LA VUELTA A LA DANZA

 

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II. LA VUELTA A LA DANZA


 

 Cuarenta años es mucho

 tiempoNunca olvidé la Danza.

Durante esos años intenté ensayarla de nuevo..

Me habían dicho que era irrepetible.

 

Un día, el Camino, el Tao me encontró. No fui yo quien lo encontré a él. Lao, el Viejo, fue mi maestro. Tuve que decrecer, olvidar, desaprender.

“Si no sois como niños no entrareis en el reino de los cielos”.

Medité. Viví el “instante presente”.

Un día estalló en mí la comprensión. Penetré en la Danza. Mi danza y la de las partículas elementales del universo. Tela de araña misteriosa  de la que somos un tenue hilo.

 

°°°°°°°

    Me encontré caminando de nuevo a través de Europa. Casi, sin saber cómo. Un viaje, capricho de amigos benévolos. No me hacía ilusiones. Había transcurrido más de una generación. Todo había cambiado. Pensaba que el caserío que buscaba ya no podía existir comido por el progreso o el desierto circundante. Quedarían solamente cimientos, restos de la torre de la iglesia. Quizá en ese lugar ahora habría un restaurante o una bencinera. Si quedaban algunas personas de las que conocí serían viejos, hijos o nietos de mis amigas de un día. Avergonzados de su miserable pasado jurarían irónicos que nada existió parecido a la Danza.

   

No soy un romántico. Buscaría los restos del pasado, aceptando la realidad del presente tal como se diese.

Me pregunté: ¿Encontraré aquel insignificante camino en el marasmo de las modernas autorrutas? Julio. Las cosechas habrán sido levantadas. ¿Distinguiré en el mar de polvo ondulado y atormentado el insignificante caserío? Estudié mapas. Creí reconocer caminos. Me introduje en la meseta inhóspita. La encontré más árida que antes. Indudablemente que el desierto africano había avanzado hacia los Pirineos. Me habían advertido también que ya en los inviernos no llovía. ¿Pueblos? Algunos quedan aun- me informaron-. ¿Caseríos y villorrios? Me habían mirado burlescos. Dijeron:

= ¡Eso no existe ahora!

   

 Estaba intentando cerciorarme por mi mismo. Casi, tenían razón. Tierras yermas, sin rastros de cultivos. Algún pueblo viviendo de recuerdos históricos gratos al turismo.

Cuando sospeché que aquella era la región en que estuvo el villorrio que buscaba, pedí a mis amigos que me la dejasen recorrer a pie. Desde un auto es difícil ubicar viviendas de tierra apisonada poco diferentes del espacio que las rodea. Pensé que mi búsqueda sería inútil. Sinembargo tomé mi mochila, agua y unos buenos binoculares. Aun me sentía ágil para caminar.

    Después que se alejó el vehículo de mis amigos frente a la entrada de un viejo camino que supuse sería el que buscaba, reviví el pasado. Racionalmente sabía que mi búsqueda era tan ideal como la de la mítica Aztlán o la Ciudad de los Cesares…No importaba. Aceptaba la realidad como se diese.

 

    Quizás pasé varias veces frente a la entrada del camino, ahora en desuso, que buscaba sin .conseguír ubicarlo. El antiguo asfalto estaba cuarteado. En los intersticios vegetaban altos pastos secos, Las colinas que se extendían a pérdida de vista parecían dunas de polvo habiendo perdido su antigua fisonomía. Ahora, presentaban un aspecto salvaje, cubiertas de  matorrales espinosos y pastos secos. Ya demostraban que no fueron cultivadas en muchos años. Desorientado, desanimado me propuse rápidamente llegar, al menos, hasta el último pueblo que recordaba existía al final del antiguo camino. Estaba señalado en uno de los mapas. Caminaría los veinte kilómetros de aquel camino extraviado. Andaba lentamente a causa del calor y que no deseaba fatigarme. Además iba escudriñando  cualquier anomalía de las hondonadas y si era necesario las examinaba cuidadosamente con mis  potentes binoculares.. Nada. Siempre el mismo desierto panorama. Estaba seguro que en su prime viaje había divisado diversos villorrios antes del caserío en que busqué refugio.

 

La soledad me hizo sentir una suave euforia. La intensidad del cielo azul, la suave brisa que hacía soportable el calor. Si me  detenía y concentraba escuchaba un tenue murmullo de insectos, olores muy diferentes a aquellos que estaba acostumbrado, entre los que sobresalía el tomillo desconocido en mi país.

 

Cansado de otear la lejanía decidí centrar mis esfuerzos en observar el camino tratando de decelar si aun era utilizado y con qué frecuencia.

La carretera, a pesar de su descuido y abandono, sin duda era transitada, El pasto que crecía en las grietas era corto y estaba pisoteado. Aquí y allá se encontraban marcas de herraduras. Indudablemente no circulaban vehículos con frecuencia. Tampoco descubrí huella de calzado alguno por más que escudriñé en las bermas los espacios polvorientos. Luego pensé que si las gentes de por allí seguían usando alpargatas sería difícil que dejasen marcas.

 

Me disponía a hacer alto para comer algo y descansar. Miraba distraído y cansado. Me sobresalto. Estoy viendo la punta de un campanario que sobresale de una hondonada lejana. Enfoco los binoculares. Aparece en buen estado de conservación. Apresuro el paso.  Según meaproximo  aparecen techos,  algunos con tejas rojas, lo que indica que han sido reparados recientemente. Efectivamente el lugar coincide con mis recuerdos. ¿Será el mismo? Yo sabía que los villorrios de esta meseta eran casi idénticos diferenciándose  solamente por el número de viviendas. Cuando estuve a la altura del publicito lo examiné atentamente con los binoculares  por si observaba señales de vida. Nada. No vi movimiento alguno,. Sin embargo  el polvo de los callejones estaba pisoteado. Me extrañó mucho el no ver postes de tendido eléctrico. Tampoco antenas de televisión. Todo ello común ahora, aun en los lugares más abandonados de este país. Finalmente encontré la bajada hacía la hondonada donde más allá se encontraba el caserío .Era   esta vez, un camino ancho y suave, quizás, años atrás pasé sin verlo. Estaba muy trajinado. Ya en la hondonada, me fui acercando a las viviendas. ¿Qué preguntaría? Ni siquiera conocía el nombre de mis anfitrionas de unas horas. “Ella”, si aun vivía ,sería tan anciana como yo y su madre  estaría muerta. Penetré en el primer sombrío callejón. Cuando me habitué a la sombra ví con asombro que todos los portones estaban abiertos y junto a ellos, sentados en pequeños blanquitos, personas gozando del escaso fresco del lugar. Casi todos ancianos apergaminados. Somnolientos o dormitando. Cuando me acerqué al primero de ellos quedé cohibido por su falta de reacción. Saludé con un tímido:

= ¡Buenas tardes! Respondido por un gruñido  qué me dejó aun más perplejo. Repetí mis saludos  sin atreverme a hacer preguntas a aquellas momias vivientes.. En ningún momento ninguno me preguntó a donde iba o que quería. Posiblemente era su manera de rechazar a los turistas. La callecita me precia interminable. Desemboqué en la plaza. Absolutamente desierta. Me recibió el espacio abierto  Tenía mucha sed.. Busqué con ansia la escalera que descendía a la  fuente.. Allí estaba. Descendí. Me pareció mucho más profunda que la primera vez. Abrí la llave. Me extrañó la escasez del flujo. Me lavé la cara y bebí ansiosamente. El agua era ligeramente alcalina y fresquista. Subí de nuevo a la plaza. Miré a mí alrededor. Todas las puertas de los corrales que daban a ella estaban abiertas. Traté  de recordar cual de ellas era la de las mujeres que me habían recibido. Me acerqué con aprensión a la que me pareció probable. Miré dentro del corral.. Había sido barrido. Deseaba que un perrillo alborotador señalase mi presencia. Distinguí un enorme gato durmiendo sobre las tejas de la pequeña casita del fondo. En ese momento percibo un movimiento en la penumbra de las puertas. “Ella” se enmarcó en una. ¡Era imposible! Allí estaba tal cual la recordaba, como si el tiempo se hubiese congelado.

= ¡Buenas tardes! ¿Qué desea?

= Hace muchos años, -tartamudeé incierto…- ¡Estuve aquí!

La mujer me miró con una indiferencia burlona. Volviéndose hacía adentro gritó;

= ¡Salga, abuela

Apareció en la otra puerta un bultito negro, una figura agachada que caminaba apoyándose en un  torcido y nudoso palo..Trabajosamente fue levantando su rostro hacía mi y ví un inconmensurable laberinto de arrugas en el fondo de las cuales brillaban  unos ojillos negros vivaces y pequeños.

= ¿Me recuerda? –pregunté estúpidamente-.

La anciana que  me miraba fijamente, respondió sin inmutarse con voz cascada:

No   estás tan viejo como yo. Te recuerdo. Hace mucho tiempo danzaste con nosotros.. Quédate, la Toña vendrá pronto.

= Entonces, abuela, de verdad conoce al señor?- intervino la joven-.

= Pues claro, niña, vieja soy, pero no tonta. Saca las sillas al fresco.

Nos sentamos  junto a la puerta del corral lado a lado de la viejecilla. La joven  de pié nos miraba con los brazos en jarras,

= Toña está en las huertas, - me explicaba la anciana- ¡Todo ha cambiado tanto! Ahora tampoco llueve en invierno. No se pueden sembrar cereales. Si no fuera por las huertas no tendríamos que comer. Habríamos desparecido como todos los otros.

= ¿Quiénes? – pregunté-.

 

 

= ¡No has visto que ya no hay caseríos! Las fuentes se secan y las gentes se van. Nuestra fuente ya no es tampoco la de antes. Hay que esperar  para que se llenen los cántaros y eso que la profundizamos mucho. Las mozas, ahora, pasan más tiempo en la fuente que en las casas. Los pueblos grandes dicen que también los abandonan o solamente quedan un puñado de viejos. Todo se va desmoronando. La anciana hizo un gesto con la mano como queriendo espantar tristes recuerdos. Luego dijo             

:= Hace muchos años de aquella noche ¿verdad? El tiempo se confunde en mi cabeza.

= Unos cuarenta años –respondí-.

= ¿Dónde has estado todo ese tiempo? –preguntó-.

= Muy lejos. Hace solamente unos pocos días que vine desde Sudamérica.

= Entonces serás un “indiano” –dijo ella con viveza. Como los otros vendrás rico a morir en tu tierra.

Reí divertido:

= No, Nunca pertenecí a este país. He venido  invitado por amigos holandeses. Como cualquier turista no soy sino un  ave de paso.

= Tengo 99 años –dijo ella- ¿llegaré a los cien?

Callamos los dos. La joven hacía un momento que se había ido con un cántaro en la mano. La anciana con la cabeza inclinada, quizá dormía .El sol se había puesto. Era el largo crepúsculo  propio de estas latitudes y que no existe donde yo vivo .El pueblo parecía desierto. Ningún sonido humano. Entonces, lejano escucho el balido de numerosas ovejas y algunos ladridos de perros. Se van acercando. Comienzo a oler el polvo. Luego se precipita el golpeteo de las pezuñas. Voces humanas. Silbidos Se precipitan por el portón a mi costado varias ovejas que frenan su carrera al sentir al desconocido.

Cuando “ella”  aparece, instantes después detrás de los animales, me tomó de sorpresa .Muy derecha, con un gran canasto sobe la cabeza que equilibraba con una mano, llevando en la otra  colgadas un par de alpargatas polvorientas. Me incorporé. Ella, dejando caer las alpargatas descargó el pesado canasto con un elegante movimiento.

Era indudablemente “ella” tal como la recordaba  y, a la vez, muy diferente. Mucho más curtida, aun fuerte y vital. Mejor conservada que yo mismo.

La joven que se le parecía tanto llegó con su cántaro en  la cabeza y oí que le decía:

= El forastero dice que estuvo aquí una vez. “

Ella me miró y sonrió.

Si, -dijo dirigiéndose a mí, usted estuvo una vez aquí y yo sabía que volvería algún día.

Yo no sabía como saludarla, si dando un beso como se hace en mi país o más formalmente estrechándole la mano. Extendí la mano y ella la tomo con firmeza y calidez.

Vengo del otro extremo del mundo- dije sonriendo-. Quise saber que era de ustedes. Harto me ha costado encontrarles.

Si,-dijo ella- todo ha cambiado mucho. Aunque las cosas milenarias extrañamente permanecen. Solo cambiamos los que tenemos el privilegio de vivir de ellas.

Sus palabras me parecieron  misteriosas.  Miré a la joven y a la anciana. ¿Pensaban ellas que vivir en aquel abandono y miseria era un privilegio? No pude evitar a mi demonio y respondí con una cierta ironía:

= Los que ustedes parecen juzgar un privilegio, el común de las gentes lo considerarían una maldición. Miseria. Imposibilidad de consumir. Subdesarrollo. Vida de primitivos.

Ella se dejó caer sobre sus rodillas frente a nosotros quedando sentada sobre sus talones y rió divertida. Su risa era exactamente igual que la que yo recordaba de aquella lejana noche. Alegre, inmaterial.

= ¡Estoy cansada! -exclamó-Luego:

= Es cierto carecemos  de médico, pero mi madre va a cumplir los cien años. Hay otros que ya los han cumplido y aun se mueven, trabajan y gozan de la vida con mente clara. Un día, tranquilos, morirán como quien se duerme, rodeados de sus familiares y amigos y no en una anónima cama de hospital. Nadie prolongará cruelmente su agonía con medicamentos o artilugios mecánicos.

Tampoco somos analfabetos, ni retrógrados. No envidiamos a nuestros vecinos que tienen electricidad y televisión. Quiero decir que no soportamos” nuestro género de vida, la vivimos conscientemente, contentos con lo que somos y tenemos.

= ¡Ya! –dije yo- ¿es por la Danza?

= Quizá –dijo ella con una sonrisa- si te quedas con nosotros unos días, puesto que viniste de tan lejos, es posible que comprendas muchas cosas.

= ¿Serán ustedes como una de esas pequeñas comunidades dispersas por  el mundo de  menonitas, cuáqueros…?

= ¡Nooo! –dijo ella con viveza-. De ninguna manera. Esas gentes viven así presionadas por sus “ideales” y controlándose unos a otros para observar formas de vida fijas y rígidas.  Los jóvenes los educan de forma que rechacen el mundo externo a ellos y tratan que no estén informados de lo que ocurre en él.

=Y… ¿ustedes no hacen lo mismo?

= No nos creemos poseedores de ninguna verdad. Simplemente vivimos como nuestros antepasados durante cientos de generaciones, porque nos gusta, porque viviendo así nos sentimos libres, ¡somos libres!. Al que de entre nosotros no le gusta se va. No predicamos, ni creemos en ideas, únicamente vivimos a nuestra manera.

= Como  los monjes todos se visten igual..

= Cierto. Es cómodo, barato y fue siempre así. Nadie está obligado a ello. Cuando viajamos usamos lo que nos conviene más. Entre nosotros no usamos moneda, porque nos basta y satisface el intercambio, es más entretenido y creativo. Pero ¡dejémonos¡de filosofar! Estoy cansada, tengo hambre y tendremos tiempo de conversar ¡entremos en la cocina!

Durante la sobria comida me explicaron que yo podría  ocupar una casa cercana que estaba desocupada  durante  el tiempo que me quisiera quedar. Me ayudarán a limpiarla y tendría independencia. Acepté con gusto. Terminada la cena fui con Toña y su hija a inspeccionar la vivienda. Era exactamente igual a la de ellas. Un amplio corralón cercado con altos muros de adobe. En el fondo dos inmensas higueras que cubrían  dos pequeñas piezas con puertas independientes. Ventanas sin vidrios cerradas por gruesos postigos de madera. En una de las piezas un catre bajo con somier de correones de cuero. Un poyo de tierra con un jarro y una palangana de fierro enlozado con su correspondiente balde, Todo ello cubierto de una espesa capa de polvo rojizo.

= Hace años que murió su dueño –comentó la hija de Toña -, creo que se ve. En ese momento escuchamos los repetidos bocinazos que resonaban sobre nuestras cabezas procediendo de la carretera. Salimos. Como supuse eran mis amigos, deseosos de averiguar si acaso era allí donde yo me encontraba. Los tres escalamos el sendero que llevaba al camino. Hice las presentaciones. Inmediatamente noté en las dos mujeres una transformación notable. Parecían haber perdido su brillo de hacía solamente unos instantes y representaban dos zafias campesinas.  Estaban agachadas, insignificantes. Inmediatamente me acordé de los indígenas de mi tierra. Así reaccionaban frente a los extraños como un milenario reflejo de prevención y defensa. Creo que en ambos casos no fingen. Aquellas mujeres con sus deslavados y polvorientos trajes negros, su aspecto curtido, una de ellas descalza eran las representantes que se esperaba en aquel lugar desértico y perdido. Indudablemente era la impresión que deseaban crear. Mis amigos las miraron indiferentes y desilusionados, Cuando les dije que deseaba quedarme allí algunos días accedieron enseguida afirmando que me recogerían de vuelta diez o doce días más tarde. Me di cuenta que no comprendían mi resolución y menos aún que esas personas fueran tan maravillosas como yo las había descrito. Bajamos de nuevo al pueblo. Me ayudaron a limpiar someramente la que sería mi vivienda. No me atreví a comentar con ellas de momento el agudo cambio en que las había sorprendido. Ellas me dijeron:

= Deja que el polvo se pose. Demos una vuelta por el pueblo. A esta hora todos salen a tomar un poco de fresco. Luego acomodarás tus cosas.

Caminos por las diversas callejas. Con una frase me iban presentando a unos y otros. Me aceptaban sencillamente sin curiosidad ni preguntas. Se veían pocas personas jóvenes. Gentes, en general, maduras, bastantes ancianos de ambos sexos y pocos niños.

Sin duda mis observaciones eran parciales porque  estaba centrada únicamente en quienes encontrábamos fuera de las casas.

 

°°°°°°°°°

 

Dormí bien..Me levanté tarde.. Me trasladé a la casa de  mis amigas. La vivaz anciana se encontraba sola. Enseguida me ofreció leche y pan. Me llamó la atención que ahora, a diferencia de mi primera visita, los utensilios eran más toscos, la mayoría de greda cocida sin pulir, de madera las cucharas. Nada metálico. Me extrañaba, porque aun en remotísimos bohíos de la selva, en las fotografías, junto a gentes desnudas se veían utensilios de aluminio y plástico. La anciana se movía continuamente con sus pequeños pasitos. A la vez  me explicaba que su hija y nieta  habían partido para las huertas del río mucho antes que amaneciese. Estaban ubicadas muy lejos. El viaje resultaba duro, pero, solamente allí, ahora, podían cultivar y tener sus árboles frutales. Terminado el parco desayuno, la anciana me aconsejó que tratase de conversar con otros habitantes del lugar:

= Mañana, si quieres, podrás acompañar a los jóvenes en sus trabajos. Eso, si, tendrás que madrugar. Ahora ve a conversar con los viejos como yo que quedamos aquí. Les encanta conversar y contar sus historias. Te recibirán bien y, quizá te inviten a almorzar.

 

°°°°°°°°

La encontré barriendo el callejón frente a su corral. Al verme, ella se presentó a sí misma:

= Soy Hermelinda y ¡soy muy vieja!

Se trataba de una mujercita menuda, derecha, casi vigorosa. Enseguida me agradó. Parecía muy lúcida. Hablaba lenta y precisamente.

A veces, parecía monologar.

= ¿Has conocido antes personas de mi edad?

= No, nunca tan despiertas como usted.

= ¡Ah! ¡Cierto! ¡No digo incoherencias! Es raro vivir tanto como yo, pero aquí somos varios quienes hemos pasado ya los cien años. Es raro vivir tanto. Extraño y hermoso. Una aprende a agradecer cada momento, porque es un regalo. Es lindo  recorrer el cuerpo de una con las manos y encontrarlo todavía sano. Hay coyunturas que crujen y duelen un poco…

= ¿Teme morir? –dije imprudentemente-.

= Temí durante muchos años vivir – dijo con sencillez -. Ahora, ya, no. Morir es otro paso de la  Danza. Cada partícula de mi cuerpo danzará inmortal en una hoja, una mariposa, un conejo…Esas partículas vinieron del Universo y al Universo retornarán. Como y cuando, no lo sabemos. La muerte no existe.

= ¿Usted, quizá, cree en la reencarnación?

= No lo creo –rió ella- comienzo a sentirla en mi misma.

Me despedí bien meditabundo de aquella reflexiva mujer y seguí mi recorrido. Visité otras casas. Efectivamente, en una me invitaron a almorzar. Todas las viviendas eran exactamente iguales a la de mis amigas y el ajuar variaba poco. Comí un plato de garbanzos sazonados con el fuerte aceite de oliva y vinagre. Como arreciaba e calor fui a dormir una siesta. Fue larga.

No escuché cuando los “jóvenes” volvieron al pueblo. Solamente me despertaron los cencerros tintineantes del ganado volviendo a sus corrales nocturnos. Poco después me vino a buscar Toña para que cenase con ellas. Las mujeres volvían de la fuente derechas con sus pesados cántaros sobre la cabeza. Con asombro vi, que uno o dos muchachos  también los llevaban de la misma forma.

Aquel primer día había pasado muy rápido.

 

°°°°°°°

Manifesté a mis amigas que deseaba integrarme a los trabajos de la comunidad. Conviviendo con ellos alcanzaría a conocerles mejor. A mi petición las mujeres se miraron entre sí divertidas.

= Saldremos muy temprano –dijo Toña-.

= Al alba o mucho antes, la caminata es muy larga. Allá nos desayunaremos. Te despertaremos. Te vistes rápido.

= ¿Tendré que llevar algo?

= Vete a acostar. No tienes que llevar nada.

 

°°°°°°°°

Golpearon con fuerza en el portón. Miré el reloj: las 04.30 de la madrugada. Me vestí. Salí desorientado a la profunda oscuridad. Ellas, cuchicheando estaban allí esperándome.

= Es muy temprano – dije tontamente -.

= Vamos –me respondieron -.

Las seguí incierto, en la oscuridad. Es como en los rebaños, pensé, Efectivamente sentía que se nos unían otras personas. Ya fuera del casorio, más habituado a la oscuridad distinguía las sombras que me precedían. Detrás de nosotros se escuchaba el ruido apagado de cascos sobre el polvo profundo. Cuando se hizo alguna claridad percibí que iba rodeado de mujeres y que detrás de ellas había algunos hombres.

= ¿Realizan esta caminata todos los días? –pregunté a la más cercana -.

= En esta época, si, - me respondió -. Las huertas quedan lejos, porque están a orillas del río. Tenemos dos buenas horas de camino.

= No sabía que hubiese un río por aquí. La vida de ustedes es muy dura.

= ¿Por qué nuestra vida seria dura? –Interrogó alguien detrás de mí- ¿Por qué tenemos que caminar muchos días en el año? Capté una cierta irritación en su comentario. Me volví a mirar. La que habló era una mujer flaca de frágil apariencia.

= Supongo que después de una jornada de trabajo, debe ser penoso la nueva caminata del regreso- dije-.

= Para nosotros no es sacrificio ¡es la vida! –respondió con viveza la mujer - tratamos de adaptarnos al ritmo real de lo que nos rodea en el trabajo y en el descanso, en las ciudades los esfuerzos son  hipócritas, porque nadie los acepta. No viven como seres humanos libres, sino como esclavos obligados.

= Tenemos pocas necesidades –admitió la mujer a  la que yo me dirigí primero -, eso hace menos fatigosa nuestra vida. No trabajamos para producir dinero, sino solamente para alimentarnos.

Mi mentalidad de polemista me hizo exclamar:

= ¡Es la extrema pobreza! ¡La miseria! Tienen que tener otras necesidades más que únicamente el alimento.

Las carcajadas de quienes me rodeaban y mucho más lejos, me hicieron comprender que el grupo estaba muy pendiente de mis palabras. Alguien, abriéndose paso entre los otros, se acercó desde la retaguardia Era la hija de Toña. Dirigiéndose a mí, belicosa:

= ¿Qué es fácil? ¿Qué es difícil? La pobreza es un invento de los ávidos de poder y riqueza para que de ese modo las gentes trabajen para ellos.

= ¡Ah! –dije con fingida sorna - aquí  también existen  marxistas revolucionarios.

= Tonterías –respondió la joven - lo que dije no son teorías, sino algo de sentido común y de la realidad. Continuamente se crean nuevas necesidades y nuevos productos. Luego se dice a quien no puede obtenerlos que son miserables y que tienen que trabajar para obtener dinero para  adquirirlas. Las gentes de hace cien años no tenían cosas que ahora tienen los más pobres entre los pobres y, sin embargo, no se sentían miserables. Miseria, para mí, es no tener una buena comida, un techo y un vestido.

= ¡Bien! - dije -, ustedes podrían hacer mucho más rápido y cómodamente esta caminata en algún tipo de vehículo barato. Trabajarían más descansados, dormirían más tiempo, les sería más fácil transportar su producción hasta el pueblo…

= ¿Ha terminado? –gritó la mujer flaca- ¿Nos puede explicar la clase de vehículo que nos convendría más? Sin duda, a sus ojos, eso es el progreso. Haríamos caminos para carretas o carretelas, quizá para un jeep o lo que fuere. Eso sería trabajar más, no solo para hacer el camino, sino para producir dinero y comprar los vehículos, mantenerlos, repararlos y alimentarlos. Para ello tendríamos que cultivar más. De nuevo trabajar más, ¡mucho más que ahora! ¡Desde luego seriamos útiles para que ganasen dinero a nuestras costillas comerciantes, proveedores, vendedores, intermediarios! Nos angustiaríamos porque tendríamos que obtener metas y objetivos. En una palabra, ser como el resto de la gente de las ciudades. ¡Gracias! Con esta vida a los setenta años mis piernas están fuertes para caminar y mi cuerpo está sano. Puedo volver  en la tarde con una canasta en la cabeza que pesa  veinte kilos o más. Prefiero ser  “miserable” que vivir esclava de  las “cosas”.

El tono de la mujer me pareció irritante, a pesar de su lógica. Quizá mi molestia dependía a que yo mismo, durante muchos años, había buscado lo mismo sin obtenerlo. Eso me llevo a una respuesta mordaz repitiendo lo que ya había expresado varías veces en el escaso tiempo que  estaba con ellos:

= Parece que la idea que ustedes comparten es que la pobreza iguala a las personas. Me he preguntado desde que llegué, si vuestro villorrio es una especie de monasterio o una utopía de positivismo. Todos vestidos con ese negro desteñido o descolorido. Vuestros cuerpos quemados por el sol y viento despiadados de esta meseta ya desértica. Me parecéis náufragos de la Edad Media perdidos en nuestro tiempo…Callé, pues me daba cuenta que estaba siendo descortés y que había ido muy lejos. Esperaba respuestas airadas.

Y…¿Qué más? - dijo irónica la hija de Toña-.Entonces la misma Toña retrocedió hacía nosotros que habíamos dejado de caminar y dijo reposadamente:

= No sé si estás completamente convencido de tus críticas. Es bueno que las expreses. No creas que no estamos conscientes de ellas, ni que no las discutamos entre nosotros. Nosotros, NO vivimos ningún “ideal” Esto te debe quedar muy claro y, además, sabes muy bien que  estos no funcionan sino por una cierta presión tiránica o fanática. Tampoco tratamos de demostrar nada, ni ocultar nada. Cuando dijiste que parecíamos  náufragos de otra época creo que te acercaste algo a nuestra realidad. No nos creemos los únicos seres en el mundo que han acertado en su manera de vivir. Solamente que nos gusta vivir como vivimos  con sus ventajas y desventajas. Aceptamos ambas. Posiblemente cuando pases más días con nosotros lo comprenderás.

= Siempre pensé –dije yo- que ustedes, los aislados habitantes de esta amplia meseta, eran gentes muy conservadoras. Durante milenios fueron invadidos por multitud pueblos y siempre conservaron su forma de vida ancestral. Solamente que ahora, la vida moderna, parece que los aniquiló, ustedes son una minúscula isla.

= Existen aún otras islas –dijo alguien con viveza-.

= Todos los que estamos aquí –dijo entonces Toña, y me pareció que estaba revelando algo secreto - no sólo hemos conocido las grandes ciudades, sino que también hemos vivido en ellas. Casi todos hemos estudiado en escuelas modernas, sin embargo, hemos vuelto pronto o tarde, porque sentíamos el llamado de nuestro modo de vivir. No se trata de una reflexión intelectual, sino de algo visceral. Apreciamos el no-necesitar, el vivir al ritmo de las estaciones, el estar en contacto con el sol, la lluvia, el viento que todo lo seca, pisar el polvo y el barro con los pies descalzos…Incluso nuestros abuelos y tatarabuelos, que ellos, si, eran en su mayoría analfabetos, alcanzaron gran sabiduría.

Seguimos caminando largo rato, ahora en silencio, hasta que alguien dijo:

= Aquí nos separamos.

Evidentemente era una advertencia para mí. Absorto con la discusión, no había advertido la salida del sol, ni que habíamos llegado al borde de un risco que cortaba la meseta como gigantesca cuchillada. El grupo de retaguardia se alejaba hacía un costado mientras el grupo que me rodeaba se calzaba y ataban sus alpargatas, hasta ahora negligentemente colgadas de la mano o enganchadas en alguna parte de su impedimenta.  El terreno estaba sembrado de grandes pedrejones, como inmensos cantos rodados y era fácilmente reconocible que estábamos en la cuenca de un glaciar de millones de años antes.  Había pasto verde y seco. El río tenía que estar allí abajo. Toña se puso a mi lado, aún seguía descalza.

= La bajada es muy brava –dijo- ¿cómo está tu equilibrio?

= Regular –respondí dudoso-... Luego: ¿por qué no te calzas como las demás?

= Así me siento más segura. Yo soy como las cabras, tengo que sentir las piedras bajo mis pezuñas. Quizá en otra encarnación fui montañesa. Insensiblemente todos estábamos caminando en fila india, sorteando los pedrejones y los innúmeros arbustos espinosos. Así llegamos al borde del repecho. El espectáculo era impresionante. Estábamos frente a un tajo ancho y profundo de paredes verticales. En el fondo un Vallecillo estrecho por el que corría un pequeño río. A ambos márgenes de este había cuadros de cultivos con numerosos árboles que debían ser frutales. Cada parcela con cercos de piedra seca de baja altura. En cada rectángulo, cerca del cauce, se distinguían antiquísimos ingenios de palanca para subir el agua del río a las plantaciones. Yo los conocía por los libros y haberlos visto en otros viajes.  Antiguamente muy usados por chinos y egipcios.

= Regar –dije sin dirigirme a nadie en particular- debe ser un trabajo muy fatigoso.

= No tanto –dijo la mujer que iba detrás de mí, esas básculas están muy bien equilibradas, se mueven como plumas. Reí incrédulo. Atento al difícil sendero de bajada no deseé hacer más comentarios. Llegados abajo, Toña me indicó que la siguiese. Como los demás íbamos saltando sobre los bajos muretes de piedra que dividían los huertos poniendo especial cuidado de no pisar ninguna planta. El huertito de Toña era el último a nuestra izquierda. Ante todo ella juntó rápidamente ramitas y pasto entre unas piedras ahumadas y ennegrecidas y prendió un pequeño fuego. Sobre él colocó una lata con agua y cerca arrimó la ollita de barro que contenía la comida que había traído.

Mientras se calienta la comida -dijo alegremente-, nos bañamos y luego trabajaremos duro. La miré y vi cuan cubiertos estábamos de polvo rojizo.

= Si fuera polvo blanco –dijo ella riendo-, pareceríamos molineros.

Objeté cohibido que no había traído mi tanga de baño.

= ¡Oh! ¡Cierto! –exclamó sarcástica - yo también olvidé mi traje de baño. Se volvió y señaló a los otros hombres y mujeres que, desnudos, ya retozaban en el agua. Luego sacándose el vestido, (me di cuenta que no usaba ropa interior alguna) se tiró de cabeza en el agua con una artística zambullida. Alcancé a darme cuenta que a pesar de su edad tenía un hermoso cuerpo. Yo, más temeroso me dejé deslizar lentamente por la abrupta orilla. El agua era fría y límpida. Las demás bañistas no parecían incómodas con mi presencia. Se frotaban unas a otras la suciedad o bien enjuagaban sus ropas. Toña después de las primeras zambullidas pidió la ropa de la que nos habíamos despojado para lavarla y dijo tranquilamente:

= Se secará muy pronto. Luego con malicia

= No temas llegarás vestido al pueblo. Eso significaba que trabajaríamos tal como estábamos

 

°°°°°°°°.

Bañados y frescos fuimos a desayunarnos. Se trataba de un desayuno almuerzo. Me admiraba la precisión y calma con las que actuaban Toña y su hija. Parecían estar viviendo un ritmo predeterminado, pero no actuaban como máquinas, sino de una forma tan armoniosa como si cada gesto fuera un trabajo de artesanía. A pesar de su fuerte diferencia de edad, ambas eran igualmente ágiles y flexibles.

De repente la hija, Manuela, exclamó:

= ¡El agua es tan maravillosa!  Allá arriba es tan escasa que solamente podemos para lavarnos pasarnos un trapo húmedo. Vendría aquí todos los días del año.

= De todas maneras volverías con una capa de polvo –río Toña-.

= Pero ¡lo disfrutaría!

Yo estaba muy absorto mirando aquella pequeña huerta que parecía un exquisito jardín japonés por lo cuidada. No recordaba haber visto nunca nada igual, ni siquiera en países en que las gentes son reputadas por su paciencia. Tenía una gran variedad y densidad de plantas, todas lozanas y bien desarrolladas. Toña adivinó mis pensamientos:

= Lo que estás viendo es la diferencia entre una huerta casera y una comercial.

= He visto en mi vida muchas huertas caseras y ninguna semejante a esta

= Es que –interrumpió Manuela – se tiene amistad con las plantas y  se dan cuenta. Con-vivimos con las plantas y ellas lo sienten.

= Pero…¡se las comerán! Añadí jocoso.

=Sí -dijo Toña- las que necesitamos y con agradecimiento. Creo que es una especie de simbiosis, “ellas” saben de alguna manera que seguirán viviendo en nosotros, lo mismo que nosotros lo haremos en ellas cuando nos disolvamos y pasemos a ser elementos primordiales. Es el ciclo de la vida.

= Y…-añadí con amargura- de la muerte.

= No –respondió ella con viveza- ¡sólo de la vida! La muerte es una ficción. Todos nos transformamos en un intercambio mutuo sin fin. El tiempo no existe, es una ficción a escala humana. Solamente cambian las formas dentro de algo que podríamos llamar no-tiempo o, si prefieres, eternidad.

= Hablas como lo podría hacer una física cuántica –dije con humor.

= Si, -dijo Manuela completamente seria, eso-es-lo-que-ella-es.

Toña sin hacer caso o negar lo que afirmaba Manuela continuó:

= La ciencia solamente tiene “atisbos” de una realidad   que es muy amplia, rica y hermosa…Pero basta de filosofías. ¡Tenemos harta tarea que realizar! Tu sacarás agua del río. La palanca es fácil de manejar. Manuela te enseñará.

 

°°°°°°°°

 

Efectivamente el manejo de la palanca era sencillo y requería menos esfuerzo de lo que se puede suponer. El gran balde de cuero bien lastrado se sumergía en el agua y se llenaba rápidamente. El levantamiento, a pesar de su peso considerable, no era difícil por el perfecto cálculo del contrapeso Luego se giraba y se dejaba derramar sobre la ingeniosa canaleta de madera que conducía el agua hasta las melgas. Una vez que se tomaba un cierto ritmo el agua fluía continuamente.

Mientras llevaba a cabo el monótono trabajo se me agolpaban muchas preguntas. Física cuántica. Ritmo de movimientos. Adaptación al desierto. Tradiciones milenarias. Unión e identificación con las plantas ¿Cuál era su filosofía de vida? Ellas, a pocos metros, trabajaban con sus manos el huerto. No usaban herramienta alguna. Toña de rodillas, Manuela sentada cómodamente sobre sus talones parecían acariciar niños más que cuidar plantas.  Las limpiaban, sacaban las plantas competitivas (para ellas no existían” malezas”), los gusanos e insectos que encontraban los depositaban en un recipiente de greda que tenían a su lado. Actuaban como quien despioja una persona. Debería acordarme de preguntarles que hacía después con ellos.  Desmenuzaban la tierra alrededor de la planta rompiendo con las manos los ocasionales terrones con el fin que el agua penetrase mejor en las raíces.

Trabajaban calmosa y meticulosamente como si con ese trabajo no tratasen de obtener rendimiento alguno, sino atender las necesidades de cada planta. De esta manera pasaron muchas horas. El sol estaba ya muy alto cuando por primera vez en la mañana Toña se dirigió a mí:

= Debes estar cansado y tener hambre.

Yo seguía trabajando por orgullo sacando fuerzas de mi agotamiento. Por lo demás, nuestras vecinas habían pensado lo mismo ya que el humo de las hogueritas se elevaba de todas partes. Cuando dejé la palanca ví que muchas mujeres lavaban ropas arrodilladas al borde del río en una orilla más baja. Restregaban sobre toscas tablas de lavar como yo había visto lo mismo años atrás en lugares remotos.  Me dije que las máquinas de lavar no tenían significado alguno para ellas.

 

°°°°°°°°

Mientras comíamos despaciosamente el resto del potaje que sobró del desayuno decidí interrumpir el silencio meditativo de mis dos compañeras:

= ¿Por qué no soleéis hablar mientras coméis?

= Cuestión de higiene respondió Manuela-. No se puede masticar y hablar.

Me sentí directamente aludido y sonreí. No obstante, continué:

= Todo lo que vengo observando en vuestra manera de actuar me parece muy hermoso, sin embargo, pienso que pagan un alto precio por ello.

 =  ¿Cómo cuál? –respondió Manuela con acritud-.

Mira, por ejemplo, tus manos ásperas, partidas, de cuyos intersticios nunca podrán sacar la tierra y hollín incrustado, uñas roídas por la tierra… Igualmente tus pies cuarteados por la greda y el polvo. Las rodillas encallecidas

= No son las manos de burguesita –dijo Manuela con fiereza-, pero son mis manos, mis pies y mi cuerpo. No me avergüenzo en absoluto de él por ponerlo en contacto con todo aquello que me rodea y que es lo verdadero.

= No te enojes –respondí- eres muy lógica desde tu punto de vista, pero vivimos en un mundo y en una época que muy pocas jóvenes pensarán como tú.

= Escucha- intervino Toña- te tratamos ya de explicar que esta es nuestra manera de vivir, la queremos, nos gusta y estamos adaptadas a ella. Para nosotras no son cosas terribles ni difíciles. Algo resulta penoso cuando no lo quieres hacer y “lo tienes que hacer” por necesidad o porque alguien te obliga a ello. Entonces glorificas lo contrario y llegas a creer que es maravilloso. Por ejemplo, si nosotras pensásemos que las manos suaves, como se dice: “de señorita” son las más deseables, nos sentiríamos muy infelices de nuestros,  pies, rodillas,  caras arrugadas y quemadas por el sol.

= Podríais utilizar instrumentos sencillos.

= Cierto, también perderíamos el contacto con las plantas. Tú no sabes el placer que se siente cuando se ama lo que a uno le rodea. Es algo indescriptible. Es como el contacto de los cuerpos desnudos de los amantes. Tú puedes haber hecho, como has contado, muchas experiencias de vida, pero en el fondo no eres sino un burgués, es decir, un ser humano nacido, crecido y domesticado dentro de una ciudad. Alguien quien siempre se rodea de instrumentos, ropas, muros que le separen y mantengan a distancia las cosas naturales, porque para ellos todas ellas son sucias, peligrosas, extrañas, ajenas.

= Muy bien - batí palmas-.

= ¿Te burlas? –dijo beligerante Manuela.

= En forma alguna, no me mal interpreten. Ustedes son gentes fuera de serie. Me encantaría ser como ustedes.

= Y…? Para qué crees que los dioses te trajeron aquí¡-río Toña..

= ¿Los dioses? –exclamé extrañado-.

= Es una manera de decir –añadió Toña. Luego continuó: La pobreza no es tal cuando el que vive en ella no la ve como falta de algo. La miseria si es terrible porque significa que no se tiene lo indispensable para vivir como ser humano. Destruye a las personas física y síquicamente.

= Pienso –dije yo- que parecéis como campesinos de estos lugares muy poco diferentes a los que vivieron aquí hace siglos. Sois como una extraña isla anacrónica. Sin embargo, tu hija ha afirmado hace un rato que algunos de vosotros poseéis una educación moderna.

= Espera un poco. No te precipites. En el curso de los días que pasarás con nosotros las piezas del rompecabezas se te irán ajustando. Solamente te quiero decir que si las gentes de estas tierras somos tan conservadoras es porque nuestros hábitos de vida son los únicos posibles para “vivir” humanamente en lugares casi desértico como este. Solamente adaptándose a ellos se sobrevive. Si no emigras, pereces. Eso es lo que está ocurriendo a nuestros vecinos que “necesitan” más. Murieron o se fueron.  Puedes visitar centenares de pueblos abandonados, con casas aun habitables.

Hace años llegaron Agencias Estatales para ayudarnos a “progresar”. Funcionarios bien intencionados, pero teóricos. Tendríamos agua, electricidad, caminos, almacenes, teléfono. Ellos nos ayudarían, pero tendríamos que pagarlo y para ello aumentar producción y productividad. Muchos de nuestros vecinos aceparon la propuesta. Gozaron algunos años de los nuevos adelantos, ahora son los que fueron abandonando los pueblos debido al endeudamiento que no pudieron enfrentar.  Con los adelantos olvidaron los seculares métodos de sobrevivencia, la tierra sobre explotada se laterizó y ahora es absolutamente estéril, los pozos están cegados…

Ella calló, yo cuchareé mi plato, ya frío, sin gana de preguntar más.

 

°°°°°°°°

 

Poco después por el angosto sendero que estaba debajo del acantilado llegó Juancho con sus mulas. Las dejó a la sombra de la pared rocosa, colgándoles al cuello unos pequeños sacos de grano y paja para que fueran comiendo. El, saltó la cerca de piedras y se unió a nuestro grupo. Enseguida le sirvieron en una escudilla el último resto del potaje. Yo le miraba con curiosidad, pues iba a ser el primero de los escasos hombres jóvenes que hasta entonces había visto. Empezó a comer con una cuchara de palo que sacó de su faja.

Iba vestido con un pantalón grueso de tela que fue negra. Ceñido con una faja de tela, también negra, y una camisa amarillenta de tela gruesa y áspera. Calzaba espardeñas de cáñamo de cordeles, más toscas que las tradicionales de tela y cintas negras. Comía parsimoniosamente.

= ¿Cuál ha sido tu trabajo hoy? – pregunté ansioso por iniciar un diálogo-.

Suspendió el cuchareo. Me miró. Sus ojos eran pequeños y grises, francos y escudriñadores.

= Limpié los rastrojos. Por si llueve este año.

= ¿Lloverá?

= ¿Quién sabe? Ya no ocurre como en tiempo de los viejos. Cada vez llueve menos. Antes lo importante es que las lluvias viniesen en el momento oportuno, Hay que terminar pronto estos trabajos. Hay que hacer el carbón para el invierno.

= Es un trabajo que hacemos en común –explicó Toña- las pocas gentes que hemos quedado en estos contornos.

= ¡Carbón de leña! –exclamé admirado- pero ¡si por aquí no hay leña ¡

= Vamos lejos –dijo Juancho- a la sierra, Allá aún quedan carrascas y lentiscos…

= Y…-dijo sibilinamente Manuela- para algunos será su “iniciación” …

No pude preguntar más. Todos se incorporaron y me indicaron que tomase mi lugar en la palanca del agua, pues quedaba poco tiempo y aun había mucho que hacer. Efectivamente antes de las cinco de la tarde todos trepábamos hacía la meseta y nos íbamos reuniendo para la larga caminata de regreso al pueblo.

 

°°°°°°°

Aquel día me desperté en mi vivienda con una extraña sensación de angustia. Me dí cuenta que el sol estaba alto y me extrañó que no me hubiesen venido a buscar como de costumbre para que participase en sus actividades. La luz en forma de potentes chorros se filtraba por los intersticios de las tejas. Agucé el oído. Silencio absoluto, Me levanto y visto con rapidez. Salgo descalzo al callejón. Miro a lo largo y me asombro de ver todos los portones cerrados. Nadie me advirtió que se tratase de un día feriado. Recorro las otras callejas y por fin encuentro un portón abierto. Al fondo, dentro de la cocina se mueve alguien. Golpeo. Se asoma a la puerta una mujer cuarentona. La reconozco, es la cojita Tiene cercenada una pierna a la altura de la cadera. Camina con una muleta tosca de madera, moviéndose con extraña fuerza y agilidad. Me mira desde lejos sonriendo burlonamente.

= ¡Se fueron todos! Me grita. ¿No se lo dijeron? ¿No ha desayunado todavía? ¡Entre hombre! ¡no se quede parado ahí! Cruzo el corral. Se aparta de la puerta para dejarme entrar. Nos sentamos frente a frente cada uno a un lado de la mesa. Apoya su muleta en el muro.

= ¿Se han ido? –pregunto con cautela-. No me contesta, sino que exclama:

= ¡Después de tantos años haber vuelto!

= Usted sería entonces apenas una niñita.

= No tanto –responde con tristeza- lo suficiente grande para bailar con todos. Tenía mis dos lindas piernas.

= ¿Cómo fue su accidente?

= Uno de esos que llaman turistas, allá arriba en la carretera me arrolló con su auto. Pero me las arreglo bien. Así que usted ha vuelto por lo de la Danza me imagino.

= La Danza dicen que es irrepetible.

= Si, si, ya lo sé. Pero hay danza y danza. Luego como hablando para si misma dijo:

= A la sierra se fueron todos. Luego incorporándose:

= Tengo que ir por agua.

= Yo se la puedo traer.

= ¡Váyase! Dijo bruscamente.

= Entonces ¿se fueron a la sierra para hacer el carbón?

= Cierto –dijo ella ¡Para allí van!

°°°°°°°°

Salí cabizbajo de la vivienda. Me dirigí lentamente a mi vivienda. Me iba preguntando. ¿Por qué no me avisaron? ¿Acaso, vagamente no me habían invitado? ¿Qué tipo de desafío implicaba aquella actitud? Miraba la lejana serranía que se dibujaba en el horizonte como una bruma azulada. Intuí que preguntar el camino a la cojita era inútil.  Parecía que aquellas montañas estaban lejísimos, pero si todos, incluyendo a los más ancianos, habían partido ¿por qué no podría yo que me sentía aun ágil y fuerte?

No dudé más. Puse apresuradamente dentro de mi mochila pequeña, pan queso, un par de tarros de pescado, un botellón con agua. Luego amarré a su alrededor una manta.

Emprendí el camino hacía los invisibles cerros sin tratar de buscar un camino especial. Sabía que acabarían por cruzarse en mi camino, si me dirigía hacia la neblina lejana. Además, las huellas de los que me precedieron, siendo tantas, tenían que verse en algún momento allí donde el polvo fuese más espeso.

Las mesetas resultan muy engañosas. A vista de pájaro parecen una planicie con pequeñas ondulaciones. En realidad, están surcadas por enormes cárcavas productos de la erosión. Después de varias horas de caminata, bendiciendo que los días no fueran tan calurosos, me había acercado muy poco a las colinas.  Me sentía desanimado. Machar solo, sin senda fija, resulta triste y monótono. Me dije a mi mismo que tenía dos opciones: volverme o seguir. Reflexioné que ellos me habían invitado, pero que no me habían llevado con ellos.  Hablaron de “iniciación”.  ¿Acaso, con su actitud, me habían querido decir que la Danza se regala una sola vez y que ahora la debía conquistar con mi propio esfuerzo?  Seguí caminando. Ya no en forma voluntarista como antes, sino tranquila y relajadamente, sin ansías por llegar, comprendiendo que el camino, la incertidumbre, las dificultades eran parte de mi “iniciación” fuese esta lo que fuere. Me sumí en el movimiento, el esfuerzo, en el polvo que me envolvía. Poco a poco fui penetrado de una singular euforia. Cayó la noche. Extremadamente luminosa, pues solamente faltaban dos días para la luna llena. Sospechaba que los primeros contrafuertes de las montañas debían encontrarse ya cerca. Estaba excesivamente cansado. Tenía que detenerme, dormir un poco. Con dificultad salí del estado de trance en que me había sumido la caminata. Era inútil seguir. Con la luz del alba y descansado buscaría las huellas de ellos, porque en la maraña de cañoncitos de aquellas empinadas cordilleras me perdería fácilmente. Busqué en la achaparrada vegetación que me rodeaba un lugar donde hacerme un pequeño nido desgajando ramas y recogiendo pasto seco. Lo hice. Me senté a comer algo de lo que había traído. Me hice un ovillo y bien cubierto con mi manta.

Dormí sin sueños. Desperté al amanecer descansado. Desde mi nido comprobé que había descendido una baja neblina. Era mejor permanecer en mi abrigado nido ya que no podría orientarme en aquel opaco ambiente. De repente, un par de horas después, me sorprendió un débil sonido apagado y regular que yo conocía bien. Era el sonido de hachas cortando árboles.  El sonido estaba distorsionado por la niebla y era lejano, pero estaba seguro que me conduciría hasta donde se encontraban mis amigos. Comí un poco y me puse en camino. Aun caminé varias horas siempre dirigido por el lejano golpeteo hasta que sorpresivamente me encontré en el comienzo de una quebrada de donde salían más claros los golpes regulares. La quebrada era estrecha y de paredes verticales. La niebla se iba disipando. Pero me costó un largo rato encontrarles.

Habían acampado en un estrecho vallecillo o ensanche de la quebrada en forma de pera. Habían construido refugios rudimentarios sujetando lonas a pequeñas carrascas o encinas enanas. Aquello parecía un colmenar. Era indudable que allí estaban reunidas gentes de diversos caseríos. Mujeres y hombres sin distinción encaramados en las empinadas laderas de los alrededores cortaban arbolillos y matas leñosas y otros las iban arrastrando hasta el vallecillo a lugares concretos. Las gentes de más edad limpiaban los troncos de hojas y varillas y otros transportaban los maderos al lugar en que se comenzaba montar uno de los hornos para hacer carbón. Tan pronto como me vieron llegar me empezaron a hacer señales amistosas. En una de las lonas dejé mi mochila en un rincón. Inmediatamente, alguien que no había visto antes, me ofreció un hacha diciendo:

= ¡Va por ahí y dale firme! Hay mucho trabajo.

 

°°°°°°°

A pesar del apuro que me expresaron, aquellas gentes trabajaban relajadamente. Parecía más un juego alegre y desordenado que un trabajo tal como se concibe en una empresa. Sin embargo, la tarea avanzaba. Cuando el sol caía verticalmente ya habían terminado de montar un enorme cono de leña que empezaban a cubrir con tierra. Era indudable que quienes lo construían conocían muy bien su trabajo de carboneros. Pasado el mediodía las gentes fueron dejando el trabajo. Se pusieron a descansar desperdigada mente. Les imité. Me extrañó que no se estuviesen preparando alimentos o se los sacasen de las alforjas.

= ¿Hoy no se almuerza? –pregunté a mi vecino más cercano-.

= No, hoy no se come- dijo riendo-.

Como yo era el huésped y había consumido los alimentos que traía para el camino, opté por dormitar. No fue mucho tiempo. Pronto se recomenzó el trabajo. Al anochecer, cuando se detuvo el trabajo ya estaban casi montados tres hornos más. Distribuidos cerca de las paredes del vallecito se veía claramente que se construían alrededor de un círculo imaginario, que tendría unos quince o veinte metros de diámetro.

Terminado el trabajo, nadie encendió fuego alguno. La mayoría se refugió pronto bajo las lonas envolviéndose en sus mantas. Nadie hablaba. Bastante avanzada la noche llegaron ovejas y cabras con sus bulliciosos perros y se fueron acomodando cercanas a los toldos. En la oscuridad se acercó a mí alguien. Era Toña a quien no había divisado en todo el día. Se sentó a mi lado apoyando la espalda en una roca. Después de un rato me dijo:

= ¿No me preguntas nada?

= Quizá en otra ocasión lo habría hecho, respondí. Ahora dejo que “las cosas sucedan”

Bien dijo con sorna, ya te acercas a ser un perfecto taoísta.

= Ríete. El perfecto taoísta se está muriendo de hambre.

= El taoísta se acostumbrará... Comeremos cuando se terminen de montar los seis hornos. ¡Que tengas hermosos sueños! Se incorporó y se perdió en la oscuridad que nos envolvía. Así que resignado, hice como ellos ¡dormir!

 

°°°°°°°°°

Me desperté en la oscuridad más profunda. La luna debería estar llena, pero por alguna razón el cielo era muy negro con estrellas poco nítidas. Sentía frío. Me levanté a tientas y me alejé un poco para orinar. El silencio era absoluto. Sentía la atmósfera pura y ligera. Pura y diáfana como en una edad primordial. Ya no tenía hambre y me encontraba descansado de la dura labor de unas horas antes. ¿Había dormido mucho tiempo? En ese instante recordé con nitidez lo que acababa de soñar. Cosa rara porque no suelo recordar mis sueños.

Aun ahora, me pregunto si aquello fue un sueño o magia propia del lugar.¿ Fue un recuerdo de mis vidas pasadas? ¿Existía algo en aquel lugar de modo que la información quedase rebotando ente los cerros como teóricamente lo hacen las ondas sonoras? Reaccioné entonces como ahora, tratando de explorar mis recuerdos del sueño:

 

“ Corro. Corro. Sé que se trata de una carrera de vida o muerte. Capto que mi cuerpo es dañado, desgarrado en mi huida por la floresta que me envuelve. Oscuridad absoluta. Mi perseguidor se encuentra detrás de mí. La Bestia. Entro en un valle que ahora me resulta familiar. Atravieso  a ciegas una vegetación dura y espinosa. Salto sobre rocas arrutas y filosas. Sé que cerca de aquí reencuentra mi salvación. ¡M e salvaré una vez más! Aparece de repente el vallecito en forma de pera y allí en círculo estas el anillo de grandes hogueras. En un último impulso desesperado salto sobre las llamas. Caigo en el círculo central. Agotado permanezco de bruces sobre el espeso polvo como abrazando el lugar. Trato de relajar mi respiración y músculos. ¿Ha sido el fuego o el lugar los que detuvieron a la Bestia? El recuerdo de ella despierta en mi milenios de terrores. Un día, ya cercano ella me cazará. Giro mi cuerpo en el polvo espeso y cálido. Me siento incapaz de incorporarme. Me arrastro hacía una de las crepitantes hogueras.. Goloso, trato de estirar mis miembros hacía el ondulante calor que llega a mi cuerpo maltratado. Distingo otros cuerpos que yacen cerca de mí. Al resplandor incierto de las llamas miro mi cuerpo absolutamente desnudo. Está desgarrado en muchas partes, sangriento y amoratado. Empastado con el polvo rojizo. Palpo a mi alrededor en busca de una corteza para raer mi suciedad…”

 

El recuerdo del sueño completo y detallado me escapa como siempre. Entonces, desde muy cerca, Ella me habla. Ni siquiera adivino su sombra.

= Has estado soñando –afirma-.

= Si. ¿Cómo lo sabes?

= Este es un “lugar de sueños”.? ¿Por qué? No lo sabemos. Todos los tenemos. Es como recordar vidas pasadas.

= Pero yo no soy de aquí.

= ¿Cómo lo sabes? ¿Qué importa? En las moléculas de nuestros cuerpos existe información acumulada igual, aunque de forma más misteriosa, que en los “discos duros” de un computador.

= Soñaba, -dije incierto- que yo era un ser humano de tiempos muy remotos y que huía de algo innominable mente perverso, la bestia, Llegaba a este lugar donde se están construyendo los hornos para hacer carbón. Ahí había un círculo de hogueras. Saltaba sobre ellas y encontraba refugio en el centro. Estaba muy mal herido. ¿Has tenido sueños de este tipo?

 = Cada cual tiene sus propios sueños y Bestia –dijo ella enigmática-. Eso te pudo haber ocurrido en el pasado y estarte sucediendo de otra manera en el presente.

= Tuve mucho miedo.

=Lo suponía. Por eso estoy ceca de ti. Soy como tu madrina.

= Anoche te alejaste.

=Fue para que te sintieses emocionalmente libre.

= Estás muy misteriosa.

= Estamos viviendo los Misterios.

¡Ah! –gruñí escéptico-.

= Todo empezará tan pronto como se enciendan los hornos.

= ¿Otra Danza?

= La “iniciación a la Danza”. Llegaste en el momento oportuno. Las casualidades azarosas no existen.  Por eso te hemos aceptado.

= ¿Cómo la otra vez?

= Con mayor razón que la otra vez. Como tú dijiste las cosas “ocurren”. Ahora, si quieres, llegarás al Final. Pero, basta de palabrería. Aún queda algo de noche. Quizá reatrapes  el resto de lo que soñaste.

Ella se escabulló en la oscuridad como cualquier felino. Me dormí con dificultad tratando de aclarar el sentido de mi sueño. Desperté debido al movimiento de mis vecinos. Había una claridad lechosa de otro amanecer neblinoso y frio. Había caído un abundante rocío. De nuevo no se encendió ninguna hoguera. Supuse que esto formaba parte del rito.

Aun indeciso de lo que haría se me acercó Manuela que venía con un jarro en la mano. Sonriente como siempre. No mostraba tener frío a pesar de su vestido mojado por el roció. Me alargó el jarro.

= Toma. Esto t ayudará para el hambre y el frío.

Es un líquido blanco y espeso. Creo que es leche. No lo es. Reconozco el tomillo y la miel. Otros sabores que me escapan. Bebo. Es agradable. Me recuerda la pócima que me dieron aquella noche muchos años atrás. Bebo a pequeños sorbos.

= Cuelga tu manta por ahí. Hay alguien que desea que trabajes con ella. Parece divertida de mi extrañeza. Me conduce a través del campamento hasta un pequeño toldo aislado. Sin entrar dice:

= Madre, aquí está el Forastero.

Se levanta de la oscuridad interior y sale una mujer baja y regordeta de cara plácida. Viste como todas las mujeres el vestido negro, sin mangas de escote redondo. El pañuelo negro le cubre el pelo. Me parece vivaz y calmada en extraña mezcla. No recuerdo haberla visto en el pueblo. Ella me examina como interrogándose acerca de mí. Manuela se aleja. Por fin me dice:

= ¿Querrás ayudarme hoy?

= Si. Supongo que, si- respondo extrañado-.

= Va a ser algo pesado –dice ella-.

= Haré lo que pueda. Ya ve que no soy joven.

= Si. Eso se ve. Creo que podrás, pero será difícil para ti en muchos sentidos. Deseaba conocerte. Conversaremos y conocerás cosas…

Lo sibilino de la última frase me intriga. Digo con más ánimo aparente que verdadero:

= ¡Lo intentaré! ¿Qué deberé hacer?

 

 

= Vamos a ir por “ahí” –dice ella-. Tenemos que llevar esos sacos. No son muy pesados. Miró mis pies.

= Me dijeron que eras bueno para caminar descalzo. A dónde vamos no se puede ir de otra manera. Ya te darás cuenta. Hay que entrar y salir continuamente del agua.

= Lo era. Aprendí en la selva y en el desierto, pero me he vuelto temeroso. Me asustan las posibles heridas. ¿Habrá muchas espinas en ese camino?

= Piedras más que espinas, si tienes cuidado no te torcerás un tobillo.

La respuesta era más ambigua que alentadora. Ella me ayudó a cargar los sacos. Voluminosos. Bastantes livianos. Unidos entre sí por amarras de cordel, uno me colgaba en la espalda y el otro delante. El peso se equilibraba. El saco delantero no me dejaba ver donde pisaba. Ambos parecían contener cortezas, ramillas, y diversos vegetales olorosos. Además, me entregó una ollita de barro que tenía la boca cerrada por un cuero tirante y que llevaría en la mano izquierda, pues para la derecha me entregó un pesado cayado de pastor, de madera dura, tal como lo utilizan los pastores de estos lugares. Me aseguró que aquel bastón rústico me ayudaría en los malos pasos y me evitaría peligrosos trastabillantes. Ella, en cambio cargó otro saco que parecía muy pesado y lo llevaba a modo de mochila. Tomó una olla de greda grande y el consabido bastón.

Cruzamos entre la gente, que un tanto cansinamente se dirigía al trabajo de la leña. Ella caminaba pausada y regularmente. Se dirigió detrás de los hornos y embocamos enseguida una estrecha cañadita que se adentraba serpenteando entre los cerros de paredes casi verticales. A nuestro lado corría un pequeño estero. Nosotros caminábamos por la senda arenosa que bordeaba su margen.

Ella, repentinamente, empezó a cantar con una voz hermosa y armoniosa. Las palabras no eran castellano, ni español antiguo, ni me sonaban como una lengua que yo pudiese reconocer y he escuchado muchas durante mis viajes. Tenía una musicalidad semejante al griego, pero no pude reconocer ninguna palabra.

El camino subía suavemente. Repentinamente la cañada se ensanchó y también nuestra senda, de manera que podíamos andar cómodamente lado a lado.  Los cerros que nos encerraban eran menos abruptos y estaban poblados por un tipo de árboles que yo desconocía. Ella adivinó mi curiosidad:

No quedan árboles sino en estos lugares. Tienen una madera imputrescible, con ella se construían carabelas y galeones.

= ¿En qué idioma cantabas?

= Uno muy antiguo que solamente conocen aun contadas personas, era el que se hablaba hace milenios en estos lugares.

= Y…el nombre de usted es igual de hermoso? ¿Cómo la puedo llamar? Río de buena gana:

= Me suelen llamar Madre, aunque no sea vieja. Algunos la Bruja. Mi nombre es Remedios, Llámame así. Tutéame.

= Tu canción, Remedios, me fascinó. ¿Qué expresaba?

= Cosas sencilla de la vida cotidiana. Luego, sin transición alguna: ¿Soñaste ayer? ¿Sueños corrientes de los que sueñas?

= De ninguna manera. Fueron sueños muy extraños, como recuerdos de lo que dicen son vidas pasadas. Yo era un ser humano muy primitivo. Herido. Me perseguía una Bestia innominable ¿Sabrías interpretarlo? Antonia me dijo que este es un “lugar” en que se “sueña” ¿Qué quiere decir todo ello?

Remedios me interrumpe:

= ¿Te das cuenta? Aquí comienza lo difícil del camino. Se termina la senda. Tendremos que caminar dentro del estero hasta llegar a la “fuentona”. Efectivamente, habíamos llegado a un punto en que los cerros se acercaban tanto que solamente daban paso al estero que ahora era más profundo.

Me precede. Arremanga su vestido y veo toda su pierna y parte el muslo prácticamente arados por profundas cicatrices inexplicables. Al entrar en el agua su cara se crispa un momento. Me subo los pantalones y la sigo El agua me resulta tan insoportablemente helada que retrocedo. Ella me dice:

= ¡Animo! ¡Otro intento! ¡Lo conseguirás! Entro de nuevo en el arroyito un poco avergonzado, viendo que ella si puede resistir el hielo del agua. Trato de aguantar. Siento un dolor insoportable. Repentinamente parece como si no tuviese pies ni piernas, intento caminar y doy unos temblorosos pasos. Es una sensación cruel.

= ¡Camina! –Me dice ella con imperio-.

= ¡No puedo!

= Camina ¡ya! Logro dar unos torpes pasos. Ella me precede. Vuelve la sensación de dolor, pero es más soportable. Me apoyo en el bastón. Ella me empieza a indicar los pasajes difíciles y me aconseja que tantee primero con el cayado porque hay muchos hoyos profundos en la roca del cauce.

Caminamos de esta manera unos minutos. Llegamos por fin a un espacio más abierto. Salimos del agua y caminamos por un pasto duro hacía una lagunita que es de donde sale el torrente. Delante de ella hay una pequeña playita de roca y pedrezuelas agudas como cuchillos. En el fondo se apoya en un cerro cortado a pico. Tenemos los pies y las piernas, ambos, blancos como papel. Nos descargamos de nuestros bultos. Poco a poco siento un picor intenso en pies y piernas y luego como una oleada de calor que sube por mi cuerpo.

Ella sonríe y me dice:

= ¡Seguro que ahora te sientes mejor! Señala la lagunita:

= Esta es la fuentona. Nadie sabe por qué es tan helada, parece como si fuera nieve recién derretida. Es un manantial de agua viva. Dicen que tiene más de setenta metros de profundidad y una inmensa red de galerías subterráneas.

¡Toma la carga y sígueme!

La obedezco. Rodeamos la “fuentona” hasta su parte trasera, allí donde la pared que desciende hacía el agua es absolutamente vertical. Descargamos los bultos junto al agua. Entonces ella muy seria, me encara:

= Presta mucha atención. Es importante que no tengas miedo. Siguiendo mis instrucciones nada te va a pasar. Señaló el agua y la pared. Yo iré primero. Bajo el agua en esta pared hay una cornisa estrecha. Hay que encontrarla y caminar unos pasos por ella. El agua llega al pecho. Se va tanteando con los pies la pared hasta encontrar un agujero grande. Es la entrada de un sifón. Hay que pasar por él. Cuando yo desaparezca vas introduciendo en el agua los bultos. Yo me arreglaré para tomarlos.  Luego te metes tú. Me imitas. Cuando encuentre el hueco respiras profundo y te dejas deslizar hacía abajo. No es difícil. Yo lo he hecho muchas veces. Otros lo han hecho. ¿Has entrado en cavernas?

= No. Nunca. Solamente he leído relatos Me asustan las cavernas.

= Yo no te obligo a seguirme. Aun puedes desistir. Si viene aprenderás mucho y descubrirás un mundo nuevo para ti. Pero basta que pases los bultos y puedes volver por el camino por el que vinimos. Es tu libre decisión.

= Lo intentaré. Si no puedo seguir adelante será el Destino.

 

 

= Remedios abrió un saco y extrajo unas bolsas de plástico. Entre los dos introdujimos en ellas los sacos. Me explicó que no se podía mojar el contenido. Luego con toda naturalidad se sacó su vestido. No quedó completamente desnuda, sino con un diminuto cubre sexo de cuero rojo. El resto de su cuerpo como lo que había visto de sus muslos era un inverosímil conjunto de cicatrices y hendiduras de antiguas heridas. Ella calmosamente dobló su bata-túnica y la dejó al pie de un arbusto colocando sobre ella una piedra. Intuyó mi asombro a la vista de su cuerpo:

=Así me dejaron los verdugos del Dictador porque seguían los antiquísimos métodos de tortura decretados por la Inquisición para las brujas.

Si me sigues, también tu tendrás que dejar la ropa aquí.

Cuando me desnudé, ella destapó la olla pequeña que yo traía y ví que contenía una como manteca verdosa.

 = Nos tenemos que untar todo el cuerpo con ella. ¡Cara, orejas, párpados…! todo! sirve para el frio y tiene otros fines.

Nos untamos cuidadosamente, ayudándonos mutuamente en las partes más difíciles de nuestros cuerpos. Aquello producía un cierto escozor, pero soportable. Cuando estuvimos listos ella tomó la olla grande, se sentó en la orilla con las piernas sumergidas en el agua. Vi. que palpaba junto a la pared hasta que encontró un apoyo y se dejó caer sumergiéndose hasta los pechos. Avanzó unos metros pegada a la pared y me advirtió.

= Haces lo mismo arrastrando los sacos. Ten cuidado para no perder la cornisa. Me sonrió. Aspiró profundamente y desapareció. Repetí sus acciones. El agua era aún más fría que la del estero, pero no perdí la sensibilidad. Encontré fácilmente la cornisa. Remolqué los sacos flotando detrás de mí. Tanteaba buscando la abertura. Sentí su mano tomándome un tobillo. Con dificultad hundí uno de los sacos hasta que ella lo tomó y desapareció.  Luego el otro. Respiré, me tomé la nariz, coloqué los pies frente al agujero y me dejé caer con fuerza. Sentía como ella me arrastraba tirándome de los tobillos. Me incorporé y saqué fácilmente la cabeza del agua. La oscuridad era absoluta. Ella empujó los sacos hacía mí.

= Los remolcas detrás de ti. No hay peligro.

 Según caminábamos el agua bajaba de nivel. Finalmente desembocamos en un espacio que parecía grande y fácilmente llegué a una playa arenosa. El ambiente era húmedo y frio. Pasados los momentos más emocionales sentía mucho frío.

= Espera quieto aquí.

La sentí abrir uno de los sacos y escarbar dentro de él. Frotó un fósforo y con trabajo encendió una tea. Con ella en una mano y tomándome con la otra me condujo por la caverna hasta introducirnos en un túnel estrecho por el que salía un aire cálido. Desembocamos en un recinto temperado. Ella levantó en alto la tea, y solamente ví unas oscuras paredes. Ella se acercó y encendió con su tea dos humeantes antorchas. = Bien, dijo ella risueña, los arqueólogos opinarían que estamos destruyendo un patrimonio de la humanidad, con el humo, pero así ha ocurrido durante milenios. Un poco más de humo no es grave. Acercó una antorcha a la pared. Había pinturas en ocre, rojo y azul.

=No son pinturas como las Altamira, como ves, -dijo ella- Nuestros antepasados no eran grandes artistas, solamente describieron los hechos de su vida diaria y sus costumbres. Ya te habrás dado cuenta que estamos en una gruta iniciática. Las preguntas las dejas para más tarde. Ahora tenemos que traer los sacos aquí.  Me dio una de las antorchas y retrocedimos a la gran caverna. La diferencia de temperatura me hizo tiritar. Me acerqué a una de las paredes y alumbré. No existía vestigio alguno de pintura.

Trasladamos la impedimenta al cubículo de los grabados. Me mostró que en un rincón, excavados en la pared de piedra, había unos morteros o molinos de piedra primitivos. Quise examinar las pinturas, pero no me lo permitió. Me hizo arrodilla frente a uno de los molinos y me mostró como se manejaba la mano de piedra para triturar y reducir todo a polvo fino. Colocó entre nosotros uno de los sacos y arrodillándose en otro de los morteros, me pasó un puñado de vegetales y se puso a moler ella también con singular energía. Así comenzó la penosas y tediosa labor de pulverizar plantas y raíces que se iban colocando en bolsitas aparte. Solamente, cuando después de muchas admoniciones, observó que yo había tomado un ritmo apropiado de trabajo comenzó a hablar:

= Sabes. Dudamos mucho antes de decidirnos a que participases en nuestras experiencias. Llámalas Misterios si prefieres.  Eres un intelectual y tienes mucha edad. No sentíamos presionados por los hechos: llegaste a la Danza y sorpresivamente llegaste de nuevo cuarenta años más tarde en el momento preciso. Eso no podía ser coincidencia. Te hemos observado y sin que lo sintieses te hemos sometido a pruebas. Las aceptaste sin arrogancia, ni desdén. Los misterios no se racionalizan, sino que se sienten. Tampoco te han chocado cosas que has visto y observado en nosotros. Quizás porque:

para los puros todo es puro; mientras que, para los impuros, todo es impuro”:

Observaste mi cuerpo marcado por el resultado de inimaginables torturas. Me las aplicaron ahora en el siglo XX para que delatase y para que revelase informaciones milenarias que ellos califican en su ignorancia como demoníacas. Para ellos yo era peor que los anarquistas y los separatistas vascos. Tuve puesto en mi garganta el collar del “garrote vil” y sentí en mis vértebras la punta que las perforaría en un éxtasis de dolor. No fui ejecutada, pero es una experiencia como de resurrección.

= Te comprendo muy bien. En mi país las mujeres como tú son llamadas “machis”. También tiene una larga tradición de respeto. Bruja significa para mi alguien que utiliza conocimientos y capacidades fuera de lo común que posee para destruir a otras personas, generalmente por odio o interés personal suyo.

Es parecido a lo que dices. En la lengua antigua se nos denominaba “saravasti”. Éramos y somos las encargadas de trasmitir los secretos de la relación del ser humanos con el cosmos. Conocimientos infinitamente anteriores a las religiones más antiguas, y fundados en conocimientos “reales” muy parecidos a los de la “ciencia “actual y en nada parecidos a los “conocimientos revelados de todas las religiones posteriores.

La concepción que tenemos y nos trasmitieron es “pan-teísta”. Intuimos un ser

Trascendente imposible de concebir por nuestra limitada inteligencia y razón, que se encuentra en todos los seres y en sus partículas más elementales y por eso todos ellos son bellos, puros y luminosos. Lo que se denomina Mal es fabricado por la ignorancia, la torpeza, la locura…humanas que los convierte en ocasiones en seres dañinos y destructivos Así el fuego calienta o quema, el agua vivifica o ahoga; la tierra alimenta o entierra; el aire da vida o arrasa. Esa terrible parte destructiva la creamos los seres humanos por no respetar la REALIDAD ni entenderla…al creernos los reyes del mundo creamos nuestra propia desmesura.

Pensé para mis adentros que yo había llegado a parecidas conclusiones. Remedios continuó. No creo que nuestra concepción sea una verdad absoluta, tipo de los dogmas religiosos. Es nuestro “camino” trasmitido y afinado durante cientos de generaciones. Nos proporciona una hermosa calidad de vida. Sobre todo, ahora que nos ha tocado vivir (una vez más) en la bisagra cambiante e incierta de una cultura que no sabemos si parirá formas de vida mejores o peores. Porque las culturas nunca serán perfectas, Solamente se pueden catalogar mejores o peores, según ayudan a los seres humanos a llevar una vida más equilibrada.

= ¿No os gustaría que se conociese vuestros conceptos y forma de vida ¿

= Es poco posible. Para los demás seriamos como fósiles culturales y, en parte, lo somos. Hemos conservado “principios” originales y adoptado otros muchos a través de las generaciones. Los “grupos de poder” social nos rechazan siempre, porque a ellos no les interesa el bienestar de sus contemporáneos, sino el mantenimiento de su propio poder. En gente como nosotros, rápidamente sienten una amenaza para sus intereses e inmediatamente tratan de destruirnos. Así lo han hecho a través de toda la historia. El Menaje de Yeshoua lo consiguieron convertir en un instrumento de Poder y Dominio y el amor lo convirtieron en odio institucionalizado a través de su Inquisición, por ejemplo.

= Entonces, según tú, ¿nunca se podrá cambiar el sentido de nuestras sociedades?

= No lo sé. Soy una campesina tonta y retardada que solamente trata de vivir.

A sus palabras me reí descaradamente.

= No te creo tonta ni retardada. Hablas como alguien que ha frecuentado universidades

= ¡Palabras traen palabras! -dijo sentenciosamente-.

= Si, dije lentamente, quiero ser “iniciado”.

= Y ya lo estás siendo. Dejaste afuera tu ropa, estás desnudo, has entrado de nuevo en el seno materno que simboliza esta caverna. Participarás en los Misterios. Comprenderás el Principio y el Fin. Nuestra Unidad con el TODO. Danzarás, alcanzarás la Iluminación. Penetrarás en el comienzo de un camino que solamente tú podrás recorrer…

Ya no hablamos más. El trabajo nos absorbió Molidos los materiales, bajo su dirección lo mezclamos con la substancia de las ollas haciendo diversos ungüentos. Otros servirían, más tarde  como base de bebidas.

Salimos de las cavernas muy entradas la noche. Llegué agotado al campamento. Ya estaban preparando la ceremonia del fuego.

 

°°°°°°°°°°

 

El largo ayuno, la caminata, el trabajo… me había conducido al límite de mis fuerzas. Se lo dije, al llega a Remedios:

= ¡Excelente! –exclamó ella- como si le hubiese comunicado la mejor de las noticias.

Molesto insistí:

= Considera mi edad. Tengo una enfermedad del corazón, una arritmia. No puedo más.

= Tú sabes muy bien que los límites nos los ponemos nosotros mismos. ¿Crees Que los demás están mejor? Ellos han trabajado todo el día al sol. Bastantes superan con creces tu edad. Todo estriba en si quieres seguir porque: muchos son los llamados y pocos los elegidos. Luego más conciliadora:

= Los hornos ya están listos En pocos momentos más empezarán las danzas del fuego. Se acercó a mí. Se frotó las manos con energía y las apoyó con fuerza sobre mis hombros. Las mantuvo sobre ellos un momento. Recogió sus cosas del piso y se alejó en la oscuridad. Me dejé caer en el mismo sitio en que me encontraba, indeciso y desorientado. El contacto con el piso áspero y pedregoso me produjo una paz y energía incomprensibles. Permanecí tendido largo rato y de repente percibí unas pisadas deslizantes y una voz susurrante:

= ¡vamos! ¡Levántate! Todo va a empezar. Era Toña.

= Ves en la oscuridad como los gatos –comenté-.

= Eso ya me lo dijiste hace muchos años –comentó riéndose-.

Me tomó de la mano. Aquella mano grande, áspera y llena de calidez. La seguí tieso, temeroso en aquel terreno lleno de tocones de árboles derribados, arbustos y piedras. Ella se daba cuenta.

= ¡Suéltate hombre! ¿Cuándo vas a aprender a caminar en la oscuridad ¿ El miedo es quien te ciega.

Fuimos descendiendo hacía los hornos. Supuse que habíamos llegado al borde del círculo cuando me dijo:

= ¡Ya llegamos! ¡Siéntate!

Yo captaba, sutilmente, que me encontraba en medio de muchas otras personas, Trataba de captar un sonido, una respiración, sin conseguirlo. Casi salto con el repentino golpe seco de dos maderas un poco delante de mi..A esta señal, explotó un primitivo y gutural coro no exento de belleza y ritmo.. Se parecía al canto gregoriano, pero mucho más elemental y sencillo. La lengua era armoniosa y semejante a la que cantaba Remedios. Un poco más lejos, probablemente en el centro del círculo, empezó alguien a golpear como dos piedras de las que saltaban chispas. Cesaron las chispas y en la gran oscuridad, a ras del suelo vi como unas brasitas. Luego una minúscula llamita que creciendo iluminó levemente dos manos que la amparaban. Finalmente, una llama potente iluminó la silueta desnuda sentada sobre sus talones que había producido el milagro del fuego.

Se fueron aproximando antorchas hasta encender seis. Cuando flamearon contemplé las seis mujeres que con el cuerpo pintado y llevando extrañas máscaras las sostenían sobre sus cabezas como candelabros vivientes. El canto se había hecho más vigoroso, pero lo extraño es que yo también cantaba y pronunciaba palabras y frases que no entendía, pero que me venían a la memoria. Irrumpió el golpeteo rítmico de potentes tambores. Los candelabros vivientes comenzaron un lento baile rodeando a la figura, aun sentada, que había encendido el fuego. Sentí un hormigueo que partía de las plantas de mis pies, subía por mi espina dorsal, recorría todo mi cuerpo y llegaba en potentes oleadas físicas y sensibles a mi cerebro. Una experiencia extraña nunca sentida en mi vida. Era como si el ritmo fuese una fuerza telúrica que invadía mi cuerpo

¡BOUM! ¡BOUM! Estallaban los grandes tambores en un ritmo cada vez más terrible y enloquecedor, seguido por lo que me parecían cientos de tambores más chicos. Mecánicamente me puse en pie, extendí mis brazos tropezando con otras manos que enlacé. Abrí mis piernas y mis pies tocaron otros pies y con un alarido espontáneo salido de mí mismo vientre comenzamos a balancearnos unidos en un formidable círculo como si fuéramos un solo y único organismo. Mi yo individual desapareció. Era uno con todos, con el ritmo, con el cielo y la tierra, el fuego de las antorchas que giraban en torbellino delante de mis ojos, allá en el centro. Ellas eran el eje de aquella rueda gigantesca que formábamos. Aro externo al nuestro, envueltos por el cielo estrellado y negro hacía donde se elevaban nuestras manos, y con la tierra que nuestros pies golpeaban con fuerza. El tiempo no existía más, solamente la vibración y la vida.

El círculo de antorchas central, se quebró. Parecían flechas de luz que se extendieron como los rayos de una rueda. Regueros de luz que se extendían sobre la tierra y que se dirigían a las sombras de los monolíticos hornos Empezaba a clarear. Pronto cada horno se coronaría de un penacho de humo.

Lentamente el ritmo y sonido se fueron lentificando. Solo quedó un dulcísimo armónico de flauta vibrando en el aire tenue del amanecer. Bajamos nuestras manos y nos desenlazamos. Mis vecinos más próximos me dijeron:

= ¡Ven! ¡es hora que nos alimentemos en forma terrena! En su voz percibí mucho de humor. Exclamé:

= Me parece imposible que haya podido resistir danzando tantas horas después de dos días sin alimentarme!

= ¡No hay imposibles, hermano! Dijeron varías voces.

 

°°°°°°°

Pronto ardían hogueras por doquier. Aparecieron cantidades de alimentos. Los grupos disputaban mi compañía. Pan, tocino, leche, el pesado vino de la meseta… Mi agotamiento desapareció, solamente sentía mucho sueño.

= ¿Podré ir a dormir? Pregunté a quienes me rodeaban.

= Desde luego, todos lo necesitamos sobre todo por lo que vendrá.

 

°°°°°°°°°

 

Me desperté cuando anochecía. Fui a defecar en un lugar apartado, y no sin dificultad, enterré cuidadosamente mis heces como lo había visto hacer a mis vecinos. Poco después apareció Manuela.

= Te necesitan, me dijo escuetamente.

= Tu, Manuela, dije bromeando, me recuerdas a Iris, la mensajera de los dioses.

= Si, conozco la Ilíada, me encanta Iris ¡gracias por la comparación! Pero antes de acompañarme trata de comer algo, porque lo vas a necesitar.

Ella me esperó pacientemente mientras yo comía de lo que me convidaron mis vecinos. Luego me acompañó hasta donde estaba Remedios en su choza-toldo. Ella me ofreció un cuerito de chivo para que me sentase y se quedó mirándome largamente. Finalmente me dijo como reflexionando par si misma:

= Has participado en la Danza del Fuego. Se puede decir que estás caminando en la Iniciación. Pero te tengo que explicar lo que nosotros entendemos por ello. Ante todo, quiero que te quede claro que entre nosotros no existen las jerarquías ni grados. Todos, en cada momento, estamos recorriendo el Camino de la Iniciación que para cada uno es diferente y no se puede comparar. Solamente que unos comenzamos antes y otros después. Nadie, por eso está más adelantado o retrasado. No se trata de un camino hecho sino que va construyendo para cada uno. Es como una espiral sin fin. En cierta manera el camino es una “involución” de la distinción a la indistinción; de la hipertrofia del Yo, del Ego a la indivisión del ser humano con el cosmos.,

Pasamos (¡irónicamente!) de ser los “reyes de la creación” a la conciencia de ocupar un mínimo lugar en nuestra hermandad con todo lo existente. La Iniciación es el dedo que indica el camino de vuelta a la UNIDAD. Es la herencia que conservamos de los “primeros” de los “originales” que se desarrollaron así durante millones de años. La CONCIENCIA no es nada misterioso, sino simplemente “el darse cuenta en cada momento y lugar, en cada uno de nuestros niveles humanos” de lo que somos y de lo que nos rodea. Es estar siempre completamente desnudos en todos los aspectos, es decir sin los famosos Prejuicios que nos inculcaron desde el vientre materno, que nos ciegan para ver la REALIDAD QUE NOS RODEA y las falsedades que nos hacen creer como verdaderas. Pero debes comprender que el Camino no tiene siquiera valor por su antigüedad o verdad, sino en cuanto nos haga más “humanos” aquí y ahora.

. Lo que estás viviendo es solamente una Puerta. Los ritos o ceremonias carecen de valor, solamente nos sirven para que nos demos cuenta “si queremos vender todo cuanto poseemos por una perla que consideramos más valiosa”. En sí mismas carecen de todo valor, son puro romanticismo o simplemente perversiones inútiles. Drogas místicas tan de moda en nuestro tiempo.

Ahora te voy a llevar a unos lugares muy particulares para que los conozcas y te sirvan para concentrarte más.

 

°°°°°°°°°

 

Esta vez caminamos mucho entre medio de aquellos dédalos inextricables de cañoncitos tan angostos que se podían tocar las escarpadas paredes solamente extendiendo los brazos. Finalmente me introdujo en las entrañas de las montañas. Ahora no se trataban de las galerías de la “fuentona”. Ella me dijo que aquellos cerros estaban perforados por redes de galerías casi todas ellas actualmente inexploradas. Solo conocemos en la actualidad unas pocas, las que usamos. Esas, decía, conocerlas perfectamente. Según ella estos laberintos habían sido refugios milenarios frente a las invasiones y tropelías de los habitantes de la región y en las numerosas guerras a través de muchos siglos. Reflexionaba que quizá ellos provenían de lejanos asentamientos de trogloditas primitivos habitantes de aquellas galerías. Eran cavernas inmensas y complicadísimas formadas por corrientes de agua cuando la meseta fue un inmenso lago después de las últimas glaciaciones. Todo ello me lo explicaba sentados sobre una arena como talco al borde de una lagunita en miniatura sumergidos en una tenue penumbra. Habíamos llegado allí después de reptar y dejarnos caer por chimeneas bastante largas y, para mi angustiantes. Añadió. Te deseo aclarar una vez más algo:

= No somos una secta. Sino los restos minúsculos de clanes milenarios. Tenemos conciencia de ello y hemos aceptado el desafío de vivir en el mundo de hoy conformándonos con nuestras raíces. Tratamos de conjugar dos realidades sin renunciar a ninguna, No tenemos el gusto del secreto, pero las gentes no nos aceptan y llevo las marcas de ello en mi cuerpo.

= Si sois un clan ¿por qué me habéis querido adoptar?

= Porque existen seres humanos como tú que tienen conciencia de sus “recuerdos del pasado” y desean intuitivamente revivirlos. No es que lo comprendas intelectualmente, sino con todo tu ser. Para ayudarnos a recuperar esa “vivencia “celebramos los Misterios de la Danza.

= ¿Misterios y Danza son partes de un todo?

= La ciencia moderna está descubriendo que la vida en todos sus aspectos es una Danza. Algunos lo llaman Azar. Las mismas moléculas de nuestros cuerpos danzan a un ritmo determinado. Los “antiguos” lo percibieron a su manera, dándose cuenta que éramos partes de un todo armónico y misterioso. Algunos lo definieron como Dios. Ahora los cosmólogos afirman que todo está hecho del “polvo de las estrellas”. Tanto la tierra que pisamos como los árboles y nosotros mismos Así comprendemos lo que somos por naturaleza, cuáles son nuestras necesidades primarias, y la Ilusión (maya) que hemos ido creando los humanos “jugando” lo que llamamos cultura, ciencia y otras grandes palabras. Después de milenios, algunos opinan que después de millones de años, el ser humano no difiere en sus necesidades primarias de los otros animales.

Alimentación reproducción, la búsqueda de homeostasis (buena calidad de vida)., como individuos y grupo. La reproducción con sus ciclos precisos, la búsqueda inconsciente del reproductor más apto.

El Goce del Amor que es aceptación del Otro, sexo gratuito, comunicación juego creación de cosas…

Así es como vivieron los “antiguos”. Para ellos se trataba ante todo de un mundo sensorial y emocional. Quizás como juego desarrollaron lo que llamamos inteligencia. En su simplicidad original era un cierto Paraíso para quienes lo vivieron, para nosotros, ahora sería un infierno. Eso significa que hemos ido desarrollando un mundo irreal, absurdo e injusto. Pero las especies no retroceden jamás en su desarrollo sea positivo o negativo, simplemente un día mueren, desaparecen cuando han perdido su objetivo vital.

En los Misterios tratamos de revivir por mimesis el mundo original. Vivimos, días u horas una especie de utopía creada no ideológicamente sino dejando aparecer nuestros impulsos primarios y elementales más fuertes. Borramos la culturización compulsiva a la que hemos sido obligados. Precisamente este es el “crimen nefando “que se nos imputa. Son acciones vividas en espacio-tiempo diferentes. Un hiato histórico curativo. Una catarsis y limpieza personal y grupal. No se trata de una violación a normas culturales por rebeldía o negación, lo que sería destructivo... Tampoco creer que los ritos orgiásticos sean un libertinaje erótico ritualizado.

En la Danza representamos utopías que se vivirán por unos momentos: danza de la mimesis animal, recordando nuestra unidad con el mundo animal; la caza; la exploración; el juego; el amor; la reproducción y por fin, la Creación y el Caos. La vida y la muerte por la que continuamos viviendo en otros seres. Con ello declaramos nuestro origen y nuestra trascendencia.

= Empiezo a comprender lo que estoy viviendo.

= Ahora quisiera que olvidases tu intelecto. ¿Qué estás viendo ahora aquí?

= ¡Todo es tan evanescente y tenue con esta luz indirecta que desciende por aquella oquedad! Esta gruta parece tener la forma de una gota de lluvia. Es posible que aquí durante milenios girase un remolino cuyo recuerdo es este minúsculo estanque.

= ¿Te gusta estar aquí?

= Ahora me siento bien, pero el camino para llegar me resultó angustioso Solamente me aseguraba tu compañía. Me siento bien. Ni frio ni calor. Un silencio como nunca lo he experimentado antes.

= Dices que mi compañía te aseguraba en el descenso. ¿Qué ves en mí?

= No me sugieres una “madre” como te suelen llamar los otros. Una hermana. Quizás una esposa. Tu mata de pelo que cae pesadamente sobre tu espalda, me fascina. Es muy hermosa Quizás me traen algún recuerdo. Tus cicatrices hacen que me avergüence de mi cuerpo intacto.

= ¿Te repugna mi cuerpo? ¿Lo deseas? ¿Te reprimes? ¿Te atrae mi desnudez?

= No te deseo. El cuerpo desnudo es tan natural para mí como parece serlo para ustedes. No me parece más atractivo que cubierto.

=Si te lo pidiese ¿te unirías conmigo?

= No me parece que me hayas traído aquí para eso. ¿Acaso es un rito antiguo tal como la hacían las hieródulas en los templos antiguos?

= ¿Te repugna mi cuerpo porque está mutilado?

= No me repugna. Me infunde respeto. Unirme a ti me haría sentir como aquellos que te violaron.

= Quizás no lo harías por motivos morales o religiosos?

= No tengo esos prejuicios.

= Compruebo que no estás poseída por el “deseo”. Me alegro de tu sinceridad. Mi cuerpo tal como está solamente puede ser atractivo por el deseo o el amor.

= ¿Has intentado probarme?

= ¡Quizás! Nosotros no enseñamos con palabras sino, sobre todo, con lo que hacemos. Aprendiste con todo tu cuerpo cuando hace cuarenta años danzaste con nosotros. Ayer cuando entraste en la “fuentona y trabajaste en la preparación de los ungüentos, también aprendiste. Hoy estás aprendiendo…! debes perder el miedo.

 

°°°°°°°°°°

Lo que sucedió inmediatamente después fue la consecuencia de sus últimas palabras. Se incorporó suavemente y sin que yo adivinara cómo, desapareció. Es posible que yo me ensimismase con su advertencia. No lo sé. Era posible que hubiese desaparecido por alguna de las múltiples aberturas que perforaban las paredes a diferentes alturas. ¿Por cuál de ellas? ¿Qué era lo que pretendía de mí con esta brusca desaparición?  Instantáneamente tuve la intuición que se trataba de una prueba o un dilema que yo debería resolver. Sería como una especie de koan zen presentado a su manera. Quizá se formularia “si permaneces te pierdes, si te mueves te pierdes” De lo que estaba seguro es que ella no volvería a buscarme.

Permanecí largo tiempo sin moverme. Tenía que vaciar mi mente enfrentarme conmigo mismo, dejarme llevar por lo más primitivo y certero de mi interior sin ayuda externa alguna.

Con la imaginación volví hacía atrás. Contemplé a Remedios sentada sobre sus talones plácidamente. Su cuerpo desnudo, ligeramente moreno, arado por aquellas terribles cicatrices. Su cara serena, casi sonriente, enmarcada por aquella cabellera maravillosa que le cubría parte de la espalda como un manto sedoso. Me parecía como una “testigo” de otra realidad.  Ella, ahora me enfrentaba con la “metanoia” el cambio de mente, introducido en aquel como útero rocoso con mi miedo al nacimiento y a la muerte. Un chispazo y me encontré en el vacío de la no-mente. Me incorporé despacio. No elegí ninguno de los pasadizos que estaban en la pared, me introduje en uno de ellos.  Penetré en la oscuridad absoluta. Caminé, repté, sin angustia ni esperanza. Empecé a adquirir conciencia de los túneles como partes de mí mismo. Textura de las paredes, morfología de las rocas que no veía. Palpaba con manos y pies, con toda la piel de mi cuerpo la masa rocosa en la que me deslizaba como un gusano en un formidable y duro queso. Lo que antes en aquellas grutas infinitas me había aparecido opresor y siniestro, ahora me resultaba como algo familiar, protector y cálido. Me encontraba en el no-tiempo, puesto que no tenía objetivo alguno que alcanzar. Vivía, quizás por primera vez en mi vida, el “instante presente” 

Caí por una chimenea vertical. Si no hubiese sido tan pulida me habría lastimado gravemente. Parecía una caída libre en el espacio. Instintivamente con manos y pies frenaba el descenso. La sorpresa instantánea llegó cuando caí como vomitado, en una cámara profusamente iluminada por antorchas que diseminaban un olor acre a resina. Después del silencio y la oscuridad me sentí agredido por insoportables sensaciones. Quedé acuclillado en el lugar en que había caído.

 

°°°°°°°°°

Estaba en una gran sala subterránea. Iluminada por docenas de antorchas incrustadas en las oquedades de las paredes. El techo debía ser alto, porque a pesar del fuerte olor no había humo. A la luz rojiza cimbreante se afanaban muchas personas. Estaban untando unas a otra sus cuerpos enjalbegándolos con pastas de violentos colores. Más allá, otros trazaban sobre estos cuerpos delicados dibujos.

Nadie pareció percatarse de mi caída. Aquel espectáculo extraño me pareció natural, como si hubiera sido en otro tiempo habitual para mí. Trabajan con seriedad y dedicación como cualquier artista Hablan y ríen. Entiendo frases sueltas:

= Levanta los brazos.

= Ábrete de piernas.

= Inclínate.

= El azul resaltará mejor.

Ningún diseño era igual. Los fondos que cubrían los cuerpos hacían resaltar los elegantes dibujos. La luz de las vacilantes antorchas, por las corrientes de aire, producía en los cuerpos amalgamas mágicas Empecé a sospechar que las pinturas podían contener algún tipo de minerales reflectantes o fosforescentes.

Una mujer totalmente pintada de negro, parece haberse dado cuenta de mi presencia y se dirige resueltamente hacía mí. Ella no está aún decorada, Me había fijado en ella antes porque parecía saber dirigir o modificar, pues daba ciertos toques en algunos dibujos o, metiendo los dedos en un pigmento, ella misma trazaba sobre los cuerpos algún dibujo. Es una mujer alta y esbelta. Tiene l pelo cuidadosamente amarrado en un moño vertical sobre su cabeza. adornado con minúsculas florcillas silvestres, blancas y azules. En sus antebrazos y bajo las rodillas lleva apretados ligamentos de rafia tejida, lo mismo que en muñecas y tobillos. En el cuello collares de minúsculas campanitas que tintinean. Lo mismo sobe sus ligaduras en tobillos y muñecas.

Me mantengo inmóvil esperándola. ¿Seré tratado como huésped esperado o intruso? ¿Tomé el camino correcto o el equivocado?

= ¡Bien venido! ¡Por fin llegaste! Exclama regocijada. La reconozco por la voz

=  ¡Es Antonia¡ Parece que siempre me esperáis –reflexiono en voz alta.

Ella ríe divertida y sus dientes resaltan fuertemente en su cara negra. Me dice:

= ¿Aceptarás ser pintado?

= Supongo que para eso llegué aquí –digo resignado-. Oculto el rechazo que siento.

= No te gusta la idea –dice ella perspicaz-. Nada entre nosotros es forzado.

= no es eso –respondo-. Es un reflejo propio de mi educación lejana. Nunca me he disfrazado y menos aún pintado. Es una especie de miedo a lo no experimentado. ¡Ya! ¡Estoy dispuesto!

Avanzamos hacía el grupo. Nadie me mira.

= ¡Juan! ¡Marieta! –llama Antonia- Se acercan dos figuras cubiertas de pintura ocre.

= Ellos –dice Antonia te harán el imprimado de fondo. Luego os decorareis unos a otros

= Yo no sabré hacerlo –exclamo asustado-.

= Muy sencillo- dice Juan conciliador- metes tus dedos en las pinturas y dibujas aquello que “sientas”.

= Creatividad pura –ríe Marieta.

= Antes, yo, haré algo –dice Antonia. Hunde sus dedos en una vasija cercana con tinte rojo. Con firmeza y suavidad los pasa por mi cara. Recorre los párpados, la cuenca de los ojos. Siento la pasta suave y grasienta. Sigue el contorno de los músculos de mi cara. Lo hace sin vacilación alguna. Solamente se detiene para cargar más pintura.

= Me gustaría poderme ver en un espejo –digo queriendo ser chistoso-En realidad para ocultar la angustia y repugnancia que siento. A la vez otra parte de mí mismo lo aprueba y me parece sentir que todo ello no es una experiencia nueva.

Mis compañeros comienzan a extender por mi cuerpo lo que ellos llaman imprimación o fondo. Se trata de un líquido rojo, no untuoso como el que me aplicó Antonia, que mi piel absorbe como si fuera papel secante Extienden el tinte rápida y seguramente mediante una especie de esponja vegetal sin omitir el menor repliegue de mi cuerpo.

= Vas a ser el compañero de la Dama –dice sibilinamente Marieta.-.

Comienzan a decorarme, ahora con pinturas espesas. Me dejo modelar dócilmente Con sus ágiles dedos me imprimen como un masaje que relaja mis tensiones. Se acerca una mujer con fondo rojo como yo y decorada con fantásticos dibujos en que campean dragones. Se me ocurre que pueda ser la Dama. Me contempla. Finalmente dice:

= Ya-no-eres-tú. ¿Ahora comprendes el sentido de la pintura corporal? Por un tiempo quedas despojado de tu YO. Poco a poco esta experiencia se hará carne de tu carne. No te dejes llevar por tu mente ¡escúpela! ¡vive tu momento!

= ¡Es un disfraz! –exclamo-.

= Los disfraces son una imitación- dice ella con desprecio- Esto es como crearte una nueva piel. Lo asumirás.

 

°°°°°°°°°

Terminaron. Miré mi cuerpo a la ya incierta luz de las antorchas. Rojo ladrillo con complicados e intrincados dibujos en azul, blanco y negro. Ninguna parte de mi cuerpo había sido omitida. Incluidas las palmas de las manos y las plantas de los pies. Me ciñeron las apretadas ligaduras de paja dejarme tiempo para perplejidades. Marieta me invitó para que la decorase.

= ¡Pinta como te lo diga tu corazón!

Trato de no pensar. Sumerjo mis dedos en la espesa pintura roja y empiezo a trazar dibujos en la espalda de mi compañera.  Con asombro me doy cuenta que estoy trazando signos rúnicos. Se acerca Antonia y con delicadeza comienza decorar la cara de Marieta, luego la de Juan. El cambio es impresionante.

Aunque fuimos los últimos en terminar. Aun debimos permanecer largo tiempo acuclillados con todos los demás apoyándonos en el rugoso muro de roca.

= ¡Vamos! –dijo alguien-. En fila de a uno empezamos a salir. Afortunadamente por corredores en que se podía caminar con cierta holgura. Después de un tortuoso recorrido salimos al exterior. Estábamos arriba en el flanco de un cerro. Seguí a los otros por la angosta senda que descendía hacía los hornos que humeaban debajo de nosotros. El largo crepúsculo de estas latitudes estaba a punto de acabarse. En un momento veo con asombro que el círculo que está en medio de los hornos es un cuadrilátero de cuadros rojos y negros.  Seguimos bajando y cuando llegamos al borde del tablero compruebo que las casillas negras están cubiertas de carbón finamente molido y las rojas de un polvo de insultante carmín. Ya me doy cuenta que vamos a participar de un tipo de danza-juego. Empiezo a examinar, ahora en conjunto a mis compañeros y me es fácil deducir algo parecido a un ajedrez convencional. La Dama y su acompañante. Sacerdotes, guerreros ¿dioses? La Dama roja se me acerca y me toma gentilmente de la mano conduciéndome al cuadro de partida. Es evidente que soy el Rey o sacerdote rojo. Quizá el chamán. Digo en un susurro a la Dama:

= ¿Qué es lo que tendré que hacer?

= Nada –responde. Se arrodilla y se sienta sobres sus talones, la postura tradicional para ellos. La imito y mis compañeros a nuestro alrededor. Ha oscurecido completamente Empiezan a encender pequeñas hogueras al borde de lo que parece tablero. Pronto quedamos rodeados de un anillo de fuego. Permanecemos inmóviles. Empiezo a sentir calor en mi espalda. Una mujer recorre nuestras filas, va ligeramente pintada, pero lleva máscara. Por el porte supongo que es Remedios Ella me señala. Sus acompañantes se dirigen hacia mí  y me colocan un collar de la que pende un hacha de piedra, posiblemente obsidiana maravillosamente pulida, una verdadera joya. Luego m coronan con un ancho cintillo de paja que tiene hermosos dibujos.

= Vamos a entrar en juego de la vida y de la muerte – me susurra mi compañera-.

 Comienza una música extraña. Agresiva. Todos nos incorporamos. Sentía como si la música me estuviese dictando lo que tenía que realizar. Empecé a moverme por el tablero en movimientos y contra movimientos, siempre por los cuadros negros, pero manteniendo un ritmo especial. Fui perdiendo el sentido de la realidad. La atmósfera era muy pesada por el humo de los hornos. Me parecía encontrarme en una especie de extraña batalla en la que no tenía que agredir a nadie, pero que estaba dictada en una experiencia milenaria.

 

 

 Solamente cuando cesó la música y nos alineamos en nuestros casilleros primitivos me di cuenta que debía haber danzado muchas horas ya que el sol estaba apuntando. ¿Me había intoxicado con el monóxido de carbono? En ese momento advertí que en el centro del tablero estaba una persona. Sonó la voz clara y cascada de un anciano. Era el tío Mariano. Fantásticamente pintado y supongo que con los atributos de lo que fue un guerrero íbero. Estas fueron sus palabras:

 

“El Misterio que hemos celebrado hoy nos ha hablado de la “duración”. Y como “cambiando” permanecemos a través del tiempo. Somos los antiguos y los nuevos. Cuerpos, costumbres, ropajes cambian. Nos disolvemos muchas veces en nuestros elementos primarios uniéndonos con lo que nos rodea y un día volvemos. El Misterio también nos señala que somos seres limitados, aunque participemos de la emergía del cosmos. El medio que ahora nos rodea se degrada por la estupidez humana. La cultura que compartimos no acepta la “alteridad”. Este es el mensaje que recibimos esta noche a través de nuestra Danza. Este será el tema de nuestra meditación”.

= ¡Sea así! Gritaron todos los circunstantes.

 

°°°°°°°°°

Increíblemente el pesado maquillaje se disolvió después de un prolijo baño en las heladas aguas del arroyo. Comí algo apresuradamente y me dormí inmediatamente, despertando a la caída de la tarde. Aun recostado   repasé los acontecimientos del día anterior. Para mi mente eran difíciles de asimilar. Me costaba aceptar todo tipo de ritos y ceremonias. Tampoco me halagaba el hecho de haber sido elegido como neófito por ellos. Quizá pesaba sobre mí el hecho de mi marcado materialismo científico. Era posible que en otra época de mi vida hubiera rechazado participar en todo aquello. Ahora tenían un dejo de aventura. Una sombra interrumpió mis meditaciones. Era Antonia.

= ¿No te vas a levantar a comer alguna cosa?

= Estaba pensando –respondí desorientado.

= En lo de ayer seguramente –dijo ella -. Me apuesto que todo ello chocó a tus prejuicios propios e introyectados. Crees que somos un grupo de locos fanáticos.

= Confieso que me parecéis personas muy singulares. Estoy confuso. Siéntate un rato. Luego iré a comer.

Ella se sentó a mi lado.

= Me pregunto –comencé- el porqué de tanta ritualización.

“Cierto tienes una confusión. Existen los ritos vivos y los ritos muertos. La diferencia es que los que has conocido hasta el momento son de los primeros. Mera repetición de formas fijas. Los ritos vivos son esquemas creativos. Lo que hicimos anoche, probablemente no se hizo nunca antes y posiblemente no se repetirá jamás. Nuestros ritos, si los quieres llamar así, son como las obras de arte, únicas. Los primeros son mera palabrería adornada con gestualidad. Los que hacemos implican un mensaje vital. Contempla lo que nos rodea: este pasto duro sobre el que estamos sentados, los cerros que nos rodean, las florcillas minúsculas, visitadas por insectos zumbadores. Los ratones., ardillas…Todo ello es un lenguaje para quienes aprendemos a descifrarlo. Para la mayoría de nuestros coetáneos no dicen nada. Ni siquiera se darán cuenta que existen. En los Misterios existe información, pero hay que saber leerla. Allí están los arquetipos que explican el sentido del mundo y de la vida, así como de vivirla en forma armónica y constructiva. Son arquetipos dramatizados.

= No consigo captar, Antonia, cual puede ser ese mensaje primordial que nos entregan los arquetipos.

= Contienen un esquema emocional, sensorial par que colectiva e individualmente se comprenda la dirección del cosmos, su trascendencia y nuestra inserción en ello. Es decir, Nos tratan de enfrentar con el Misterio de los misterios que tanto ha preocupado al ser humano desde el comienzo de los tiempos.

= No consigo entender.

Antonia continuó sin impacientarse:

= Existe una información primaria, un camino que conduce a la intuición no racional, no-discursiva del sentido de lo existente, llámalo como quieras con tal que no trates de intelectualizarlo, (porque no es inteligible) describirlo y menos aún, pecado máximo, antropoformalizarlo o captarlo de cualquier manera existente. Llámalo Tao, Absoluto.

= ¿Qué sentido tiene intuirlo?

= Saber-que-está-ahí.

= ¿Eso es la fe?

= No. Simplemente una aceptación íntima, una certeza que no es ni emocional, ni racional Es el reconocimiento de una Trascendencia que nos escapa

=? ¿Es la esencia de los Misterios?

= Absolutamente, no. Carecen de esencia. Son esquemas, arquetipos. Dedos que señalan una dirección.

=? ¿Cómo fue posible que esos pueblos “originales” tan simples pudieran alcanzar eso que llamas intuición primaria?

= Ellos era seres que vivían tan inmersos en el mundo que les rodeaba, sin intermediarios de ninguna naturaleza, algo así como los peces en el agua en una simbiosis que nosotros nunca seremos capaces de experimentar.

Pero. dejemos de especular. Me has arrastrado a tu terreno preferido. Lo que ocurrirá esta noche te sacudirá profundamente. Dejará en ti la semilla que germinando en tu vida diaria te hará comprender muchas cosas que te preguntas. ! Ven

¡Lo que te espera significará un gran esfuerzo físico! Luego iremos a maquillarnos

= ¡Otra vez!? ¿Para qué nos lavamos entonces? ¿Para qué necesitamos decorarnos el cuerpo

= Hoy será diferente. Nadie te decorará tu serás tu propio artista.

 

°°°°°°°°°°

El humo de los hornos subía verticalmente hacía el cielo. No había viento. Todos, sentados en pequeños grupos, comíamos con apetito y conversábamos alegre y ligeramente. Aquello no difería de cualquier fiesta campestre. Circulaban grandes pedazos de cabrito asado, hogazas de dorado pan y las botas con el grueso vino de la región eran lanzadas por el aire y atrapadas con deleite. Se comía sin plato y se bebía de la bota el delgado chorrillo que gorgoriteaba en la garganta. Supongo que pareceríamos gentes salidas de alguna novela de Cervantes. .

Aun no terminada la comida los perros limpiaban concienzudamente el lugar. Como no existían desechos de papeles o plásticos todo quedaría limpio.

Un comentario me intrigó:

= Hoy tendremos un cielo bajo perfecto. Enseguida:

= ¡Vamos! ¡Ven! ¡Hay que apurarse!

Esta última frase la oí por primera vez entre ellos, siempre calmos. Seguí al grupo que en fila india trepaba por los senderillos que ascendían el cerro. Así volvimos a la gruta del día anterior. Pero, existía un cambio. Colgadas en las paredes entre las antorchas había un sinnúmero de máscaras representando casi todos animales en una manera espeluznantemente realista.  Se acercó Remedios.:

 

= Elige tu máscara y caracterízate a tu modo. Sin pensar.

Empecé a examinar una por una las máscaras. Hermosas y horribles. Feroces o demoníacas. Naturales como si hubieran sido hechas con los despojos de los seres que representaban. Bisontes, uros, tigres de dientes de sable, leopardos de las nieves, osos, lobos osos cavernarios… Algunos de aquellos animales habían desaparecido desde hacía milenios de milenios. Todas estaban hechas, cualquiera que fuese su tamaño, de manera que encajasen perfectamente en una cabeza humana, El tigre me fascinaba, pero tomé, sin saber el por qué, la de un leopardo de las nieves. Decidí ensayarla. Con asombro, a pesar de su rigidez, se adaptó perfectamente a mi cabeza y hombros. Podía respirar bien y ver por sus ojos. Casi con respeto la volvía a colgar del muro y empecé a depositar mis ropas a sus pies. Busqué el imprimado blanco con que me cubrirla. Lo encontré. Era una pasta aceitosa en la que metí mis manos con repugnancia. La empecé a extender sobre mi cuerpo y con cierto pánico vi que penetraba en mi piel y no permanecía sobre ella como la del día anterior. Se me figuró que no me la podría sacar más. A pesar de ello continué extendiendo la pasta. Remedios se me acercó y observó en voz baja y juguetona:

= ¡Bien! ¡Muy bien! No olvides que todo debe ser cubierto, la planta de los pies, entre los dedos…

= Me asfixiaré. Es más espesa que la de ayer.

= No temas. Son productos naturales. Tu cuerpo respirará normalmente.

Cuando terminé era ya uno de los últimos. Endosé mi máscara y seguí a los otros que ya estaban saliendo.

 

°°°°°°°°°

Fue una experiencia estremecedora. Creo que la mimesis de la vida animal prehumana. Se recordaban momentos en que el ser humano estaba en un estadio identificado con el animal y a la vez ya no lo era. Empezaba a tener conciencia de sí mismo. Aquella música sincopada, los movimientos (¿la conciencia?) de mis compañeros inducían mi existencia en aquel momento. Todo salía en forma espontánea de mí mismo sin ninguna pérdida de mi identidad era yo mismo en otro tiempo y espacio.

Otra vez la Danza duró hasta el amanecer. Lo que siguió en los dos días siguientes ya me resulta imposible relatarlo o describirlo. Fueron etapas de una organización tan diferente a nuestra sociedad que en que las relaciones no era fruto de la mente, sino de la sensación y del cuerpo. Se verificaba la vida-muerte-reencarnación-unidad con el cosmos en un sincretismo sensorial inexpresable.

A pesar de mi edad y las horas y horas de danza orgiástica no me sentía agotado porque no se realizaban a base de un esfuerzo muscular y nervioso, sino que nos movíamos como peces o pájaros en un no-elemento, bogábamos y nos deslizábamos en un espacio diferente, ingrávidos y felices.

 

°°°°°°°°°

Había terminado la gran Danza. Final. Sentados alrededor del gran círculo central vacío descansábamos. Decidí irme a lavar antes que se me enfriase el cuerpo. Me estaba incorporando cuando la pesada mano de Antonia me detuvo:

= ¿A dónde te diriges?

= Quiero ir a lavarme las pinturas.

= No, - dijo ella imperiosa-. Hasta ahora nos hemos visto así a la luz de las antorchas o de la incierta del alba. Ahora nos contemplaremos a la luz del día. Conviviremos. Ya eres uno de nosotros. ¿Te avergonzarás de serlo? Además –añadió con picardía_ las “vestiduras” nos preservarán de lo que va a venir. Ahora tenemos que ensacar el carbón. Es el trabajo sucio. Los tambores continuaban tocando en sordina un ritmo lento, una readecuación a la vida corriente después de los ritmos huracanados de la danza y el éxtasis.

Se había hecho completamente de día. Aunque sin máscaras todos apreciamos irreconocibles, aun la misma Antonia. Nos dispersamos al azar para desayunarnos junto a las pequeñas hogueritas. Alrededor de la mía estaban Remedios, Manuela y un hombre y mujer para mi desconocida.
= ¿Estás muy cansado? –preguntó Remedios.

= Si y no –respondí-.

= ¿Cómo es eso, hombre? Dijo el desconocido que me recordaba un pascuense con su alto moño y dibujos.

= A mi edad y después del dispendio de energía de estos días mi cuerpo lo siente a la vez me domina una gran energía.

= Bah! - dijo la mujer, aquí la mayoría somos abuelos.

=Supongo, dijo Remedios, que no creerás que celebramos todos los meses cosas parecidas

= Es de suponer. Pero ¿Quién podría suponer que hoy día se celebrasen aquí en Europa este tipo de ceremonias?

= No somos los únicos. Se hacen en otras partes. No son conocidos porque aún son considerados como ¡nefandos” Brujos, aquelarres, grupos de depravados…

= Supongo que ya no serán quemados.

= Cierto. Pero mira mi cuerpo y calcula que esto que me sucedió no ocurrió hace demasiados años. Aun ahora existen grupos de exaltados que se juzgan los Vengadores de Dios. La “alteridad” sigue considerándose como un crimen social.

= Estoy confundido. ¿Qué me ha sucedido en estos pocos días?

= se despertaron en tu cuerpo potencialidades y captación de energías dormidas. Algo que era corriente en nuestros lejanos antepasados a lo que se denomina “originales”. Era un conocimiento vital que les permitía vivir  adaptados a su realidad en forma plástica y sin necesidad medios externos o artefactos como nosotros Cuando se fue perdiendo la unidad original (el mito  dice que fueron arrojados del Paraíso) se perdió la capacidad adaptativa. Y se trató de llenar el vacío con creaciones externas y artificiales. El resultado somos nosotros que nos vamos convirtiendo lentamente, también en artefactos.

 

°°°°°°°°°

Descargar los hornos de carbón no era cosa sencilla ni agradable. Hubo que extender el carbón aún caliente para que se enfriase. Pronto estábamos envueltos en una nube de polvillo negro. Nuestras brillantes pinturas eran unas formas oscuras y terrosas. Alguien me comentó

= ¡Ves! ¡Así es la vida! Hay que tomarla con buen humor. Hace poco parecíamos dioses, ahora tenemos que tener cuidado de no quemarnos hundidos en lo más terreno y sucio que nos dará calor en el frío invierno. Cuando se comprende que esto es igualmente vida has encontrado el camino.

Tres días de intenso trabajo en que nosotros y todo aparecía impregnando del polvillo del carbón. Fue una experiencia de suciedad como nunca la había tenido. Finalmente vino la meticulosa limpieza de nuestros cuerpos en que nos ayudamos unos otros usando una arcilla blanca y desengrasante.

Repartidos los sacos de carbón cada grupo partió sin grandes despedidas.

 

°°°°°°°°°°

 

En el camino de vuelta busqué ansiosamente la compañía de Antonia y Manuela. Me llamaba la atención que el numeroso grupo caminase en extraño silencio. Solamente me atreví a interrogar a Antonia en un susurro cuando apareció en la lejanía el nido de cigüeña que coronaba la torre del campanario del villorrio:

= Y…ahora ¿qué?

= Lo de siempre Tú volverá a tu lejano país. Nosotros a nuestras tareas. Solamente en apariencia. La vida no se repite. Lo que has vivido en estos días deberá ser una parte de ti mismo en lo que hagas y vivas. Te servirá para comprender la esencia de lo natural. Si te dejas modelar por el movimiento de sus fuerzas ancestrales te dirigirá hacía donde no existe límite alguno y no dependerás de lo externo a ti mismo.

 

°°°°°°°°

Decidí que en el tiempo escaso que me quedaba hasta que llegasen a recogerme mis amigos, trataría de conocer algo mejor a las gentes del caserío. Así que aquella misma tarde salí a vagar por las callejas, dispuesto a entablar conversación con cada de los que encontrase. Sospechaba que detrás aquellas caras arrugadas de ancianos había misterios insondables. Si, me habían aceptado, y no existía otra muralla entre nosotros que la que yo mismo me había creado hasta entonces.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Así que me dirigí directamente hacía aquel viejito que hasta entonces me había aparecido de cara terrible y atrabiliaria. Como le había visto otras veces estaba sentado a la puerta de su corral tejiendo laboriosamente trenzas de esparto. Las sujetaba enganchadas al dedo gordo de uno de sus nudosos pies. Trenzaba despaciosa y prolijamente. Me detuve ante él fascinado como siempre por el trabajo de un artesanos-artista. Saludé. Me contestó con un gruñido vago poco alentador. Le seguí contemplando. Me ignoraba absorbido en su trabajo. De repente empezó a monologar en voz alta:

= Dicen que son muy toscas. Ya muy pocos las usan

= ¿el qué? -pregunté desorientado.-. Continuó sin hacerme caso:

= Cuando estan muy gastadas no cuesta nada hacer unas nuevas.. Entonces levantó la cara por primera vez y me sonrió maliciosamente:

= Pues, hijo, las espardeñas. ¿No las conoces? Las auténticas, digo yo. Son las abuelas o bisabuelas de las alpargatas:

=¿Cómo así ¿-acerté a decir-.

= Ni siquiera sabe de lo que hablo -gruñó-.

= Desde luego que sí. Hace poco compré unas, las tengo en mi mochila.

Me miró con sus ojillos negros hundidos en una constelación de arrugas. Mi afirmación parecía haberle sonado como blasfemia. En su mirada había una ironía que trascendía el tiempo.

= Seguro que de esas con cintas -afirmó-. Hechas para señoritos que juegan en sus bailes parecerse a campesinos.

Sacándose el cordel del pie se levantó con una agilidad que yo no podía suponer y acercándose al portón medio abierto descolgó un par de espardeñas y me las alcanzó. Las examiné. Eran una maravilla de finura artesana. Todas tejidas de esparto. Punta y talón de una pieza. Cordones exquisitos del mismo material fino y resistente. Algo absolutamente diferente de lo que vendía en el comercio y además que denotaba técnicas y forma muy antiguas.

 =Son perfectas- exclamé-

 =Antes, hijo, en tiempo de mis padres se hacían aún mejores. ¡Eran de cáñamo! ¡Creías no llevar nada en los pies!

= Usted abuelo debe tener, ahora, mucha edad

= Llámame mejor tío Mariano. ¿Edad? No sé. Dicen que más de cien años. He vivido muchas guerras.

= Me gustaría ver como se hacen esas espardeñas tejidas de una sola pieza.

= Con gusto, hijo. Siempre a un buen artesano le gusta mostrar sus habilidades Puedo hacer unas para usted. ¡No por dinero! Lo último lo dijo con marcado desprecio

= Me encantaría.

= Entonces vuelva mañana.

 

°°°°°°°°°°°°°

Al día siguiente acompañé a aquellos que iban al trabajo de las huertas. Al regreso en la tarde, muy cansado, tenía pocas ganas de ir a buscar al tío Mariano. De todas maneras, me esforcé. Junto a su asiento, esta vez, había otro vacío.

= ¡Buenas tardes, tío Mariano!

= Buenas! -respondió- ¡Siéntese aquí a mi lado si gusta! Tiene cara de cansado. Las huertas deben parecerle lejos. Trabajosamente con sus manos nudosas y deformadas estaba cosiendo la suela de una espardeña con una larga aguja. Protegía su mano derecha con una banda de cuero para empujar la aguja. = ¿Resulta difícil ese tipo de cosido?

= No tanto cuando se tiene práctica. Esta trenza enrollada que forma la suela debe quedar muy apretada. Ahora hacen trampa, colocan las suelas en una prensa de vapor que las hace parecer muy compactas. Entonces ví la espardeña terminada que estaba tirada bajo la silla del anciano. La tomé. Era un trabajo perfecto y minucioso totalmente diferente de las que se vendía en el comercio. La punta y el talón muy pequeños habían sido tejidos en la misma suela. Tampoco tenían las clásicas cintas negras, sino fuertes y finos cordeles apretadamente trenzados.

El tío Mariano me miraba con satisfacción. Finalmente dijo:

= Como ves son muy livianas y duraderas. No se sienten cuando uno las lleva, parecen parte del pie. Además, no tiene por objeto cubrirlo y defenderlo del polvo como sus nietas de ahora, las alpargatas. Están hechas completamente de los pastos que crecen en la tierra. Luego con sorna: ¡Ahora prefieren las alpargatas así no se advierte que tienen los pies sucios!

= Pero… -alcancé a musitar-.

= ¡Si, ya sé! ¡El polvo! ¡la suciedad! ¡Es como caminar descalzo! La suciedad es la mugre que está pegada en la piel, no la que cada día lavamos antes de irnos a acostar.

Preferí no contestar, convencido que el anciano tenía ideas bien particulares sobre el asunto.

 

°°°°°°°°°°°°°

Esa tarde, aun hablamos de muchas cosas. El tío Mariano, pronto me pareció inagotable sobre cualquier tema. Aquello me intrigaba tenía una claridad mental que no se piensa en personas de tanta edad. Supe que había viajado mucho. Había vivido en África algunos años y muchos más en un país  de América. Llegamos a ellos fue siempre por las famosas espardeñas. Pregunté tontamente

:= ¿Entonces las espardeñas son muy antiguas?

Esta pregunta le disparó. Empezó diciendo que probablemente el modelo provenía de Asia. Y que el modelo lo trajeron los árabes (el decía los “moros”). Insistía que no se trataba de un calzado, sino de una defensa para los pies, lo mismo que las “abarcas” de cuero (que nosotros denominamos “ojotas”) que son originalmente pedazos de cuero amarradas con tiras de lo mismo. Luego mirándome a los pies dijo que yo llevaba sandalias mayas y que las usaron iguales los moros y los negros….

= ¿Cómo sabe tantos detalles?

 

= En Guatemala las usan, pues, hombre, yo lo he visto con estos ojos que se comerán los gusanos. También en África. ¡Si yo he recorrido harto mundo, hijo!

= Vivió en Guatemala?

= Ahora -dijo levantándose bruscamente - tengo que hacer otros menesteres. ¡Llévate las espardeñas! Se levantó trabajosamente y renqueando se internó en su corral.

Quedé inquieto. ¿Mi pregunta había sido indiscreta? Además, sus movimientos los teatralizaba. ¿En realidad, era mucho más ágil de lo que quería demostrar? ¿Por qué no se deleitaba en contarme sus aventuras como lo haría cualquier otro anciano?

 

Cuando hoy llegué donde el tío Mariano, este, ocioso, tenía un gato negro sobre sus rodillas. Si no hubiese sido por los grandes ojos amarillos y su fuerte ronroneo, habría pasado desapercibido sobre los negros pantalones del viejo.

= ¿Le gustan los gatos?

= Claro, pues, hijo. ¿Acaso es que me estoy acariciando las rodillas?

Solamente entonces comprendí lo tonto de mi pregunta

= Este gato, - encadenó él- mi perro, todos los animales ¡somos uno! Tú sin duda debes ser uno de los que se cree muy superior a ellos.

= Acaso – respondí zumbón – usted fue gato en una vida anterior. Enseguida supe que había hecho una broma equivocada

. El movió la cabeza y afloro en sus arrugas una mueca irónica.

= ¡Te creía de otra pasta! ¡Somos animales! ¡Eres animal y a mucha honra!

Como en esta ocasión no hay otra silla que la del anciano, me siento en el polvo con las piernas cruzadas. Sin mirarme continúa

= ¡Ay! ¡El señorito! (el usa siempre esta frase en forma despectiva), se va a contaminar con el sucio polvo! ¡Pobrecito! Continúa acariciando a su gato. Y habla con una extraña voz monocorde:

Me despierto. Durante un rato, bostezando me encuentro entre el sueño y la realidad. Poco a poco voy observando cuanto me rodea Me siento bien en ese sopor cómodo. Mi cuerpo está caliente y agradable. ¿Qué me impulsa a incorporarme? Siento hambre. Me levanto. Me estiro largamente. Hago circular mi sangre. Doy vueltas. Olisqueo. Encuentro el lugar apropiado. Orino y defeco. Cubro cuidadosamente mis excrementos. Tenso mis músculos y me dispongo a buscar alimento. Lo encuentro. Como y bebo. Satisfecho busco un lugar agradable donde me tiendo.

Según mis ciclos, buscare una compañera para aparearme. Alcanzaré

 Un breve éxtasis. Recuperaré las energías gastadas en perpetuar mi especie.

Tal es mi naturaleza animal. Mi misión es llenar las necesidades fundamentales de mi animalidad. Todo lo demás es adorno que desconozco.

El anciano terminó su soliloquio y dirigiéndose a mí con su voz habitual:

= Creemos que “pensamos”, nos dicen que tenemos alma y que por ello no somos como los animales. Si ello es así o no, lo ignoro, pero estoy firmemente convencido que los animales tienen lo mismo, pero a su manera. Tener alma, pensar, no significa que primariamente no seamos animales. El alma se debe construir sobre ese fundamento animal. Si no existe este, ella no es nada. No hay que destruir nada de lo que somos, sino sencillamente armonizarlo… Luego calló. Esperé largo tiempo en silencio, finalmente me atreví a decirle:

=Tío Mariano, sus reflexiones me parecen muy sabias, pero todas las culturas, aun las que juzgamos muy primitivas, luchan por alejar a sus componentes de su pasado animal. Ser animales les parece una degradación.

= Siii! ¡Eso es verdad! Pero quizá porque niegan su animalidad cometen acciones que avergonzarían a cualquier animal: matan sin necesidad, se matan entre los de su misma especie, violan, hacen guerras, tiran bombas…

 

ºººººººººººººº

 

Comenté las extrañas reflexiones del tío Mariano con mis amigas y añadí: = Como a mí me queda muy poco tiempo con ustedes, es difícil que le escuché extenderse más sobre el mismo tema.

= Es posible que sí- comentó Manuela- porque la conversa siempre sobre sus ideas fijas tomadas de su experiencia y no de libros como otros.

=Entonces –dije yo- trataré de tirarle de la lengua.

= Eso no te servirá - añadió Antonia_ porque él dice que solamente se debe hablar a quien tiene los oídos para escuchar porque lo otro es tirar flores a los puercos.

Yo debía tener los oídos abiertos porque aquel mismo atardecer cuando me dirigía a la fuente por agua al pasar delante de él me dijo:

= ¡Eh, forastero! ¿Pensó que ante todo somos animales? ¡Sin ofenderles a ellos!

= Desde luego –respondí.

Mis palabras le animaron:

= Pues, hombre, si todo es clarísimo. Los animales a los que tanto se desprecia suelen ser mejores que nosotros. Es como si los seres humanos hubiésemos perdido el sentido natural. Ellos ni siquiera nos atacan, siempre que no nos opongamos a sus necesidades naturales, si están sanos y si nosotros no les atacamos.

= Entonces, según usted, ¿nosotros los humanos deberíamos ser amistosos teniendo nuestras necesidades primarias cubiertas?

=Así debería ser. Pero el ser humano se enferma de su mente y entonces suele ser más peligroso que cualquier perro rabioso. Su última manía es el “manipular” todo. ¡Antiguamente no era así!

Inmediatamente pensé para mí. Este anciano tampoco ha podido escapar a la obsesión que el pasado fue siempre mejor. Pareció adivinarlo:

= “No seas tonto, los “originales” eran como nosotros, solamente que aun nadie les había metido en la cabeza que ellos eran “los reyes de la creación”. Esa afirmación nos cagó la vida a todos nosotros. Rompió su unidad con todo lo que le rodeaba al ser humano, le entregó la “desmesura”. Le autorizo para que intentase dominar a todo para someterlo a sus deseos arbitrarios. Lo que no se le somete, lo aniquila. Mira a nuestro alrededor. Nos rodea ya el desierto. Todo el país va camino de ser un desierto. Cuando aun con-vivíamos con estas tierras nos proporcionaban alimento en abundancia. Ya no sabemos vivir y dejar vivir…

Hacía ya un rato que haba llegado otro anciano, aún más apergaminado que Mariano. Hasta entonces el recién llegado permanecía en silencio con una mirada burlona.  Se llamaba Rafael. Repentinamente el tío Mariano se interrumpió dirigiéndose al otro:

=Tú, Rafael, seguro que opinas diferente.

=!Je! ¡je! –río el otro entre dientes. Se acuclilló apoyándose en la pared.

=Ahora vendrá lo bueno –dijo Manuela -. El callejón se iba ensombreciendo. Se escuchaba en el silencio los resoplidos del ganado en los patios. Más lejos alguien cantaba. Los dos ancianos callados, parecían haberse adormilado. Comprendí que se preparaban para un torneo habitual en ellos.

= ¡Di, pues, Rafael!

=¿Qué quieres que diga? –respondió cachazudo el otro -= lo que dices siempre. Quiero que el señor te escuche.                                                     =¡Bah! ¡Que le pueden interesar las tonteras que digan dos viejos chochos!

= Se están como escupiendo las manos para ver quien se agarra más fuerte - susurró Manuela -. Yo estaba pensando que el viejo no quería discutir delante de mí. En ese momento llegó Toña

= Hija estamos esperando el agua para preparar la cena.

= Pues llévala tú, porque yo aquí me quedo. Se levantó y ayudó a su madre a colocarse el rodete de paja sobre la cabeza y le colocó l pesado cántaro. Toña se alejó muy erguida diciendo:

= En un ratito yo también vengo.

Rafael, entonces, rompió a hablar:

= Me apuesto que estuviste diciendo aquello de que los seres humanos no queremos reconocer nuestro ancestro animal y de que somos unos animales más…

= ¿Será mentir acaso? – respondió beligerante el otro-.

= Desde luego que no. Lo que no me gusta es que te quedas siempre en lo mismo. Nos guste o no, los seres humanos hemos sido capaces de cambiar el mundo, con una visión tan chica que hasta estamos en camino de destruirnos a nosotros mismos. Eso no lo ha hecho jamás ningún animal. No puede. Somos un cáncer de nuestro mundo. Crecemos y crecemos, sin preocuparnos del resto. Somos un tumor que vivimos a costa de cuanto nos rodea. Igual que el cáncer con nuestros desechos y extensión aniquilamos nuestro entorno. Por eso dijo el sabio indio piel roja que “los civilizados éramos los únicos animales que se cagaban en su propio nido” ¡En fin, todos somos así!

== ¡Ves! - gritó triunfante el tío Mariano -. Tú mismo lo has dicho. Si hubiéramos aceptado siempre ser lo que somos, nada más que animales pensantes y hubiésemos permanecido integrados a nuestro medio, como lo fueron los Antiguos por millones de años, no estaríamos al borde de colapso como especie.

Comprendiendo que los dos ancianos iban a dar vuelta interminablemente al tema intervine:

= Ahora comprendo como ustedes parece que buscaron una integración de lo viejo con lo nuevo…

= ¡Nooo! –gritó el tío Mariano -. No entiendes. No somos idealistas como los de tu especie. ¡Somos fósiles vivientes! Estamos enraizados en otro tiempo.

= Entienda, señor, - intervino cortésmente el tío Rafael – nosotros no intentamos cambiar el mundo. Vivimos simplemente a la manea que lo hicieron nuestros abuelos y los abuelos de ellos, cuando la iglesia que está ahí no existía y en ese lugar se adoraban dioses aun sin nombre. Podemos vivir así porque estimamos la simplicidad sin nombre y sin deseos. Como explica el Mariano no tenemos otras necesidades que las elementales y podemos ser felices con ellas porque las aceptamos y nos aceptamos. Las palabras son engañosas y no soy capaz de expresar lo que “sentimos y vivimos”

Yo, como Mariano y otros, hemos viajado por el ancho mundo. Fuimos a conocer gentes y grupos parecidos a nosotros que en muchos lugares son tachados de salvajes y primitivos, una especie de vergüenza para su país. Estos grupos son muy diferentes y escasos, pero todos, ellos y nosotros, concebimos el mundo de la misma manera 

En nuestros viajes comprendimos que la civilización y el desarrollo significan “necesitar siempre MÁS, de cosas y artefactos” que en definitiva no dan el equilibrio necesario para apreciar la Vida y aceptarla en sus aspectos favorables y desfavorables …

Miré a mis amigas. Me día cuenta que ellas comprendían profundamente todo aquello que se decía. Yo mismo capté en un instante fulgurante la DANZA y cuanto había vivido con ellos en estos días.

 

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Cuando me levanté al día siguiente tuve el presentimiento que eran pocas las horas que me quedaban en aquel lugar. Horas después mis amigos descendían alegremente en mi busca. Todo fue apresurado. Una bendición pues me ahorraba las despedidas. A mitad de la subida hacía el camino donde esperaba el auto, me volví para hacer una seña a mis amigas, seguro que ya nunca más volvería..

 

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Addenda   

 

Entre mis notas encontré estas reflexiones de Remedios que anoté y que no recuerdo el momento en que me las comunicó:

“es muy difícil entender la música para ti ya que la de tu sociedad es música de alguna manera intelectual. Sin embargo, la música no era así al “principio”. La música se dirigía al cuerpo, debía penetrarte físicamente, envolverte, pegarse a ti.

= ¿Por eso es que uno se siente como electrizado con la vuestra?

= La música es como la “forma” de la danza. En general los buenos danzarines utilizan la música, el ritmo como el nadador el agua. Se mueven apoyados en ella, deslizándose en ella. Aquellos que se dejan poseer por la danza, su cuerpo la expresa armónicamente con todas sus partes: manos, pies, vientre, músculos. ! ¡Todo! Aunque el danzarín haya sido experto antes en códigos de baile los olvidará y su danza SERA TOTALMENTE SUYA, aunque contradiga todo lo que antes practicaba como la forma correcta. HABRÁ CONSEGUIDO LA PERFECCION DE LA DANZA.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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