LA DANZA (I)

 



LA  DANZA



 

 

Ella me conducía tomado por la mano en la noche tenebrosa.

Sobre nuestras cabezas, lejanas, titilaban las estrellas.

Su mano, firme y áspera estaba llena de fuerza; me trasmitía algo cálido y amistoso.

°°°°°°°°°°°°°°°

Estoy caminando inútilmente por esta carretera solitaria. Hace mucho tiempo que no pasa vehículo alguno. Anochece. Mi experiencia me enseña que nadie se detendrá para llevarme en esta hora. Temen un asalto. Les comprendo. A mí se me ocurriría algo semejante.

Camino ya en forma automática debido al cansancio. Debo buscar un espacio donde dormir. Quizá temprano, un madrugador me recoja. Puede ser que  no vaya muy lejos. ¡No importa! ¡Ojala me saquen de esta carretera secundaria hacía otra con más movimiento.

¿Cómo encontraré un lugar apropiado para extender mi saco de dormir? Las bermas son estrechas y luego caen  verticalmente hacía el valle. Con la oscuridad reinante me es difícil distinguir  una terracita o un repecho convenientes.

¡Me siento tan cansado! La mochila  me resulta cada vez más pesada.

Si no fuera por este aire límpido y cargado a tierra olorosa de yerbas silvestres, tomillos, creo caería en un profundo desaliento.

¡Ladridos! ¡Allá abajo ladridos intermitentes! No están muy lejanos. Creo adivinar en esa dirección una especie de machón más sólido en la oscuridad. Quizá, imaginación. Extraño que no distinga  alguna lucecita..

¿Se tratará de algún pequeño caserío?

Aumenta los ladridos y me parecen más cercanos. ¿Me han percibido los perros o es su manera de conversar? Indudablemente que no se trata de perros sueltos. Los ladridos   parecen salir siempre desde el mismo sitio. Seguramente se trata de una aldea como tantas que he percibido desde lejos. Una o dos docenas de casas casi escondidas en una hondonada, agazapadas alrededor de una iglesia cuyo campanario está coronado por un voluminoso nido de cigüeñas. Casas e iglesia están hechas de barro apisonado y apenas se distinguen del polvo ocre o rojizo que las rodea. Viviendas sin ventanas al exterior defendidas por una maciza puerta de sólidos tablones. Casas alineadas en estrechos callejones que convergen hacía la minúscula plazoleta frente a la iglesia. Allí, generalmente, se encuentra también el único punto de agua que abastece al poblado. Se trata siempre de un profundo manantial al que se desciende por una larga rampa o una gastada escalera carcomida por generaciones de pies descalzos. Con admiración he visto muchas veces esas mujeres que trepan por ellas erguidas llevando un pesado cántaro de barro en la cabeza y otro bajo el brazo apoyado en  su generosa cadera.

Villorrios silenciosos rodeados, como ahora, por ondulantes mares de gramíneas: trigo, centeno, avena… y en unos días más por la profunda y polvorienta tierra rojiza u ocre, hasta la próxima siembra. Pienso que en el largo invierno con las escasas y violentas lluvias todo será un mar de lodo.

°°°°°°°°°°°

¿Me arriesgaré a bajar hasta el caserío? ¿Me atacará algún perro vagabundo escapado de su corral de altos muros? No es tan tarde como para que los vecinos estén ya durmiendo. ¿Me negarán el alojamiento, un plato de sopa y un pedazo de pan?

No les pido limosna, Puedo pagar lecho y comida. Ya me los imagino. Desconfiados, tratarán  de examinarme .Quedarán dubitativos harto tiempo. Bajo el duro ceño de sus caras curtidas por el despiadado sol de la región se oculta un ser humano. En último caso me enviarán a casa del alcalde o del cura.

El camino de bajada debe estar cerca. ¿Lo habré pasado ya ? M voy a ir acercando con cuidado al borde del talud. Debería notar la depresión profunda que habrán dejado el paso de hombres y bestias.. Incluso pueden existir varías sendas.

¡La encontré! No debe ser la bajada principal. Muy angosta para serlo. Quizá sea solamente un atajo.  Es profunda y trajinada. Por los ladridos creo que el pueblo se encuentra justo delante de mí. Más o menos a un kilómetro de distancia.  Tendré que tener cuidado en la bajada. Si me salgo de la trocha podría rodar cuesta abajo Sería un accidente peligroso. Me sacaré las sandalias, así palparé mejor los bordes del sendero. Este truco lo aprendí caminando por los cerros de noche con los montañeses de mi país.

El polvo del fondo de la trocha mantiene, aun, el calor tórrido del día. Es un polvo suave como talco. Sin piedras, esperaba que, también, sin espinas. Seguramente era un cauce causado por las lluvias torrenciales del invierno en aquella tierra blanda.

¡Por qué tendrá tantas curvas? Posiblemente arreglado para hacerlo menos abrupto. No debía ser muy agradable subir por allí cargado con un saco de grano que pesase cien kilos. Puede ser que algunos lo subiesen en burro, lo había visto en otras partes.

 

¡Ya llegué al plano! Ahora caminaré derecho hacía los ladridos. Ojala que no tropiece con un obstáculo peligroso. Ese escaso resplandor del oscuro cielo ayuda muy poco. ¡Qué hermoso es! Me gustaría conocer un poco mejor las constelaciones de este hemisferio. Ahora comprendo porque bautizaron esa nube de luz difusa como Vía Láctea

¡Bueno, vayamos adelante!

Casi tropiezo con este muro. Sin duda se trata de la primera casa del poblado. Debe ser  el muro de un patio. Los ladridos han cesado desde que me he ido aproximando. Detrás del muro escucho el resoplido de ovejas o chivos. Más lejos el gruñido intermitente de un chancho. Supongo que palpando el muro llegaré a la puerta. ¿Se han dormido todos los perros? Raro. Sintiendo mi presencia deberían estar furiosos. Resulta algo misterioso. Me imagino el concierto cuando alguno, por fin, me sienta. Quizás ni siquiera tenga que golpear una puerta  cuando los aldeanos alarmados salgan debido a la algarabía.

°°°°°°°°°°°

¡Ya  está! ¡Encontré mi puerta! Lisa. Sin cerraduras. Tampoco aldaba para golpear. Hacerlo con el puño en estos masivos tablones es como arañar una piedra. ¡Justo! Una piedra es lo que necesito. Pero en este lugar no parece haber piedras. En toda mi bajada no he pisado ni un miserable canto rodado. Se me ocurre, divertido el cuento del naufrago que muere de hambre por carecer de un abrelatas.

Sigo avanzando. Palpo de nuevo murallas de barro apisonado. Encuentro otras puertas absolutamente lisas. Trato de buscar rendijas en ellas y atisbar por ellas por si capto alguna lucecita o resplandor. Nada. Ningún sonido humano. Solamente escasos signos de vida animal. Gruñidos sordos de perros, ¿por qué no ladran ahora?

Se me acaban los muros. Siento que me encuentro frente a un espacio abierto. ¿He llegado a la plazuela de la aldea? ¿Qué haré ahora?

°°°°°°°°°°°°

    Ella me habló desde muy cerca. Se encuentra en la oscuridad  profunda. Se dirige a mí en un susurro suave y claro.

 ¿A dónde vas? ¿Qué buscas?

Permanezco rígido por la sorpresa. Voz campesina, precisa.

 Busco alojamiento. He bajado a tientas desde la carretera..

 Lo sé –dice ella-.

 ¿Cómo?

 Lo sé –repite con énfasis-.

¿También, ahora, me estás viendo?

 Llevas una mochila a la espalda. Unas sandalias en la mano.

 ¿Tienes vista de gato?

(Ella ríe quedamente) Caminas suavemente –responde,- pero levantas mucho polvo al andar. Luego sentenciosamente: El buen caminante no levanta polvo al andar.

Me digo que ella habla en proverbios, como todos los campesinos de estos lugares.

 ¿Sabes si alguien me podrá recibir en su casa? –insisto-. No soy ningún vagabundo. Puedo pagar alojamiento y alimento.

Ella ríe de nuevo.

 No hay nadie aquí esta noche. Solamente ovejas, cabras, cerdos y perros guardianes.

 Tú, -respondo yo - ¿no eres nadie?

 Todos se fueron a la “danza” ¡Ven con nosotros! ¡Te esperábamos!

 ¿Es la fiesta del pueblo? No lo parece. ¿Cómo me esperabais? ¡Es imposible!

 ¡Así es! –dice ella con calma-.

 Estoy muy cansado tengo hambre y sed.

 ¡Ven! –dice ella con suave energía-.Comerás, beberás y danzarás. No tendrás más cansancio, hambre, ni sed esta noche.

 ¡Bueno! –dije indeciso- te acompañaré. Deja que calce mis sandalias.

¡No! ¡Deja aquí mismo tu impedimenta, tus sandalias, la ropa que llevas puesta!...A donde vamos no necesitas nada de ello! ¡Ven! –repitió con imperio-  libre y ligero como en los primeros tiempos, que tu cuerpo sea tu vestido “seda cruda sin adorno alguno”

 De nuevo un viejo proverbio, me digo azorado. Estoy asustado por lo que en ese momento se me imagino  como una extraña forma de asalto. No me amenazó con un arma, pero me exige todo como cualquier bandido. Lo hace en forma misteriosa y casi divertida. Si lo hace así  es porque sabe que puede imponérmelo por la fuerza. Regla de oro –me digo- ceder al asaltante lo secundario y conservar la vida.

 ¿Adivinó ella mis temores? Avanzó. Ella toma mi muñeca con fuerza y pasea mi mano sobre su cuerpo desnudo. Piel  áspera, ligeramente escamosa. La fuerza y levedad de su acción contrasta con su voz segura y determinada:

¡Ven! ¡Seremos todos uno en una sola danza!

Sentí angustia. En un instante recordé al soldado- verdugo que me gritaba.

 ¡Ya! ¡Mierda!¡ desnúdate!...

Cohibido, humillado, obediente fui sacando mi ropa y depositándola sobre mi mochila que apoyé contra un muro.. Ella se me acercó de nuevo. Tomó delicadamente mi mano y tirando  empezó a conducirme seguramente en las tinieblas.

Siento que el contacto físico con ella me hace captar una extraña pulsación impalpable.  Mi angustia desaparece rápidamente y la crispación de mi cuerpo. Camino menos rígido sin tener los dedos de los pies engarfiados como antes. Ella camina sin hablar. Por fin digo:

 ¿Eres una bruja? ¿Acaso me llevas contigo al aquelarre que celebrareis según milenarias costumbres de estas tierras ¿Cómo consigues ver en estas espesas tinieblas?

De nuevo  se expanden las cascadas de su sonora  y armoniosa risa. Solamente eso.

Mientras tanto me pregunto a mi mismo:

¿Será una hermosa mujer? ¿Una vieja harpía desdentada?

Indudablemente que ya nos encontramos en campo abierto. La oscuridad resulta más difusa. Percibo levemente la sombra de su silueta. De repente me siento avasallado por los miles de aromas nocturnos de la estepa. No es el mismo que aspiraba hace rato en el borde del camino. Ahora es algo más sutil y poderoso quizá porque penetra  por cada uno de los poros de mi cuerpo desnudo. Me parece sentirme poseído por una tenue ebriedad desconocida. Entonces la pregunto humildemente:

¿Dime de verdad si eres una bruja?

 Todos somos brujos –me responde ella-. Todos danzaremos. No temas. No es un aquelarre. No es un rito maldito. Nada sucio. Será solamente la  Danza de la “vida” como fue “antes”.

¿No te sientes, ya, ungido por el viento y los perfumes salvajes de la tierra que nos rodea? ¿No están ya penetrando en tu cuerpo las mil sutiles energías del cielo y las estrellas?

 ¿Por qué me  habéis elegido a mí? ¿Cómo supisteis que llegaría?

 No lo sabíamos. Cada vez llega un “escogido”, hombre o mujer, joven o viejo. Es un “extranjero”. Participará de la Danza como cualquiera de nosotros. La Danza es la “vida” de la cosecha madura, de los animales que crían sus hijos y van creciendo, de las parejas nuevas que se unen, de los viejos que perduran

°°°°°°°°°°°

Caminamos largo tiempo, siempre tomados de la mano.  Ella conduciendo, yo dejándome llevar. Ignoro donde coloco mis pies y el polvo suave como talco me acariciaba. Subíamos y bajábamos redondeadas lomas  enterrándonos profundamente en el polvo de las hondonadas. Acariciados por la suave brisa de la noche.

°°°°°°°°°°°

Lo primero que sentí fue el ritmo. Mucho antes que cualquier sonido. Una pulsación que percibía mi cuerpo en toda su periferia, algo fuerte y desconocido que me invadía con secreto retumbar. Una especie de latido lento como de un corazón cósmico. Según nos acercábamos, sonidos sencillos subrayando, dando cuerpo al ritmo: maracas, tambores,, panderos, castañuelas, algo parecido a una guitarra o un violín primitivos…

 Nunca había sentido así la música como incorporada a mi mismo, como si fuera parte del ritmo del universo –dije dirigiéndome a ella-. Pensé que se reía de mí. Sin embargo continué sin poderlo evitar:

 Mi cuerpo vibra todo él con el ritmo. Siento que me envuelve y penetra toda la superficie de mi piel.  Es algo íntimo, como si hasta ahora hubiese estado dormido, como si siempre lo hubiese deseado, como si estuviera escrito dentro de mí mismo…

Ella continua silenciosa. Trepamos  lo que sería la última y más empinada loma. Nos detuvimos en su ancha y redondeada cima. Allá abajo, a nuestros pies, distinguí un amplio círculo de pequeñas luces. Antorchas indudablemente y velones enterrados en el polvo delimitaban otro círculo de oscuridad.

 ¡Nos esperan! – gritó ella eufórica-.

Apretó con fuerza mi mano y me arrastró cuesta abajo en una loca carrera. Llegamos al borde del círculo y fuimos rodeados inmediatamente de siluetas doradas por las vacilantes luces que nos abrazan y tocan con risas jubilosas y benévolas. Alguien me alcanza una escudilla de áspero barro cocido. Huelo con desconfianza el líquido que contiene, temeroso de un brebaje desconocido. No percibo el olor a alcohol o de algo embriagante. Solamente olor a aromáticas yerbas.

 ¡Bebe sin temor! Exclama ella que percibe mis dudas-.

Bebo con precaución, saboreando: miel, yerbas diversas, propóleos. Apuro, sediento el contenido completo. Me observo, temeroso de cambios en mi cuerpo o mente.… Advierto rápidamente satisfacción, bienestar, alegría. El cansancio de la caminata y la última carrera desaparecen. Ella me vuelve a tomar y me lleva al borde del círculo de antorchas. Dice:

 Ahora la danza va a comenzar. Luego continua, sin aparente lógica:

 Soy virgen y lo seré mientras yo quiera.

Sus palabras me suenan a una advertencia y una sutil amenaza.

A la luz de las vacilantes llamas los cuerpos desnudos que nos rodean, dorados, brillantes, fantásticamente pintados, me parecen míticos seres de las viejas leyendas.  Un poco más allá apenas distingo al borde del mismo círculo de luz sentados, con las piernas cruzadas a los músicos, que marcan el ritmo con el vaivén de sus cuerpos. Me doy cuenta que ya no siento el ritmo sino que este parece formar parte de mi mismo y que vive dentro de mí.

 Es el turno –me dice ella en un susurro- es el turno de los jóvenes que van a ser iniciados.

Van penetrando  en el círculo delimitado por las antorchas y velones. De dos en dos. Parejas de hombre y mujer. Van vestidos solamente con sus cabellos. A ella les llegan cerca de los talones, en ellos a la cintura. Llevan las melenas sujetas con un cintillo de paja  entretejido con flores. Un cinturón de lo mismo adorna su cintura, tobillos y muñecas.  Se van distribuyendo en el círculo, cara hacía nosotros, permaneciendo firmes, con las cabezas ligeramente inclinadas, las manos juntas frente al pecho  en profunda meditación.

La música se hace más intensa y el ritmo más rápido. Ella me aprieta la mano como dándome una señal y se deja caer de rodillas sentándose sobre sus talones. La imito. Miro a mi alrededor y advierto, hasta donde veo, que todos han hecho lo mismo. Hemos quedado  frente a los hachones de luz que delimitan la pista. Siento que alguien ciñe mi cabeza con un apretado y oloroso cintillo de flores.

La música, los olores, el ritmo me penetran deliciosamente.

De repelente, los jóvenes meditan tes se dan vuelta y saltan al ruedo en una asombrosa danza rítmica y acrobática, se entremezclan armoniosamente sin perder el ritmo en mil saltos parabólicos. Aéreos, sutiles, se deslizan tocando levemente la tierra ingrávidos, atravesando el espacio como pájaros, deslizándose como peces, saltando como espléndidos felino.Contemplo la escena estático, desorbitado. Sin moverme, me siento identificado con cada uno de ellos. Soy uno de ellos y , a la vez, todos y cada uno…

¿Cuánto tiempo transcurrió? No sé. Ya, todos éramos una danza. No era algo externo, sino un cuerpo, unos sentidos, unas sensaciones, una mente que danzaban en nosotros. Salté en medio de ellos. Yo, antes tan torpe, soy uno con el ritmo que me habita, describo pasos, movimientos, saltos que en ellos me habían parecido sobrehumanos. No me encontraba drogado, ni ebrio. Perfectamente lúcido y consciente de mis movimientos, de cuanto me rodeaba, me identificaba e identificaba a los otros, como si fuéramos  células de un mismo organismo. Además sabia que cada uno estábamos bailando nuestra propia danza. Nos seguíamos deslizándonos sin estorbarnos. Felices y estáticos. Sin roces, sin tocarnos.

Era la unidad libre en la diversidad. Dioses ingrávidos poseídos por la música que latía en cada de nuestras células y poseídos por el universo.

Bailamos horas y horas sin  cansarnos.

Mientras tanto empiezo a recordar mi vida. Toda ella. Desde el primer momento en el vientre de mi madre como ínfimo microbio. Más aun, sé que retrocedo en el tiempo y el espacio. Recuerdo  las vicisitudes de mi clan ancestral, y de mi tribu. Me convierto en oso, alce, garza, mamut… En árbol, roca, metal…Soy yo y soy inmortal. Estrella y galaxia. Veo como estoy compuesto del polvo de estrellas Soy parte de un  TODO  que realiza una Danza en la  ETERNIDAD.

°°°°°°°°°°°°°

Cesa la música.. Todos caemos de rodillas donde nos encontramos..Descansamos postrados con la cara sobre la tierra. ¿Estoy orando o concentrándome? ¿Estoy saltando hacía la realidad cotidiana? Todo ello y mucho más.

Cuando me incorporo el alba está apuntando con un tenue vapor lechoso. Miro. Recuerdo.

…”y vieron que estaban desnudos…” pero sin vergüenza o culpabilidad. Gentes que se alejan tomados de la mano. Nosotros, grupo de gentes corrientes, sin mirarnos, ebrios de felicidad nos volvemos subiendo y bajando lomas hacia la dirección en que adivino se encuentra nuestro villorrio. ¿Nuestro o de ellos?

°°°°°°°°

Llegamos. Veo mi mochila en la plaza junto al muro en que, probablemente, la dejé. Ella me dice escuetamente:

 ¡Vístete! Y señalando hacía un portón abierto:

 ¡Nos desayunaremos!

Vestido, me dirijo al portón. Antes de llegar se asoma por él una pequeña fila de ovejas y cabras seguidas por un imponente perro que ni me miró. Sin volverme, por el rumor, supe que de los otros portones salía un semejante cortejo para reunirse en un rebaño común pastoreado por algún anciano del caserío.

Entré en el corral. Era grande. Estaba alfombrado con una espesa capa de estiércol seco. En el fondo una pequeña construcción de barro apisonado con dos puertas y dos ventanas. Era verosímil que se trataba de dos pequeñas piezas.

En una de las puertas estaba “ella”. Vestía una bata negra sin mangas y también era negro el pañuelo  que cubría su pelo. Descalza. Curtida por el sol de la meseta. Ya no era la figura transfigurada con la que había bailado  hacía apenas una hora. Era joven y de rasgos duros aunque regulares.

Me hizo entrar en la exigua pieza. La cocina. Una mesa y dos bancos de tablones sin desbastar. Un fogón  alto, de barro. Sentada  en uno de los bancos una mujer de edad madura. Vestida como ella. Descalza como la otra, Vigorosa y maltratada por una vida áspera.

 Es mi madre –presentó ella-. La mujer madura me recibe con una mueca que trato de interpretar como un esbozo de sonrisa.

 ¡Siéntese! Me dice la mujer-.

Me acomodo en el banco frontero a ella.

Mi amiga coloca sobre la mesa desnuda un gran pan y un queso. Luego, frente a cada uno de nosotros un jarrito humeante de leche.

¡Es de cabra! –me advierte-.

Las mujeres extraen de su ropa  cada una su navaja plegable y se cortan generosas rebanadas de pan y queso. Advirtiendo que yo no tengo con que cortar “ella” se disculpa

 ¡Perdone, es la costumbre de nosotros los campesinos, siempre  vamos con nuestra navaja, es útil para todo! Me extiende la suya.

Al rato la madre deja de comer y empieza un monólogo. Parece intuir que tengo muchas interrogaciones.

 Somos gentes sencillas. Este pueblo es muy antiguo. Luego pasa sorpresiva mente al plural. Estos pueblos existían ya mucho antes que las iglesias.

La escucho desorientado.

 Los “Antiguos” –su inflexión en la voz indica con fuerza que se está refiriendo a unos antepasados muy antiguos-  “sabían”que la “Danza” era como la “vida” y la vida como la Danza.

 Si –afirmé dubitativo, ignorando a donde  quería ir ella-.

 Madre tiene razón. La Danza nos enseña a como comportarnos en los días de nuestra vida cotidiana.. La manera de comportarnos de una manera hermosa, aceptando a los demás,  dejando que cada uno dance su propio baile..Sin interferir, respetándoles bailando también nosotros nuestra propia danza.

 Ellos” –subraya la madre-  instituyeron la DANZA. Por eso las gentes de aquí vivimos contentos con lo que somos y tenemos.

 Si, es eso. Además una siempre puede crear  un baile nuevo.  Y –añade picaresca- ¡LLEGAN LOS EXTRANJEROS!

 Aquí –intervengo yo – la vida tiene que ser dura y monótona. Todos se visten igual, las caras son semejantes, el trabajo siempre repetido: mieses, polvo, barro, siembra… Añado: ¿Había alguna droga en la bebida que me dieron anoche?

Ríen socarronamente.

 Me sucedieron cosas tan extrañas. Dancé.  Recordé mi vida con detalles desconocidos. Me sentí transformado…

¿Ahora te sientes limpio? ¿Verdad? Ahora podrás comenzar tu propia danza.

 Me gustaría quedarme un tiempo con ustedes. Ayudaría…

 ¡No! –Responde con énfasis la madre- Somos gentes demasiado rústicas. No te sentirías bien entre nosotros. ¡Aun, no!

 ¿Qué quiere decir?

 No importa –dice ella- ¡olvídalo!

 Volverás –añade la madre- pero recuerda siempre que la danza es irrepetible. Nunca vuelvas para tratar de repetirla.

 ¿Cada cuanto tiempo danzan?

 No lo sabemos, solamente ocurre.

°°°°°°°°°°°

 Los tres comimos con apetito. Me ofrecieron que me quedase a descansar. Preferí volver a continuar mi camino.

Me acompañaron hasta el límite del villorrio. Trepé por el zigzagueante camino. La última vez que me volví, desde lejos, divisé las dos figuras idénticas vestidas de negro. Nada podía hacer sospechar que ellas habían sido las danzantes transfiguradas de hacía algunas horas. Mientras esperé el vehículo que por fin me llevaría, pensé que algún día volvería  a aquel lugar para perfeccionar  mi Danza.

°°°°°°°°°°°°°

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

Comentarios

Entradas más populares de este blog

MUJERES SIGLO XXI ????

eL LUCRO INICUO

VIVIMOS???