narracion LA ISLA DE LAS MUJERES






LA ISLA DE LAS MUJERES


El mito de las mujeres guerreras pertenece a un arquetipo universal, que trasmite el esquema o idea de un grupo de mujeres autosuficientes y que pueden prescindir de los varones en alguna medida.
Las diversas leyendas, probablemente exagerando, presentan al varón en esas comunidades de cazadoras y guerreras, como sometido o usado simplemente para mantener la procreación.
Es casi seguro que este arquetipo, como todos, tiene fundamentos reales que “recuerdan” momentos históricos de sociedades muy antiguas. Los detalles carecen de importancia en si mismos y suelen ser elaborados por la imaginación de los narradores.
Probablemente en estos arquetipos se describen tipos de sociedades en que existía una cierta igualdad entre varones y hembras en la participación de la caza y defensa territorial del grupo.
En Homero aparece una pequeña alusión a estas guerreras. El río Amazonas fue bautizado así porque los descubridores españoles de Francisco de Orellana creyeron avizorar a mujeres de este tipo y recogieron algunas leyendas sobre ellas. En los mitos americanos, al menos, hay dos islas en el Atlántico que se denominaron “islas de las “mujeres”.

La narración que sigue trata de renovar el mito en un mundo post nuclear en decadencia a causa de guerras de exterminio en que lo atómico tuvo una parte importante sin causar destrucción total. Al menos esto último es lo que se supone.

++++++

¿Cómo ellas se estaban reuniendo?
El azar las reunía.
Ese misterioso azar que suele el más poderoso creador de cambio social en lo que cualquier tipo de ideología fracasa.
Son cambios originados por causas reales e imperiosas, necesarias para la sobrevivencia de grupos o de sociedades completas.
Verdaderas mutaciones que, simplemente, “ocurren” en tiempos y espacios delimitados y precisos.

En esos momentos Ellas ya eran un grupo, aunque les era imposible explicarse como habían tenido noticia unas de otras.
Todas parecían tener una impronta semejante: haber sido maltratadas, postergadas, vejadas, de alguna manera, por los varones.
Habían sido pobres y ricas. Trabajadoras de manos maltratadas, campesinas de pies descalzos. Ricas damas de cuerpos esplendorosos y costumbres refinadas o mujeres de placer de la sociedad floreciente…
Intelectuales o analfabetas. Obreras, artistas o intelectuales.
La impronta común a todas ellas era el haberse dicho a si mismas en un momento ¡basta!, ¡Basta al reinado totalitario de los machos y a la cultura del machismo!
El feminismo de antaño, hasta el más radical, jamás había soñado con tal decisión.
Efectivamente la cultura de los machos había ido demasiado lejos. Se agotó en sus delirios. Su reinado de tres mil años agostó la Madre Tierra. La desbastaron desertificaron y envenenaron. Sus desvaríos de poder y riqueza obligaron a las mujeres a parir monstruos deformes e imbéciles en nombre de un lucro al que bautizaron “progreso”.
Ellas fueron convertidas en objetos de placer y lujo, obsesivas consumidoras de baratijas, caras o baratas, siempre inútiles.
Casi todas habían llegado de lejos. Ignoraban el como y por qué les había atraído la mítica isla, cuna y nido legendario de las mujeres amazonas orgullosas de si mismas.
Era cierto que sus colores de piel, ojos e idioma eran dispares.
Su idioma común y arquetípico era sentirse de alguna manera paridoras de un nuevo mundo por más que, aun, estuviera dentro de ellas como un mensaje cifrado oscuro y tenaz.

++++++

Ellos, en su reinado de tres mil años, podían haber aprendido a ser sabios. Solamente les interesó dominar, ser el grupo predominante. Se creyeron dioses, infatuados con su propia desmesura. Capaces de manejar artilugios en la tierra, intentaron, como los Titanes, manipularlos en el cielo. Creadores al revés, solamente destruyeron. Su obra maestra, fueron las guerras, hasta la última que hacía poco terminó. Hacer morir a otros, con la esperanza inútil, de no morir ellos mismos. Convencidos, siempre, que los vientres fecundos de sus mujeres repondrían incansablemente a los muertos. Ellas, máquinas de parir, máquinas de placer, máquinas de servicio.
La humanidad se fue dividiendo, por un lado los señores varones, por otro las siervas hembras.

Machos ebrios de licor o drogas, se lanzaron durante milenios a locuras de competición sangrienta por la caza, la guerra o el lucro. El resultado había sido matanzas, pestes, desertificación y hambrunas. Así dilapidaron el patrimonio terrestre. Las consecuencias, en el momento que se vivía, eran ya evidentes y definitivas.
Posiblemente la vieja mente cósmica, a su manera, dijo ¡Basta! Nadie lo sabía aun. Tampoco las hembras. Una misteriosa señal fue impartida, comenzó un cambio en la historia una vez más. Callado e irreversible.

++++++

Las mujeres se estaban rebelando a su estilo, lenta y creativamente. Sin ruido ni aspavientos, GESTANDO. No era la primera vez que esto ocurría. Renacerían en una pequeña isla. Pocas, escogidas como otrora en milenios pretéritos. Crecerían como la semilla en sus vientres. Se multiplicarían como ola incontenible.

Todo principio humano radical es difícil y lento. Los varones las habían sometido usando el sexo. Su falo. Su determinación espontánea era que se librarían de él, de alguna forma lo aniquilarían. Solamente, en adelante, sería usado por su función de elemento fecundante, luego lo apartarían. No más mentiras de arrumacos y falso amor.

Intuían oscuramente, que su misión era crear una comunidad de hermanas. Desechar aquella comunidad de rivales para las que el varón las había adiestrado. Rivales para conquistar el macho y que este se sintiese halagado. Fue el método para someterlas a su servicio y evitar que se convirtiesen en un peligro.
Se dijeron que florecería entre ellas la igualdad, aunque el precio fuera desmesurado. Así harían morir el dominio de los amos.

++++++


Fueron llegando.
Años atrás se las habría considerador turistas.
Ahora no eran sino unas más de las emigrantes famélicas en busca de sobre vivencia. Insignificantes, anodinas. Algunos signos, que solamente ellas comprendían, les permitían reconocerse.
Espontáneamente llegaron a un entendimiento. No llevarían nada consigo de lo poco que habían podido salvar de sus antiguas existencias. Nada las delataría. Ni equipaje, ni armas. Solamente sus manos desnudas, suaves o ásperas. Atrás quedaba todo: hogares familia, hijos… no podían permitir que el pasado las atase.
Casi todas habían tenido que emprender una larga marcha. Solas, aisladas. Iban a reunirse en una mítica isla cuna de mujeres guerreras, hacía muchos años abandonada. Aquella larga marcha las fue decantando, endureciendo. Así ocurrió. Las más delicadas, las menos decididas aguantaron pocas jornadas de soledad, privaciones, peligros y miseria. Abandonaron las tiernas, las demasiado viejas, las idealistas soñadoras.


A la costa de suaves arenas llegaron pocas. Desharrapas y rotas de fatiga. Muchas fueron maltratadas en el camino, violadas y heridas. Todas hambrientas. Ya eran un puñado de mujeres endurecidas a todo, orgullosas, decididas. Vagaron días y días por las playas desiertas y desoladas que muy pocas recordaban como paraísos de lujo y placer. Se alimentaban de mariscos y pescados arrojados por el mar disputándoselo a las madrugadoras gaviotas. Se enseñaron entre si a comer raíces de monte y yerbas salvajes. Nadaron y mariscaron en las rocas y rompientes. Algunas perdieron los escasos gramos de grasa que habían guardado sus cuerpos. Sus músculos se desarrollaban haciéndose fuertes y flexibles como nunca sospecharon tenerlos.
Ya, apenas, había diferencia en sus coloraciones. Todas con la piel áspera y quemada por el duro sol tropical, la brisa yodada y la sal marina. En su improvisada comunidad se fueron conociendo un poco más. La terrible necesidad implicaba que se necesitasen mutuamente y se sintiesen hermanas.
Oteaban el horizonte del mar con frecuencia. Sabían que más allá, detrás de la tenue y nebulosa línea del horizonte, se encontraba la isla de leyenda. Lejana. Abandonada. Algo les decía que, llegado el momento, encontrarían la manera de llegar a ella

++++++

Se habían fortalecido juntas. Ya no dudaron más. El plan pareció como fraguarse sólo. Habían ubicado una lejana aldea de pescadores. Una noche se atrevieron a acercarse a ella. Se ocultaban de día en los espesos matorrales que la rodeaban por la parte de tierra. Procuraban no dejar rastros de su silenciosa presencia, aunque tuviesen que caminar por espesos espinales.
Así observaron todos los movimientos de la aldea.
Una noche sin luna se apoderaron de todas las frágiles embarcaciones. Partieron remando torpe y silenciosamente. No llevaban más provisiones que unas cuantas calabazas llenas de agua dulce. Se dirigieron certeramente hacía la isla como si oscuros recuerdos de muchas generaciones antes, las guiasen.
Pronto se les ampollaron las manos no acostumbradas a los toscos remos. Las ampollas se reventaron y sangraron. En los últimos meses habían aprendido a no compadecerse a sí mismas. Tenaces, remaron incansablemente. Cuando, por fin, sopló el viento de tierra hacía el mar, izaron harapientas velas que muchas no dudaron en reforzar con sus propias ropas. Por fin, apareció la fina línea de una tierra. Ninguna preguntó si sería la isla. Ninguna sonrió triunfante.
Era una inmensa playa vacía. Saltaron al agua. Sin ponerse de acuerdo, metódicamente, con piedras y rocas desfondaron las canoas y las empujaron mar adentro. Ellas volvieron nadando, a la orilla.
Eran opulentas playas de arena dorada. Las naufragas voluntarias, exhaustas, únicamente acertaron a arrojarse sobre la cálida arena.

++++++

Dedicaron los días siguientes a explorar y buscar algo que calmase su hambre cada vez más aguzada. Pronto encontraron lo que sospechaban. Casas derruidas, demolidas por los terribles huracanes tropicales. Lo que fueron hoteles de lujo yacían en amasijos de escombros roídos por cánceres vegetales que habían destruido hasta el cemento y la piedra. Destrucción y podredumbre habían terminado con todo lo perecible en pocos años. Era fácil de comprobar que allí también los combates y el saqueo habían precedido a la violencia de los huracanes. Era sencillo comprender que el paraíso de placer y desmesura había sido igualmente destruido y arruinado en toda la isla. Se alegraron de ello. No se les ocurrió nunca utilizar los restos de lo que hubía quedado. Intuían que otro género de vida muy distinto estaba gravado misteriosamente en las células de sus cuerpos. Desafío fundado en la creatividad femenina de creadoras de vida. Todo tipo de vida, como aquella que contemplaban explotaba salvaje y lujuriosa después que, como ellas mismas, había quedado libre de la esclavitud humana. Vida pujante del trópico, vegetal y avasalladora.
Su espíritu práctico les impulsó a organizarse. No lo harían a semejanza de los varones basándose en algún tipo de jerarquía. Nadie mandaría a nadie.
No obedeceremos, porque el Poder implica beneficio. Cooperaremos libremente porque nos necesitamos unas a otras. Cada una complementará con su saber a la que no lo tiene.

Pasaron los días. En su nueva vida afloraron rápidamente todas las deformaciones en que habían sido educadas. Cansancio físico, debilidades, nostalgias. Desesperación por tener que comenzar siempre de la nada. Reaccionaron autoanalizándose a si mismas sin piedad, sin compasión.
Algunas, violadas antes en su peregrinación, habían quedado preñadas y vieron con repugnancia que sus vientres se distendía y crecían. Las otras fingieron ignorarlo. Había tanto que hacer y realizar que no se preocupaban que algunos vientres se distendiesen.
Más tarde, sentadas todas alrededor de la fogata nocturna habló una repentinamente:
• Si es varón, lo ahogaré. En el camino fui violada.
Las demás la miraron sin extrañeza ni piedad.
• Toda vida es sagrada, dijo otra.
• Tú eres la madre. Harás lo que dicte tu corazón, dijeron las demás.
Una de ellas, considerada sabia a través de la experiencia del tiempo en que llevaban juntas, reflexionó en voz alta, como lo hacía siempre, porque ella no trataba de imponer ideas, sino, simplemente difundir lo que le dictaba la experiencia de su vida:
• Morir y matar es lo propio de la cultura de los varones que, aun, impera al otro lado del mar. De ella hemos venido huyendo. ¿De que nos servirá huir con solo el cuerpo? Quizá sea sabio que no haya varones con nosotras Ni siquiera aunque sean nuestros hijos Eso será hasta que nosotras estemos libres del macho que llevamos dentro. El que colocaron ahí nuestras madres sometidas. Luego calló.
• ¿Qué haremos? Dijo una con voz entristecida. Será mi hijo. Fui violada.
• ¿Habrá alguna manera de entregarlo allá en la costa? Dijo otra. Se oyeron risas contenidas.
• Y…dijo otra incierta, y… ¿si una de nosotras intenta guardar a su hijo varón?
• Tendrá que abandonar la isla, dijeron casi todas seguras.
• O…, dijo sibilina la mujer sabia, ese varón tendrá que ser como nosotras.

++++++

Desde la altura, él vió como ella se estiraba tendida al sol sobre la cálida arena. Era como un espléndido felino de piel oscura armoniosamente dorada. Se desperezaba. Enorme gata broncínea. Tenía una piel brillante que modelaba poderosos músculos. Apariencia tan hermosa que parecía vulgar y única a la vez. Paradoja insostenible...
La miraba desde lejos, encaramado en la huidiza cresta de una duna. La playa era inmensa. Hasta entonces absolutamente desierta, bordeada solamente de una espesa jungla que hacía, para él, aun más misteriosa la mítica isla.
Le habían dicho, allá en la costa, que ahora la isla estaba desierta, abandonada hacía años después de los días del Desastre. El hambre y las luchas por la sobrevivencia que se habían impuesto en el continente habían borrado todo lujo y turismo.
• Allí no encontrará sino ruinas, reptiles y aves, le habían dicho siempre.

Ella estaba lejos y era el primer ser humano que él divisaba.

• ¿Estará acompañada? ¿será solamente alguien que, como yo, busca paz y tranquilidad a costa de prescindir de los escasos bienes de consumo que se encuentran en esas pocas ciudades que no naufragaron con el gran Desastre? ¿Estaré violando una intimidad duramente conquistada?

Volvió a escrutar la playa en todas direcciones y, advirtió que estaba absolutamente desierta.
Indeciso y dudoso se sentó en la cima en que estaba. Esperaba que su silueta se recortase bien en el horizonte, si ella advertida, le buscaba. Al menos sabría que él no trataba de ocultarse. Se sentía sumergido en una situación como mágica. Pensó divertido:
• Ella, completamente desnuda, me recuerda una de esas diosas marinas que de repente desaparecen dejando hechizados a los mortales que las han contemplado.
• Quizá es mi imaginación y las leyendas que se cuentan sobre esta isla quien la esté creando. Pudiera ser que acercándome fuera una vieja desdentada y que ese hermoso cuerpo sea un efecto de la distancia y el sol. Se volvió a divertir de su nuevo pensamiento. Quiso levantarse y descender la duna hacía la playa. No pudo hacerlo. Sino la buscaba, jamás podría resolver el misterio de su presencia.
¿Acaso ella misma, si le había visto, no pensaría cosas semejantes de él?
También se encontraba desnudo, sus ropas estaban cuidadosamente apiladas en el fondo de su canoa. Aquel lugar parecía el Paraíso de la inocencia original, algo bien diferente y lejano de los tiempos que corrían.
Finalmente tomó la resolución de irse. Se incorporó para hacerlo. Quizá fue el brusco movimiento de él o figura se recortó mejor en el cielo azul.
Ella, hasta ahora invisible en el fondo de la duna, se incorporó y mirando en su dirección hizo con la mano un signo ligero, no sabía si de saludo o adiós. El extendió sus brazos hacia el cielo y ella imitó su gesto. Ya no era el gran felino, sino una gentil diosa que le invitaba a acercarse. No lo dudó más. No se le ocurrió que existen caprichosas diosas que atraen a los incautos humanos y los llevan con ellas al fondo del mar.
Corrió desatentado duna abajo, arrastrando tras sí tempestades de móvil arena fina como polvo. Ella no estaba más allí. Alocado trepó en la otra ladera. Llegó a la cresta agotado y chorreando transpiración. Allá abajo estaba la marca de un cuerpo en la arena y las huellas de pies que se internaban en el corredor de dunas. Prefirió correr por la resbalosa cresta. De repente la frágil arena se desmorona y cae dando volteretas como en una eternidad de tiempo.
Incongruentemente piensa fugazmente mientras cae que es un experto en aikido y sabe por ello rodar sin lastimarse.
Está aun atontado por la larga caída. Trata de mirar a su alrededor. A pocos pasos está ella riendo divertida. Es joven. Bella y armoniosa. El siente que ha caído en una trampa. Ella no es la cazadora, sino la carnada. Ella da media vuelta y se aleja por la quebrada. Se pone en pie y trata de seguirla. Siente un ligero vértigo. Camina y desemboca bruscamente en la playa. Cuando las ve trata de retroceder teniendo la conciencia que ya todo es inútil. Ella le apunta con un enorme arco tendido. No está sola sino que un semircículo de varias mujeres le apuntan con cerbatanas, arcos y agudas jabalinas. Está cierto que un movimiento suyo mal interpretado y será hombre muerto.
• ¿De donde vienes?
• ¿Qué buscas aquí?
• Le preguntan en un duro brasilero.
• De allá vengo, dice el extranjero señalando hacía el continente. No sólo de ahí, sino de mucho más lejos. No busco nada. Suponía esta isla desierta y abandonada. Me fascinan las leyendas que hay sobre este lugar dedicado a la diosa maya de la fertilidad. Me dijeron que no encontraría a nadie sino solamente pájaros, delfines y reptiles. Me doy cuenta que se equivocaron.
Una musculosa mulata de pelo cano avanza blandiendo su jabalina y se la lanza cortándole ligeramente la piel de su costado. Le dirige la palabra en un cantarín castellano:
• Mientes, conoces la leyenda, Es nuestra isla. ¿Ignoras la suerte de aquellos que quieren violar nuestro territorio?
• Las leyendas son diversas. Son mitos que encierran ciertos símbolos.
• Los símbolos encierran verdades muy ciertas cuando el momento llega.
• ¿Me consideran como prisionero?
• ¿Por qué estás desnudo?
• Dejé mis ropas en la embarcación,¿ para qué las querría en una isla desierta?
• Dices verdad. Tu embarcación se hundió, se la llevó el viento y con ella ropas que ya no necesitarás más. Para los que quedaron allá tú tienes que estar muerto. Tu suerte aun no está decidida, el Consejo lo dirá. Serás nuestro huésped, pero no pienses que nuestras armas son indecisas.
• Está bien, seré su huésped. El bien sabía que ya no tenía otra opción.


++++++

Las mujeres bajaron sus armas. Silenciosas rodearon al varón y empezaron a caminar. Parecía más indiferentes que preocupadas. Todas no eran hermosas ni jóvenes. Eran de muchas edades y procedencias étnicas. Blancas, negras, cobrizas, mulatas…Se comportaban espontáneamente sin cohibiciones ni temor alguno a pesar de su desnudez. El las observaba sin dirigir la mirada a nada en particular. Eran muy fuertes y curtidas por las intemperies, sol agua, viento y arena. Supuso que un trabajo duro, la pesca, el buceo a pulmón desnudo… las había endurecido excepcionalmente. Caminaban flexiblemente. Hablaban entre ellas sin levantar la voz en una mezcla de castellano y portugués de las islas.
Por fin llegaron a una especie de poblado profundamente enclavado en la jungla como si estuviera a prueba de cualquier curioso. Era un lugar extraño. Las chozas no se asemejaban a las torpes construcciones de las gentes del continente. Se habían usado los materiales que proporcionaba la selva y no utilizaron ninguno de los elementos de las construcciones derruidas que yacían por doquier en la selva. Quizá los rechazaron deliberadamente. En la primera ojeada todo parecía rústico, pero observando mejor resultaba claro que todo había sido construido con suma prolijidad y exudaba un refinamiento sensual.
No había nada que no tuviese un fin práctico y utilitario, pero cada cosa era tan perfecta como un adorno en si misma.
Las mismas armas, arcos, cerbatanas, los arpones de afiladas puntas y temibles ganchos, las flechas de puntas como aguja y coloridas plumas o el terrible venablo de puntas de coral. Por así decirlo, cada arma, cada estera, cada utensilio parecían tener personalidad propia.
El hombre callaba. Prefería no hacer preguntas. Presentía que detrás de aquellas bellas apariencias existía una fuerza primaria temible que ahora se revelaba allí puesto que el hombre la había aplastado durante siglos tratando de ignorarla y que había explotado en aquel extraño grupo de mujeres con fuerza iracunda.
¿Solamente en aquel grupo? ¿Aquellas serían un fenómeno aislado y único??Se estaría repitiendo en otros lugares tan ocultos como este?
No le parecía imposible que muchos grupos clandestinos como en el que acababa de caer por casualidad, estuviesen ya diseminados por todo el globo al amparo de los estertores de una civilización.
¿Quién de los infatuados hombres del exterior enceguecidos por las últimas matanzas o sepultados en la estupidez de la droga podría suponer el hecho de la reptante evolución femenina?
Estas y otras ideas se agolpaban en su mente mientras observaba aquel minúsculo poblado.
Algo más punzante afloraba a su mente. ¿Hasta donde iría el fanatismo de este grupo en formación? Las duras palabra que le habían dirigido le producían una inquietud próximas al miedo.

++++++

Se atrevió a preguntar:
• ¿Tienen una reina o cacique?
• Aquí todas somos reinas. Las que estaban cerca explotaron en carcajadas.
Caído en su propia trampa y titubeante debió continuar:
• Digamos, alguien que represente la opinión general.
• Puede que sea la mujer sabia. Reconocemos a varias entre nosotras. Las escuchamos cuando hablan y después meditamos. Volvieron a reír viendo su embarazo.

++++++

Le entregaron una hamaca y le indicaron donde podía colgarla. Una escudilla ingeniosa de madera dentro de la cual encajaban otras dos. Y le dijeron que la guardase porque eran sus vaso, platos y les conocería otras utilidades. Le mostraron el arroyo bastante alejado donde se lavaría y el lugar de donde se saca el agua para que evitase contaminarlo. Aun más lejano el lugar donde defecaría y como debía cubrir cuidadosamente sus excrementos de forma que ningún animal tuviese contacto con ellos.
• Al anochecer, cuando todas hayan llegado, comeremos. Descansa mientras tanto en tu hamaca. Mañana te designarán el trabajo que deberás hacer como cualquiera de nosotras.
Todo parecía tan normal que empezó a sospechar que existía algún tipo de trampa oculta.
Colgó su hamaca y se dedicó a observar las actividades del poblado. Empezó a sentir el cansancio y el hambre.

++++

Hacía rato que había oscurecido cuando le despertaron moviendo suavemente su hamaca. Al pie de ella, sobre una pequeña estera alumbrada por una lámpara de aceite, en sus cuencos de madera, humeaban alimentos.
Se levantó indeciso.

En ese momento llegó ella y sencillamente se sentó frente a la alfombra donde depositó sus propios alimentos que traía en idénticos cuencos. La imitó sentándose sobre sus talones. Ella le alargó dos palitos como los que usan los chinos, pero eran diferentes. Entre ellos estaban los alimentos y la suave bujía en la que ardían dos mechitas insignificantes. Comprobó que su acompañante era la misma mujer canosa que se dirigió duramente a él en su primer encuentro. Pensó que podría ser una de las mujeres sabias. Admiró su cuerpo aun deseable con algunos tatuajes que brillaba ligeramente en la semioscuridad, probablemente porque estaba recién aceitado.
Comieron un momento en silencio. El trataba de imitar los gestos de su anfitriona con bastante torpeza. Finalmente ella habló en un melodioso castellano:
• El Consejo ha decidido algo de lo que se refiere a ti. Ten presente que nosotras no te buscamos. Irrumpiste en nuestras vidas quizá en el momento preciso. No conocemos quien eres, ni tus intenciones. Debemos hacerlo antes de tomar las decisiones definitivas... Pareces un varón fuerte y sano. Si tu mente no es torcida te aceptaremos. Entonces, en el momento que decidamos, fecundarás a aquellas de nosotras que lo deseen y estén dispuestas.
El tuvo una imaginación escalofriante:
• Y..., dijo, después, como cualquier mantis religiosa, me matarán quizás durante un éxtasis sexual o, quizá entre torturas para vengarse en mí de todos los machos que las atropellaron.
• No temas por tu vida, dijo ella con suavidad. Si tu te adaptas a lo que decidamos y aceptas nuestra vida, las “madres” no desean sino construir una vida en que se disminuya la crueldad y la opresión Pero debemos toma medidas enérgicas para mantener en secreto nuestra comunidad y defender nuestra isla de intrusos hasta que seamos lo suficientemente fuertes y numerosas.
El quedó en suspenso escuchando aquella determinación tan clara, precisa y dura.
• Ya, dijo él, de nuevo la sacrosanta razón de Estado que ha convertido a todas las revoluciones en tiranías. Más tarde será el Paraíso, dicen, mientras tanto crean un Infierno. Ahora tenemos que ser duras y despiadadas, luego todo será diferente. Así hemos vivido todas la utopías sociales, ustedes no me parecen ser diferentes.
• Puedes burlarte. Nosotras no nos hemos reunido para practicar ninguna utopía. Nos juntamos porque sentimos la necesidad visceral de hacerlo. Ustedes los machos no comprenderán jamás que es el resultado de milenios de opresión No buscamos un reinado, sino a nosotras mismas La falocracia nos dominó demasiado tiempo, nos humilló y debilitó. Si en nuestro camino se interpone alguien como tú, deberemos resolver el problema con los medios que tenemos.
• Su experiencia será siempre limitada. Las hembras necesitan a los machos tanto como nosotros a ellas. Esa es la ley para todo mamífero.
• Si, pero eso no legitima el dominio del macho. Es posible que haya llegado el momento de un nuevo pacto social como probablemente ocurrió en épocas muy remotas. Quizá demostrando que la hembra necesita al macho solamente escasos minutos en su vida para ser fecundada y que ellas son muy capaces de prescindir de él para su propia defensa y alimentación. Se nos inculcó durante cientos degeneraciones que éramos débiles, dependientes, indefensas, incapaces de bastarnos a nosotros mismas y a nuestros hijos. Bien nosotras sentimos que ha llegado el momento de demostrarnos a nosotras mismas que podemos ser capaces de todo aquello de que se nos privó. ¿acaso no te has dado cuenta como funcionó el señuelo para ti? Bastó un gesto vago, algo que pensaste era una invitación, su desnudez, para que se despertasen tus instintos de cazador. Por desgracia para ti, fuiste el cazado.
• ¿Qué me ocurrirá si me negase a ser su semental? ¿Me violarían?
• Tu mentalidad de macho te hace trampas mentales. Me resulta muy divertido lo que dices. ¿Olvidas que las mujeres tenemos una experiencia milenaria de seducción? ¿Olvidas que los machos tienen también reflejos milenarios?

++++++

Falocracia, piensa él.
Se balancea perezosamente en su hamaca.
Es una noche maravillosa, embriagante de aromas florales. En el negro cielo titilan claras las estrellas.
La mujer sabia le habló de la atracción de una mujer desnuda cuando un varón la enfrenta. Desde luego este por mucho amor que se crea tener, sabe que su falo es la más primitiva arma de guerra... Piensa siempre que con el conquista, seduce y somete. Es el sagrado lingam de los hindúes. Un miembro convertido en divino o imagen de lo divino. Una aberración cultural más. A través del tiempo, aunque se trata de disimular, la violación es la forma de relacionarse hombre y mujer. Violaciones de los guerreros vencedores de un combate sobre las mujeres de sus enemigos. Violación del amo sobre sus sirvientas. Violación socialmente modelada por el matrimonio en una noche de bodas violenta o llena de arrumacos. En ese momento se pregunta.
¿’Como concebirán ellas las relaciones sexuales?
Algo que iba a descubrir según lo que se le había señalado brutalmente. ¿Sería el mismo violado, humillado, vejado como revancha de esos abusos milenarios?
En aquellos momentos el poblado estaba tranquilo y solamente escuchaba el ruido de ranas e insectos nocturnos. Sentía una gran paz. Le habían dicho que desde la mañana participaría de las actividades del poblado. Pensaba que esa era la manera de tenerle discretamente vigilado. No dudaba que, como le habían dicho su canoa con sus ropas y el resto de su equipaje estaba en el fondo del mar. Se encontraba totalmente en manos de ellas. Tendría que averiguar, si en alguna caleta ignorada la comunidad poseía embarcaciones. Para se familiarizaría con la isla, para saber como eludirlas sin despertar sospechas. No deseaba ser cazado y perseguido como un animal salvaje a través de la tupida selva que ellas debían conocer como la palma de su mano. Menos aun, tenerse que entregar famélico después de una infructuosa huída. Lo sensato, ya que le habían asegurado la vida, era resignarse a su suerte que, por el momento, no parecía intolerable. Permitir que los acontecimientos siguiesen su curso y estar atento para tomar una decisión rápida cuando comprobase que era necesario hacerlo. Esperar mientras la situación no se convirtiese en intolerable.
¿Acaso en el continente la situación era mejor? Vagar interminablemente en búsqueda de un lugar aceptable para reconstruir de nuevo algún tipo de vida sabía que era una proeza, porque a las bandas de forajidos que pululaban les bastaba un detalle, un pequeño objeto que desasen, para terminar con la vida de uno.
Lo que aquí le habían ofrecido para muchos significaría la mayor de las fortunas y por la que valdría la pena arriesgarse.
Quizá su problema principal era el cambio brutal de ser un macho dominante a tenerse que someter a aquel grupo de mujeres.

++++++

Fueron pasando los días sin que ocurriese nada en un ritmo de vida que parecía ser la normal de un grupo primitivo centrado en cubrir sus necesidades primarias. Empezó a sospechar que donde vivía no era el único poblado de la isla. Aquel día había dormido hasta tarde. Demasiado. ¿La comida que había ingerido contendría alguna sustancia hipnótica? En verdad siempre en alerta desconfiaba de todo aquello que en el ritmo de vida le pareciese anormal. A pesar de estar el sol alto, el poblado permanecía en calma, con escaso movimiento. Así pasó el día. Se había acostumbrado a no hacer preguntas.
Se acercaba la noche, cuando desde la gran choza central empezó a escuchar el golpeteo de tambores, Algo suave e incierto como si un grupo tratase de ensayar algo. A veces se iniciaba un ritmo lento y enervante. En esos espacios le parecía como si la vibración le entrase en su cuerpo y le sacudiese de una manera nunca antes sentida.
Como nadie se preocupaba de él, decidió ir al estero para lavarse y prepararse a la noche. Cuando volvió a la maloca que le servia de morada, las paredes de estera en esa época siempre enrolladas, habían sido bajadas y el interior estaba en profunda oscuridad. Indeciso y extrañado buscó a tientas la hamaca, trepo a ella dispuesta a dormir de nuevo. Se había adormecido, cuando se despertó repentinamente advirtiendo que se dirigía un resplandor hacía la puerta de la maloca. Levantaron la cortina vegetal que servía de puerta y fueron entrando una a una, cuatro mujeres que llevaban en su mano izquierda una antorcha resinosa que desprendía un fuerte olor y en la mano derecha un cuenco de madera. En el centro de la choza clavaron en el piso arenoso las cuatro antorchas. A su luz, atónito vislumbraba el cuerpo de las mujeres profusamente pintado con fuertes coloridos e intrincados dibujos... Tenían un aspecto fantasmal a la luz de las movedizas llamas. Le pidieron cortésmente que se incorporase y acercase. Cuando lo hizo distinguió que en los cuencos había pigmentos: blanco, azul, rojo y amarillo.
• Ven, dijo una. Te vamos a alhajar el cuerpo.
Diciéndolo le condujo gentilmente al centro iluminado.
• Vestirás el vestido más antiguo que han portado los seres humanos. Considera esto como un gran honor.
Inmediatamente, hundiendo sus dedos en los pigmentos, empezó a crear dibujos sobre el cuerpo del varón. El se dejaba hacer pasivamente. Ellas se esmeraron largamente sin dejar parte alguna del cuerpo sin pintar.
• Lastima, observó él, no tener un espejo donde contemplarme. Tan poco tiempo ha pasado y ya han creado sus ritos.
• ¿Te importa? , respondió con rabia la maciza negra pintada con líneas amarillas y blancas que resaltaban fuertemente en su oscuro cuerpo.
• No hemos creado nada, dijo otra con calma, solamente hemos mirado dentro de nosotras mismas. Es algo sepultado en nosotras desde hace milenios.
El varón rechazaba interiormente esas expresiones que para su mente de formación científica le parecían supersticiones solamente acordes con la mentalidad femenina.
Ellas le peinaron cuidadosamente su cabellera y la anudaron en un moño sobre su cabeza... Luego con hebras de paja multicolores trenzaron apretados anillos alrededor de sus bíceps, muñecas, pantorrillas y tobillos.
El pensaba que todo aquello entraba en la mentalidad indígena de la antigua Amazonia, costumbres extinguidas hacía años.
Ellas le trabajaban sin prisa, riendo y comentando entre ellas con deleite su trabajo.
El varón sentía impaciencia y angustia.

Cuando, finalmente, decidieron que estaba preparado dijeron sencillamente:
• Síguenos.
Empuñaron las antorchas, casi consumidas y le precedieron. Se dirigieron lentamente hacía la gran maloca central. En ella reinaba el silencio y solamente por las rendijas se percibía un resplandor parpadeante. Tan pronto como una de las mujeres levantó la cortina de la entrada, estalló estridente el golpeteo de tambores y maracas. Con un ritmo definido y firme. Solamente el centro de la gran choza estaba iluminado por un círculo de antorchas. En la penumbra, adosadas a las paredes, se adivinaban las sombras acuclilladas y en ese momento el comprendió que había desestimado gravemente el número de mujeres reunidas en la isla... La maloca había sido vaciada de su mobiliario habitual de hamacas colgadas a diferentes alturas. El piso de arena blanca estaba finamente rastrillado. En el centro iluminado había una especie de lecho cubierto de mantas multicolores de algodón tejido. Una rareza hasta entonces vista por él. Frente a aquel estrado le hicieron sentar sobre una estera nueva. Con gran deferencia le ofrecieron un cuenco con una bebida que le recordó inmediatamente la kava polinesia. Su gusto era agradable y él tenía mucha sed y hambre. El ritmo y la música continuaban creciendo y de nuevo sintió la increíble sensación de que ello era algo físico que invadía su cuerpo. Repentinamente se hizo un abrupto silencio. Las cuatro mujeres que le habían acompañado estaban rodeándole como estatuas. El silencio duró unos momentos y luego el sonido de un delicado tambor y una voz suavísima y cantarina:
• Hombre ha llegado el momento en que cumplas la función para que fuiste enviado entre nosotras. Tu misión es la de fecundador, no la de violador, verdugo o macho lujurioso. Par nosotras la fecundación humana es un acto religioso, gozoso y público. No algo de lo que nos avergoncemos o tratemos de esconder. Los lujuriosos patriarcas lo declararon acto obsceno y vergonzoso, evidente proyección de su mente lúbrica y sucia. Humildemente declaramos que ni nosotras, ni tú, estamos preparadas para devolverle su verdadero sentido y hermosura. Desconocemos si como lo hemos preparado, lo inventamos ahora o lo hemos sacado de nuestra memoria colectiva. Nos parece que es ante todo el esfuerzo para devolver al acto procreador su dignidad primigenia. Tanto para ti como para nosotras es un desafío el lograrlo porque hemos sido educados en prácticas pervertidas y egoístas.
La voz calló. El tambor solitario continuó como reflexionando... Poco a poco, como un coro bien instruido fueron entrando los otros tambores, maracas, una flauta y un violín de una sola cuerda. Se volvió a acelerar el ritmo hasta alcanzar el de los latidos de un corazón. En aquel momento una mujer fantásticamente pintada entró en el círculo luminoso. La cara únicamente la llevaba pintada de negro a la manera de los comandos militares de forma que resultase irreconocible. Ella comenzó una danza de invitación hacía el varón. Sus guardianas le hicieron incorporar y le empujaron hacía el centro. Algo estalló en él como si realmente recordase algo y pronto se encontró danzando en un compás cada vez más frenético y casi orgiástico. Nunca supo cuanto tiempo duró aquella danza alucinante, ni cuando ella se dejó caer en el lecho preparado y como fue continuación de la danza el penetrarla en un abrazo en que eran dos en uno sin que ninguno de ellos adoptase una posición de superioridad o dominio. Todo ello sin espasmos ni contorsiones. Había sido como un paso más de la danza que continuaron de nuevo en forma más sosegada levantados. Finalmente, la música cambió de ritmo y él fue gentilmente conducido a su lugar donde se sentó sobre sus talones. Ahora solamente tocaba el violín dulcemente. Se pasaron bandejas de frutas y algunos dulces naturales.
La ceremonia había terminado. Afuera amanecía. Le indican que como todas vaya a lavar sus pinturas porque enseguida se repartirán los trabajos ordinarios.

++++++

Aquellos acoplamientos rituales, siempre según un mismo modelo, tuvieron lugar durante doce noches, pero a intervalos diferentes. Ignoraba si para que descansase o porque el ritmo de los trabajos lo imponía. Se dijo que, sin duda era una forma nueva y gratificante de relacionarse sexualmente, aunque hubiera preferido una satisfacción más íntima y prolongada. Era claro que habían tomado las precauciones necesarias para que el no reconociese en forma alguna a las mujeres que había fecundado. El esperaba que llegara el momento de saberlo cuando sus vientres empezasen a distenderse. Bien poco presentía la astucia de ellas.
Se daba cuenta que existía una cierta ansiedad colectiva para reunir víveres y fortalecer las chozas. Alguien le dijo que era en prevención de las lluvias torrenciales y los huracanes que después del Desastre eran más continuos y despiadados.

Según transcurría el tiempo intentaba plegase suavemente a los deseos de ellas. Le empezaron a mostrar un cierto respeto sin que en ningún momento hubiese ni siquiera una lejana camaradería. Pensaba que casi el rito se le había hecho familiar. Se había integrado a la vida común tratando de ser discreto porque ellas en los primeros momentos mostraban un fuerte rechazo cuando de alguna manera trataba de valorizarse ante ellas. Enseguida se dio cuenta que sus actitudes las irritaban mucho. Aquel grupo de mujeres que ya no trataban de agradar a nadie se encolerizaban con facilidad y podían ser crueles y brutales. El pensaba que esto era la cara oculta de cualquier tipo de revolución. Las acompañaba a recoger fruta, leña o cosechar miel de colmenas naturales. En ello era torpe y temeroso y ellas se burlaban de su cobardía frente a las abejas y sus picaduras. Ellas podían caminar por estrechos senderos sumergidas en una enorme carga de ramas sin caer o engancharse. Menos, aun, podía trepar a los árboles como caminando verticalmente tomado solamente de pies y manos.

En ningún momento, en las escasas conversaciones con la mujer sabia, pudo decelar cuantas serían las mujeres que tendría que fecundar. Ya no le parecía tan humillante su papel de semental

Cuando aquel día vinieron a renovar sus pinturas corporales se dio cuenta que aquella seria su duodécima fecundación. Se rió para sí pensando que en poco tiempo llegaría a ser el padre de todas las criaturas de la isla. Sólo le angustiaba la oscura duda pensando que podrían practicar el infanticidio en los hijos varones, según se contaba en alguno de los seculares mitos..
Sutilmente aquella noche empezó a observar procedimiento que no eran los habituales en aquellos ritos. Por ejemplo le prohibieron ingerir cualquier tipo de alimento desde el día anterior... En su revestimiento de pintura sus órganos genitales no fueron cubiertos de dibujos sino de una espesa capa de ocre rojo... A pesar de estar habituado a la desnudez aquello le pareció chocante. La ceremonia tuvo lugar como siempre. Al final de ella, conducido a su lugar habitual le sirvieron solamente una bebida extraña y en vez de sentarse le ordenaron que se postrase con el rostro en tierra en la posición yoga del esclavo sumiso y preparado para ser castigado. A los pocos momentos empezó a sentir que perdía la sensación corporal como si su cuerpo estuviese dormido. o anestesiado. Su mente estaba lúcida y sintió miedo. Le incorporaron y aunque podía caminar lo hacía como un muñeco mecánico conducido por cuatro mujeres hasta el lecho nupcial. Le colocaron boca arriba y con fuertes amarras le estiraron quedando como crucificado o estaqueado. Apenas sintió un tirón cuando la mujer sabía aparatosamente adornada utilizando uno de aquellos filosos cuchillos de caña le cercenó y manipuló largamente sus órganos genitales. Más tarde solamente recordaría que en aquellos momentos alguien le susurró al oído:
• No temas. Ella es médico. Serás como una de nosotras.
Escuchó como ella preguntó mostrando a las concurrentes sus despojos
• ¿La aceptáis AHORA como una de nosotras?
• Si, gritaron de todas partes y los tambores comenzaron un ritmo frenético.

++++++





Fue llevado cuidadosamente a su hamaca. Si la operación había sido completamente indolora, la recuperación no lo fue. Le explicaron pacientemente que su situación no era peor que la de cualquier a de aquellas mujeres, varios millones, a quienes se les excisaban brutalmente sus órganos genitales Sus enfermeras le cuidaban con cuidado y un cariño al que no estaba acostumbrado en su trato con ellas. Le alimentaban bien y después de un día de abstinencia de líquidos le daban grandes cantidades de jugos de frutas. Durante varios días no se le permitió que mirase su operación. Cuando por fin lo hizo descubrió que estaba cubierta de una resina translúcida de la que sobresalía el canutillo por el que orinaba.
Era evidente la habilidad de la cirujana que había modelado su herida como una vulva femenina.
Permanecía muchas horas durmiendo. A pesar de todos sus sueños eran tranquilos y sin pesadillas Cuando despertaba se sentía ridículo con aquella caña que emergía de su bajo vientre. Lo peor llegó el día que le sacaron el caparazón de resina y la infame cánula. La cicatrización había sido perfecta pero se sentía atemorizado, ridículo, frágil y temeroso. Quizá comprendiéndolo le dejaron cubrirse con una suave y diminuta piel triangular como cuando alguna de ellas estaba en periodo menstrual.
Cuando la cicatrización fue perfecta y se debió integrar a la vida ordinaria del poblado, comenzó un periodo de tratamiento siquiátrico que trataba de adecuarlo a su nueva realidad y a olvidar su pasado. Más aun, par lavar de su mente los restos de machismo y hacerle comprender algo de la mentalidad femenina, al menos, tal como allí ellas lo entendían.
Las mujeres sabias eran amistosas con él, aunque no mostraban ninguna condescendencia. Actuaban como si su obligado cambio de sexo fuese un honor para él y no un castigo o algo desvalorizante. Su condición masculina era pasado, pero no era un macho frustrado ya que había realizado plenamente su papel de fecundador. En aquel momento, debido a las circunstancias, vivía una etapa diferente e igualmente enriquecedora para su personalidad. Aquellas pláticas no conseguían convencerlo, ni que no se sintiese victimizado y amputado física y sicológicamente.
Le decían:
• No te tienes que sentir frustrado. nunca ha sido nuestra intención destruirte. Debes sentirte orgulloso. Has cumplido plenamente tu destino de varón. Ahora, parecido a una de nosotras, participarás plenamente de nuestra comunidad, de nuestro renacer femenino. Es una experiencia nueva y que de alguna manera te enriquecerá.
• ¿Qué harán con mis hijos varones?
La respuesta era siempre evasiva:
Es una situación igualmente nueva y aun no es urgente. Cuando llegue el momento sabremos tomar la decisión que nos parezca la más correcta dadas nuestra situación actual. Se fue convenciendo que ellas estaban muy confusas al respecto. En ocasiones deprimido les gritaba:
• ¿Los castrareis como a mí?
Sabía que era brutal, pero no podía ocultar su herida síquica...
Ellas le escuchaban pacientemente:
• Todo cambio implica tanteos y equivocaciones.

Se fue resignando a su nueva condición. Al menos no se sentía discriminado. Veía como se iba distendiendo el vientre de algunas de las mujeres, pero pronto las hacían desaparecer de su entorno.
Empezó a observar en si mismo alguna transformaciones. Le iba desapareciendo el vello de cuerpo y la voz se atiplaba. Se sentía menos agresivo.

++++++


Calculo que debo llevar unos quince años en la isla jugando a aprender la vida de primitivo y de mujer. Me consideran como una de ellas y yo, exteriormente, también. Interiormente supongo que no he perdido mi identidad primaria y eso me hace vivir una terrible contradicción que he aprendido a no expresar, porque ellas no me comprenden. Quizá en sociedades antiguas los eunucos tenían una identidad bien definida y aceptada por ellos y quienes les rodeaban. Aquí o acepto ser una de ellas, o no soy nadie. Quizá ellas también fingen y el considerarme como una de ellas es ficticio.

++++++


Llueve furiosamente. Aprieto con desesperación contra mi cuerpo el pesado cántaro de greda lleno de agua. Como no tengo las ampulosas caderas de las mujeres me resulta muy incómodo el sujetarlo sobre mi cadera plana y resbala continuamente. Patino con facilidad en el estrecho senderito del fondo de la quebrada. La arcilla resbalosa, lo es aun más amasada por nuestro continuo pisoteo en el viaje por el agua necesaria para el poblado. Jamás he podido llevar un cántaro sobre mi cabeza y caminar como danzando imitando a muchas de ellas. Son cosas sencillas pero que parece como si se portase la información en el cuerpo. Ni siquiera sé caminar sobre el barro sin salpicarme todo el cuerpo, mientras que muchas de ellas llegan al poblado con sus piernas limpias y sin los costrones que llevo yo en piernas y cuerpo. Suelo ser víctima de divertidas miradas cuando llego al poblado y deposito el cántaro lleno en la puerta de la maloca del clan que me ha adoptado. Luego con una caña partida raspo de mi cuerpo el pegajoso barro adherido y la copiosa lluvia me lava. La temperatura aquí es siempre alta, aun cuando llueve, pero yo siento frió. Es algo que de nuevo me encuentra siempre en desventaja respecto a ellas. Aun cuando sean flacas tienen mucha más grasa que yo.
Cumplida mi tarea trepo a mi hamaca y trato de dormitar. Solamente tengo para cubrirme una estera de material vegetal. No la considero útil para darme calor. Aquí los escasos tejidos de algodón son de uso ceremonial. El material es escaso y sobre todo el tiempo para confeccionarlos porque se dedica esencialmente a la alimentación y fabricación de útiles necesarios para nuestra vida diaria. Cuerdas, anzuelos, cuchillos de madreperla, esteras para cubrir piso y malocas…
Nuestra madre adoptiva revolotea alrededor de la olla de greda en que se cuece nuestra comida en una pequeña hoguera. Como no existen familias las constituidas son absolutamente artificiales, tanto como el mismo clan o conjunto de familias. Las mujeres de más edad adoptaron el papel de madres y lo suelen hacer muy bien, Cuando esto no sucede, la familia destituye a su madre postiza, práctica que hubiera sido buena en las familias verdaderas.

La madre golpea con una cuchara de madera su escudilla. Es la señal que la comida está lista. Balanceo mi hamaca y me tomo del astil en que cuelga por uno de los extremos, me deslizo hasta la tierra. Mis hermanas van cayendo desde diversas alturas por procedimientos semejantes con ágil elegancia. Cada una de nosotras va a buscar su escudilla y cuchara guardada en la pared de paja de la maloca. Es nuestro armario general porque allí es fácil enterrar los objetos. Con nuestras escasas pertenencias delimitamos un espacio propio. Armas, saquitos que contienen adornos o las pinturas corporales de uso tan frecuente. Presento a la madre mi escudilla que ella llena generosamente de una comida compuesta de carne, pescado, semillas y hojas verdes. Un alimento muy energético y bien preparado. Se come con cuchara y las manos. Se sorbe ruidosamente y con fruición. Entre nosotras esa manera de comer implica la aprobación del alimento. Comemos despaciosamente sentadas sobre nuestra propia esterilla de caña que nos aísla del húmedo piso de esta época de lluvias. Cuando hay fruta, esta se come durante todo el día según se va encontrando. Me levanto, enjuago mi escudilla, la escurro y la coloco en su lugar en la pared. Nunca se suele hablar durante la comida El alimento es para disfrutarlo, el trabajo o la marcha son para hacerlos. Estas prácticas no se determinan por leyes o preceptos, simplemente se admiten generalmente. Con un día de temporal como hoy volveremos a nuestras hamacas hasta la tarde. Entonces se prenderá una buena hoguera, comeremos y después se hará lo que una desee o bien unas cuantas se pondrán de acuerdo para bailar, conversar, cantar o lo que se les ocurra. Nunca se hacen competiciones. Pienso que porque no hay machos a quienes seducir. En general existe un culto por el perfeccionismo que, en ocasiones me irrita. Supongo que es un rastro de mi machismo.
Desde luego nuestra comunidad no es idílica, no solamente porque la vida aquí es difícil y arriesgada, sino porque en ausencia de reglas las personalidades fuertes se expresan tal como son. Todas tienen algún tipo de conciencia que están buscando un nuevo tipo de relaciones humanas diferentes de aquellas odiadas, rechazadas y que todas piensan fueron el origen de males tanto los suyos personales como los de la sociedad de la que provenimos. Esto yo lo siento, pero a mi manera.
No existen castigos para aquellas que no aceptan lo que la mayoría practica, pero cuando se dan situaciones que tratan de destruir la armonía de una manera deliberada, simplemente esa persona es excluida por la comunidad lo que significa en un ambiente tan rudo como en el que vivimos, donde es imprescindible la mutua ayuda, que la transgresora pronto o tarde tenga que pedir disculpas, reconocer sus errores y, de ordinario auto castigarse, sin que nada se le exija. Es como un reconocimiento público de su propio desorden y mala voluntad hacía el resto de las hermanas. Procedimientos que ni se aprueban, ni se rechazan. Se admiten como testimonios de la buena voluntad de la persona que intentó dañar a otra o a la colectividad.
En el tiempo que llevo viviendo aquí se han dado tres suicidios. Las causas nunca han sido muy claras. Las mujeres sabias se han mostrado siempre muy preocupadas por estos hechos. Se preguntan si hay graves problemas no resueltos en nuestras formas de vida. Personalmente yo creo que, en parte, son reminiscencias de nuestras vidas pasada, que frecuentemente nos demuestran lo poco adaptadas que estamos a una vida primitiva y semi salvaje como la que llevamos.

++++

Ha anochecido. Es la hora en que alguien empieza a preparar la hoguera nocturna para crear un ambiente más cálido, en verano para ahuyentar los insectos vespertinos muy agresivos. Desciendo y voy a buscar mi lanza clavada en la pared. La acaricio, porque es uno de mis mejores trabajos. Larga, muy pulida, con una punta como aguja endurecida al fuego. Está hecha de palma chonta una madera durísima que adquiere con un trabajoso pulido una suavidad como el hueso. También busco mi esterilla de caña. Me encamino cerca de la hoguera. Clavo mi lanza en el piso arenoso, tiendo delante de ella mi esterilla y me siento con las piernas cruzadas apoyando la espalda en la lanza. Así van haciendo todas según van llegando. Nuestros cuerpos brillan a la luz de las llamas porque los hemos untado antes generosamente con aceite de palma. Mis manos están sobre mis rodillas. Mi mente permanece en blanco. El silencio es profundo. La comunidad de nuestra aldea se va reuniendo lentamente. Solamente se escucha el crepitar de la hoguera.


Divago. Pienso en mis numerosas hijas que ya serán esbeltas adolescentes. Sé que tengo dos hijos pero nunca los he conocido. Se encuentran en una aldea lejana. No se me ha permitido que alterne con ellos por temor que, aun sin desearlo, les inculque los restos de machismo que quedan en mí. Aun no se sabe lo que harán de ellos. Las opiniones se encuentran muy divididas. Están aquellas que desean llevarles muy adentro del continente en una región donde desorientados la isla para ellos sea una especie de mito. Las más radicales, una escasa minoría afortunadamente, insisten en mantenerlos como sementales o castrarlos definitivamente. Algunas hemos defendido que se les puede educar como “hombres nuevos”. La mayoría permanece aun muy herida y creo que no aceptará jamás esta posibilidad.

En estos quince años han llegado más mujeres. Son las más radicales de todas, porque en el continente la vida es cada vez más dura y cruel.

La voz de una de mis compañeras me vuelve a la realidad.
• Se han visto pecaries muy lejos detrás de la montaña, cerca del viejo templo maya. Es una piara grande y salvaje. Necesitamos carne para salarla. La época de las lluvias se aproxima. Quienes vayan tienen que ser experimentadas y resistentes, Será peligroso
Se discute quienes serán las que vayan a la cacería entre aquellas nos hemos ofrecido. Todo decidido se termina la deliberación en común y se hacen los pequeños grupos de siempre.
Finalmente los temas se agotan y una a una nos vamos retirando a nuestras malocas. Allí las hogueritas de la cena son insignificantes montones de brasas. Trepo ágilmente a mi hamaca por el palo con muescas en las que introduzco los dedos del pie para trepar. Mañana, me digo será un día difícil. En verdad para mi no existe mañana, simplemente VIVO. Hay momentos llenos de excitación, de dulzura; otros deprimentes, amargos y tristes al acordarme de mi vida anterior... Decido que no existe lo bueno ni lo malo.

++++++

Despierto. Aun faltan varias horas para el alba. Ya algunas de mis hermanas comen algo frío sin sentarse siquiera. Tienen sus armas listas apoyadas junto a ellas. Se alumbran con minúsculas lamparitas de greda de una mecha sumergida en grasa. Esperando una partida de caza tan peligrosa me siento inquieto. Posiblemente ellas también, pero en forma diferente, en mi se despierta el cazador de siglos, no creo que ellas sientan lo mismo. Deben esforzarse más que yo, pero son tenaces y decididas. No gozan con la matanza, ni se enajenan en la persecución. Hoy no nos fuimos a bañar al levantarnos como se hace de ordinario. El roció de los altos pastos que deberemos atravesar nos limpiará más que el mejor de los baños. Salimos a la oscuridad. Nos contamos para saber si la partida está completa. Parecemos gatos silenciosos que se deslizan en las tinieblas. En fila de una nos internamos en los senderos del pastizal hacia la jungla.
Todas llevamos el mismo armamento. Lanza, macana, arco y un manojo de flechas. La oscuridad es completa. No se distingue nada. Seguimos a la que va delante y de vez en cuando palpamos con el pie el borde del trillado sendero.


En estas marchas se camina con un pie delante del otro de tal manera que las huellas quedan en un mismo eje. Se palpa ligeramente con los dedos del pie antes de pisar con el resto. Es una manera práctica, a la que se acostumbra uno, para evitar los obstáculos o posibles daños de ramas, espinas o reptiles, pues se puede reaccionar con rapidez. Debido a ello una raramente se hiere.
El resto de mi cuerpo, después de tantos años, se desliza en una armoniosa danza instintiva con la que evito ramas y cualquier obstáculo en que pueda enganchar mis armas. Así nos deslizamos silenciosas como serpientes al ritmo del bosque que nos rodea. Estamos prontas a reaccionar instantáneamente al menor estímulo. Es algo que años atrás nunca imaginé que pudiese existir y menos adquirir.
Caminamos durante horas siempre subiendo. Hemos penetrado en un sendero lodoso y resbaladizo. Cuando alcanzamos partes planas nos sumergimos dentro de pegajosos pantanos de poca profundidad en que nos hundimos hasta la entrepierna y es lento el avance.
Es suficiente que la que va a la cabeza haga un leve signo con su venablo, para que todas nos detengamos y quedemos como estatuas. Otro signo y reanudamos la marcha.
Caminamos a un paso igual y corto. Empieza a llover con fuerza. Es aguacero de la mañana. Debajo del bosque el agua cae a chorros, resbala por nuestros cabellos y cuerpo y, a veces, nos ciega. Esto hace la marcha más lenta.
Hace rato que hemos pasado al costado del viejo templo maya dedicado a la diosa de la fecundidad. Las ruinas las hemos limpiado, hace años cuidadosamente. Todas comprendemos, sin decirnos, nada que los pecaries deben estar cerca. Sin duda por la lluvia estarán agrupados unos contra otros en algún grupo de arbustos. Sus gruñidos nos orientarán, pero será difícil que sintamos su peculiar olor. Tenemos que esta alerta, porque nos podemos enfrentar repentinamente o pasar cerca de ellos sin apercibirlos. Si se provoca la desbandada en un lugar tan resbaloso apenas heriremos a uno que otro entre caídas y trastabillones.
Decidimos descansar y estudiar la táctica de la cacería. Nos sentamos dando la espalda a la lluvia para que corra sobre nuestras espaldas encorvadas y hablamos en susurros. Seguimos. Llegamos a una pequeña laguna sin encontrar rastros de lo cerdos. Debemos montar un campamento. Todas sabemos lo que tenemos que hacer. Unas trepan ágilmente a unas palmeras y arrojan grandes ramas. Otras recogemos lianas para las amarras. En pocos momentos hemos montado un paravientos que nos protege de la lluvia y que alfombramos con ramas que nos dan la impresión de encontrarnos sobre un piso seco. Nos sentamos bien apretadas y discutimos calmosamente las posibilidades de encontrar los pecaries y de procurarnos alimento para reparar nuestra fatiga. Nadie se queja de hambre, frío ni cansancio.
Se decide que unas exploraremos y buscaremos la piara, mientras las otras buscarán los alimentos. Nos desperdigamos en diversas direcciones.
Nuestra búsqueda es corta, sin darnos cuenta caemos en medio de los animales…

++++++

Me despierto con impresiones terriblemente dolorosas. Me doy cuenta que pendo colgado de pies y manos oscilando rítmicamente hacía ambos costados.
Efectivamente me llevan colgado de una larga pértiga única forma de transportarme en estos angostos senderos de jungla. Cada oscilación envía terribles ondas de dolor a mi cerebro. Trato de no gritar.
• Aguanta, me dicen, al darse cuenta que he recobrado el sentido. Los pecaries te hirieron. Llegaremos pronto a la aldea.
Solamente de ese camino recuerdo una sucesión de dolores y desmayos.

++++++

• ¿Vivirá? Preguntan ansiosas el grupo de mujeres que rodean la hamaca de la herida.
• El ha sido el primero que hicimos como nosotras, comenta otra apesadumbrada.
• El macho que embistió contra ella era enorme. Le ha clavado demasiado profundo los colmillos en su vientre. Nosotras no pudimos hace rnada, cuando lo matamos era ya tarde.
• ¿Vivirá? Preguntan de nuevo.
• No lo creo, dice la mujer sabia.
• ¿Son tan graves sus heridas? Preguntan varias a la vez.
• No me parece, responde la shamana, le falta el deseo de vivir. Hemos exigido demasiado de ella.
• ¿Crees que fue porque la hicimos como una de nosotras?
• Ha sido el Destino, dijo la shamana.

++++++++++++++++++++++++
+++++++++++++

Comentarios

Entradas más populares de este blog

MUJERES SIGLO XXI ????

eL LUCRO INICUO

VIVIMOS???