reflexiones

OTRA GATITA MUERTA

Esta mañana, al mirar por la ventana vi en el sendero de subida algo que identifique como un gato extendido. Yo no tenía los anteojos puestos.
Salí a mirar.
Era mi gatita peluda de dos años muerta. Ya casi rígida.
Los perros y los gatos conviven bastante bien en la casa, pero uno de los perros parece que se vuelve asesino en ocasiones. Posiblemente cuando los gatos vuelven con un olor desconocido.

Yo no lloro como mis nietas cuando se muere un animalito, pero me afecta bastante. Esta gatita era la primera que fue aceptada dentro de la casa por mi compañera. Ella detesta los gatos. Era muy frágil. Le gustaba acostarse sobre mis piernas.
Yo no considero a los animales como juguetes. Me gusta conversar con ellos. Esta gatita me respondía cuando yo le hablaba, aunque ignorábamos la información que nos queríamos trasmitir.

La parcela en que vivimos está en el borde de una carretera de mediano tráfico. Por tanto es peligrosa para perros y gatos. Los decesos son frecuentes y tengo que tratar de acostumbrarles a no salir afuera.

Hubiera preferido que la gatita peluda hubiera “desaparecido” como tantas otras. Tenerla muerta en las manos me resultó más traumático.

Me quedan dos gatos adultos: macho y hembra. Ella gris con algo de blanco. Está preñada y espero que alcance a parir antes de que tenga algún accidente. Claro que luego es la preocupación de que me deje a un montón de gatitos huérfanos. Gozo con los animales cuando tienen sus crías. Es hermoso. Me cuesta mucho deshacerme de ellas. Además es una reposición muy necesaria. Ya, en el espacio de un año he perdido cinco gatos, cuatro hembras y un macho. Todos “desaparecieron”, menos la de hoy.

Uno, a los ochenta años, frente a la muerte de un animalito, fugaz compañero del camino, piensa también bastante sobre su propia fragilidad y la de aquellos que le rodean.

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