato en una vida anterior. Enseguida supe que había
hecho una broma equivocada
. El movió la
cabeza y afloro en sus arrugas una mueca irónica.
= ¡Te creía de
otra pasta! ¡Somos animales! ¡Eres animal y a mucha honra!
Como en esta
ocasión no hay otra silla que la del anciano, me siento en el polvo con las
piernas cruzadas. Sin mirarme continúa
= ¡Ay! ¡El señorito!
(el usa siempre esta frase en forma despectiva), se va a contaminar con el
sucio polvo! ¡Pobrecito! Continúa acariciando a su gato. Y habla con una
extraña voz monocorde:
Me despierto. Durante un
rato, bostezando me encuentro entre el sueño y la realidad. Poco a poco voy
observando cuanto me rodea Me siento bien en ese sopor cómodo. Mi cuerpo está
caliente y agradable. ¿Qué me impulsa a incorporarme? Siento hambre. Me
levanto. Me estiro largamente. Hago circular mi sangre. Doy vueltas. Olisqueo. Encuentro
el lugar apropiado. Orino y defeco. Cubro cuidadosamente mis excrementos. Tenso
mis músculos y me dispongo a buscar alimento. Lo encuentro. Como y bebo.
Satisfecho busco un lugar agradable donde me tiendo.
Según mis ciclos, buscare una compañera para
aparearme. Alcanzaré
Un breve
éxtasis. Recuperaré las energías gastadas en perpetuar mi especie.
Tal es mi naturaleza animal.
Mi misión es llenar las necesidades fundamentales de mi animalidad. Todo lo demás
es adorno que desconozco.
El anciano terminó
su soliloquio y dirigiéndose a mí con su voz habitual:
= Creemos que
“pensamos”, nos dicen que tenemos alma y que por ello no somos como los
animales. Si ello es así o no, lo ignoro, pero estoy firmemente convencido que
los animales tienen lo mismo, pero a su manera. Tener alma, pensar, no
significa que primariamente no seamos animales. El alma se debe construir sobre
ese fundamento animal. Si no existe este, ella no es nada. No hay que destruir
nada de lo que somos, sino sencillamente armonizarlo… Luego calló. Esperé largo
tiempo en silencio, finalmente me atreví a decirle:
=Tío Mariano, sus
reflexiones me parecen muy sabias, pero todas las culturas, aun las que
juzgamos muy primitivas, luchan por alejar a sus componentes de su pasado
animal. Ser animales les parece una degradación.
= Siii! ¡Eso es
verdad! Pero quizá porque niegan su animalidad cometen acciones que avergonzarían
a cualquier animal: matan sin necesidad, se matan entre los de su misma especie,
violan, hacen guerras, tiran bombas…
ºººººººººººººº
Comenté las
extrañas reflexiones del tío Mariano con mis amigas y añadí: = Como a mí me
queda muy poco tiempo con ustedes, es difícil que le escuché extenderse más
sobre el mismo tema.
= Es posible que
sí- comentó Manuela- porque la conversa siempre sobre sus ideas fijas tomadas
de su experiencia y no de libros como otros.
=Entonces –dije
yo- trataré de tirarle de la lengua.
= Eso no te servirá
- añadió Antonia_ porque él dice que solamente se debe hablar a quien tiene los
oídos para escuchar porque lo otro es tirar flores a los puercos.
Yo debía tener
los oídos abiertos porque aquel mismo atardecer cuando me dirigía a la fuente
por agua al pasar delante de él me dijo:
= ¡Eh, forastero!
¿Pensó que ante todo somos animales? ¡Sin ofenderles a ellos!
= Desde luego
–respondí.
Mis palabras le
animaron:
= Pues, hombre,
si todo es clarísimo. Los animales a los que tanto se desprecia suelen ser
mejores que nosotros. Es como si los seres humanos hubiésemos perdido el
sentido natural. Ellos ni siquiera nos atacan, siempre que no nos opongamos a
sus necesidades naturales, si están sanos y si nosotros no les atacamos.
= Entonces, según
usted, ¿nosotros los humanos deberíamos ser amistosos teniendo nuestras necesidades
primarias cubiertas?
=Así debería ser.
Pero el ser humano se enferma de su mente y entonces suele ser más peligroso
que cualquier perro rabioso. Su última manía es el “manipular” todo.
¡Antiguamente no era así!
Inmediatamente
pensé para mí. Este anciano tampoco ha podido escapar a la obsesión que el
pasado fue siempre mejor. Pareció adivinarlo:
= “No seas tonto,
los “originales” eran como nosotros, solamente que aun nadie les había metido
en la cabeza que ellos eran “los reyes de la creación”. Esa afirmación nos cagó
la vida a todos nosotros. Rompió su unidad con todo lo que le rodeaba al ser
humano, le entregó la “desmesura”. Le autorizo para que intentase dominar a
todo para someterlo a sus deseos arbitrarios. Lo que no se le somete, lo
aniquila. Mira a nuestro alrededor. Nos rodea ya el desierto. Todo el país va camino
de ser un desierto. Cuando aun con-vivíamos con estas tierras nos proporcionaban
alimento en abundancia. Ya no sabemos vivir y dejar vivir…
Hacía ya un rato
que haba llegado otro anciano, aún más apergaminado que Mariano. Hasta entonces
el recién llegado permanecía en silencio con una mirada burlona. Se llamaba Rafael. Repentinamente el tío
Mariano se interrumpió dirigiéndose al otro:
=Tú, Rafael,
seguro que opinas diferente.
=!Je! ¡je! –río
el otro entre dientes. Se acuclilló apoyándose en la pared.
=Ahora vendrá lo
bueno –dijo Manuela -. El callejón se iba ensombreciendo. Se escuchaba en el
silencio los resoplidos del ganado en los patios. Más lejos alguien cantaba.
Los dos ancianos callados, parecían haberse adormilado. Comprendí que se
preparaban para un torneo habitual en ellos.
= ¡Di, pues,
Rafael!
=¿Qué quieres que
diga? –respondió cachazudo el otro -= lo que dices siempre. Quiero que el señor
te escuche. =¡Bah! ¡Que le
pueden interesar las tonteras que digan dos viejos chochos!
= Se están como
escupiendo las manos para ver quien se agarra más fuerte - susurró Manuela -.
Yo estaba pensando que el viejo no quería discutir delante de mí. En ese
momento llegó Toña
= Hija estamos
esperando el agua para preparar la cena.
= Pues llévala tú,
porque yo aquí me quedo. Se levantó y ayudó a su madre a colocarse el rodete de
paja sobre la cabeza y le colocó l pesado cántaro. Toña se alejó muy erguida
diciendo:
= En un ratito yo
también vengo.
Rafael, entonces,
rompió a hablar:
= Me apuesto que
estuviste diciendo aquello de que los seres humanos no queremos reconocer
nuestro ancestro animal y de que somos unos animales más…
= ¿Será mentir acaso?
– respondió beligerante el otro-.
= Desde luego que
no. Lo que no me gusta es que te quedas siempre en lo mismo. Nos guste o no,
los seres humanos hemos sido capaces de cambiar el mundo, con una visión tan
chica que hasta estamos en camino de destruirnos a nosotros mismos. Eso no lo
ha hecho jamás ningún animal. No puede. Somos un cáncer de nuestro mundo.
Crecemos y crecemos, sin preocuparnos del resto. Somos un tumor que vivimos a
costa de cuanto nos rodea. Igual que el cáncer con nuestros desechos y extensión
aniquilamos nuestro entorno. Por eso dijo el sabio indio piel roja que “los
civilizados éramos los únicos animales que se cagaban en su propio nido” ¡En
fin, todos somos así!
== ¡Ves! - gritó
triunfante el tío Mariano -. Tú mismo lo has dicho. Si hubiéramos aceptado
siempre ser lo que somos, nada más que animales pensantes y hubiésemos permanecido
integrados a nuestro medio, como lo fueron los Antiguos por millones de años,
no estaríamos al borde de colapso como especie.
Comprendiendo que
los dos ancianos iban a dar vuelta interminablemente al tema intervine:
= Ahora comprendo
como ustedes parece que buscaron una integración de lo viejo con lo nuevo…
= ¡Nooo! –gritó
el tío Mariano -. No entiendes. No somos idealistas como los de tu especie. ¡Somos
fósiles vivientes! Estamos enraizados en otro tiempo.
= Entienda, señor,
- intervino cortésmente el tío Rafael – nosotros no intentamos cambiar el mundo.
Vivimos simplemente a la manea que lo hicieron nuestros abuelos y los abuelos
de ellos, cuando la iglesia que está ahí no existía y en ese lugar se adoraban
dioses aun sin nombre. Podemos vivir así porque estimamos la simplicidad sin
nombre y sin deseos. Como explica el Mariano no tenemos otras necesidades que
las elementales y podemos ser felices con ellas porque las aceptamos y nos
aceptamos. Las palabras son engañosas y no soy capaz de expresar lo que
“sentimos y vivimos”
Yo, como Mariano
y otros, hemos viajado por el ancho mundo. Fuimos a conocer gentes y grupos
parecidos a nosotros que en muchos lugares son tachados de salvajes y primitivos,
una especie de vergüenza para su país. Estos grupos son muy diferentes y
escasos, pero todos, ellos y nosotros, concebimos el mundo de la misma
manera
En nuestros
viajes comprendimos que la civilización y el desarrollo significan “necesitar
siempre MÁS, de cosas y artefactos” que en definitiva no dan el equilibrio
necesario para apreciar la Vida y aceptarla en sus aspectos favorables y
desfavorables …
Miré a mis
amigas. Me día cuenta que ellas comprendían profundamente todo aquello que se
decía. Yo mismo capté en un instante fulgurante la DANZA y cuanto había vivido
con ellos en estos días.
ºººººººººººº
Cuando me levanté
al día siguiente tuve el presentimiento que eran pocas las horas que me
quedaban en aquel lugar. Horas después mis amigos descendían alegremente en mi
busca. Todo fue apresurado. Una bendición pues me ahorraba las despedidas. A
mitad de la subida hacía el camino donde esperaba el auto, me volví para hacer
una seña a mis amigas, seguro que ya nunca más volvería..
oooooooooooooooooo
ooo
Addenda
Entre mis notas
encontré estas reflexiones de Remedios que anoté y que no recuerdo el momento
en que me las comunicó:
“es muy difícil entender la
música para ti ya que la de tu sociedad es música de alguna manera intelectual.
Sin embargo, la música no era así al “principio”. La música se dirigía al
cuerpo, debía penetrarte físicamente, envolverte, pegarse a ti.
= ¿Por eso es que uno se siente como electrizado con
la vuestra?
= La música es como la “forma” de la danza. En
general los buenos danzarines utilizan la música, el ritmo como el nadador el
agua. Se mueven apoyados en ella, deslizándose en ella. Aquellos que se dejan
poseer por la danza, su cuerpo la expresa armónicamente con todas sus partes:
manos, pies, vientre, músculos. ! ¡Todo! Aunque el danzarín haya sido experto
antes en códigos de baile los olvidará y su danza SERA TOTALMENTE SUYA, aunque
contradiga todo lo que antes practicaba como la forma correcta. HABRÁ
CONSEGUIDO LA PERFECCION DE LA DANZA.
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