LA DANZA (I)
Ella me conducía tomado por la mano en la noche tenebrosa.
Sobre nuestras cabezas, lejanas, titilaban las estrellas.
Su mano, firme y áspera estaba llena de fuerza; me
trasmitía algo cálido y amistoso.
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Estoy caminando inútilmente por esta carretera solitaria.
Hace mucho tiempo que no pasa vehículo alguno. Anochece. Mi experiencia me
enseña que nadie se detendrá para llevarme en esta hora. Temen un asalto. Les
comprendo. A mí se me ocurriría algo semejante.
Camino ya en forma automática debido al cansancio. Debo
buscar un espacio donde dormir. Quizá temprano, un madrugador me recoja. Puede
ser que no vaya muy lejos. ¡No importa!
¡Ojala me saquen de esta carretera secundaria hacía otra con más movimiento.
¿Cómo encontraré un lugar apropiado para extender mi saco
de dormir? Las bermas son estrechas y luego caen verticalmente hacía el valle. Con la
oscuridad reinante me es difícil distinguir
una terracita o un repecho convenientes.
¡Me siento tan cansado! La mochila me resulta cada vez más pesada.
Si no fuera por este aire límpido y cargado a tierra
olorosa de yerbas silvestres, tomillos, creo caería en un profundo desaliento.
¡Ladridos! ¡Allá abajo ladridos intermitentes! No están
muy lejanos. Creo adivinar en esa dirección una especie de machón más sólido en
la oscuridad. Quizá, imaginación. Extraño que no distinga alguna lucecita..
¿Se tratará de algún pequeño caserío?
Aumenta los ladridos y me parecen más cercanos. ¿Me han
percibido los perros o es su manera de conversar? Indudablemente que no se
trata de perros sueltos. Los ladridos
parecen salir siempre desde el mismo sitio. Seguramente se trata de una
aldea como tantas que he percibido desde lejos. Una o dos docenas de casas casi
escondidas en una hondonada, agazapadas alrededor de una iglesia cuyo
campanario está coronado por un voluminoso nido de cigüeñas. Casas e iglesia
están hechas de barro apisonado y apenas se distinguen del polvo ocre o rojizo
que las rodea. Viviendas sin ventanas al exterior defendidas por una maciza puerta
de sólidos tablones. Casas alineadas en estrechos callejones que convergen
hacía la minúscula plazoleta frente a la iglesia. Allí, generalmente, se
encuentra también el único punto de agua que abastece al poblado. Se trata
siempre de un profundo manantial al que se desciende por una larga rampa o una
gastada escalera carcomida por generaciones de pies descalzos. Con admiración
he visto muchas veces esas mujeres que trepan por ellas erguidas llevando un
pesado cántaro de barro en la cabeza y otro bajo el brazo apoyado en su generosa cadera.
Villorrios silenciosos rodeados, como ahora, por
ondulantes mares de gramíneas: trigo, centeno, avena… y en unos días más por la
profunda y polvorienta tierra rojiza u ocre, hasta la próxima siembra. Pienso
que en el largo invierno con las escasas y violentas lluvias todo será un mar
de lodo.
°°°°°°°°°°°
¿Me arriesgaré a bajar hasta el caserío? ¿Me atacará algún
perro vagabundo escapado de su corral de altos muros? No es tan tarde como para
que los vecinos estén ya durmiendo. ¿Me negarán el alojamiento, un plato de
sopa y un pedazo de pan?
No les pido limosna, Puedo pagar lecho y comida. Ya me los
imagino. Desconfiados, tratarán de
examinarme .Quedarán dubitativos harto tiempo. Bajo el duro ceño de sus caras
curtidas por el despiadado sol de la región se oculta un ser humano. En último
caso me enviarán a casa del alcalde o del cura.
El camino de bajada debe estar cerca. ¿Lo habré pasado ya
? M voy a ir acercando con cuidado al borde del talud. Debería notar la
depresión profunda que habrán dejado el paso de hombres y bestias.. Incluso
pueden existir varías sendas.
¡La encontré! No debe ser la bajada principal. Muy angosta
para serlo. Quizá sea solamente un atajo.
Es profunda y trajinada. Por los ladridos creo que el pueblo se
encuentra justo delante de mí. Más o menos a un kilómetro de distancia. Tendré que tener cuidado en la bajada. Si me
salgo de la trocha podría rodar cuesta abajo Sería un accidente peligroso. Me
sacaré las sandalias, así palparé mejor los bordes del sendero. Este truco lo
aprendí caminando por los cerros de noche con los montañeses de mi país.
El polvo del fondo de la trocha mantiene, aun, el calor
tórrido del día. Es un polvo suave como talco. Sin piedras, esperaba que,
también, sin espinas. Seguramente era un cauce causado por las lluvias
torrenciales del invierno en aquella tierra blanda.
¡Por qué tendrá tantas curvas? Posiblemente arreglado para
hacerlo menos abrupto. No debía ser muy agradable subir por allí cargado con un
saco de grano que pesase cien kilos. Puede ser que algunos lo subiesen en
burro, lo había visto en otras partes.
¡Ya llegué al plano! Ahora caminaré derecho hacía los
ladridos. Ojala que no tropiece con un obstáculo peligroso. Ese escaso
resplandor del oscuro cielo ayuda muy poco. ¡Qué hermoso es! Me gustaría
conocer un poco mejor las constelaciones de este hemisferio. Ahora comprendo
porque bautizaron esa nube de luz difusa como Vía Láctea
¡Bueno, vayamos adelante!
Casi tropiezo con este muro. Sin duda se trata de la
primera casa del poblado. Debe ser el
muro de un patio. Los ladridos han cesado desde que me he ido aproximando.
Detrás del muro escucho el resoplido de ovejas o chivos. Más lejos el gruñido
intermitente de un chancho. Supongo que palpando el muro llegaré a la puerta.
¿Se han dormido todos los perros? Raro. Sintiendo mi presencia deberían estar
furiosos. Resulta algo misterioso. Me imagino el concierto cuando alguno, por
fin, me sienta. Quizás ni siquiera tenga que golpear una puerta cuando los aldeanos alarmados salgan debido a
la algarabía.
°°°°°°°°°°°
¡Ya está! ¡Encontré
mi puerta! Lisa. Sin cerraduras. Tampoco aldaba para golpear. Hacerlo con el
puño en estos masivos tablones es como arañar una piedra. ¡Justo! Una piedra es
lo que necesito. Pero en este lugar no parece haber piedras. En toda mi bajada
no he pisado ni un miserable canto rodado. Se me ocurre, divertido el cuento
del naufrago que muere de hambre por carecer de un abrelatas.
Sigo avanzando. Palpo de nuevo murallas de barro
apisonado. Encuentro otras puertas absolutamente lisas. Trato de buscar
rendijas en ellas y atisbar por ellas por si capto alguna lucecita o
resplandor. Nada. Ningún sonido humano. Solamente escasos signos de vida
animal. Gruñidos sordos de perros, ¿por qué no ladran ahora?
Se me acaban los muros. Siento que me encuentro frente a
un espacio abierto. ¿He llegado a la plazuela de la aldea? ¿Qué haré ahora?
°°°°°°°°°°°°
Ella me habló desde
muy cerca. Se encuentra en la oscuridad
profunda. Se dirige a mí en un susurro suave y claro.
¿A dónde vas? ¿Qué
buscas?
Permanezco rígido por la sorpresa. Voz campesina, precisa.
Busco alojamiento. He
bajado a tientas desde la carretera..
Lo sé –dice ella-.
¿Cómo?
Lo sé –repite con
énfasis-.
¿También, ahora, me estás viendo?
Llevas una mochila a la
espalda. Unas sandalias en la mano.
¿Tienes vista de gato?
(Ella ríe quedamente) Caminas suavemente –responde,- pero
levantas mucho polvo al andar. Luego sentenciosamente: El buen caminante no
levanta polvo al andar.
Me digo que ella habla en proverbios, como todos los
campesinos de estos lugares.
¿Sabes si alguien me
podrá recibir en su casa? –insisto-. No soy ningún vagabundo. Puedo pagar
alojamiento y alimento.
Ella ríe de nuevo.
No hay nadie aquí esta
noche. Solamente ovejas, cabras, cerdos y perros guardianes.
Tú, -respondo yo - ¿no
eres nadie?
Todos se fueron a la
“danza” ¡Ven con nosotros! ¡Te esperábamos!
¿Es la fiesta del
pueblo? No lo parece. ¿Cómo me esperabais? ¡Es imposible!
¡Así es! –dice ella con
calma-.
Estoy muy cansado tengo
hambre y sed.
¡Ven! –dice ella con
suave energía-.Comerás, beberás y danzarás. No tendrás más cansancio, hambre,
ni sed esta noche.
¡Bueno! –dije indeciso-
te acompañaré. Deja que calce mis sandalias.
¡No! ¡Deja aquí mismo tu impedimenta, tus sandalias, la
ropa que llevas puesta!...A donde vamos no necesitas nada de ello! ¡Ven!
–repitió con imperio- libre y ligero
como en los primeros tiempos, que tu cuerpo sea tu vestido “seda cruda sin
adorno alguno”
De nuevo un viejo
proverbio, me digo azorado. Estoy asustado por lo que en ese momento se me
imagino como una extraña forma de
asalto. No me amenazó con un arma, pero me exige todo como cualquier bandido.
Lo hace en forma misteriosa y casi divertida. Si lo hace así es porque sabe que puede imponérmelo por la
fuerza. Regla de oro –me digo- ceder al asaltante lo secundario y conservar la
vida.
¿Adivinó ella mis
temores? Avanzó. Ella toma mi muñeca con fuerza y pasea mi mano sobre su cuerpo
desnudo. Piel áspera, ligeramente
escamosa. La fuerza y levedad de su acción contrasta con su voz segura y
determinada:
¡Ven! ¡Seremos todos uno en una sola danza!
Sentí angustia. En un instante recordé al soldado- verdugo
que me gritaba.
¡Ya! ¡Mierda!¡
desnúdate!...
Cohibido, humillado, obediente fui sacando mi ropa y
depositándola sobre mi mochila que apoyé contra un muro.. Ella se me acercó de
nuevo. Tomó delicadamente mi mano y tirando
empezó a conducirme seguramente en las tinieblas.
Siento que el contacto físico con ella me hace captar una
extraña pulsación impalpable. Mi
angustia desaparece rápidamente y la crispación de mi cuerpo. Camino menos
rígido sin tener los dedos de los pies engarfiados como antes. Ella camina sin
hablar. Por fin digo:
¿Eres una bruja? ¿Acaso
me llevas contigo al aquelarre que celebrareis según milenarias costumbres de
estas tierras ¿Cómo consigues ver en estas espesas tinieblas?
De nuevo se
expanden las cascadas de su sonora y
armoniosa risa. Solamente eso.
Mientras tanto me pregunto a mi mismo:
¿Será una hermosa mujer? ¿Una vieja harpía desdentada?
Indudablemente que ya nos encontramos en campo abierto. La
oscuridad resulta más difusa. Percibo levemente la sombra de su silueta. De
repente me siento avasallado por los miles de aromas nocturnos de la estepa. No
es el mismo que aspiraba hace rato en el borde del camino. Ahora es algo más
sutil y poderoso quizá porque penetra
por cada uno de los poros de mi cuerpo desnudo. Me parece sentirme
poseído por una tenue ebriedad desconocida. Entonces la pregunto humildemente:
¿Dime de verdad si eres una bruja?
Todos somos brujos –me
responde ella-. Todos danzaremos. No temas. No es un aquelarre. No es un rito
maldito. Nada sucio. Será solamente la
Danza de la “vida” como fue “antes”.
¿No te sientes, ya, ungido por el viento y los perfumes
salvajes de la tierra que nos rodea? ¿No están ya penetrando en tu cuerpo las
mil sutiles energías del cielo y las estrellas?
¿Por qué me habéis elegido a mí? ¿Cómo supisteis que
llegaría?
No lo sabíamos. Cada vez
llega un “escogido”, hombre o mujer, joven o viejo. Es un “extranjero”.
Participará de la Danza como cualquiera de nosotros. La Danza es la “vida” de
la cosecha madura, de los animales que crían sus hijos y van creciendo, de las
parejas nuevas que se unen, de los viejos que perduran
°°°°°°°°°°°
Caminamos largo tiempo, siempre tomados de la mano. Ella conduciendo, yo dejándome llevar. Ignoro
donde coloco mis pies y el polvo suave como talco me acariciaba. Subíamos y
bajábamos redondeadas lomas
enterrándonos profundamente en el polvo de las hondonadas. Acariciados
por la suave brisa de la noche.
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Lo primero que sentí fue el ritmo. Mucho antes que
cualquier sonido. Una pulsación que percibía mi cuerpo en toda su periferia,
algo fuerte y desconocido que me invadía con secreto retumbar. Una especie de
latido lento como de un corazón cósmico. Según nos acercábamos, sonidos
sencillos subrayando, dando cuerpo al ritmo: maracas, tambores,, panderos,
castañuelas, algo parecido a una guitarra o un violín primitivos…
Nunca había sentido así
la música como incorporada a mi mismo, como si fuera parte del ritmo del
universo –dije dirigiéndome a ella-. Pensé que se reía de mí. Sin embargo
continué sin poderlo evitar:
Mi cuerpo vibra todo él
con el ritmo. Siento que me envuelve y penetra toda la superficie de mi
piel. Es algo íntimo, como si hasta
ahora hubiese estado dormido, como si siempre lo hubiese deseado, como si
estuviera escrito dentro de mí mismo…
Ella continua silenciosa. Trepamos lo que sería la última y más empinada loma.
Nos detuvimos en su ancha y redondeada cima. Allá abajo, a nuestros pies,
distinguí un amplio círculo de pequeñas luces. Antorchas indudablemente y
velones enterrados en el polvo delimitaban otro círculo de oscuridad.
¡Nos esperan! – gritó
ella eufórica-.
Apretó con fuerza mi mano y me arrastró cuesta abajo en
una loca carrera. Llegamos al borde del círculo y fuimos rodeados
inmediatamente de siluetas doradas por las vacilantes luces que nos abrazan y
tocan con risas jubilosas y benévolas. Alguien me alcanza una escudilla de
áspero barro cocido. Huelo con desconfianza el líquido que contiene, temeroso
de un brebaje desconocido. No percibo el olor a alcohol o de algo embriagante.
Solamente olor a aromáticas yerbas.
¡Bebe sin temor! Exclama
ella que percibe mis dudas-.
Bebo con precaución, saboreando: miel, yerbas diversas,
propóleos. Apuro, sediento el contenido completo. Me observo, temeroso de
cambios en mi cuerpo o mente.… Advierto rápidamente satisfacción, bienestar,
alegría. El cansancio de la caminata y la última carrera desaparecen. Ella me
vuelve a tomar y me lleva al borde del círculo de antorchas. Dice:
Ahora la danza va a
comenzar. Luego continua, sin aparente lógica:
Soy virgen y lo seré
mientras yo quiera.
Sus palabras me suenan a una advertencia y una sutil
amenaza.
A la luz de las vacilantes llamas los cuerpos desnudos que
nos rodean, dorados, brillantes, fantásticamente pintados, me parecen míticos
seres de las viejas leyendas. Un poco
más allá apenas distingo al borde del mismo círculo de luz sentados, con las
piernas cruzadas a los músicos, que marcan el ritmo con el vaivén de sus
cuerpos. Me doy cuenta que ya no siento el ritmo sino que este parece formar
parte de mi mismo y que vive dentro de mí.
Es el turno –me dice
ella en un susurro- es el turno de los jóvenes que van a ser iniciados.
Van penetrando en
el círculo delimitado por las antorchas y velones. De dos en dos. Parejas de
hombre y mujer. Van vestidos solamente con sus cabellos. A ella les llegan
cerca de los talones, en ellos a la cintura. Llevan las melenas sujetas con un
cintillo de paja entretejido con flores.
Un cinturón de lo mismo adorna su cintura, tobillos y muñecas. Se van distribuyendo en el círculo, cara
hacía nosotros, permaneciendo firmes, con las cabezas ligeramente inclinadas,
las manos juntas frente al pecho en
profunda meditación.
La música se hace más intensa y el ritmo más rápido. Ella
me aprieta la mano como dándome una señal y se deja caer de rodillas sentándose
sobre sus talones. La imito. Miro a mi alrededor y advierto, hasta donde veo,
que todos han hecho lo mismo. Hemos quedado
frente a los hachones de luz que delimitan la pista. Siento que alguien
ciñe mi cabeza con un apretado y oloroso cintillo de flores.
La música, los olores, el ritmo me penetran deliciosamente.
De repelente, los jóvenes meditan tes se dan vuelta y
saltan al ruedo en una asombrosa danza rítmica y acrobática, se entremezclan
armoniosamente sin perder el ritmo en mil saltos parabólicos. Aéreos, sutiles,
se deslizan tocando levemente la tierra ingrávidos, atravesando el espacio como
pájaros, deslizándose como peces, saltando como espléndidos felino.Contemplo la
escena estático, desorbitado. Sin moverme, me siento identificado con cada uno
de ellos. Soy uno de ellos y , a la vez, todos y cada uno…
¿Cuánto tiempo transcurrió? No sé. Ya, todos éramos una
danza. No era algo externo, sino un cuerpo, unos sentidos, unas sensaciones,
una mente que danzaban en nosotros. Salté en medio de ellos. Yo, antes tan
torpe, soy uno con el ritmo que me habita, describo pasos, movimientos, saltos
que en ellos me habían parecido sobrehumanos. No me encontraba drogado, ni
ebrio. Perfectamente lúcido y consciente de mis movimientos, de cuanto me
rodeaba, me identificaba e identificaba a los otros, como si fuéramos células de un mismo organismo. Además sabia
que cada uno estábamos bailando nuestra propia danza. Nos seguíamos
deslizándonos sin estorbarnos. Felices y estáticos. Sin roces, sin tocarnos.
Era la unidad libre en la diversidad. Dioses ingrávidos
poseídos por la música que latía en cada de nuestras células y poseídos por el
universo.
Bailamos horas y horas sin
cansarnos.
Mientras tanto empiezo a recordar mi vida. Toda ella.
Desde el primer momento en el vientre de mi madre como ínfimo microbio. Más
aun, sé que retrocedo en el tiempo y el espacio. Recuerdo las vicisitudes de mi clan ancestral, y de mi
tribu. Me convierto en oso, alce, garza, mamut… En árbol, roca, metal…Soy yo y
soy inmortal. Estrella y galaxia. Veo como estoy compuesto del polvo de
estrellas Soy parte de un TODO que realiza una Danza en la ETERNIDAD.
°°°°°°°°°°°°°
Cesa la música.. Todos caemos de rodillas donde nos
encontramos..Descansamos postrados con la cara sobre la tierra. ¿Estoy orando o
concentrándome? ¿Estoy saltando hacía la realidad cotidiana? Todo ello y mucho
más.
Cuando me incorporo el alba está apuntando con un tenue
vapor lechoso. Miro. Recuerdo.
…”y vieron que estaban desnudos…” pero sin vergüenza o
culpabilidad. Gentes que se alejan tomados de la mano. Nosotros, grupo de gentes
corrientes, sin mirarnos, ebrios de felicidad nos volvemos subiendo y bajando
lomas hacia la dirección en que adivino se encuentra nuestro villorrio.
¿Nuestro o de ellos?
°°°°°°°°
Llegamos. Veo mi mochila en la plaza junto al muro en que,
probablemente, la dejé. Ella me dice escuetamente:
¡Vístete! Y señalando
hacía un portón abierto:
¡Nos desayunaremos!
Vestido, me dirijo al portón. Antes de llegar se asoma por
él una pequeña fila de ovejas y cabras seguidas por un imponente perro que ni
me miró. Sin volverme, por el rumor, supe que de los otros portones salía un
semejante cortejo para reunirse en un rebaño común pastoreado por algún anciano
del caserío.
Entré en el corral. Era grande. Estaba alfombrado con una
espesa capa de estiércol seco. En el fondo una pequeña construcción de barro
apisonado con dos puertas y dos ventanas. Era verosímil que se trataba de dos
pequeñas piezas.
En una de las puertas estaba “ella”. Vestía una bata negra
sin mangas y también era negro el pañuelo
que cubría su pelo. Descalza. Curtida por el sol de la meseta. Ya no era
la figura transfigurada con la que había bailado hacía apenas una hora. Era joven y de rasgos
duros aunque regulares.
Me hizo entrar en la exigua pieza. La cocina. Una mesa y
dos bancos de tablones sin desbastar. Un fogón
alto, de barro. Sentada en uno de
los bancos una mujer de edad madura. Vestida como ella. Descalza como la otra,
Vigorosa y maltratada por una vida áspera.
Es mi madre –presentó
ella-. La mujer madura me recibe con una mueca que trato de interpretar como un
esbozo de sonrisa.
¡Siéntese! Me dice la
mujer-.
Me acomodo en el banco frontero a ella.
Mi amiga coloca sobre la mesa desnuda un gran pan y un
queso. Luego, frente a cada uno de nosotros un jarrito humeante de leche.
¡Es de cabra! –me advierte-.
Las mujeres extraen de su ropa cada una su navaja plegable y se cortan
generosas rebanadas de pan y queso. Advirtiendo que yo no tengo con que cortar
“ella” se disculpa
¡Perdone, es la
costumbre de nosotros los campesinos, siempre
vamos con nuestra navaja, es útil para todo! Me extiende la suya.
Al rato la madre deja de comer y empieza un monólogo.
Parece intuir que tengo muchas interrogaciones.
Somos gentes sencillas.
Este pueblo es muy antiguo. Luego pasa sorpresiva mente al plural. Estos
pueblos existían ya mucho antes que las iglesias.
La escucho desorientado.
Los “Antiguos” –su
inflexión en la voz indica con fuerza que se está refiriendo a unos antepasados
muy antiguos- “sabían”que la “Danza” era
como la “vida” y la vida como la Danza.
Si –afirmé dubitativo,
ignorando a donde quería ir ella-.
Madre tiene razón. La
Danza nos enseña a como comportarnos en los días de nuestra vida cotidiana.. La
manera de comportarnos de una manera hermosa, aceptando a los demás, dejando que cada uno dance su propio
baile..Sin interferir, respetándoles bailando también nosotros nuestra propia
danza.
“Ellos” –subraya la
madre- instituyeron la DANZA. Por eso
las gentes de aquí vivimos contentos con lo que somos y tenemos.
Si, es eso. Además una
siempre puede crear un baile nuevo. Y –añade picaresca- ¡LLEGAN LOS EXTRANJEROS!
Aquí –intervengo yo – la
vida tiene que ser dura y monótona. Todos se visten igual, las caras son
semejantes, el trabajo siempre repetido: mieses, polvo, barro, siembra… Añado:
¿Había alguna droga en la bebida que me dieron anoche?
Ríen socarronamente.
Me sucedieron cosas tan
extrañas. Dancé. Recordé mi vida con
detalles desconocidos. Me sentí transformado…
¿Ahora te sientes limpio? ¿Verdad? Ahora podrás comenzar
tu propia danza.
Me gustaría quedarme un
tiempo con ustedes. Ayudaría…
¡No! –Responde con
énfasis la madre- Somos gentes demasiado rústicas. No te sentirías bien entre
nosotros. ¡Aun, no!
¿Qué quiere decir?
No importa –dice ella-
¡olvídalo!
Volverás –añade la madre-
pero recuerda siempre que la danza es irrepetible. Nunca vuelvas para tratar de
repetirla.
¿Cada cuanto tiempo
danzan?
No lo sabemos, solamente
ocurre.
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Los tres comimos con
apetito. Me ofrecieron que me quedase a descansar. Preferí volver a continuar
mi camino.
Me acompañaron hasta el límite del villorrio. Trepé por el
zigzagueante camino. La última vez que me volví, desde lejos, divisé las dos
figuras idénticas vestidas de negro. Nada podía hacer sospechar que ellas
habían sido las danzantes transfiguradas de hacía algunas horas. Mientras
esperé el vehículo que por fin me llevaría, pensé que algún día volvería a aquel lugar para perfeccionar mi Danza.
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