reflexiones




AL LEVANTARME

Despierto en las mañanas.
No uso despertador. Me despierto alrededor de una hora antes de la hora que me propongo.
Sentir que me queda una hora aun en la tibieza, me reconforta.
Después me ataca una cierta depresión.
Adaptarme a la temperatura ambiente me cuesta.
Antes de que la cocina tenga una temperatura tibia, pasará media hora.
Dar la comida a los perros inquietos que arman escándalo arañando la puerta.
Traer el combustible. Encender la cocina.
Prepararme el agua par cebar el mate.
Por fin, junto al fuego, empezar a hacer mi Tai.Chi mañanero.
Solamente poco después me empiezo a sentir sintonizado con el nuevo día y sus posibles actividades.
Serán las 09.30 hrs.
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Ya no recuerdo como eran mis levantadas cuando era algo más joven.
Creo que enfrentar el nuevo día no me solía representar problema.
Es cierto, me despertaba instantáneamente con absoluta lucidez.
Nunca me ha sólido ocurrir que tuviese que orientarme en la realidad.
Aun ahora, no tengo esa pesada transición del sueño a la vigilia que tienen otras personas.
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Sicológicamente en muchas ocasiones mi depresión mañanera implica un cierto temor a enfrentarme con la realidad.
Con los riesgos de la realidad que me pueden esperar.
En esos momentos comprendo por qué los ancianos son “conservadores”.
Yo no creo ser “conservador” en lo intelectual, pero en la práctica de mi vida cotidiana me doy cuenta que deseo que no ocurra “nada nuevo”. O que eso nuevo sea un “cambio habitual”. Es decir, que sea algo previsible.
He observado que los cambios bruscos, aunque sean mínimos, me producen un impacto emocional, una inestabilidad emocional que no se relaciona con su importancia objetiva.
Por ejemplo, ahora me inquieta un tanto el hecho que mi gata, que tiene cuatro crías de unas semanas, haya decidido esta noche (ahora) salir a cazar después de muchos días que no lo hacía. Me digo: ¿Qué ocurrirá si la matan??Como haré sobrevivir a los gatitos?
La preocupación no es extraña porque en el espacio de menos de un año me han muerto (¿perros?) cinco gatos.
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Se dice que los ancianos somos como niños. Sería un lindo ideal si respondiese a esas cualidades del niño de que hablan los místicos tales como Yeshoua, Laotseu o Nasrudin…
Yo creo, en cambio, que nosotros tenemos la tendencia emocional de una limitación de conciencia reducida, como los niños al ámbito relacional de nuestro yo. Es decir, nos sentimos, no como en nuestra juventud el ”ombligo del mundo”, sino
LOS OMBLIGOS DE NUESTRO MUNDO SIN RELACIONES
LOS OMBLIGOS DEL MUNDO DE LA SOLEDAD.














































































































































































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