LA ALLEGADA (CUENTO)

LA  ALLEGADA


Llegó cierto día de otoño. Anochecía. En cuanto la vi supe que venía a quedarse.
Ni vieja, ni joven. Ni alta, ni baja. En ella todo parecía regular. Tan sencilla que, casi, era invisible. Llegó y entró decididamente en el cercado de la casa. Advertimos su presencia cuando el perro ladró.
No parecía una mendiga. Iba vestida con algo de una sola pieza ya, de color indefinido. El pelo, muy largo atado con una cinta en forma de cola de caballo. Limpia. Manos de trabajadora, duras y callosas. Su cara curtida por el sol y el viento nos pareció agradable y llena de frescura. No pidió nada. Se ofreció a ayudar en cualquier cosa.
Interrogada, resultó que venía de todas partes y de ninguna.
No la invitamos a quedarse, pero no se iba.
Estábamos indecisos y extrañados. Más aun cuando tomó una escoba y empezó a barrer la hojarasca alrededor de la casa.
Desconfiados, no teníamos generosidad para aceptarla, ni valor para despedirla. Creo que pensábamos que nuestra  falta de cordialidad la desanimaría y se iría. Acabamos por encerrarnos en nuestra casa, en un momento que se alejó, sin decirle una palabra. El frío, la oscuridad y la soledad la ahuyentarían. Nada más elocuente dentro de nuestra timidez de ancianos.
En la mañana la encontramos en la leñera durmiendo apaciblemente hecha un ovillo. Se desperezó. Corrió a lavarse la cara en el agua de la lluvia que recogía del techo un gran tambor oxidado. Se puso a apilar leña diligentemente y ayudarme a llevarla a la cocina. Lo hacía en una forma tan tranquila y serena que comunicaba paz. Le ofrecimos pan y café. Humilde  los recibió y se fue a sentar afuera en el escalón del borde del corredor Comía sin ansia y con fruición.
Si la hablábamos, contestaba cortésmente y sin zalamerías como lo solían hacer otros “caminantes”. Intuíamos oscuramente, que no se iría aunque la despidiésemos. Tampoco lo deseábamos  sin saber el por qué.. Optamos por decirle que nuestra escasa jubilación no nos permitiría darle un salario porque nos alcanzaba apenas para comprar nuestros alimentos. Se encogió de hombros como si ello no tuviera significación alguna para ella. Afirmó que el lugar le gustaba, nosotros le gustábamos y que en algo podría ayudarnos. Desenvuelta, se sacó los zapatos y descalza entró en la cocina y se puso a lavar los platos. Siempre se mantenía descalza dentro de la casa, según ella para no ensuciarla.
Tácitamente la aceptamos, curiosos para ver lo que sucedía y si todo era tan hermoso como parecía. Estábamos vigilantes temerosos y, a la vez, confiados.

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Enseguida supimos que, realmente no pedía nada. Recibía alegremente lo que se le daba.
Dijo llamarse Maria.
Podía pensarse que venía saliendo de la cárcel, de un hospital, un manicomio o un monasterio…Quizá intentaba olvidar su pasado.
Si venía de un convento, carecía de modales amanerados o pudorosos. Era impensable que procediese de una cárcel o un manicomio.
Muy pronto ganó nuestra estima. Con su buen humor, simpatía y diligencia. Así que decidimos ofrecerle una cama dentro de la casa, la que aceptó sin arrumacos, ni decir ¡gracias!

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Poco a poco tratamos de hacerla hablar de sí misma y de su pasado. Nos dimos cuenta que cometíamos un error. Decidimos que acabaríamos por colegir por su lenguaje o su comportamiento algo de sus orígenes. Fue un empeño inútil. Como todo en ella,  su lenguaje no era tosco ni refinado tan indiferenciado como el resto de su persona, Ello no significaba que no tuviese una personalidad bien definida  y muy suya.
Se integró muy rápidamente a nuestro ritmo de vida. Ella necesitaba un mínimo de cosas para su uso. Se contentaba con muy poco. Los primeros días nos preguntábamos como la sustentaríamos en nuestra estrechez. Pronto lo olvidamos.
Humorísticamente  comentábamos que se había introducido en nuestra casa un ángel, al estilo de ciertas películas que se veían en la televisión. Era demasiado humana para ello, demasiado terrena. Aparte de ello suponíamos que los púdicos ángeles usaban ropa interior, cosa que ella n tenía.
Con el frío la fuimos regalando diversas prendas que recibía alegremente, pero que no usaba, sino las veces que lavaba su eterno y desteñido vestido de algodón.

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Fue tomando parte en la vida familiar. Opinaba brevemente o comentaba los acontecimientos. Reía  en forma cristalina, con frecuencia.
Nuestra curiosidad sobre su pasado, se fue convirtiendo en respeto. Suponíamos que ocultaba algo, aunque otras ocasiones  la creíamos absolutamente diáfana.
Ni siquiera  conocíamos su edad. Era fácil pensar que tenía cualquiera entre cincuenta y sesenta años. Era una de esas personas que parecen haberse detenido en un momento temporal y por las que el tiempo no pasa. Ágil y flexible como una jovencita, muy fuerte, no tenía en su cuerpo un gramo de grasa. Sus músculos eran largos y fuertes, sin dejar, por ello, de ser muy femenina.
En cuanto a su procedencia étnica era evidente que se trataba de alguien que no se diferenciaba de cualquier mujer campesina de la región en que los rasgos ancestrales están muy marcados con pómulos altos y ojos ligeramente rasgados. Los pies y las manos, fuertes y pequeños muy maltratados, signo de una vida muy pobre.
Creo que no solamente nos irritaba un poco el silencio sobre su pasado, sino también el que no podíamos dominarla. Vivía junto a nosotros nos  obedecía en todo. Lo hacía  de tal manera que permanecía libre. Eso lo sentíamos  bien. Era claro que no la atábamos, ni por el afecto, ni por la necesidad.

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En las raras ocasiones que pudimos ofrecerla algún dinero, avergonzados por lo poco, lo aceptaba naturalmente. No parecía apreciase su cantidad. Ignoramos siempre si lo gastaba, lo guardaba o lo daba.
Así pasó mucho tiempo. Su presencia era casi invisible. La considerábamos parte de nuestra familia. Dábamos por sentado que permanecería con nosotros mientras viviésemos.

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Y… un día ya no estaba. La buscamos y la esperamos. Todo fue inútil. Primero sentimos su falta, luego, un inmenso vacío. Finalmente un extraño desgarramiento. Su ausencia nos hizo valorar la riqueza de su compañía. Fue  una comprobación tristemente tardía

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 La  ALLEGADA  II     (LA ESCLAVA)


Ella llegó tan sorpresivamente como la primera vez. Había pasado mucho tiempo, años. Jamás  pensamos que la volveríamos a ver.
Era una tarde de otoño en que de vez en cuando, entre las nubes, aparecía un tímido sol. La temperatura era ya algo fría. En la noche anterior se dio una llovizna desganada incapaz de mojar el suelo, aun muy duro.
Entró sin golpear el fierro que teníamos en la puerta del cercado a modo de campana. Ninguno de los perros ladró. Teníamos la puerta interior abierta  como de costumbre. Levantamos la vista y con asombro la vimos ante nosotros en el corredor. Nos incorporamos inciertos, con el mate en la mano deseosos de abrazarla sin reparar mucho en el estado en que llegaba.
-- ¡Qué delgada llegas!!Entra! ¡Creímos que nunca más te volveríamos a ver! ¡Qué felicidad que hayas llegado!
Cerramos las puertas y pusimos una silla frente a nuestro brasero. Rápidamente cebé mi mate y se lo ofrecí mientras mi esposa se afanaba buscando alguna golosina.
Sentados llegó un momento de embarazo. No nos atrevíamos a hacerle esas preguntas directas habituales a la recién llegada, que, en el caso de ella, serían incongruentes o faltas de tacto. Otras hubieran parecido un reproche. Habíamos aprendido a respetar su manera de ser y comportarse.
Se la veía sucia, fatigada. Vestida con unos pantalones deslavados, manchados, embarrados. Una chomba de mangas deshilachadas y unos zapatos de colegiala desfondados. En una palabra, no pobre como  la habíamos conocido, sino una mendiga.
Ella se dió cuenta de mi inventario.
-- ¿Puedo? –dijo cuando la miraba los pies- .
-- Estás en tu casa –dije-.
Sin agacharse empujó sus   zapatos fuera de sus pies. Conocíamos de sobra su antipatía por todo calzado.
-- Perdonen que los tenga tan sucios.
-- En cuanto descanses te podrás bañar bien. Se vé que hace días no lo pudiste hacer. Hay ropas de nuestra nieta que te servirán. Incluso  en el taller tenemos ahora un fogón y, casualmente, hay un fondo con agua caliente.
-- ¡Qué bueno! –exclamó ella gozosa- me sentiré muy bien.
-- Estás muy flaca –dijo mi esposa-.
-- Seguramente quieren saber lo que me ha tocado vivir en estos dos años lejos de ustedes.
-- Desde luego –dijimos en coro-
-- Claro –dijo ella chancera- soy una hija pródiga.
-- Eres lo que eres. ¿Acaso nosotros tenemos algún derecho sobre ti? Cuando llegaste fuiste una bendición para nosotros. Cuando te marchaste comprendimos el valor de tu presencia. Aprendimos mucho de ti. Si vuelves, aunque sea pasajeramente, nos sentiremos felices.
--¿No temen acaso el dicho de que “segundas partes nunca son buenas”?
-- Ese –tercio mi esposa- es un proverbio mal intencionado. Hemos aprendido de ti a aceptar los sucesos  y a las personas como son. No lo conseguimos siempre , pero lo intentamos..
Ella sonrió enigmática. Luego, como para sí misma, dijo:
-- Las cosas suceden. Seguí mi “camino”. No es que me hubiese  aburrido de vivir con ustedes, eso fue hermoso. Es bien raro encontrar gentes  de su edad que aun deseen aprender. Ahora, yo misma he aprendido duramente. Vengo escapando de la esclavitud.
Si. No se extrañen, ¡de una verdadera esclavitud! Igual que la antigua.
-- ¡No puede ser –exclamamos unánimente-.
-- Que ingenuos son. Si, aquí, en nuestro país, a pocos meses del siglo XXI existe la esclavitud física y real. Vean.
Extendió sus piernas y vimos alrededor de sus tobillos dos círculos de costras negruzcas. Ya los había percibido cuando se sacudió los zapatos. Ahora lo comprendí mejor. Mi esposa se acercó a ver y palpar.
-- Son la marca de los grilletes –prosiguió ella indiferente-.Al caminar acaban por  herir. Se inclinó arremangándose el cuello alto de chomba:
-- Miren esto.
Vimos un  aro metálico soldado alrededor de su cuello del que pendía una gruesa argolla.
-- Te lo puedo sacar sin causarte dolor- dije-. Tengo las herramientas  adecuadas.
-- No por el momento –respondió ella con seguridad. Me hará recordar a mis compañeras y a todos los esclavos esparcidos hoy por el mundo hipócrita en que vivimos.
La dije que me parecía increíble este tipo de esclavitud medieval si no estuviese viendo aquellas pruebas evidentes. Ella  afirmó entonces que  nunca lo habría creído mientras no entró ella misma en el circuito.
-- El mío no es un caso aislado. Según les vaya contando los detalles se darán cuenta de ello. Son múltiples y variadas las organizaciones que secuestran personas de todas las edades y condiciones, siempre que  comprueben que se trata personas aisladas  de vínculos familiares y que no se advertirá su desaparición, ni serán reclamadas. Así nutren prostíbulos especiales, tienen víctimas para orgías sado-masoquistas, películas pornográficas y para perversos y perversas de toda índole dispuestos a pagar millonarias sumas para gozar de sus placeres desviados.
He  escuchado muchas conversaciones de mis Amos durante mi cautiverio y sé que se trata de un negocio muy próximo al de las drogas fuertes y muchas veces involucrado con el mismo
¿No vieron acaso en la televisión lo de los diez niños secuestrados en Concepción?
-- Si lo vimos –dije-. Pero pensamos que era algo que sucedió ocasionalmente.
Maria meneó tristemente la cabeza.
-- No se trata de ningún hecho puntual, sino de un descubrimiento puntual. Es algo  que se extiende como un cáncer. Es la consecuencia normal cuando la codicia de las personas se exacerba hasta tal punto que cualquier medio de  conseguir lucro les parece bueno.
-- Cuéntanos tu experiencia –dije un tanto atolondradamente-.
-- ¡Basta ya! –exclamó mi mujer-. Déjala que se bañe, coma y descanse. Tendrá todo el tiempo del mundo para contarnos, si ella lo desea, sus experiencias.
Inmediatamente comprendí avergonzado la razón de su observación.

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Maria se integró de nuevo a nuestra vida.  Nosotros ardíamos en curiosidad por conocer  lo que le había sucedido en el tiempo de su ausencia, Respetábamos su silencio y sus peculiaridades, convencidos que ella hablaría cuando lo juzgase conveniente.
Días después de su llegada empezaron a sucederse una continuidad de violentos temporales que nos obligaron a recluirnos en la casa alrededor del minúsculo reducto donde estaba la estufita de leña. Allí nos desayunábamos y comíamos haciendo pequeñas labores caseras Sorpresivamente uno de aquellos días empezó a narrarnos sus vivencias de terribles. Me dí cuenta que aunque ella era tan especial necesitaba descargarse de sus experiencias con nosotros.

Cuando  me fui  lo hice por el recuerdo del Valle de Elqui. Para mí fue siempre un lugar maravilloso que me atrae cada cierto tiempo sin que se sepa por qué. Yo suelo subir a las montañas que lo rodean, lejos del turismo y de los románticos que se han ido a vivir allí. Las gentes del lugar, los viejos, afirman que el valle  ya no es como antes y que ellos sienten presencias malignas. En esos momentos pensaba que exageraban un poco debido a las numerosas personas ajenas al lugar que han comprado propiedades y se han instalado entre las gentes sencillas con lujosas  casas o bien encerrados en muros misteriosos. En los cerros desérticos me sentía ligera y feliz Iba de un lado a otro, dormía en cavernas que yo iba descubriendo y me alimentaba de pan y queso. Cuando se terminaban mis provisiones bajaba a uno de los pueblitos, trabajaba en cualquier cosa, lo suficiente para comprar algunas provisiones y escapar de nuevo a la soledad.
En una de esas bajadas, se me acercó una mujer vestida como monjita, con velo y largo ropaje de color naranja. Era suave y melosa.  Me dijo:
-- Creo haberte visto otras veces por aquí. Me han dicho que sueles buscar trabajo.
-- Si, -contesté- puedo trabajar en cualquier cosa.. Limpieza de canales, destronque, desmalezamiento de huertas, regado…
-- Te felicito por lo que he sabido no temes el trabajo, personas como tú las estimamos y remuneramos bien.
-- Yo solamente necesito trabajo por unos pocos días.
-- Está bien. En mi comunidad necesitamos ayuda. Te gustará mucho estar con nosotras.
La ayudé a que realizase sus compras y a cargarlas en el pequeño burrito. Luego caminamos un par de horas remontando el valle hasta el lugar donde estaba su comunidad. Cuando llegamos enseguida me llamaron la atención el grueso portón y los altos muros. Entramos. Ante todo había una extensa huerta en terrazas, regada con muchos pequeños canales. Muchos árboles frutales aun jóvenes. Todo muy bien cuidado y hermoso. Parecía un jardín. Al fondo se veía una casita sencilla y detrás de ella otro  alto muro que supuse séria el término de la propiedad.
El lugar me pareció enseguida hermosos y agradable. Vi diferentes mujeres trabajando, generalmente arrodilladas, vestidas con unos extraños retazo de tela azafrán. La monjita  me condujo hasta la casita del fondo. Entramos en una única pieza rectangular que parecía servir de todo: living, comedor cocina y dormitorio. Estaba hermosamente decorada con pinturas en las paredes, tejidos y artesanía del la región. La parte destinada a dormitorio constaba de pequeños colchones colocados en tarimas muy bajas con hermosas coberturas multicolores, tejidas a telar.  Había un inmenso closet de muro a muro. Lo abrió cerca de la colchoneta que me designo como mía y tomando mi pequeña mochila la colocó dentro, diciéndome desenvuelta que yo allí no necesitaría nada pues tendría todo lo necesario.. Luego sacó dos pedazos de tela de algodón  azafrán y me los entregó.
-- Ponte cómoda, aquí estamos al abrigo de miradas indiscretas y este es nuestro único vestido. Calzado no usamos. Luego desembarazándose de sus largos vestidos monjiles, quedando desnuda sin pudor alguno se ciñó, atándolos por las puntas, unas telas semejantes a las que me había dado. Cada una las usas como quiere –dijo-.La imité y era agradable.
-- Ahora vamos a descargar al pobre burro y me ayudarás a preparar algo para que todas comamos.
Allí no había nada moderno, pero ella era muy hábil y dos horas más tarde teníamos preparada una abundante comida hecha en ollas de barro. Tan pronto como estuvo todo listo, ella salió afuera  haciendo sonar unas estruendosas tablillas de madera. Comentó que tardarían en llegar porque se lavarían un poco. Me dijo que la comida de la tarde era la principal y que pronto me acostumbraría a un horario diferente del acostumbrado, porque allí no existía alumbrado artificial y la vida se rimaba con la luz natural.
     Nada de todo lo que veía ni me decía me chocaba particularmente. Creo que me gustaba y me parecía interesante.
Fueron llegando mis compañeras. Nueve mujeres de edad y tipos muy diferentes. Tranquilas vestidas de mil maneras con aquellas dos piezas de tela con las que algunas ocultaban poco de su cuerpo. Esto me pareció que indicaba una libertad dentro de la simplicidad. La comida sencilla que habíamos preparado se sirvió en escudillas de madera. Me chocó que  se comiese  con las manos y traté de imitarlas de la mejor manera que supe. Ya había observado que no existía elemento alguno de metal. Durante la comida  no se hablaba y pronto observé que el silencio, sin ser obligado era lo más frecuente y que se fomentaba indirectamente, sin que nadie prohibiese hablar. Por ejemplo se nos distribuía el trabajo de manera que siempre unas estuviésemos alejadas de las otras.
Abrevio. Todo fue como el primer día. Trabajo meticuloso de la huerta, casi artístico. Siempre directamente con las manos o con algún pedazo de madera.
 Se araba la tierra y se surcaba con un pequeño arado de madera, tirado por dos de nosotras y gobernado por la monjita. Era fatigoso, pero no terrible. Limpieza meticulosa de nuestra gran sala y sus alrededores. Cuidado de las colmenas sin utilizar humo ni cubrimiento especial, porque, si se hacía como se nos indicaba, las picaduras eran escasas y –como ella afirmaba- buenas para la salud y el carácter. Elvira, la monjita, que era nuestra maestra universal, bajaba cada quince días a uno de los poblados del Valle con el burro cargado con nuestra producción y volviendo con las compras de aquello que necesitábamos.  Con frecuencia llegaban  personas a visitar la comunidad, pero se las atendía en el exterior.
A pesar de la escasa comunicación debida a la actividad constante me fui enterando un poco de la vida de mis compañeras. Todas, como yo provenían de lugares lejanos y creo que estaban por razones diversas desvinculadas de sus familias. Algo que solamente mucho tiempo después, supe que era lo más importante para ellos y que lo verificaban pacientemente. Elvira con una paciencia infinita nos investigaba veladamente.
Era una persona muy agradable y enérgica que parecía saberlo todo. Se comportaba en todo como una de nosotras.
Al cabo de un tiempo supe que la comunidad era más extensa y que donde yo estaba era como el lugar de prueba. Yo era la única trabajadora asalariada. Las demás eran personas que aspiraban a unirse a la comunidad interior si eran juzgadas aptas para ello. La comunidad de las Perfectas se encontraba al otro lado de las murallas del fondo y se comunicaba con nosotras  por una minúscula puerta que jamás se abría sino,- decía la Elvira- par ingresar – en el mundo de las Escogidas.
Con la desaparición de alguna de nuestras compañeras, de que no se nos daba posterior información, solía coincidir la llegada de una nueva. Era  frecuente que se tratase de jóvenes “mochileras”, pero también llegaban mujeres de cierta edad. Como siempre solo reconocible su extracción social en el momento de su llegada, pues inmediatamente aparecían mimetizadas con el resto por su atuendo y nuestra  rústica manera de vivir y comportarnos. El medio ambiente nos uniformizaba inmediatamente.
Pasaron las semanas. Era difícil medir el tiempo allí. La forma de vida no me desagradaba, pero nunca había sido mi intención quedarme con ellas. Así que pasados, quizá unos meses, pedí a la Elvira que me cancelase mi salario porque me quería ir. No objetó nada. Calculamos juntas mis días de estancia al precio ordinario, al que añadió una generosa suma. Me dijo que me fuese cuando gustase y que volviese cundo desease. Me indicó que yo sabía donde se encontraba mi mochila y mi ropa. Solamente añadió como al azar:
-- Quizás quieras conocer antes de irte la Madre y la comunidad de las Perfectas. Son todas seres humanos extraordinarios. Tontamente caí en la trampa.

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Aquella noche, después que todas  se habían acostado Elvira  me vino a buscar para que la siguiese. Nos dirigimos a la pequeña puerta de la muralla del fondo que hasta entonces jamás había visto abierta. Dio unos discretos golpecitos y se abrió, pero no había nadie al otro lado. Penetramos en una vasta plantación que a la luz de la luna era difícil de evaluar. Llegamos frente  a otra y me hizo entrar en una pieza pequeña alumbrada por cuatro  velones dispuestos en los bordes de una piscina que parecía de mármol.
-- Antes de penetrar en el santuario de las Perfectas vas purificarte en esta piscina. Es muy agradable, agua termal fortificada con plantas. Será un baño como nunca  has experimentado antes. Así purificada estarás lista para llegar al pie de las Maestras. Usarás estos manojos de plantas para masajear tu cuerpo. Goza largamente de este placer yo volveré a buscarte.
Desapareció en la oscuridad de la pieza. Cautelosamente toqué el agua. Estaba suavemente caliente y despedía un olor a hierbas para mí desconocido. Me sumergí lentamente y con cierta aprensión. Exploré el fondo. Era parejo y uniforme. Casi enseguida sentí un gran relajamiento. El largo tiempo en que permanecí sumergida hasta el cuello en aquella agua temperada se me hizo corto. Era una sensación exquisita y embriagante. Cuando  Elvira llegó me ayudó a salir de la piscina. No sentía mi cuerpo y me parecía flotar sobre el piso. Busqué algo con que secarme.
-- No, -dijo Elvira- las substancias del baño deben quedar impregnando tu piel. Ven como estás aquí no necesitamos ropas, es como en el Paraíso. Ella estaba igualmente desnuda.
Desorientada y como drogada ella me tomó de la mano conduciéndome a través de una oscuridad absoluta por la pieza, corredores y rampas. Aquello parecía muy extenso.
Por fin abrió una puerta  y entramos en una especie de mazmorra alumbrada por una apestosa  antorcha que iluminaba a una mujer desnuda y encadenada al muro sobre un montón de paja. Las cadenas eran desmesuradamente gruesas y pesadas. El cuerpo de la mujer estaba surcado de latigazos y heridas al parecer purulentas.
Drogada como me encontraba no salía de mi asombro. Ahora me río de aquella comedia grosera, pero entonces era para mí de una realidad emotiva.  Elvira avanzó hasta ella, se arrodilló y la besó los pies. Me empujó para que yo hiciese lo mismo. pero no me dejó incorporar. Entonces la mujer empezó a hablarme con solemnidad:
-- Hija mía, no estoy encadenada aquí contra mi voluntad, ni por algún crimen. He enfrentado el sufrimiento y la tortura de mi cuerpo para participar misteriosamente en las incontables torturas y malos tratos que están sufriendo millones de mujeres violadas, martirizadas, apedreadas y muertas en la tortura a través del mundo en estos mismos momentos. Esta es mi manera de comulgar con ellas en la meditación y el dolor. Tú  eres una de las elegidas misteriosamente para participar en este camino sublime. Eres completamente libre para elegir el “camino”. Si lo haces entrarás en un mundo increíble de paz y bienaventuranza.
Creo que en estado normal no habría aceptado y quizá hubiese descubierto que todo aquello era una comedia. En el estado que me encontraba carecía de voluntad. Solo acerté a besarle los pies llorando.
     Elvira me  hizo incorporar y me sacó del antro. Un nuevo corredor y una nueva pieza bastante grande. Estaba en penumbra pero se adivinaba como un dormitorio por una larga tarima  con bultos  borrosos. Supongo que mi vista estaba perturbada por las drogas administradas. Nos recibe una mujer alta y muy fuerte, vestida con raros atuendos de cuero. Lleva colgado de la cintura un corto látigo.
--Aurora, te traigo a la “nueva”. Luego dirigiéndose a mí: Obedécela en todo y te irá bien.
Aurora me toma de la mano y se dirige a la larga tarima. Me hace ponerme de espaldas a ella y de un empujón me arroja sobre  ella. Inmediatamente baja una guillotina y mis pies quedan aprisionados en un cepo. Se inclina sobre mí, me estira, coloca mis manos a la altura del cuello y me aprisiona con otro cepo. Quedó completamente inmovilizada boca arriba. Se va. Vuelve y coloca cadenas en mis tobillos y  muñecas. Siento un fuerte pinchazo en la nalga e inmediatamente pierdo la noción de todo.
En la mañana despierto pesadamente y con dificultad me doy cuenta que tirada en un patio me están rociando con un pistón de agua helada. Lo maneja la mujer del látigo. Otras mujeres ríen  divertidas de mis contorsiones y desorientación. La Aurora corta el agua y dice:
-- Estabas toda cagada. Por esta vez vale. La próxima  cinco latigazos te harán ser limpia.. Las mujeres me ayudan a ponerme en pie. Me dicen que vamos a comer porque hay que trabajar duro. Ellas están también desnudas y llevan como yo cadenas en los pies y manos.
En esta sección de lo que parecía un monasterio se comía sentadas en el piso desnudo. El alimento siempre era bueno y abundante. De nuevo no existían elementos metálicos y se comía con los dedos. Una de nosotras pasaba un cuenco para enjuagarse las manos.
Enseguida la Maestra, es decir Aurora, nos dió una especie de corta plática con algunas instrucciones para la “nueva” que era yo.
     “Todas estábamos allí por nuestra propia voluntad. Todas queríamos solidarizar con las mujeres del mundo. La felicidad reside en la obediencia absoluta. No se pregunta jamás sobre lo que  la Maestra ordena. El silencio en el trabajo es absoluto. Toda palabra será castigada.
     Dió  las tareas que deberíamos cumplir en el trabajo. Antes de salir se nos colocó un parche que unía los labios advirtiéndoseme que su rotura implicaría un castigo. Enseguida empecé a comprender porque a varías de mis compañeras las colocó un arnés que sujetaba a su cabeza fuertemente una mordaza  dentro de su boca. Pero debía ver un castigo más cruel. Tomó a una de ellas. La hizo sacar la lengua y en un orificio  tenía un extraño piercing con dos argollitas que sobresalían a ambos lados de la lengua, abajo y arriba. Tomó dos palitos y los insertó en los aros de manera que la muchacha quedó con la lengua fuera. Luego la empujó para que se fuera con las demás.
 
Yo deberá limpiar el dormitorio. Ya de día pude ver que nuestra cama era una larguísima tarima de madera en bruto. Efectivamente a los pies y en la cabecera había unos cepos de madera para apresar pies, manos y cuello. En mitad de la tarima en cada puesto había una abertura, según me explicó Aurora para los casos de incontinencia como la mía de la noche anterior. La escuchaba como a distancia debido al dolor de cabeza que experimentaba después del violento lavado de hacía un rato.
Desde entonces mi vida se redujo a comer, dormir, defecar y trabajar. Esa era mi vida y la de mis otras compañeras.
Ninguna comunicación entre nosotras. Ninguna comunicación con nuestra Maestra-Verdugo. Cualquier  intento de interrogación, explicación era sellada instantáneamente con un duro castigo.
Cada cierto tiempo desaparecía una de mis compañeras reemplazada poco tiempo después..
Empecé a observar que  antes de la desaparición definitiva  faltaban al trabajo en varias ocasiones y a su vuelta venían con un tatuaje. Si ya tenían uno siempre traían uno nuevo. Eso me intrigaba. Otra observación era que siempre se llevaban a las más dóciles, sumisas y temerosas. ¿Por qué yo no era una de las escogidas? Ciertamente que yo no era rebelde. Era un problema de economía. Resistirse era  hacerse la vida,  ya tan dura, aun más dolorosa. Era  fácil darse cuenta que nosotras aunque nos hubiésemos  rebelado en masa no teníamos probabilidad alguna de resultado. Entre otras cosas porque para ello tendríamos que habernos previamente puesto de acuerdo. Además inmediatamente habrían aumentado la frecuencia y dosis de las drogas que nos inyectaban. Todo creo que había sido diabólicamente calculado por los organizadores de aquel monasterio maldito.
Éramos esclavas y no dudé que teníamos otro destino que el de  permanecer trabajando allí indefinidamente, como parecía por la renovación continua de manera que no pasábamos de las veinte mujeres en ningún momento a pesar de las que se llevaban.

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Una noche fui despertada de mi dificultoso sueño debido al agotamiento físico. Sin decir una palabra, abrieron mis cepos y me hicieron levantar acalambrada. Aurora me hizo caminar hasta la pieza de la piscina y me ordenó bañarme. Esto no había sucedido nunca antes. Solamente nos manguereaban en el patio con pistones a presión al final del trabajo, hiciese frío o calor. Sabiendo que  se trataba de drogarme en forma profunda, me resistí. Ella me golpeó brutalmente en la corva y caí en la piscina. Casi enseguida no me pude resistir a la placidez y la agradable temperatura del agua. Cuando me vinieron a buscar ya era dócil y obediente.
Me condujeron a un tercer reducto cuya existencia  ignoraba hasta entonces. Allí estaban hombres con Aurora que me dijeron sardónicos:
-- Ahora veremos para que sirves.
Siguieron las “pruebas” demasiado sórdidas para describírselas. Tenían como objeto comprobar  si mi aptitud era mayor para el trabajo, el servicio sexual, ser objeto fetichista en orgías…Todo era debidamente filmado. Las pruebas duraron varios días. Finalmente me tatuaron en las nalgas como se podría hacer con cualquier mercadería en que se pone una etiqueta. Comprendí entonces las marcas  vistas en mis compañeras sin saber interpretarlas.
Cuando me devolvieron a mi cepo pasados unos días era un paquete de carne dolorida y humillada. Mercadería humana. Esclava preparada para la venta.

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Cuando vinieron a buscarme y me llevaron a un lugar en que me endosaron ropa sabía que me  habían encontrado destino. Antes, sin miramiento alguno, me tiraron al piso y me inyectaron en ambas nalgas. Enseguida perdí toda noción de lugar y transporte.
Cuando  pesadamente  me desperté, poco a poco me fui dando cuenta que me encontraba en un pequeño cubículo.
Aparte de las cadenas de mis manos y pies  otra partía de una argolla de mi cuello y salía por la baja puerta, aquello parecía una madriguera. Cuando conseguí espabilarme, gateé hasta el exterior. La cadena que me sujetaba en el cuello  estaba enganchada en una barra de acero sujeta entre dos pilares de cemento. No me podía enderezar y solamente caminar a gatas, A mi alrededor había macizos de flores y árboles frondosos.
De repente comprendí que había descendido un peldaño más. Ya no era una mujer esclava, era un animal cautivo.
Mis amos se revelarían como dos viejos que odiaban a las mujeres. Yo era el símbolo de lo femenino para ellos y  en quien podían descargar impunemente su odio y resentimiento.
No solamente me consideraban un animal despreciable sino que se esforzaban para que yo misma me convenciese que lo era.
Su error consistió en que no lo consiguieron. Fingí y pude huir. Esa es la razón por la que he podido llegar de nuevo a donde ustedes.

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Después de la larga narración, Maria calló. No hicimos preguntas sumidos en el asombro y el horror. Solamente acertamos a decirla que permaneciese todo el tiempo que quisiese junto a nosotros. No nos atrevimos a decirla que para siempre, que la considerábamos como nuestra hija.
En verdad aceptábamos que un día, de nuevo, se iría.
Durante mucho tiempo no volvió a hablarnos de   sus terribles experiencias
Nos dimos cuenta que no era por un esfuerzo de olvido, si es que estas vivencias se pueden olvidar. Otra vez, intempestivamente, elegía siempre momentos de mucha tranquilidad comentó:
-- Lo más terrible de la esclavitud es el momento en que una se siente “cosa”, mercancía. Es peor que ser tratada como animal o maltratada.

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Aquella mujercita que hacía cuatro años había entrado en nuestras vidas nos tranquilizaba  respecto a su estabilidad emocional por el hecho que sencillamente había aceptado los acontecimientos de su vida.
¿Cuál era el secreto de su estabilidad? Porque era la misma como la habíamos conocido la primera vez, únicamente que más reflexiva y madura.

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Maria  no se sentaba nunca a mirar televisión. Cuando más la dedicaba una mirada que juzgáramos distraída mientras realizaba algún menester.
En esta segunda ocasión que estaba viviendo en nuestra compañía se nos antojaba bastante rara comparada con el esquema que teníamos de su comportamiento.
Desde luego mostraba un interés especial por el trabajo hortícola. Quizá debido a su experiencia en el norte. La ofrecimos nuestro apoyo con semillas y todo lo que necesitase para organizar una huerta a su gusto.

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Cuando comenzaron las primeras noticias sobre la  inquietud social entre los indios del sur notamos enseguida su interés. Se mostraba inquieta y hacía frecuentes comentarios. Solía decir:
-- Yo he vivido  con ellos, conozco bien sus problemas reales.  Todo lo que  se dice de ellos es tendencioso y mal intencionado.
Estos comentarios nos llamaban la atención pues se apartaban de sus intereses ordinarios. Cuando días después hubo aquella gran toma de terrenos en la capital se inquietó, aun, mucho más. Ya no dudó de instalarse con nosotros a ver las noticias de la televisión. Cuando no lo podía hacer debido a sus quehaceres  inquiría de nosotros las noticias sobre la “toma”. Comentaba:
__ No es posible que se movilicen cuatro mil personas en pleno invierno en medio del frío y el barro instalándose en chozas de plástico. La cesantía y el la necesidad  les empuja para que se lancen a la intemperie y al maltrato de los represores.
Mi esposa y yo, como burgueses, alegábamos  que sin duda aquellas pobres  gentes eran manejadas  por activistas políticos oportunistas que deseaban lucrar con su necesidad.
En los ojos de Maria podíamos leer el reproche de que nosotros nunca habíamos vivido en semejantes situaciones. Sin perder su calma se limitaba a comentar que si bien era cierto no era lo determinante en situaciones como aquella. Reacciones de ese tipo nos revelaban nuevas facetas de Maria. Para mí se cernía una nueva interrogación sobre su pasado. Estas reflexiones mías íntimas las comentaba en ocasiones con mi esposa.
-- ¡Sabemos  tan poco de Maria!
-- Debes respetar su intimidad –me solía replicar mi esposa-.
-- Desde luego que la respeto. Es una mujercita muy rica en vivencias. No es la mujer sencilla e ingenua que aparenta. Incluso debe haber estudiado porque  de repente sabe demasiadas cosas.
--¿Entonces tu crees que hace teatro tal como se muestra?
__ Ahí reside la sutileza del problema. Creo que no trata de engañarnos. Son como facetas de su personalidad sinceras. Es un poco como esa serial de televisión que hemos visto que se titula el “Camaleón”. Suelo pensar que ella es realmente un camaleón que elige  sus diversas vidas. Si un día nos dijera que es médico o ingeniero, lo creería.
-- Entonces ella nos oculta su pasado.
--Creo que su pasado no tiene significado para ella. Elige vivir así porque quiere.
--¿Por qué le perturban tanto las alteraciones sociales?
-- Porque sin duda en el pasado ella las ha vivido, lo mismo que sus terribles experiencias recientes. Creo que ella conoce muy bien a los mapuches y que es posible que haya vivido con ellos como ahora con nosotros. Ella también más tarde podría  describir como es nuestra vida de jubilados pobres, viejos, socialmente desprotegidos.
-- ¿Habrá sido una activista política en el pasado? Tu decías cuando llegó la primera vez que lo mismo podía ser una monja o alguien que venía saliendo de la cárcel. En esos momentos  los activistas políticos que no habían sido asesinados solían ser liberados.

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Después que volvió Maria esta segunda vez, ya no permitimos que fuese nuestra sirvienta. Para nosotros era una hija o una amiga que  podía compartir todo lo poco que teníamos.
Cuando nos pidió permiso para limpiar nuestro terreno y hacer cultivos, le dijimos que considerase la tierra que poseíamos como suya y  lo que cultivase también sería suyo. La podríamos ayudar para la compra de semillas. Pensábamos que con estos trabajos quería  un espacio de soledad  e independencia después de sus pesadas experiencias.
Le ofrecimos comprarla botas de goma para que evitase el frío y la humedad. Nos dijo que no soportaba su peso, ni la humedad de la transpiración. Las consideraba más dañinas  que prácticas. Dijo que no nos preocupásemos, que ella sabía como arreglárselas. Cuando respondía de esta manera comprendíamos que tenía sus propias ideas y no insistíamos.
Con su nuevo trabajo empezamos a conocer  un aspecto de Maria, su relación con las plantas .No era esa forma displicente de cultivador que las considera como una especie de máquinas naturales  para la producción. Ella tenía esa misma relación amistosa  que mantenía con el perro y los gatos o con el caballo del vecino que cada vez que se acercaba al cerco corría para saludarla y restregar su hocico en sus manos.

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Si días antes habíamos estado intrigados por las reacciones de Maria frente a los acontecimientos  entre los mapuches del sur, quedamos , aun más estupefactos cuando a raíz de otras noticias comentó sentenciosamente:
-- ¡Ya no existen héroes!
-- ¿Qué quieres decir con ello? –inquirió extrañada mi esposa-.
-- Lo mismo que he dicho. Me refiero a esos seres humanos que a través de los tiempos estaban dispuestos a sacrificarse a favor de su grupo.
En todo el tiempo que habíamos convivido con Maria  no la habíamos escuchado este tipo de reflexiones. Después de un silencio continuó:
-- El Evangelio fue “domesticado” por los curas, porque incitaba a los eres humanos al heroísmo. Los burgueses detestan los héroes. Para ellos son siempre “extremistas” que es mejor eliminar.
Inmediatamente reflexioné que ella estaba respirando por una herida..No pude  evitar el comentario en voz alta.
-- Tú, sin duda, fuiste  una activista política en algún momento de tu vida. Además tienes razón. El héroe del que hablas carecía de Ego. En cambio los actuales, si los hay, no se sacrifican solidarios por la comunidad, sino para  magnificar su Ego.
Ella levantó la vista. Estaba sentada en el piso desde donde había estado viendo la televisión. Su mirada me hizo darme cuenta que se había creado  una especie de connivencia entre nosotros dos.
No pude contenerme y continué.
-- Es lo que pensaban mis amigos que militaban en el MIR hace años. Unos murieron por ello. Otros fueron desterrados, torturados, pasaron largos años en las cárceles para desaparecer..
-- ¿Opina –dijo ella saliendo de su silencio- que el sacrificio de todas esas personas fue inútil?
-- No sé –dije yo -.En la ancianidad se tiende a ser escéptico. Con frecuencia me pregunto si en nuestra sociedad moderna, donde la solidaridad se ha ido disolviendo, donde todos somos extranjeros para todos, tiene algún sentido el héroe o el mártir. Me digo, con amargura que ninguno, aunque no quisiera que fuese así.

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Aquella corta conversación me había revelado muchas cosas que basta entonces no había comprendido en Maria. ¿Estábamos en compañía de una de las últimas heroínas de nuestra cultura del Consumo que solamente  puede crearlas VIRTUALES?

QUIZAS

















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LA  ALLEGADA


Llegó cierto día de otoño. Anochecía. En cuanto la vi supe que venía a quedarse.
Ni vieja, ni joven. Ni alta, ni baja. En ella todo parecía regular. Tan sencilla que, casi, era invisible. Llegó y entró decididamente en el cercado de la casa. Advertimos su presencia cuando el perro ladró.
No parecía una mendiga. Iba vestida con algo de una sola pieza ya, de color indefinido. El pelo, muy largo atado con una cinta en forma de cola de caballo. Limpia. Manos de trabajadora, duras y callosas. Su cara curtida por el sol y el viento nos pareció agradable y llena de frescura. No pidió nada. Se ofreció a ayudar en cualquier cosa.
Interrogada, resultó que venía de todas partes y de ninguna.
No la invitamos a quedarse, pero no se iba.
Estábamos indecisos y extrañados. Más aun cuando tomó una escoba y empezó a barrer la hojarasca alrededor de la casa.
Desconfiados, no teníamos generosidad para aceptarla, ni valor para despedirla. Creo que pensábamos que nuestra  falta de cordialidad la desanimaría y se iría. Acabamos por encerrarnos en nuestra casa, en un momento que se alejó, sin decirle una palabra. El frío, la oscuridad y la soledad la ahuyentarían. Nada más elocuente dentro de nuestra timidez de ancianos.
En la mañana la encontramos en la leñera durmiendo apaciblemente hecha un ovillo. Se desperezó. Corrió a lavarse la cara en el agua de la lluvia que recogía del techo un gran tambor oxidado. Se puso a apilar leña diligentemente y ayudarme a llevarla a la cocina. Lo hacía en una forma tan tranquila y serena que comunicaba paz. Le ofrecimos pan y café. Humilde  los recibió y se fue a sentar afuera en el escalón del borde del corredor Comía sin ansia y con fruición.
Si la hablábamos, contestaba cortésmente y sin zalamerías como lo solían hacer otros “caminantes”. Intuíamos oscuramente, que no se iría aunque la despidiésemos. Tampoco lo deseábamos  sin saber el por qué.. Optamos por decirle que nuestra escasa jubilación no nos permitiría darle un salario porque nos alcanzaba apenas para comprar nuestros alimentos. Se encogió de hombros como si ello no tuviera significación alguna para ella. Afirmó que el lugar le gustaba, nosotros le gustábamos y que en algo podría ayudarnos. Desenvuelta, se sacó los zapatos y descalza entró en la cocina y se puso a lavar los platos. Siempre se mantenía descalza dentro de la casa, según ella para no ensuciarla.
Tácitamente la aceptamos, curiosos para ver lo que sucedía y si todo era tan hermoso como parecía. Estábamos vigilantes temerosos y, a la vez, confiados.

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Enseguida supimos que, realmente no pedía nada. Recibía alegremente lo que se le daba.
Dijo llamarse Maria.
Podía pensarse que venía saliendo de la cárcel, de un hospital, un manicomio o un monasterio…Quizá intentaba olvidar su pasado.
Si venía de un convento, carecía de modales amanerados o pudorosos. Era impensable que procediese de una cárcel o un manicomio.
Muy pronto ganó nuestra estima. Con su buen humor, simpatía y diligencia. Así que decidimos ofrecerle una cama dentro de la casa, la que aceptó sin arrumacos, ni decir ¡gracias!

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Poco a poco tratamos de hacerla hablar de sí misma y de su pasado. Nos dimos cuenta que cometíamos un error. Decidimos que acabaríamos por colegir por su lenguaje o su comportamiento algo de sus orígenes. Fue un empeño inútil. Como todo en ella,  su lenguaje no era tosco ni refinado tan indiferenciado como el resto de su persona, Ello no significaba que no tuviese una personalidad bien definida  y muy suya.
Se integró muy rápidamente a nuestro ritmo de vida. Ella necesitaba un mínimo de cosas para su uso. Se contentaba con muy poco. Los primeros días nos preguntábamos como la sustentaríamos en nuestra estrechez. Pronto lo olvidamos.
Humorísticamente  comentábamos que se había introducido en nuestra casa un ángel, al estilo de ciertas películas que se veían en la televisión. Era demasiado humana para ello, demasiado terrena. Aparte de ello suponíamos que los púdicos ángeles usaban ropa interior, cosa que ella n tenía.
Con el frío la fuimos regalando diversas prendas que recibía alegremente, pero que no usaba, sino las veces que lavaba su eterno y desteñido vestido de algodón.

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Fue tomando parte en la vida familiar. Opinaba brevemente o comentaba los acontecimientos. Reía  en forma cristalina, con frecuencia.
Nuestra curiosidad sobre su pasado, se fue convirtiendo en respeto. Suponíamos que ocultaba algo, aunque otras ocasiones  la creíamos absolutamente diáfana.
Ni siquiera  conocíamos su edad. Era fácil pensar que tenía cualquiera entre cincuenta y sesenta años. Era una de esas personas que parecen haberse detenido en un momento temporal y por las que el tiempo no pasa. Ágil y flexible como una jovencita, muy fuerte, no tenía en su cuerpo un gramo de grasa. Sus músculos eran largos y fuertes, sin dejar, por ello, de ser muy femenina.
En cuanto a su procedencia étnica era evidente que se trataba de alguien que no se diferenciaba de cualquier mujer campesina de la región en que los rasgos ancestrales están muy marcados con pómulos altos y ojos ligeramente rasgados. Los pies y las manos, fuertes y pequeños muy maltratados, signo de una vida muy pobre.
Creo que no solamente nos irritaba un poco el silencio sobre su pasado, sino también el que no podíamos dominarla. Vivía junto a nosotros nos  obedecía en todo. Lo hacía  de tal manera que permanecía libre. Eso lo sentíamos  bien. Era claro que no la atábamos, ni por el afecto, ni por la necesidad.

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En las raras ocasiones que pudimos ofrecerla algún dinero, avergonzados por lo poco, lo aceptaba naturalmente. No parecía apreciase su cantidad. Ignoramos siempre si lo gastaba, lo guardaba o lo daba.
Así pasó mucho tiempo. Su presencia era casi invisible. La considerábamos parte de nuestra familia. Dábamos por sentado que permanecería con nosotros mientras viviésemos.

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Y… un día ya no estaba. La buscamos y la esperamos. Todo fue inútil. Primero sentimos su falta, luego, un inmenso vacío. Finalmente un extraño desgarramiento. Su ausencia nos hizo valorar la riqueza de su compañía. Fue  una comprobación tristemente tardía

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 La  ALLEGADA  II     (LA ESCLAVA)


Ella llegó tan sorpresivamente como la primera vez. Había pasado mucho tiempo, años. Jamás  pensamos que la volveríamos a ver.
Era una tarde de otoño en que de vez en cuando, entre las nubes, aparecía un tímido sol. La temperatura era ya algo fría. En la noche anterior se dio una llovizna desganada incapaz de mojar el suelo, aun muy duro.
Entró sin golpear el fierro que teníamos en la puerta del cercado a modo de campana. Ninguno de los perros ladró. Teníamos la puerta interior abierta  como de costumbre. Levantamos la vista y con asombro la vimos ante nosotros en el corredor. Nos incorporamos inciertos, con el mate en la mano deseosos de abrazarla sin reparar mucho en el estado en que llegaba.
-- ¡Qué delgada llegas!!Entra! ¡Creímos que nunca más te volveríamos a ver! ¡Qué felicidad que hayas llegado!
Cerramos las puertas y pusimos una silla frente a nuestro brasero. Rápidamente cebé mi mate y se lo ofrecí mientras mi esposa se afanaba buscando alguna golosina.
Sentados llegó un momento de embarazo. No nos atrevíamos a hacerle esas preguntas directas habituales a la recién llegada, que, en el caso de ella, serían incongruentes o faltas de tacto. Otras hubieran parecido un reproche. Habíamos aprendido a respetar su manera de ser y comportarse.
Se la veía sucia, fatigada. Vestida con unos pantalones deslavados, manchados, embarrados. Una chomba de mangas deshilachadas y unos zapatos de colegiala desfondados. En una palabra, no pobre como  la habíamos conocido, sino una mendiga.
Ella se dió cuenta de mi inventario.
-- ¿Puedo? –dijo cuando la miraba los pies- .
-- Estás en tu casa –dije-.
Sin agacharse empujó sus   zapatos fuera de sus pies. Conocíamos de sobra su antipatía por todo calzado.
-- Perdonen que los tenga tan sucios.
-- En cuanto descanses te podrás bañar bien. Se vé que hace días no lo pudiste hacer. Hay ropas de nuestra nieta que te servirán. Incluso  en el taller tenemos ahora un fogón y, casualmente, hay un fondo con agua caliente.
-- ¡Qué bueno! –exclamó ella gozosa- me sentiré muy bien.
-- Estás muy flaca –dijo mi esposa-.
-- Seguramente quieren saber lo que me ha tocado vivir en estos dos años lejos de ustedes.
-- Desde luego –dijimos en coro-
-- Claro –dijo ella chancera- soy una hija pródiga.
-- Eres lo que eres. ¿Acaso nosotros tenemos algún derecho sobre ti? Cuando llegaste fuiste una bendición para nosotros. Cuando te marchaste comprendimos el valor de tu presencia. Aprendimos mucho de ti. Si vuelves, aunque sea pasajeramente, nos sentiremos felices.
--¿No temen acaso el dicho de que “segundas partes nunca son buenas”?
-- Ese –tercio mi esposa- es un proverbio mal intencionado. Hemos aprendido de ti a aceptar los sucesos  y a las personas como son. No lo conseguimos siempre , pero lo intentamos..
Ella sonrió enigmática. Luego, como para sí misma, dijo:
-- Las cosas suceden. Seguí mi “camino”. No es que me hubiese  aburrido de vivir con ustedes, eso fue hermoso. Es bien raro encontrar gentes  de su edad que aun deseen aprender. Ahora, yo misma he aprendido duramente. Vengo escapando de la esclavitud.
Si. No se extrañen, ¡de una verdadera esclavitud! Igual que la antigua.
-- ¡No puede ser –exclamamos unánimente-.
-- Que ingenuos son. Si, aquí, en nuestro país, a pocos meses del siglo XXI existe la esclavitud física y real. Vean.
Extendió sus piernas y vimos alrededor de sus tobillos dos círculos de costras negruzcas. Ya los había percibido cuando se sacudió los zapatos. Ahora lo comprendí mejor. Mi esposa se acercó a ver y palpar.
-- Son la marca de los grilletes –prosiguió ella indiferente-.Al caminar acaban por  herir. Se inclinó arremangándose el cuello alto de chomba:
-- Miren esto.
Vimos un  aro metálico soldado alrededor de su cuello del que pendía una gruesa argolla.
-- Te lo puedo sacar sin causarte dolor- dije-. Tengo las herramientas  adecuadas.
-- No por el momento –respondió ella con seguridad. Me hará recordar a mis compañeras y a todos los esclavos esparcidos hoy por el mundo hipócrita en que vivimos.
La dije que me parecía increíble este tipo de esclavitud medieval si no estuviese viendo aquellas pruebas evidentes. Ella  afirmó entonces que  nunca lo habría creído mientras no entró ella misma en el circuito.
-- El mío no es un caso aislado. Según les vaya contando los detalles se darán cuenta de ello. Son múltiples y variadas las organizaciones que secuestran personas de todas las edades y condiciones, siempre que  comprueben que se trata personas aisladas  de vínculos familiares y que no se advertirá su desaparición, ni serán reclamadas. Así nutren prostíbulos especiales, tienen víctimas para orgías sado-masoquistas, películas pornográficas y para perversos y perversas de toda índole dispuestos a pagar millonarias sumas para gozar de sus placeres desviados.
He  escuchado muchas conversaciones de mis Amos durante mi cautiverio y sé que se trata de un negocio muy próximo al de las drogas fuertes y muchas veces involucrado con el mismo
¿No vieron acaso en la televisión lo de los diez niños secuestrados en Concepción?
-- Si lo vimos –dije-. Pero pensamos que era algo que sucedió ocasionalmente.
Maria meneó tristemente la cabeza.
-- No se trata de ningún hecho puntual, sino de un descubrimiento puntual. Es algo  que se extiende como un cáncer. Es la consecuencia normal cuando la codicia de las personas se exacerba hasta tal punto que cualquier medio de  conseguir lucro les parece bueno.
-- Cuéntanos tu experiencia –dije un tanto atolondradamente-.
-- ¡Basta ya! –exclamó mi mujer-. Déjala que se bañe, coma y descanse. Tendrá todo el tiempo del mundo para contarnos, si ella lo desea, sus experiencias.
Inmediatamente comprendí avergonzado la razón de su observación.

++++++

Maria se integró de nuevo a nuestra vida.  Nosotros ardíamos en curiosidad por conocer  lo que le había sucedido en el tiempo de su ausencia, Respetábamos su silencio y sus peculiaridades, convencidos que ella hablaría cuando lo juzgase conveniente.
Días después de su llegada empezaron a sucederse una continuidad de violentos temporales que nos obligaron a recluirnos en la casa alrededor del minúsculo reducto donde estaba la estufita de leña. Allí nos desayunábamos y comíamos haciendo pequeñas labores caseras Sorpresivamente uno de aquellos días empezó a narrarnos sus vivencias de terribles. Me dí cuenta que aunque ella era tan especial necesitaba descargarse de sus experiencias con nosotros.

Cuando  me fui  lo hice por el recuerdo del Valle de Elqui. Para mí fue siempre un lugar maravilloso que me atrae cada cierto tiempo sin que se sepa por qué. Yo suelo subir a las montañas que lo rodean, lejos del turismo y de los románticos que se han ido a vivir allí. Las gentes del lugar, los viejos, afirman que el valle  ya no es como antes y que ellos sienten presencias malignas. En esos momentos pensaba que exageraban un poco debido a las numerosas personas ajenas al lugar que han comprado propiedades y se han instalado entre las gentes sencillas con lujosas  casas o bien encerrados en muros misteriosos. En los cerros desérticos me sentía ligera y feliz Iba de un lado a otro, dormía en cavernas que yo iba descubriendo y me alimentaba de pan y queso. Cuando se terminaban mis provisiones bajaba a uno de los pueblitos, trabajaba en cualquier cosa, lo suficiente para comprar algunas provisiones y escapar de nuevo a la soledad.
En una de esas bajadas, se me acercó una mujer vestida como monjita, con velo y largo ropaje de color naranja. Era suave y melosa.  Me dijo:
-- Creo haberte visto otras veces por aquí. Me han dicho que sueles buscar trabajo.
-- Si, -contesté- puedo trabajar en cualquier cosa.. Limpieza de canales, destronque, desmalezamiento de huertas, regado…
-- Te felicito por lo que he sabido no temes el trabajo, personas como tú las estimamos y remuneramos bien.
-- Yo solamente necesito trabajo por unos pocos días.
-- Está bien. En mi comunidad necesitamos ayuda. Te gustará mucho estar con nosotras.
La ayudé a que realizase sus compras y a cargarlas en el pequeño burrito. Luego caminamos un par de horas remontando el valle hasta el lugar donde estaba su comunidad. Cuando llegamos enseguida me llamaron la atención el grueso portón y los altos muros. Entramos. Ante todo había una extensa huerta en terrazas, regada con muchos pequeños canales. Muchos árboles frutales aun jóvenes. Todo muy bien cuidado y hermoso. Parecía un jardín. Al fondo se veía una casita sencilla y detrás de ella otro  alto muro que supuse séria el término de la propiedad.
El lugar me pareció enseguida hermosos y agradable. Vi diferentes mujeres trabajando, generalmente arrodilladas, vestidas con unos extraños retazo de tela azafrán. La monjita  me condujo hasta la casita del fondo. Entramos en una única pieza rectangular que parecía servir de todo: living, comedor cocina y dormitorio. Estaba hermosamente decorada con pinturas en las paredes, tejidos y artesanía del la región. La parte destinada a dormitorio constaba de pequeños colchones colocados en tarimas muy bajas con hermosas coberturas multicolores, tejidas a telar.  Había un inmenso closet de muro a muro. Lo abrió cerca de la colchoneta que me designo como mía y tomando mi pequeña mochila la colocó dentro, diciéndome desenvuelta que yo allí no necesitaría nada pues tendría todo lo necesario.. Luego sacó dos pedazos de tela de algodón  azafrán y me los entregó.
-- Ponte cómoda, aquí estamos al abrigo de miradas indiscretas y este es nuestro único vestido. Calzado no usamos. Luego desembarazándose de sus largos vestidos monjiles, quedando desnuda sin pudor alguno se ciñó, atándolos por las puntas, unas telas semejantes a las que me había dado. Cada una las usas como quiere –dijo-.La imité y era agradable.
-- Ahora vamos a descargar al pobre burro y me ayudarás a preparar algo para que todas comamos.
Allí no había nada moderno, pero ella era muy hábil y dos horas más tarde teníamos preparada una abundante comida hecha en ollas de barro. Tan pronto como estuvo todo listo, ella salió afuera  haciendo sonar unas estruendosas tablillas de madera. Comentó que tardarían en llegar porque se lavarían un poco. Me dijo que la comida de la tarde era la principal y que pronto me acostumbraría a un horario diferente del acostumbrado, porque allí no existía alumbrado artificial y la vida se rimaba con la luz natural.
     Nada de todo lo que veía ni me decía me chocaba particularmente. Creo que me gustaba y me parecía interesante.
Fueron llegando mis compañeras. Nueve mujeres de edad y tipos muy diferentes. Tranquilas vestidas de mil maneras con aquellas dos piezas de tela con las que algunas ocultaban poco de su cuerpo. Esto me pareció que indicaba una libertad dentro de la simplicidad. La comida sencilla que habíamos preparado se sirvió en escudillas de madera. Me chocó que  se comiese  con las manos y traté de imitarlas de la mejor manera que supe. Ya había observado que no existía elemento alguno de metal. Durante la comida  no se hablaba y pronto observé que el silencio, sin ser obligado era lo más frecuente y que se fomentaba indirectamente, sin que nadie prohibiese hablar. Por ejemplo se nos distribuía el trabajo de manera que siempre unas estuviésemos alejadas de las otras.
Abrevio. Todo fue como el primer día. Trabajo meticuloso de la huerta, casi artístico. Siempre directamente con las manos o con algún pedazo de madera.
 Se araba la tierra y se surcaba con un pequeño arado de madera, tirado por dos de nosotras y gobernado por la monjita. Era fatigoso, pero no terrible. Limpieza meticulosa de nuestra gran sala y sus alrededores. Cuidado de las colmenas sin utilizar humo ni cubrimiento especial, porque, si se hacía como se nos indicaba, las picaduras eran escasas y –como ella afirmaba- buenas para la salud y el carácter. Elvira, la monjita, que era nuestra maestra universal, bajaba cada quince días a uno de los poblados del Valle con el burro cargado con nuestra producción y volviendo con las compras de aquello que necesitábamos.  Con frecuencia llegaban  personas a visitar la comunidad, pero se las atendía en el exterior.
A pesar de la escasa comunicación debida a la actividad constante me fui enterando un poco de la vida de mis compañeras. Todas, como yo provenían de lugares lejanos y creo que estaban por razones diversas desvinculadas de sus familias. Algo que solamente mucho tiempo después, supe que era lo más importante para ellos y que lo verificaban pacientemente. Elvira con una paciencia infinita nos investigaba veladamente.
Era una persona muy agradable y enérgica que parecía saberlo todo. Se comportaba en todo como una de nosotras.
Al cabo de un tiempo supe que la comunidad era más extensa y que donde yo estaba era como el lugar de prueba. Yo era la única trabajadora asalariada. Las demás eran personas que aspiraban a unirse a la comunidad interior si eran juzgadas aptas para ello. La comunidad de las Perfectas se encontraba al otro lado de las murallas del fondo y se comunicaba con nosotras  por una minúscula puerta que jamás se abría sino,- decía la Elvira- par ingresar – en el mundo de las Escogidas.
Con la desaparición de alguna de nuestras compañeras, de que no se nos daba posterior información, solía coincidir la llegada de una nueva. Era  frecuente que se tratase de jóvenes “mochileras”, pero también llegaban mujeres de cierta edad. Como siempre solo reconocible su extracción social en el momento de su llegada, pues inmediatamente aparecían mimetizadas con el resto por su atuendo y nuestra  rústica manera de vivir y comportarnos. El medio ambiente nos uniformizaba inmediatamente.
Pasaron las semanas. Era difícil medir el tiempo allí. La forma de vida no me desagradaba, pero nunca había sido mi intención quedarme con ellas. Así que pasados, quizá unos meses, pedí a la Elvira que me cancelase mi salario porque me quería ir. No objetó nada. Calculamos juntas mis días de estancia al precio ordinario, al que añadió una generosa suma. Me dijo que me fuese cuando gustase y que volviese cundo desease. Me indicó que yo sabía donde se encontraba mi mochila y mi ropa. Solamente añadió como al azar:
-- Quizás quieras conocer antes de irte la Madre y la comunidad de las Perfectas. Son todas seres humanos extraordinarios. Tontamente caí en la trampa.

++++++
Aquella noche, después que todas  se habían acostado Elvira  me vino a buscar para que la siguiese. Nos dirigimos a la pequeña puerta de la muralla del fondo que hasta entonces jamás había visto abierta. Dio unos discretos golpecitos y se abrió, pero no había nadie al otro lado. Penetramos en una vasta plantación que a la luz de la luna era difícil de evaluar. Llegamos frente  a otra y me hizo entrar en una pieza pequeña alumbrada por cuatro  velones dispuestos en los bordes de una piscina que parecía de mármol.
-- Antes de penetrar en el santuario de las Perfectas vas purificarte en esta piscina. Es muy agradable, agua termal fortificada con plantas. Será un baño como nunca  has experimentado antes. Así purificada estarás lista para llegar al pie de las Maestras. Usarás estos manojos de plantas para masajear tu cuerpo. Goza largamente de este placer yo volveré a buscarte.
Desapareció en la oscuridad de la pieza. Cautelosamente toqué el agua. Estaba suavemente caliente y despedía un olor a hierbas para mí desconocido. Me sumergí lentamente y con cierta aprensión. Exploré el fondo. Era parejo y uniforme. Casi enseguida sentí un gran relajamiento. El largo tiempo en que permanecí sumergida hasta el cuello en aquella agua temperada se me hizo corto. Era una sensación exquisita y embriagante. Cuando  Elvira llegó me ayudó a salir de la piscina. No sentía mi cuerpo y me parecía flotar sobre el piso. Busqué algo con que secarme.
-- No, -dijo Elvira- las substancias del baño deben quedar impregnando tu piel. Ven como estás aquí no necesitamos ropas, es como en el Paraíso. Ella estaba igualmente desnuda.
Desorientada y como drogada ella me tomó de la mano conduciéndome a través de una oscuridad absoluta por la pieza, corredores y rampas. Aquello parecía muy extenso.
Por fin abrió una puerta  y entramos en una especie de mazmorra alumbrada por una apestosa  antorcha que iluminaba a una mujer desnuda y encadenada al muro sobre un montón de paja. Las cadenas eran desmesuradamente gruesas y pesadas. El cuerpo de la mujer estaba surcado de latigazos y heridas al parecer purulentas.
Drogada como me encontraba no salía de mi asombro. Ahora me río de aquella comedia grosera, pero entonces era para mí de una realidad emotiva.  Elvira avanzó hasta ella, se arrodilló y la besó los pies. Me empujó para que yo hiciese lo mismo. pero no me dejó incorporar. Entonces la mujer empezó a hablarme con solemnidad:
-- Hija mía, no estoy encadenada aquí contra mi voluntad, ni por algún crimen. He enfrentado el sufrimiento y la tortura de mi cuerpo para participar misteriosamente en las incontables torturas y malos tratos que están sufriendo millones de mujeres violadas, martirizadas, apedreadas y muertas en la tortura a través del mundo en estos mismos momentos. Esta es mi manera de comulgar con ellas en la meditación y el dolor. Tú  eres una de las elegidas misteriosamente para participar en este camino sublime. Eres completamente libre para elegir el “camino”. Si lo haces entrarás en un mundo increíble de paz y bienaventuranza.
Creo que en estado normal no habría aceptado y quizá hubiese descubierto que todo aquello era una comedia. En el estado que me encontraba carecía de voluntad. Solo acerté a besarle los pies llorando.
     Elvira me  hizo incorporar y me sacó del antro. Un nuevo corredor y una nueva pieza bastante grande. Estaba en penumbra pero se adivinaba como un dormitorio por una larga tarima  con bultos  borrosos. Supongo que mi vista estaba perturbada por las drogas administradas. Nos recibe una mujer alta y muy fuerte, vestida con raros atuendos de cuero. Lleva colgado de la cintura un corto látigo.
--Aurora, te traigo a la “nueva”. Luego dirigiéndose a mí: Obedécela en todo y te irá bien.
Aurora me toma de la mano y se dirige a la larga tarima. Me hace ponerme de espaldas a ella y de un empujón me arroja sobre  ella. Inmediatamente baja una guillotina y mis pies quedan aprisionados en un cepo. Se inclina sobre mí, me estira, coloca mis manos a la altura del cuello y me aprisiona con otro cepo. Quedó completamente inmovilizada boca arriba. Se va. Vuelve y coloca cadenas en mis tobillos y  muñecas. Siento un fuerte pinchazo en la nalga e inmediatamente pierdo la noción de todo.
En la mañana despierto pesadamente y con dificultad me doy cuenta que tirada en un patio me están rociando con un pistón de agua helada. Lo maneja la mujer del látigo. Otras mujeres ríen  divertidas de mis contorsiones y desorientación. La Aurora corta el agua y dice:
-- Estabas toda cagada. Por esta vez vale. La próxima  cinco latigazos te harán ser limpia.. Las mujeres me ayudan a ponerme en pie. Me dicen que vamos a comer porque hay que trabajar duro. Ellas están también desnudas y llevan como yo cadenas en los pies y manos.
En esta sección de lo que parecía un monasterio se comía sentadas en el piso desnudo. El alimento siempre era bueno y abundante. De nuevo no existían elementos metálicos y se comía con los dedos. Una de nosotras pasaba un cuenco para enjuagarse las manos.
Enseguida la Maestra, es decir Aurora, nos dió una especie de corta plática con algunas instrucciones para la “nueva” que era yo.
     “Todas estábamos allí por nuestra propia voluntad. Todas queríamos solidarizar con las mujeres del mundo. La felicidad reside en la obediencia absoluta. No se pregunta jamás sobre lo que  la Maestra ordena. El silencio en el trabajo es absoluto. Toda palabra será castigada.
     Dió  las tareas que deberíamos cumplir en el trabajo. Antes de salir se nos colocó un parche que unía los labios advirtiéndoseme que su rotura implicaría un castigo. Enseguida empecé a comprender porque a varías de mis compañeras las colocó un arnés que sujetaba a su cabeza fuertemente una mordaza  dentro de su boca. Pero debía ver un castigo más cruel. Tomó a una de ellas. La hizo sacar la lengua y en un orificio  tenía un extraño piercing con dos argollitas que sobresalían a ambos lados de la lengua, abajo y arriba. Tomó dos palitos y los insertó en los aros de manera que la muchacha quedó con la lengua fuera. Luego la empujó para que se fuera con las demás.
 
Yo deberá limpiar el dormitorio. Ya de día pude ver que nuestra cama era una larguísima tarima de madera en bruto. Efectivamente a los pies y en la cabecera había unos cepos de madera para apresar pies, manos y cuello. En mitad de la tarima en cada puesto había una abertura, según me explicó Aurora para los casos de incontinencia como la mía de la noche anterior. La escuchaba como a distancia debido al dolor de cabeza que experimentaba después del violento lavado de hacía un rato.
Desde entonces mi vida se redujo a comer, dormir, defecar y trabajar. Esa era mi vida y la de mis otras compañeras.
Ninguna comunicación entre nosotras. Ninguna comunicación con nuestra Maestra-Verdugo. Cualquier  intento de interrogación, explicación era sellada instantáneamente con un duro castigo.
Cada cierto tiempo desaparecía una de mis compañeras reemplazada poco tiempo después..
Empecé a observar que  antes de la desaparición definitiva  faltaban al trabajo en varias ocasiones y a su vuelta venían con un tatuaje. Si ya tenían uno siempre traían uno nuevo. Eso me intrigaba. Otra observación era que siempre se llevaban a las más dóciles, sumisas y temerosas. ¿Por qué yo no era una de las escogidas? Ciertamente que yo no era rebelde. Era un problema de economía. Resistirse era  hacerse la vida,  ya tan dura, aun más dolorosa. Era  fácil darse cuenta que nosotras aunque nos hubiésemos  rebelado en masa no teníamos probabilidad alguna de resultado. Entre otras cosas porque para ello tendríamos que habernos previamente puesto de acuerdo. Además inmediatamente habrían aumentado la frecuencia y dosis de las drogas que nos inyectaban. Todo creo que había sido diabólicamente calculado por los organizadores de aquel monasterio maldito.
Éramos esclavas y no dudé que teníamos otro destino que el de  permanecer trabajando allí indefinidamente, como parecía por la renovación continua de manera que no pasábamos de las veinte mujeres en ningún momento a pesar de las que se llevaban.

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Una noche fui despertada de mi dificultoso sueño debido al agotamiento físico. Sin decir una palabra, abrieron mis cepos y me hicieron levantar acalambrada. Aurora me hizo caminar hasta la pieza de la piscina y me ordenó bañarme. Esto no había sucedido nunca antes. Solamente nos manguereaban en el patio con pistones a presión al final del trabajo, hiciese frío o calor. Sabiendo que  se trataba de drogarme en forma profunda, me resistí. Ella me golpeó brutalmente en la corva y caí en la piscina. Casi enseguida no me pude resistir a la placidez y la agradable temperatura del agua. Cuando me vinieron a buscar ya era dócil y obediente.
Me condujeron a un tercer reducto cuya existencia  ignoraba hasta entonces. Allí estaban hombres con Aurora que me dijeron sardónicos:
-- Ahora veremos para que sirves.
Siguieron las “pruebas” demasiado sórdidas para describírselas. Tenían como objeto comprobar  si mi aptitud era mayor para el trabajo, el servicio sexual, ser objeto fetichista en orgías…Todo era debidamente filmado. Las pruebas duraron varios días. Finalmente me tatuaron en las nalgas como se podría hacer con cualquier mercadería en que se pone una etiqueta. Comprendí entonces las marcas  vistas en mis compañeras sin saber interpretarlas.
Cuando me devolvieron a mi cepo pasados unos días era un paquete de carne dolorida y humillada. Mercadería humana. Esclava preparada para la venta.

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Cuando vinieron a buscarme y me llevaron a un lugar en que me endosaron ropa sabía que me  habían encontrado destino. Antes, sin miramiento alguno, me tiraron al piso y me inyectaron en ambas nalgas. Enseguida perdí toda noción de lugar y transporte.
Cuando  pesadamente  me desperté, poco a poco me fui dando cuenta que me encontraba en un pequeño cubículo.
Aparte de las cadenas de mis manos y pies  otra partía de una argolla de mi cuello y salía por la baja puerta, aquello parecía una madriguera. Cuando conseguí espabilarme, gateé hasta el exterior. La cadena que me sujetaba en el cuello  estaba enganchada en una barra de acero sujeta entre dos pilares de cemento. No me podía enderezar y solamente caminar a gatas, A mi alrededor había macizos de flores y árboles frondosos.
De repente comprendí que había descendido un peldaño más. Ya no era una mujer esclava, era un animal cautivo.
Mis amos se revelarían como dos viejos que odiaban a las mujeres. Yo era el símbolo de lo femenino para ellos y  en quien podían descargar impunemente su odio y resentimiento.
No solamente me consideraban un animal despreciable sino que se esforzaban para que yo misma me convenciese que lo era.
Su error consistió en que no lo consiguieron. Fingí y pude huir. Esa es la razón por la que he podido llegar de nuevo a donde ustedes.

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Después de la larga narración, Maria calló. No hicimos preguntas sumidos en el asombro y el horror. Solamente acertamos a decirla que permaneciese todo el tiempo que quisiese junto a nosotros. No nos atrevimos a decirla que para siempre, que la considerábamos como nuestra hija.
En verdad aceptábamos que un día, de nuevo, se iría.
Durante mucho tiempo no volvió a hablarnos de   sus terribles experiencias
Nos dimos cuenta que no era por un esfuerzo de olvido, si es que estas vivencias se pueden olvidar. Otra vez, intempestivamente, elegía siempre momentos de mucha tranquilidad comentó:
-- Lo más terrible de la esclavitud es el momento en que una se siente “cosa”, mercancía. Es peor que ser tratada como animal o maltratada.

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Aquella mujercita que hacía cuatro años había entrado en nuestras vidas nos tranquilizaba  respecto a su estabilidad emocional por el hecho que sencillamente había aceptado los acontecimientos de su vida.
¿Cuál era el secreto de su estabilidad? Porque era la misma como la habíamos conocido la primera vez, únicamente que más reflexiva y madura.

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Maria  no se sentaba nunca a mirar televisión. Cuando más la dedicaba una mirada que juzgáramos distraída mientras realizaba algún menester.
En esta segunda ocasión que estaba viviendo en nuestra compañía se nos antojaba bastante rara comparada con el esquema que teníamos de su comportamiento.
Desde luego mostraba un interés especial por el trabajo hortícola. Quizá debido a su experiencia en el norte. La ofrecimos nuestro apoyo con semillas y todo lo que necesitase para organizar una huerta a su gusto.

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Cuando comenzaron las primeras noticias sobre la  inquietud social entre los indios del sur notamos enseguida su interés. Se mostraba inquieta y hacía frecuentes comentarios. Solía decir:
-- Yo he vivido  con ellos, conozco bien sus problemas reales.  Todo lo que  se dice de ellos es tendencioso y mal intencionado.
Estos comentarios nos llamaban la atención pues se apartaban de sus intereses ordinarios. Cuando días después hubo aquella gran toma de terrenos en la capital se inquietó, aun, mucho más. Ya no dudó de instalarse con nosotros a ver las noticias de la televisión. Cuando no lo podía hacer debido a sus quehaceres  inquiría de nosotros las noticias sobre la “toma”. Comentaba:
__ No es posible que se movilicen cuatro mil personas en pleno invierno en medio del frío y el barro instalándose en chozas de plástico. La cesantía y el la necesidad  les empuja para que se lancen a la intemperie y al maltrato de los represores.
Mi esposa y yo, como burgueses, alegábamos  que sin duda aquellas pobres  gentes eran manejadas  por activistas políticos oportunistas que deseaban lucrar con su necesidad.
En los ojos de Maria podíamos leer el reproche de que nosotros nunca habíamos vivido en semejantes situaciones. Sin perder su calma se limitaba a comentar que si bien era cierto no era lo determinante en situaciones como aquella. Reacciones de ese tipo nos revelaban nuevas facetas de Maria. Para mí se cernía una nueva interrogación sobre su pasado. Estas reflexiones mías íntimas las comentaba en ocasiones con mi esposa.
-- ¡Sabemos  tan poco de Maria!
-- Debes respetar su intimidad –me solía replicar mi esposa-.
-- Desde luego que la respeto. Es una mujercita muy rica en vivencias. No es la mujer sencilla e ingenua que aparenta. Incluso debe haber estudiado porque  de repente sabe demasiadas cosas.
--¿Entonces tu crees que hace teatro tal como se muestra?
__ Ahí reside la sutileza del problema. Creo que no trata de engañarnos. Son como facetas de su personalidad sinceras. Es un poco como esa serial de televisión que hemos visto que se titula el “Camaleón”. Suelo pensar que ella es realmente un camaleón que elige  sus diversas vidas. Si un día nos dijera que es médico o ingeniero, lo creería.
-- Entonces ella nos oculta su pasado.
--Creo que su pasado no tiene significado para ella. Elige vivir así porque quiere.
--¿Por qué le perturban tanto las alteraciones sociales?
-- Porque sin duda en el pasado ella las ha vivido, lo mismo que sus terribles experiencias recientes. Creo que ella conoce muy bien a los mapuches y que es posible que haya vivido con ellos como ahora con nosotros. Ella también más tarde podría  describir como es nuestra vida de jubilados pobres, viejos, socialmente desprotegidos.
-- ¿Habrá sido una activista política en el pasado? Tu decías cuando llegó la primera vez que lo mismo podía ser una monja o alguien que venía saliendo de la cárcel. En esos momentos  los activistas políticos que no habían sido asesinados solían ser liberados.

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Después que volvió Maria esta segunda vez, ya no permitimos que fuese nuestra sirvienta. Para nosotros era una hija o una amiga que  podía compartir todo lo poco que teníamos.
Cuando nos pidió permiso para limpiar nuestro terreno y hacer cultivos, le dijimos que considerase la tierra que poseíamos como suya y  lo que cultivase también sería suyo. La podríamos ayudar para la compra de semillas. Pensábamos que con estos trabajos quería  un espacio de soledad  e independencia después de sus pesadas experiencias.
Le ofrecimos comprarla botas de goma para que evitase el frío y la humedad. Nos dijo que no soportaba su peso, ni la humedad de la transpiración. Las consideraba más dañinas  que prácticas. Dijo que no nos preocupásemos, que ella sabía como arreglárselas. Cuando respondía de esta manera comprendíamos que tenía sus propias ideas y no insistíamos.
Con su nuevo trabajo empezamos a conocer  un aspecto de Maria, su relación con las plantas .No era esa forma displicente de cultivador que las considera como una especie de máquinas naturales  para la producción. Ella tenía esa misma relación amistosa  que mantenía con el perro y los gatos o con el caballo del vecino que cada vez que se acercaba al cerco corría para saludarla y restregar su hocico en sus manos.

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Si días antes habíamos estado intrigados por las reacciones de Maria frente a los acontecimientos  entre los mapuches del sur, quedamos , aun más estupefactos cuando a raíz de otras noticias comentó sentenciosamente:
-- ¡Ya no existen héroes!
-- ¿Qué quieres decir con ello? –inquirió extrañada mi esposa-.
-- Lo mismo que he dicho. Me refiero a esos seres humanos que a través de los tiempos estaban dispuestos a sacrificarse a favor de su grupo.
En todo el tiempo que habíamos convivido con Maria  no la habíamos escuchado este tipo de reflexiones. Después de un silencio continuó:
-- El Evangelio fue “domesticado” por los curas, porque incitaba a los eres humanos al heroísmo. Los burgueses detestan los héroes. Para ellos son siempre “extremistas” que es mejor eliminar.
Inmediatamente reflexioné que ella estaba respirando por una herida..No pude  evitar el comentario en voz alta.
-- Tú, sin duda, fuiste  una activista política en algún momento de tu vida. Además tienes razón. El héroe del que hablas carecía de Ego. En cambio los actuales, si los hay, no se sacrifican solidarios por la comunidad, sino para  magnificar su Ego.
Ella levantó la vista. Estaba sentada en el piso desde donde había estado viendo la televisión. Su mirada me hizo darme cuenta que se había creado  una especie de connivencia entre nosotros dos.
No pude contenerme y continué.
-- Es lo que pensaban mis amigos que militaban en el MIR hace años. Unos murieron por ello. Otros fueron desterrados, torturados, pasaron largos años en las cárceles para desaparecer..
-- ¿Opina –dijo ella saliendo de su silencio- que el sacrificio de todas esas personas fue inútil?
-- No sé –dije yo -.En la ancianidad se tiende a ser escéptico. Con frecuencia me pregunto si en nuestra sociedad moderna, donde la solidaridad se ha ido disolviendo, donde todos somos extranjeros para todos, tiene algún sentido el héroe o el mártir. Me digo, con amargura que ninguno, aunque no quisiera que fuese así.

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Aquella corta conversación me había revelado muchas cosas que basta entonces no había comprendido en Maria. ¿Estábamos en compañía de una de las últimas heroínas de nuestra cultura del Consumo que solamente  puede crearlas VIRTUALES?

QUIZAS

















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LA  ALLEGADA


Llegó cierto día de otoño. Anochecía. En cuanto la vi supe que venía a quedarse.
Ni vieja, ni joven. Ni alta, ni baja. En ella todo parecía regular. Tan sencilla que, casi, era invisible. Llegó y entró decididamente en el cercado de la casa. Advertimos su presencia cuando el perro ladró.
No parecía una mendiga. Iba vestida con algo de una sola pieza ya, de color indefinido. El pelo, muy largo atado con una cinta en forma de cola de caballo. Limpia. Manos de trabajadora, duras y callosas. Su cara curtida por el sol y el viento nos pareció agradable y llena de frescura. No pidió nada. Se ofreció a ayudar en cualquier cosa.
Interrogada, resultó que venía de todas partes y de ninguna.
No la invitamos a quedarse, pero no se iba.
Estábamos indecisos y extrañados. Más aun cuando tomó una escoba y empezó a barrer la hojarasca alrededor de la casa.
Desconfiados, no teníamos generosidad para aceptarla, ni valor para despedirla. Creo que pensábamos que nuestra  falta de cordialidad la desanimaría y se iría. Acabamos por encerrarnos en nuestra casa, en un momento que se alejó, sin decirle una palabra. El frío, la oscuridad y la soledad la ahuyentarían. Nada más elocuente dentro de nuestra timidez de ancianos.
En la mañana la encontramos en la leñera durmiendo apaciblemente hecha un ovillo. Se desperezó. Corrió a lavarse la cara en el agua de la lluvia que recogía del techo un gran tambor oxidado. Se puso a apilar leña diligentemente y ayudarme a llevarla a la cocina. Lo hacía en una forma tan tranquila y serena que comunicaba paz. Le ofrecimos pan y café. Humilde  los recibió y se fue a sentar afuera en el escalón del borde del corredor Comía sin ansia y con fruición.
Si la hablábamos, contestaba cortésmente y sin zalamerías como lo solían hacer otros “caminantes”. Intuíamos oscuramente, que no se iría aunque la despidiésemos. Tampoco lo deseábamos  sin saber el por qué.. Optamos por decirle que nuestra escasa jubilación no nos permitiría darle un salario porque nos alcanzaba apenas para comprar nuestros alimentos. Se encogió de hombros como si ello no tuviera significación alguna para ella. Afirmó que el lugar le gustaba, nosotros le gustábamos y que en algo podría ayudarnos. Desenvuelta, se sacó los zapatos y descalza entró en la cocina y se puso a lavar los platos. Siempre se mantenía descalza dentro de la casa, según ella para no ensuciarla.
Tácitamente la aceptamos, curiosos para ver lo que sucedía y si todo era tan hermoso como parecía. Estábamos vigilantes temerosos y, a la vez, confiados.

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Enseguida supimos que, realmente no pedía nada. Recibía alegremente lo que se le daba.
Dijo llamarse Maria.
Podía pensarse que venía saliendo de la cárcel, de un hospital, un manicomio o un monasterio…Quizá intentaba olvidar su pasado.
Si venía de un convento, carecía de modales amanerados o pudorosos. Era impensable que procediese de una cárcel o un manicomio.
Muy pronto ganó nuestra estima. Con su buen humor, simpatía y diligencia. Así que decidimos ofrecerle una cama dentro de la casa, la que aceptó sin arrumacos, ni decir ¡gracias!

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Poco a poco tratamos de hacerla hablar de sí misma y de su pasado. Nos dimos cuenta que cometíamos un error. Decidimos que acabaríamos por colegir por su lenguaje o su comportamiento algo de sus orígenes. Fue un empeño inútil. Como todo en ella,  su lenguaje no era tosco ni refinado tan indiferenciado como el resto de su persona, Ello no significaba que no tuviese una personalidad bien definida  y muy suya.
Se integró muy rápidamente a nuestro ritmo de vida. Ella necesitaba un mínimo de cosas para su uso. Se contentaba con muy poco. Los primeros días nos preguntábamos como la sustentaríamos en nuestra estrechez. Pronto lo olvidamos.
Humorísticamente  comentábamos que se había introducido en nuestra casa un ángel, al estilo de ciertas películas que se veían en la televisión. Era demasiado humana para ello, demasiado terrena. Aparte de ello suponíamos que los púdicos ángeles usaban ropa interior, cosa que ella n tenía.
Con el frío la fuimos regalando diversas prendas que recibía alegremente, pero que no usaba, sino las veces que lavaba su eterno y desteñido vestido de algodón.

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Fue tomando parte en la vida familiar. Opinaba brevemente o comentaba los acontecimientos. Reía  en forma cristalina, con frecuencia.
Nuestra curiosidad sobre su pasado, se fue convirtiendo en respeto. Suponíamos que ocultaba algo, aunque otras ocasiones  la creíamos absolutamente diáfana.
Ni siquiera  conocíamos su edad. Era fácil pensar que tenía cualquiera entre cincuenta y sesenta años. Era una de esas personas que parecen haberse detenido en un momento temporal y por las que el tiempo no pasa. Ágil y flexible como una jovencita, muy fuerte, no tenía en su cuerpo un gramo de grasa. Sus músculos eran largos y fuertes, sin dejar, por ello, de ser muy femenina.
En cuanto a su procedencia étnica era evidente que se trataba de alguien que no se diferenciaba de cualquier mujer campesina de la región en que los rasgos ancestrales están muy marcados con pómulos altos y ojos ligeramente rasgados. Los pies y las manos, fuertes y pequeños muy maltratados, signo de una vida muy pobre.
Creo que no solamente nos irritaba un poco el silencio sobre su pasado, sino también el que no podíamos dominarla. Vivía junto a nosotros nos  obedecía en todo. Lo hacía  de tal manera que permanecía libre. Eso lo sentíamos  bien. Era claro que no la atábamos, ni por el afecto, ni por la necesidad.

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En las raras ocasiones que pudimos ofrecerla algún dinero, avergonzados por lo poco, lo aceptaba naturalmente. No parecía apreciase su cantidad. Ignoramos siempre si lo gastaba, lo guardaba o lo daba.
Así pasó mucho tiempo. Su presencia era casi invisible. La considerábamos parte de nuestra familia. Dábamos por sentado que permanecería con nosotros mientras viviésemos.

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Y… un día ya no estaba. La buscamos y la esperamos. Todo fue inútil. Primero sentimos su falta, luego, un inmenso vacío. Finalmente un extraño desgarramiento. Su ausencia nos hizo valorar la riqueza de su compañía. Fue  una comprobación tristemente tardía

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 La  ALLEGADA  II     (LA ESCLAVA)


Ella llegó tan sorpresivamente como la primera vez. Había pasado mucho tiempo, años. Jamás  pensamos que la volveríamos a ver.
Era una tarde de otoño en que de vez en cuando, entre las nubes, aparecía un tímido sol. La temperatura era ya algo fría. En la noche anterior se dio una llovizna desganada incapaz de mojar el suelo, aun muy duro.
Entró sin golpear el fierro que teníamos en la puerta del cercado a modo de campana. Ninguno de los perros ladró. Teníamos la puerta interior abierta  como de costumbre. Levantamos la vista y con asombro la vimos ante nosotros en el corredor. Nos incorporamos inciertos, con el mate en la mano deseosos de abrazarla sin reparar mucho en el estado en que llegaba.
-- ¡Qué delgada llegas!!Entra! ¡Creímos que nunca más te volveríamos a ver! ¡Qué felicidad que hayas llegado!
Cerramos las puertas y pusimos una silla frente a nuestro brasero. Rápidamente cebé mi mate y se lo ofrecí mientras mi esposa se afanaba buscando alguna golosina.
Sentados llegó un momento de embarazo. No nos atrevíamos a hacerle esas preguntas directas habituales a la recién llegada, que, en el caso de ella, serían incongruentes o faltas de tacto. Otras hubieran parecido un reproche. Habíamos aprendido a respetar su manera de ser y comportarse.
Se la veía sucia, fatigada. Vestida con unos pantalones deslavados, manchados, embarrados. Una chomba de mangas deshilachadas y unos zapatos de colegiala desfondados. En una palabra, no pobre como  la habíamos conocido, sino una mendiga.
Ella se dió cuenta de mi inventario.
-- ¿Puedo? –dijo cuando la miraba los pies- .
-- Estás en tu casa –dije-.
Sin agacharse empujó sus   zapatos fuera de sus pies. Conocíamos de sobra su antipatía por todo calzado.
-- Perdonen que los tenga tan sucios.
-- En cuanto descanses te podrás bañar bien. Se vé que hace días no lo pudiste hacer. Hay ropas de nuestra nieta que te servirán. Incluso  en el taller tenemos ahora un fogón y, casualmente, hay un fondo con agua caliente.
-- ¡Qué bueno! –exclamó ella gozosa- me sentiré muy bien.
-- Estás muy flaca –dijo mi esposa-.
-- Seguramente quieren saber lo que me ha tocado vivir en estos dos años lejos de ustedes.
-- Desde luego –dijimos en coro-
-- Claro –dijo ella chancera- soy una hija pródiga.
-- Eres lo que eres. ¿Acaso nosotros tenemos algún derecho sobre ti? Cuando llegaste fuiste una bendición para nosotros. Cuando te marchaste comprendimos el valor de tu presencia. Aprendimos mucho de ti. Si vuelves, aunque sea pasajeramente, nos sentiremos felices.
--¿No temen acaso el dicho de que “segundas partes nunca son buenas”?
-- Ese –tercio mi esposa- es un proverbio mal intencionado. Hemos aprendido de ti a aceptar los sucesos  y a las personas como son. No lo conseguimos siempre , pero lo intentamos..
Ella sonrió enigmática. Luego, como para sí misma, dijo:
-- Las cosas suceden. Seguí mi “camino”. No es que me hubiese  aburrido de vivir con ustedes, eso fue hermoso. Es bien raro encontrar gentes  de su edad que aun deseen aprender. Ahora, yo misma he aprendido duramente. Vengo escapando de la esclavitud.
Si. No se extrañen, ¡de una verdadera esclavitud! Igual que la antigua.
-- ¡No puede ser –exclamamos unánimente-.
-- Que ingenuos son. Si, aquí, en nuestro país, a pocos meses del siglo XXI existe la esclavitud física y real. Vean.
Extendió sus piernas y vimos alrededor de sus tobillos dos círculos de costras negruzcas. Ya los había percibido cuando se sacudió los zapatos. Ahora lo comprendí mejor. Mi esposa se acercó a ver y palpar.
-- Son la marca de los grilletes –prosiguió ella indiferente-.Al caminar acaban por  herir. Se inclinó arremangándose el cuello alto de chomba:
-- Miren esto.
Vimos un  aro metálico soldado alrededor de su cuello del que pendía una gruesa argolla.
-- Te lo puedo sacar sin causarte dolor- dije-. Tengo las herramientas  adecuadas.
-- No por el momento –respondió ella con seguridad. Me hará recordar a mis compañeras y a todos los esclavos esparcidos hoy por el mundo hipócrita en que vivimos.
La dije que me parecía increíble este tipo de esclavitud medieval si no estuviese viendo aquellas pruebas evidentes. Ella  afirmó entonces que  nunca lo habría creído mientras no entró ella misma en el circuito.
-- El mío no es un caso aislado. Según les vaya contando los detalles se darán cuenta de ello. Son múltiples y variadas las organizaciones que secuestran personas de todas las edades y condiciones, siempre que  comprueben que se trata personas aisladas  de vínculos familiares y que no se advertirá su desaparición, ni serán reclamadas. Así nutren prostíbulos especiales, tienen víctimas para orgías sado-masoquistas, películas pornográficas y para perversos y perversas de toda índole dispuestos a pagar millonarias sumas para gozar de sus placeres desviados.
He  escuchado muchas conversaciones de mis Amos durante mi cautiverio y sé que se trata de un negocio muy próximo al de las drogas fuertes y muchas veces involucrado con el mismo
¿No vieron acaso en la televisión lo de los diez niños secuestrados en Concepción?
-- Si lo vimos –dije-. Pero pensamos que era algo que sucedió ocasionalmente.
Maria meneó tristemente la cabeza.
-- No se trata de ningún hecho puntual, sino de un descubrimiento puntual. Es algo  que se extiende como un cáncer. Es la consecuencia normal cuando la codicia de las personas se exacerba hasta tal punto que cualquier medio de  conseguir lucro les parece bueno.
-- Cuéntanos tu experiencia –dije un tanto atolondradamente-.
-- ¡Basta ya! –exclamó mi mujer-. Déjala que se bañe, coma y descanse. Tendrá todo el tiempo del mundo para contarnos, si ella lo desea, sus experiencias.
Inmediatamente comprendí avergonzado la razón de su observación.

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Maria se integró de nuevo a nuestra vida.  Nosotros ardíamos en curiosidad por conocer  lo que le había sucedido en el tiempo de su ausencia, Respetábamos su silencio y sus peculiaridades, convencidos que ella hablaría cuando lo juzgase conveniente.
Días después de su llegada empezaron a sucederse una continuidad de violentos temporales que nos obligaron a recluirnos en la casa alrededor del minúsculo reducto donde estaba la estufita de leña. Allí nos desayunábamos y comíamos haciendo pequeñas labores caseras Sorpresivamente uno de aquellos días empezó a narrarnos sus vivencias de terribles. Me dí cuenta que aunque ella era tan especial necesitaba descargarse de sus experiencias con nosotros.

Cuando  me fui  lo hice por el recuerdo del Valle de Elqui. Para mí fue siempre un lugar maravilloso que me atrae cada cierto tiempo sin que se sepa por qué. Yo suelo subir a las montañas que lo rodean, lejos del turismo y de los románticos que se han ido a vivir allí. Las gentes del lugar, los viejos, afirman que el valle  ya no es como antes y que ellos sienten presencias malignas. En esos momentos pensaba que exageraban un poco debido a las numerosas personas ajenas al lugar que han comprado propiedades y se han instalado entre las gentes sencillas con lujosas  casas o bien encerrados en muros misteriosos. En los cerros desérticos me sentía ligera y feliz Iba de un lado a otro, dormía en cavernas que yo iba descubriendo y me alimentaba de pan y queso. Cuando se terminaban mis provisiones bajaba a uno de los pueblitos, trabajaba en cualquier cosa, lo suficiente para comprar algunas provisiones y escapar de nuevo a la soledad.
En una de esas bajadas, se me acercó una mujer vestida como monjita, con velo y largo ropaje de color naranja. Era suave y melosa.  Me dijo:
-- Creo haberte visto otras veces por aquí. Me han dicho que sueles buscar trabajo.
-- Si, -contesté- puedo trabajar en cualquier cosa.. Limpieza de canales, destronque, desmalezamiento de huertas, regado…
-- Te felicito por lo que he sabido no temes el trabajo, personas como tú las estimamos y remuneramos bien.
-- Yo solamente necesito trabajo por unos pocos días.
-- Está bien. En mi comunidad necesitamos ayuda. Te gustará mucho estar con nosotras.
La ayudé a que realizase sus compras y a cargarlas en el pequeño burrito. Luego caminamos un par de horas remontando el valle hasta el lugar donde estaba su comunidad. Cuando llegamos enseguida me llamaron la atención el grueso portón y los altos muros. Entramos. Ante todo había una extensa huerta en terrazas, regada con muchos pequeños canales. Muchos árboles frutales aun jóvenes. Todo muy bien cuidado y hermoso. Parecía un jardín. Al fondo se veía una casita sencilla y detrás de ella otro  alto muro que supuse séria el término de la propiedad.
El lugar me pareció enseguida hermosos y agradable. Vi diferentes mujeres trabajando, generalmente arrodilladas, vestidas con unos extraños retazo de tela azafrán. La monjita  me condujo hasta la casita del fondo. Entramos en una única pieza rectangular que parecía servir de todo: living, comedor cocina y dormitorio. Estaba hermosamente decorada con pinturas en las paredes, tejidos y artesanía del la región. La parte destinada a dormitorio constaba de pequeños colchones colocados en tarimas muy bajas con hermosas coberturas multicolores, tejidas a telar.  Había un inmenso closet de muro a muro. Lo abrió cerca de la colchoneta que me designo como mía y tomando mi pequeña mochila la colocó dentro, diciéndome desenvuelta que yo allí no necesitaría nada pues tendría todo lo necesario.. Luego sacó dos pedazos de tela de algodón  azafrán y me los entregó.
-- Ponte cómoda, aquí estamos al abrigo de miradas indiscretas y este es nuestro único vestido. Calzado no usamos. Luego desembarazándose de sus largos vestidos monjiles, quedando desnuda sin pudor alguno se ciñó, atándolos por las puntas, unas telas semejantes a las que me había dado. Cada una las usas como quiere –dijo-.La imité y era agradable.
-- Ahora vamos a descargar al pobre burro y me ayudarás a preparar algo para que todas comamos.
Allí no había nada moderno, pero ella era muy hábil y dos horas más tarde teníamos preparada una abundante comida hecha en ollas de barro. Tan pronto como estuvo todo listo, ella salió afuera  haciendo sonar unas estruendosas tablillas de madera. Comentó que tardarían en llegar porque se lavarían un poco. Me dijo que la comida de la tarde era la principal y que pronto me acostumbraría a un horario diferente del acostumbrado, porque allí no existía alumbrado artificial y la vida se rimaba con la luz natural.
     Nada de todo lo que veía ni me decía me chocaba particularmente. Creo que me gustaba y me parecía interesante.
Fueron llegando mis compañeras. Nueve mujeres de edad y tipos muy diferentes. Tranquilas vestidas de mil maneras con aquellas dos piezas de tela con las que algunas ocultaban poco de su cuerpo. Esto me pareció que indicaba una libertad dentro de la simplicidad. La comida sencilla que habíamos preparado se sirvió en escudillas de madera. Me chocó que  se comiese  con las manos y traté de imitarlas de la mejor manera que supe. Ya había observado que no existía elemento alguno de metal. Durante la comida  no se hablaba y pronto observé que el silencio, sin ser obligado era lo más frecuente y que se fomentaba indirectamente, sin que nadie prohibiese hablar. Por ejemplo se nos distribuía el trabajo de manera que siempre unas estuviésemos alejadas de las otras.
Abrevio. Todo fue como el primer día. Trabajo meticuloso de la huerta, casi artístico. Siempre directamente con las manos o con algún pedazo de madera.
 Se araba la tierra y se surcaba con un pequeño arado de madera, tirado por dos de nosotras y gobernado por la monjita. Era fatigoso, pero no terrible. Limpieza meticulosa de nuestra gran sala y sus alrededores. Cuidado de las colmenas sin utilizar humo ni cubrimiento especial, porque, si se hacía como se nos indicaba, las picaduras eran escasas y –como ella afirmaba- buenas para la salud y el carácter. Elvira, la monjita, que era nuestra maestra universal, bajaba cada quince días a uno de los poblados del Valle con el burro cargado con nuestra producción y volviendo con las compras de aquello que necesitábamos.  Con frecuencia llegaban  personas a visitar la comunidad, pero se las atendía en el exterior.
A pesar de la escasa comunicación debida a la actividad constante me fui enterando un poco de la vida de mis compañeras. Todas, como yo provenían de lugares lejanos y creo que estaban por razones diversas desvinculadas de sus familias. Algo que solamente mucho tiempo después, supe que era lo más importante para ellos y que lo verificaban pacientemente. Elvira con una paciencia infinita nos investigaba veladamente.
Era una persona muy agradable y enérgica que parecía saberlo todo. Se comportaba en todo como una de nosotras.
Al cabo de un tiempo supe que la comunidad era más extensa y que donde yo estaba era como el lugar de prueba. Yo era la única trabajadora asalariada. Las demás eran personas que aspiraban a unirse a la comunidad interior si eran juzgadas aptas para ello. La comunidad de las Perfectas se encontraba al otro lado de las murallas del fondo y se comunicaba con nosotras  por una minúscula puerta que jamás se abría sino,- decía la Elvira- par ingresar – en el mundo de las Escogidas.
Con la desaparición de alguna de nuestras compañeras, de que no se nos daba posterior información, solía coincidir la llegada de una nueva. Era  frecuente que se tratase de jóvenes “mochileras”, pero también llegaban mujeres de cierta edad. Como siempre solo reconocible su extracción social en el momento de su llegada, pues inmediatamente aparecían mimetizadas con el resto por su atuendo y nuestra  rústica manera de vivir y comportarnos. El medio ambiente nos uniformizaba inmediatamente.
Pasaron las semanas. Era difícil medir el tiempo allí. La forma de vida no me desagradaba, pero nunca había sido mi intención quedarme con ellas. Así que pasados, quizá unos meses, pedí a la Elvira que me cancelase mi salario porque me quería ir. No objetó nada. Calculamos juntas mis días de estancia al precio ordinario, al que añadió una generosa suma. Me dijo que me fuese cuando gustase y que volviese cundo desease. Me indicó que yo sabía donde se encontraba mi mochila y mi ropa. Solamente añadió como al azar:
-- Quizás quieras conocer antes de irte la Madre y la comunidad de las Perfectas. Son todas seres humanos extraordinarios. Tontamente caí en la trampa.

++++++
Aquella noche, después que todas  se habían acostado Elvira  me vino a buscar para que la siguiese. Nos dirigimos a la pequeña puerta de la muralla del fondo que hasta entonces jamás había visto abierta. Dio unos discretos golpecitos y se abrió, pero no había nadie al otro lado. Penetramos en una vasta plantación que a la luz de la luna era difícil de evaluar. Llegamos frente  a otra y me hizo entrar en una pieza pequeña alumbrada por cuatro  velones dispuestos en los bordes de una piscina que parecía de mármol.
-- Antes de penetrar en el santuario de las Perfectas vas purificarte en esta piscina. Es muy agradable, agua termal fortificada con plantas. Será un baño como nunca  has experimentado antes. Así purificada estarás lista para llegar al pie de las Maestras. Usarás estos manojos de plantas para masajear tu cuerpo. Goza largamente de este placer yo volveré a buscarte.
Desapareció en la oscuridad de la pieza. Cautelosamente toqué el agua. Estaba suavemente caliente y despedía un olor a hierbas para mí desconocido. Me sumergí lentamente y con cierta aprensión. Exploré el fondo. Era parejo y uniforme. Casi enseguida sentí un gran relajamiento. El largo tiempo en que permanecí sumergida hasta el cuello en aquella agua temperada se me hizo corto. Era una sensación exquisita y embriagante. Cuando  Elvira llegó me ayudó a salir de la piscina. No sentía mi cuerpo y me parecía flotar sobre el piso. Busqué algo con que secarme.
-- No, -dijo Elvira- las substancias del baño deben quedar impregnando tu piel. Ven como estás aquí no necesitamos ropas, es como en el Paraíso. Ella estaba igualmente desnuda.
Desorientada y como drogada ella me tomó de la mano conduciéndome a través de una oscuridad absoluta por la pieza, corredores y rampas. Aquello parecía muy extenso.
Por fin abrió una puerta  y entramos en una especie de mazmorra alumbrada por una apestosa  antorcha que iluminaba a una mujer desnuda y encadenada al muro sobre un montón de paja. Las cadenas eran desmesuradamente gruesas y pesadas. El cuerpo de la mujer estaba surcado de latigazos y heridas al parecer purulentas.
Drogada como me encontraba no salía de mi asombro. Ahora me río de aquella comedia grosera, pero entonces era para mí de una realidad emotiva.  Elvira avanzó hasta ella, se arrodilló y la besó los pies. Me empujó para que yo hiciese lo mismo. pero no me dejó incorporar. Entonces la mujer empezó a hablarme con solemnidad:
-- Hija mía, no estoy encadenada aquí contra mi voluntad, ni por algún crimen. He enfrentado el sufrimiento y la tortura de mi cuerpo para participar misteriosamente en las incontables torturas y malos tratos que están sufriendo millones de mujeres violadas, martirizadas, apedreadas y muertas en la tortura a través del mundo en estos mismos momentos. Esta es mi manera de comulgar con ellas en la meditación y el dolor. Tú  eres una de las elegidas misteriosamente para participar en este camino sublime. Eres completamente libre para elegir el “camino”. Si lo haces entrarás en un mundo increíble de paz y bienaventuranza.
Creo que en estado normal no habría aceptado y quizá hubiese descubierto que todo aquello era una comedia. En el estado que me encontraba carecía de voluntad. Solo acerté a besarle los pies llorando.
     Elvira me  hizo incorporar y me sacó del antro. Un nuevo corredor y una nueva pieza bastante grande. Estaba en penumbra pero se adivinaba como un dormitorio por una larga tarima  con bultos  borrosos. Supongo que mi vista estaba perturbada por las drogas administradas. Nos recibe una mujer alta y muy fuerte, vestida con raros atuendos de cuero. Lleva colgado de la cintura un corto látigo.
--Aurora, te traigo a la “nueva”. Luego dirigiéndose a mí: Obedécela en todo y te irá bien.
Aurora me toma de la mano y se dirige a la larga tarima. Me hace ponerme de espaldas a ella y de un empujón me arroja sobre  ella. Inmediatamente baja una guillotina y mis pies quedan aprisionados en un cepo. Se inclina sobre mí, me estira, coloca mis manos a la altura del cuello y me aprisiona con otro cepo. Quedó completamente inmovilizada boca arriba. Se va. Vuelve y coloca cadenas en mis tobillos y  muñecas. Siento un fuerte pinchazo en la nalga e inmediatamente pierdo la noción de todo.
En la mañana despierto pesadamente y con dificultad me doy cuenta que tirada en un patio me están rociando con un pistón de agua helada. Lo maneja la mujer del látigo. Otras mujeres ríen  divertidas de mis contorsiones y desorientación. La Aurora corta el agua y dice:
-- Estabas toda cagada. Por esta vez vale. La próxima  cinco latigazos te harán ser limpia.. Las mujeres me ayudan a ponerme en pie. Me dicen que vamos a comer porque hay que trabajar duro. Ellas están también desnudas y llevan como yo cadenas en los pies y manos.
En esta sección de lo que parecía un monasterio se comía sentadas en el piso desnudo. El alimento siempre era bueno y abundante. De nuevo no existían elementos metálicos y se comía con los dedos. Una de nosotras pasaba un cuenco para enjuagarse las manos.
Enseguida la Maestra, es decir Aurora, nos dió una especie de corta plática con algunas instrucciones para la “nueva” que era yo.
     “Todas estábamos allí por nuestra propia voluntad. Todas queríamos solidarizar con las mujeres del mundo. La felicidad reside en la obediencia absoluta. No se pregunta jamás sobre lo que  la Maestra ordena. El silencio en el trabajo es absoluto. Toda palabra será castigada.
     Dió  las tareas que deberíamos cumplir en el trabajo. Antes de salir se nos colocó un parche que unía los labios advirtiéndoseme que su rotura implicaría un castigo. Enseguida empecé a comprender porque a varías de mis compañeras las colocó un arnés que sujetaba a su cabeza fuertemente una mordaza  dentro de su boca. Pero debía ver un castigo más cruel. Tomó a una de ellas. La hizo sacar la lengua y en un orificio  tenía un extraño piercing con dos argollitas que sobresalían a ambos lados de la lengua, abajo y arriba. Tomó dos palitos y los insertó en los aros de manera que la muchacha quedó con la lengua fuera. Luego la empujó para que se fuera con las demás.
 
Yo deberá limpiar el dormitorio. Ya de día pude ver que nuestra cama era una larguísima tarima de madera en bruto. Efectivamente a los pies y en la cabecera había unos cepos de madera para apresar pies, manos y cuello. En mitad de la tarima en cada puesto había una abertura, según me explicó Aurora para los casos de incontinencia como la mía de la noche anterior. La escuchaba como a distancia debido al dolor de cabeza que experimentaba después del violento lavado de hacía un rato.
Desde entonces mi vida se redujo a comer, dormir, defecar y trabajar. Esa era mi vida y la de mis otras compañeras.
Ninguna comunicación entre nosotras. Ninguna comunicación con nuestra Maestra-Verdugo. Cualquier  intento de interrogación, explicación era sellada instantáneamente con un duro castigo.
Cada cierto tiempo desaparecía una de mis compañeras reemplazada poco tiempo después..
Empecé a observar que  antes de la desaparición definitiva  faltaban al trabajo en varias ocasiones y a su vuelta venían con un tatuaje. Si ya tenían uno siempre traían uno nuevo. Eso me intrigaba. Otra observación era que siempre se llevaban a las más dóciles, sumisas y temerosas. ¿Por qué yo no era una de las escogidas? Ciertamente que yo no era rebelde. Era un problema de economía. Resistirse era  hacerse la vida,  ya tan dura, aun más dolorosa. Era  fácil darse cuenta que nosotras aunque nos hubiésemos  rebelado en masa no teníamos probabilidad alguna de resultado. Entre otras cosas porque para ello tendríamos que habernos previamente puesto de acuerdo. Además inmediatamente habrían aumentado la frecuencia y dosis de las drogas que nos inyectaban. Todo creo que había sido diabólicamente calculado por los organizadores de aquel monasterio maldito.
Éramos esclavas y no dudé que teníamos otro destino que el de  permanecer trabajando allí indefinidamente, como parecía por la renovación continua de manera que no pasábamos de las veinte mujeres en ningún momento a pesar de las que se llevaban.

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Una noche fui despertada de mi dificultoso sueño debido al agotamiento físico. Sin decir una palabra, abrieron mis cepos y me hicieron levantar acalambrada. Aurora me hizo caminar hasta la pieza de la piscina y me ordenó bañarme. Esto no había sucedido nunca antes. Solamente nos manguereaban en el patio con pistones a presión al final del trabajo, hiciese frío o calor. Sabiendo que  se trataba de drogarme en forma profunda, me resistí. Ella me golpeó brutalmente en la corva y caí en la piscina. Casi enseguida no me pude resistir a la placidez y la agradable temperatura del agua. Cuando me vinieron a buscar ya era dócil y obediente.
Me condujeron a un tercer reducto cuya existencia  ignoraba hasta entonces. Allí estaban hombres con Aurora que me dijeron sardónicos:
-- Ahora veremos para que sirves.
Siguieron las “pruebas” demasiado sórdidas para describírselas. Tenían como objeto comprobar  si mi aptitud era mayor para el trabajo, el servicio sexual, ser objeto fetichista en orgías…Todo era debidamente filmado. Las pruebas duraron varios días. Finalmente me tatuaron en las nalgas como se podría hacer con cualquier mercadería en que se pone una etiqueta. Comprendí entonces las marcas  vistas en mis compañeras sin saber interpretarlas.
Cuando me devolvieron a mi cepo pasados unos días era un paquete de carne dolorida y humillada. Mercadería humana. Esclava preparada para la venta.

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Cuando vinieron a buscarme y me llevaron a un lugar en que me endosaron ropa sabía que me  habían encontrado destino. Antes, sin miramiento alguno, me tiraron al piso y me inyectaron en ambas nalgas. Enseguida perdí toda noción de lugar y transporte.
Cuando  pesadamente  me desperté, poco a poco me fui dando cuenta que me encontraba en un pequeño cubículo.
Aparte de las cadenas de mis manos y pies  otra partía de una argolla de mi cuello y salía por la baja puerta, aquello parecía una madriguera. Cuando conseguí espabilarme, gateé hasta el exterior. La cadena que me sujetaba en el cuello  estaba enganchada en una barra de acero sujeta entre dos pilares de cemento. No me podía enderezar y solamente caminar a gatas, A mi alrededor había macizos de flores y árboles frondosos.
De repente comprendí que había descendido un peldaño más. Ya no era una mujer esclava, era un animal cautivo.
Mis amos se revelarían como dos viejos que odiaban a las mujeres. Yo era el símbolo de lo femenino para ellos y  en quien podían descargar impunemente su odio y resentimiento.
No solamente me consideraban un animal despreciable sino que se esforzaban para que yo misma me convenciese que lo era.
Su error consistió en que no lo consiguieron. Fingí y pude huir. Esa es la razón por la que he podido llegar de nuevo a donde ustedes.

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Después de la larga narración, Maria calló. No hicimos preguntas sumidos en el asombro y el horror. Solamente acertamos a decirla que permaneciese todo el tiempo que quisiese junto a nosotros. No nos atrevimos a decirla que para siempre, que la considerábamos como nuestra hija.
En verdad aceptábamos que un día, de nuevo, se iría.
Durante mucho tiempo no volvió a hablarnos de   sus terribles experiencias
Nos dimos cuenta que no era por un esfuerzo de olvido, si es que estas vivencias se pueden olvidar. Otra vez, intempestivamente, elegía siempre momentos de mucha tranquilidad comentó:
-- Lo más terrible de la esclavitud es el momento en que una se siente “cosa”, mercancía. Es peor que ser tratada como animal o maltratada.

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Aquella mujercita que hacía cuatro años había entrado en nuestras vidas nos tranquilizaba  respecto a su estabilidad emocional por el hecho que sencillamente había aceptado los acontecimientos de su vida.
¿Cuál era el secreto de su estabilidad? Porque era la misma como la habíamos conocido la primera vez, únicamente que más reflexiva y madura.

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Maria  no se sentaba nunca a mirar televisión. Cuando más la dedicaba una mirada que juzgáramos distraída mientras realizaba algún menester.
En esta segunda ocasión que estaba viviendo en nuestra compañía se nos antojaba bastante rara comparada con el esquema que teníamos de su comportamiento.
Desde luego mostraba un interés especial por el trabajo hortícola. Quizá debido a su experiencia en el norte. La ofrecimos nuestro apoyo con semillas y todo lo que necesitase para organizar una huerta a su gusto.

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Cuando comenzaron las primeras noticias sobre la  inquietud social entre los indios del sur notamos enseguida su interés. Se mostraba inquieta y hacía frecuentes comentarios. Solía decir:
-- Yo he vivido  con ellos, conozco bien sus problemas reales.  Todo lo que  se dice de ellos es tendencioso y mal intencionado.
Estos comentarios nos llamaban la atención pues se apartaban de sus intereses ordinarios. Cuando días después hubo aquella gran toma de terrenos en la capital se inquietó, aun, mucho más. Ya no dudó de instalarse con nosotros a ver las noticias de la televisión. Cuando no lo podía hacer debido a sus quehaceres  inquiría de nosotros las noticias sobre la “toma”. Comentaba:
__ No es posible que se movilicen cuatro mil personas en pleno invierno en medio del frío y el barro instalándose en chozas de plástico. La cesantía y el la necesidad  les empuja para que se lancen a la intemperie y al maltrato de los represores.
Mi esposa y yo, como burgueses, alegábamos  que sin duda aquellas pobres  gentes eran manejadas  por activistas políticos oportunistas que deseaban lucrar con su necesidad.
En los ojos de Maria podíamos leer el reproche de que nosotros nunca habíamos vivido en semejantes situaciones. Sin perder su calma se limitaba a comentar que si bien era cierto no era lo determinante en situaciones como aquella. Reacciones de ese tipo nos revelaban nuevas facetas de Maria. Para mí se cernía una nueva interrogación sobre su pasado. Estas reflexiones mías íntimas las comentaba en ocasiones con mi esposa.
-- ¡Sabemos  tan poco de Maria!
-- Debes respetar su intimidad –me solía replicar mi esposa-.
-- Desde luego que la respeto. Es una mujercita muy rica en vivencias. No es la mujer sencilla e ingenua que aparenta. Incluso debe haber estudiado porque  de repente sabe demasiadas cosas.
--¿Entonces tu crees que hace teatro tal como se muestra?
__ Ahí reside la sutileza del problema. Creo que no trata de engañarnos. Son como facetas de su personalidad sinceras. Es un poco como esa serial de televisión que hemos visto que se titula el “Camaleón”. Suelo pensar que ella es realmente un camaleón que elige  sus diversas vidas. Si un día nos dijera que es médico o ingeniero, lo creería.
-- Entonces ella nos oculta su pasado.
--Creo que su pasado no tiene significado para ella. Elige vivir así porque quiere.
--¿Por qué le perturban tanto las alteraciones sociales?
-- Porque sin duda en el pasado ella las ha vivido, lo mismo que sus terribles experiencias recientes. Creo que ella conoce muy bien a los mapuches y que es posible que haya vivido con ellos como ahora con nosotros. Ella también más tarde podría  describir como es nuestra vida de jubilados pobres, viejos, socialmente desprotegidos.
-- ¿Habrá sido una activista política en el pasado? Tu decías cuando llegó la primera vez que lo mismo podía ser una monja o alguien que venía saliendo de la cárcel. En esos momentos  los activistas políticos que no habían sido asesinados solían ser liberados.

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Después que volvió Maria esta segunda vez, ya no permitimos que fuese nuestra sirvienta. Para nosotros era una hija o una amiga que  podía compartir todo lo poco que teníamos.
Cuando nos pidió permiso para limpiar nuestro terreno y hacer cultivos, le dijimos que considerase la tierra que poseíamos como suya y  lo que cultivase también sería suyo. La podríamos ayudar para la compra de semillas. Pensábamos que con estos trabajos quería  un espacio de soledad  e independencia después de sus pesadas experiencias.
Le ofrecimos comprarla botas de goma para que evitase el frío y la humedad. Nos dijo que no soportaba su peso, ni la humedad de la transpiración. Las consideraba más dañinas  que prácticas. Dijo que no nos preocupásemos, que ella sabía como arreglárselas. Cuando respondía de esta manera comprendíamos que tenía sus propias ideas y no insistíamos.
Con su nuevo trabajo empezamos a conocer  un aspecto de Maria, su relación con las plantas .No era esa forma displicente de cultivador que las considera como una especie de máquinas naturales  para la producción. Ella tenía esa misma relación amistosa  que mantenía con el perro y los gatos o con el caballo del vecino que cada vez que se acercaba al cerco corría para saludarla y restregar su hocico en sus manos.

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Si días antes habíamos estado intrigados por las reacciones de Maria frente a los acontecimientos  entre los mapuches del sur, quedamos , aun más estupefactos cuando a raíz de otras noticias comentó sentenciosamente:
-- ¡Ya no existen héroes!
-- ¿Qué quieres decir con ello? –inquirió extrañada mi esposa-.
-- Lo mismo que he dicho. Me refiero a esos seres humanos que a través de los tiempos estaban dispuestos a sacrificarse a favor de su grupo.
En todo el tiempo que habíamos convivido con Maria  no la habíamos escuchado este tipo de reflexiones. Después de un silencio continuó:
-- El Evangelio fue “domesticado” por los curas, porque incitaba a los eres humanos al heroísmo. Los burgueses detestan los héroes. Para ellos son siempre “extremistas” que es mejor eliminar.
Inmediatamente reflexioné que ella estaba respirando por una herida..No pude  evitar el comentario en voz alta.
-- Tú, sin duda, fuiste  una activista política en algún momento de tu vida. Además tienes razón. El héroe del que hablas carecía de Ego. En cambio los actuales, si los hay, no se sacrifican solidarios por la comunidad, sino para  magnificar su Ego.
Ella levantó la vista. Estaba sentada en el piso desde donde había estado viendo la televisión. Su mirada me hizo darme cuenta que se había creado  una especie de connivencia entre nosotros dos.
No pude contenerme y continué.
-- Es lo que pensaban mis amigos que militaban en el MIR hace años. Unos murieron por ello. Otros fueron desterrados, torturados, pasaron largos años en las cárceles para desaparecer..
-- ¿Opina –dijo ella saliendo de su silencio- que el sacrificio de todas esas personas fue inútil?
-- No sé –dije yo -.En la ancianidad se tiende a ser escéptico. Con frecuencia me pregunto si en nuestra sociedad moderna, donde la solidaridad se ha ido disolviendo, donde todos somos extranjeros para todos, tiene algún sentido el héroe o el mártir. Me digo, con amargura que ninguno, aunque no quisiera que fuese así.

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Aquella corta conversación me había revelado muchas cosas que basta entonces no había comprendido en Maria. ¿Estábamos en compañía de una de las últimas heroínas de nuestra cultura del Consumo que solamente  puede crearlas VIRTUALES?

QUIZAS

















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LA  ALLEGADA


Llegó cierto día de otoño. Anochecía. En cuanto la vi supe que venía a quedarse.
Ni vieja, ni joven. Ni alta, ni baja. En ella todo parecía regular. Tan sencilla que, casi, era invisible. Llegó y entró decididamente en el cercado de la casa. Advertimos su presencia cuando el perro ladró.
No parecía una mendiga. Iba vestida con algo de una sola pieza ya, de color indefinido. El pelo, muy largo atado con una cinta en forma de cola de caballo. Limpia. Manos de trabajadora, duras y callosas. Su cara curtida por el sol y el viento nos pareció agradable y llena de frescura. No pidió nada. Se ofreció a ayudar en cualquier cosa.
Interrogada, resultó que venía de todas partes y de ninguna.
No la invitamos a quedarse, pero no se iba.
Estábamos indecisos y extrañados. Más aun cuando tomó una escoba y empezó a barrer la hojarasca alrededor de la casa.
Desconfiados, no teníamos generosidad para aceptarla, ni valor para despedirla. Creo que pensábamos que nuestra  falta de cordialidad la desanimaría y se iría. Acabamos por encerrarnos en nuestra casa, en un momento que se alejó, sin decirle una palabra. El frío, la oscuridad y la soledad la ahuyentarían. Nada más elocuente dentro de nuestra timidez de ancianos.
En la mañana la encontramos en la leñera durmiendo apaciblemente hecha un ovillo. Se desperezó. Corrió a lavarse la cara en el agua de la lluvia que recogía del techo un gran tambor oxidado. Se puso a apilar leña diligentemente y ayudarme a llevarla a la cocina. Lo hacía en una forma tan tranquila y serena que comunicaba paz. Le ofrecimos pan y café. Humilde  los recibió y se fue a sentar afuera en el escalón del borde del corredor Comía sin ansia y con fruición.
Si la hablábamos, contestaba cortésmente y sin zalamerías como lo solían hacer otros “caminantes”. Intuíamos oscuramente, que no se iría aunque la despidiésemos. Tampoco lo deseábamos  sin saber el por qué.. Optamos por decirle que nuestra escasa jubilación no nos permitiría darle un salario porque nos alcanzaba apenas para comprar nuestros alimentos. Se encogió de hombros como si ello no tuviera significación alguna para ella. Afirmó que el lugar le gustaba, nosotros le gustábamos y que en algo podría ayudarnos. Desenvuelta, se sacó los zapatos y descalza entró en la cocina y se puso a lavar los platos. Siempre se mantenía descalza dentro de la casa, según ella para no ensuciarla.
Tácitamente la aceptamos, curiosos para ver lo que sucedía y si todo era tan hermoso como parecía. Estábamos vigilantes temerosos y, a la vez, confiados.

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Enseguida supimos que, realmente no pedía nada. Recibía alegremente lo que se le daba.
Dijo llamarse Maria.
Podía pensarse que venía saliendo de la cárcel, de un hospital, un manicomio o un monasterio…Quizá intentaba olvidar su pasado.
Si venía de un convento, carecía de modales amanerados o pudorosos. Era impensable que procediese de una cárcel o un manicomio.
Muy pronto ganó nuestra estima. Con su buen humor, simpatía y diligencia. Así que decidimos ofrecerle una cama dentro de la casa, la que aceptó sin arrumacos, ni decir ¡gracias!

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Poco a poco tratamos de hacerla hablar de sí misma y de su pasado. Nos dimos cuenta que cometíamos un error. Decidimos que acabaríamos por colegir por su lenguaje o su comportamiento algo de sus orígenes. Fue un empeño inútil. Como todo en ella,  su lenguaje no era tosco ni refinado tan indiferenciado como el resto de su persona, Ello no significaba que no tuviese una personalidad bien definida  y muy suya.
Se integró muy rápidamente a nuestro ritmo de vida. Ella necesitaba un mínimo de cosas para su uso. Se contentaba con muy poco. Los primeros días nos preguntábamos como la sustentaríamos en nuestra estrechez. Pronto lo olvidamos.
Humorísticamente  comentábamos que se había introducido en nuestra casa un ángel, al estilo de ciertas películas que se veían en la televisión. Era demasiado humana para ello, demasiado terrena. Aparte de ello suponíamos que los púdicos ángeles usaban ropa interior, cosa que ella n tenía.
Con el frío la fuimos regalando diversas prendas que recibía alegremente, pero que no usaba, sino las veces que lavaba su eterno y desteñido vestido de algodón.

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Fue tomando parte en la vida familiar. Opinaba brevemente o comentaba los acontecimientos. Reía  en forma cristalina, con frecuencia.
Nuestra curiosidad sobre su pasado, se fue convirtiendo en respeto. Suponíamos que ocultaba algo, aunque otras ocasiones  la creíamos absolutamente diáfana.
Ni siquiera  conocíamos su edad. Era fácil pensar que tenía cualquiera entre cincuenta y sesenta años. Era una de esas personas que parecen haberse detenido en un momento temporal y por las que el tiempo no pasa. Ágil y flexible como una jovencita, muy fuerte, no tenía en su cuerpo un gramo de grasa. Sus músculos eran largos y fuertes, sin dejar, por ello, de ser muy femenina.
En cuanto a su procedencia étnica era evidente que se trataba de alguien que no se diferenciaba de cualquier mujer campesina de la región en que los rasgos ancestrales están muy marcados con pómulos altos y ojos ligeramente rasgados. Los pies y las manos, fuertes y pequeños muy maltratados, signo de una vida muy pobre.
Creo que no solamente nos irritaba un poco el silencio sobre su pasado, sino también el que no podíamos dominarla. Vivía junto a nosotros nos  obedecía en todo. Lo hacía  de tal manera que permanecía libre. Eso lo sentíamos  bien. Era claro que no la atábamos, ni por el afecto, ni por la necesidad.

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En las raras ocasiones que pudimos ofrecerla algún dinero, avergonzados por lo poco, lo aceptaba naturalmente. No parecía apreciase su cantidad. Ignoramos siempre si lo gastaba, lo guardaba o lo daba.
Así pasó mucho tiempo. Su presencia era casi invisible. La considerábamos parte de nuestra familia. Dábamos por sentado que permanecería con nosotros mientras viviésemos.

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Y… un día ya no estaba. La buscamos y la esperamos. Todo fue inútil. Primero sentimos su falta, luego, un inmenso vacío. Finalmente un extraño desgarramiento. Su ausencia nos hizo valorar la riqueza de su compañía. Fue  una comprobación tristemente tardía

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 La  ALLEGADA  II     (LA ESCLAVA)


Ella llegó tan sorpresivamente como la primera vez. Había pasado mucho tiempo, años. Jamás  pensamos que la volveríamos a ver.
Era una tarde de otoño en que de vez en cuando, entre las nubes, aparecía un tímido sol. La temperatura era ya algo fría. En la noche anterior se dio una llovizna desganada incapaz de mojar el suelo, aun muy duro.
Entró sin golpear el fierro que teníamos en la puerta del cercado a modo de campana. Ninguno de los perros ladró. Teníamos la puerta interior abierta  como de costumbre. Levantamos la vista y con asombro la vimos ante nosotros en el corredor. Nos incorporamos inciertos, con el mate en la mano deseosos de abrazarla sin reparar mucho en el estado en que llegaba.
-- ¡Qué delgada llegas!!Entra! ¡Creímos que nunca más te volveríamos a ver! ¡Qué felicidad que hayas llegado!
Cerramos las puertas y pusimos una silla frente a nuestro brasero. Rápidamente cebé mi mate y se lo ofrecí mientras mi esposa se afanaba buscando alguna golosina.
Sentados llegó un momento de embarazo. No nos atrevíamos a hacerle esas preguntas directas habituales a la recién llegada, que, en el caso de ella, serían incongruentes o faltas de tacto. Otras hubieran parecido un reproche. Habíamos aprendido a respetar su manera de ser y comportarse.
Se la veía sucia, fatigada. Vestida con unos pantalones deslavados, manchados, embarrados. Una chomba de mangas deshilachadas y unos zapatos de colegiala desfondados. En una palabra, no pobre como  la habíamos conocido, sino una mendiga.
Ella se dió cuenta de mi inventario.
-- ¿Puedo? –dijo cuando la miraba los pies- .
-- Estás en tu casa –dije-.
Sin agacharse empujó sus   zapatos fuera de sus pies. Conocíamos de sobra su antipatía por todo calzado.
-- Perdonen que los tenga tan sucios.
-- En cuanto descanses te podrás bañar bien. Se vé que hace días no lo pudiste hacer. Hay ropas de nuestra nieta que te servirán. Incluso  en el taller tenemos ahora un fogón y, casualmente, hay un fondo con agua caliente.
-- ¡Qué bueno! –exclamó ella gozosa- me sentiré muy bien.
-- Estás muy flaca –dijo mi esposa-.
-- Seguramente quieren saber lo que me ha tocado vivir en estos dos años lejos de ustedes.
-- Desde luego –dijimos en coro-
-- Claro –dijo ella chancera- soy una hija pródiga.
-- Eres lo que eres. ¿Acaso nosotros tenemos algún derecho sobre ti? Cuando llegaste fuiste una bendición para nosotros. Cuando te marchaste comprendimos el valor de tu presencia. Aprendimos mucho de ti. Si vuelves, aunque sea pasajeramente, nos sentiremos felices.
--¿No temen acaso el dicho de que “segundas partes nunca son buenas”?
-- Ese –tercio mi esposa- es un proverbio mal intencionado. Hemos aprendido de ti a aceptar los sucesos  y a las personas como son. No lo conseguimos siempre , pero lo intentamos..
Ella sonrió enigmática. Luego, como para sí misma, dijo:
-- Las cosas suceden. Seguí mi “camino”. No es que me hubiese  aburrido de vivir con ustedes, eso fue hermoso. Es bien raro encontrar gentes  de su edad que aun deseen aprender. Ahora, yo misma he aprendido duramente. Vengo escapando de la esclavitud.
Si. No se extrañen, ¡de una verdadera esclavitud! Igual que la antigua.
-- ¡No puede ser –exclamamos unánimente-.
-- Que ingenuos son. Si, aquí, en nuestro país, a pocos meses del siglo XXI existe la esclavitud física y real. Vean.
Extendió sus piernas y vimos alrededor de sus tobillos dos círculos de costras negruzcas. Ya los había percibido cuando se sacudió los zapatos. Ahora lo comprendí mejor. Mi esposa se acercó a ver y palpar.
-- Son la marca de los grilletes –prosiguió ella indiferente-.Al caminar acaban por  herir. Se inclinó arremangándose el cuello alto de chomba:
-- Miren esto.
Vimos un  aro metálico soldado alrededor de su cuello del que pendía una gruesa argolla.
-- Te lo puedo sacar sin causarte dolor- dije-. Tengo las herramientas  adecuadas.
-- No por el momento –respondió ella con seguridad. Me hará recordar a mis compañeras y a todos los esclavos esparcidos hoy por el mundo hipócrita en que vivimos.
La dije que me parecía increíble este tipo de esclavitud medieval si no estuviese viendo aquellas pruebas evidentes. Ella  afirmó entonces que  nunca lo habría creído mientras no entró ella misma en el circuito.
-- El mío no es un caso aislado. Según les vaya contando los detalles se darán cuenta de ello. Son múltiples y variadas las organizaciones que secuestran personas de todas las edades y condiciones, siempre que  comprueben que se trata personas aisladas  de vínculos familiares y que no se advertirá su desaparición, ni serán reclamadas. Así nutren prostíbulos especiales, tienen víctimas para orgías sado-masoquistas, películas pornográficas y para perversos y perversas de toda índole dispuestos a pagar millonarias sumas para gozar de sus placeres desviados.
He  escuchado muchas conversaciones de mis Amos durante mi cautiverio y sé que se trata de un negocio muy próximo al de las drogas fuertes y muchas veces involucrado con el mismo
¿No vieron acaso en la televisión lo de los diez niños secuestrados en Concepción?
-- Si lo vimos –dije-. Pero pensamos que era algo que sucedió ocasionalmente.
Maria meneó tristemente la cabeza.
-- No se trata de ningún hecho puntual, sino de un descubrimiento puntual. Es algo  que se extiende como un cáncer. Es la consecuencia normal cuando la codicia de las personas se exacerba hasta tal punto que cualquier medio de  conseguir lucro les parece bueno.
-- Cuéntanos tu experiencia –dije un tanto atolondradamente-.
-- ¡Basta ya! –exclamó mi mujer-. Déjala que se bañe, coma y descanse. Tendrá todo el tiempo del mundo para contarnos, si ella lo desea, sus experiencias.
Inmediatamente comprendí avergonzado la razón de su observación.

++++++

Maria se integró de nuevo a nuestra vida.  Nosotros ardíamos en curiosidad por conocer  lo que le había sucedido en el tiempo de su ausencia, Respetábamos su silencio y sus peculiaridades, convencidos que ella hablaría cuando lo juzgase conveniente.
Días después de su llegada empezaron a sucederse una continuidad de violentos temporales que nos obligaron a recluirnos en la casa alrededor del minúsculo reducto donde estaba la estufita de leña. Allí nos desayunábamos y comíamos haciendo pequeñas labores caseras Sorpresivamente uno de aquellos días empezó a narrarnos sus vivencias de terribles. Me dí cuenta que aunque ella era tan especial necesitaba descargarse de sus experiencias con nosotros.

Cuando  me fui  lo hice por el recuerdo del Valle de Elqui. Para mí fue siempre un lugar maravilloso que me atrae cada cierto tiempo sin que se sepa por qué. Yo suelo subir a las montañas que lo rodean, lejos del turismo y de los románticos que se han ido a vivir allí. Las gentes del lugar, los viejos, afirman que el valle  ya no es como antes y que ellos sienten presencias malignas. En esos momentos pensaba que exageraban un poco debido a las numerosas personas ajenas al lugar que han comprado propiedades y se han instalado entre las gentes sencillas con lujosas  casas o bien encerrados en muros misteriosos. En los cerros desérticos me sentía ligera y feliz Iba de un lado a otro, dormía en cavernas que yo iba descubriendo y me alimentaba de pan y queso. Cuando se terminaban mis provisiones bajaba a uno de los pueblitos, trabajaba en cualquier cosa, lo suficiente para comprar algunas provisiones y escapar de nuevo a la soledad.
En una de esas bajadas, se me acercó una mujer vestida como monjita, con velo y largo ropaje de color naranja. Era suave y melosa.  Me dijo:
-- Creo haberte visto otras veces por aquí. Me han dicho que sueles buscar trabajo.
-- Si, -contesté- puedo trabajar en cualquier cosa.. Limpieza de canales, destronque, desmalezamiento de huertas, regado…
-- Te felicito por lo que he sabido no temes el trabajo, personas como tú las estimamos y remuneramos bien.
-- Yo solamente necesito trabajo por unos pocos días.
-- Está bien. En mi comunidad necesitamos ayuda. Te gustará mucho estar con nosotras.
La ayudé a que realizase sus compras y a cargarlas en el pequeño burrito. Luego caminamos un par de horas remontando el valle hasta el lugar donde estaba su comunidad. Cuando llegamos enseguida me llamaron la atención el grueso portón y los altos muros. Entramos. Ante todo había una extensa huerta en terrazas, regada con muchos pequeños canales. Muchos árboles frutales aun jóvenes. Todo muy bien cuidado y hermoso. Parecía un jardín. Al fondo se veía una casita sencilla y detrás de ella otro  alto muro que supuse séria el término de la propiedad.
El lugar me pareció enseguida hermosos y agradable. Vi diferentes mujeres trabajando, generalmente arrodilladas, vestidas con unos extraños retazo de tela azafrán. La monjita  me condujo hasta la casita del fondo. Entramos en una única pieza rectangular que parecía servir de todo: living, comedor cocina y dormitorio. Estaba hermosamente decorada con pinturas en las paredes, tejidos y artesanía del la región. La parte destinada a dormitorio constaba de pequeños colchones colocados en tarimas muy bajas con hermosas coberturas multicolores, tejidas a telar.  Había un inmenso closet de muro a muro. Lo abrió cerca de la colchoneta que me designo como mía y tomando mi pequeña mochila la colocó dentro, diciéndome desenvuelta que yo allí no necesitaría nada pues tendría todo lo necesario.. Luego sacó dos pedazos de tela de algodón  azafrán y me los entregó.
-- Ponte cómoda, aquí estamos al abrigo de miradas indiscretas y este es nuestro único vestido. Calzado no usamos. Luego desembarazándose de sus largos vestidos monjiles, quedando desnuda sin pudor alguno se ciñó, atándolos por las puntas, unas telas semejantes a las que me había dado. Cada una las usas como quiere –dijo-.La imité y era agradable.
-- Ahora vamos a descargar al pobre burro y me ayudarás a preparar algo para que todas comamos.
Allí no había nada moderno, pero ella era muy hábil y dos horas más tarde teníamos preparada una abundante comida hecha en ollas de barro. Tan pronto como estuvo todo listo, ella salió afuera  haciendo sonar unas estruendosas tablillas de madera. Comentó que tardarían en llegar porque se lavarían un poco. Me dijo que la comida de la tarde era la principal y que pronto me acostumbraría a un horario diferente del acostumbrado, porque allí no existía alumbrado artificial y la vida se rimaba con la luz natural.
     Nada de todo lo que veía ni me decía me chocaba particularmente. Creo que me gustaba y me parecía interesante.
Fueron llegando mis compañeras. Nueve mujeres de edad y tipos muy diferentes. Tranquilas vestidas de mil maneras con aquellas dos piezas de tela con las que algunas ocultaban poco de su cuerpo. Esto me pareció que indicaba una libertad dentro de la simplicidad. La comida sencilla que habíamos preparado se sirvió en escudillas de madera. Me chocó que  se comiese  con las manos y traté de imitarlas de la mejor manera que supe. Ya había observado que no existía elemento alguno de metal. Durante la comida  no se hablaba y pronto observé que el silencio, sin ser obligado era lo más frecuente y que se fomentaba indirectamente, sin que nadie prohibiese hablar. Por ejemplo se nos distribuía el trabajo de manera que siempre unas estuviésemos alejadas de las otras.
Abrevio. Todo fue como el primer día. Trabajo meticuloso de la huerta, casi artístico. Siempre directamente con las manos o con algún pedazo de madera.
 Se araba la tierra y se surcaba con un pequeño arado de madera, tirado por dos de nosotras y gobernado por la monjita. Era fatigoso, pero no terrible. Limpieza meticulosa de nuestra gran sala y sus alrededores. Cuidado de las colmenas sin utilizar humo ni cubrimiento especial, porque, si se hacía como se nos indicaba, las picaduras eran escasas y –como ella afirmaba- buenas para la salud y el carácter. Elvira, la monjita, que era nuestra maestra universal, bajaba cada quince días a uno de los poblados del Valle con el burro cargado con nuestra producción y volviendo con las compras de aquello que necesitábamos.  Con frecuencia llegaban  personas a visitar la comunidad, pero se las atendía en el exterior.
A pesar de la escasa comunicación debida a la actividad constante me fui enterando un poco de la vida de mis compañeras. Todas, como yo provenían de lugares lejanos y creo que estaban por razones diversas desvinculadas de sus familias. Algo que solamente mucho tiempo después, supe que era lo más importante para ellos y que lo verificaban pacientemente. Elvira con una paciencia infinita nos investigaba veladamente.
Era una persona muy agradable y enérgica que parecía saberlo todo. Se comportaba en todo como una de nosotras.
Al cabo de un tiempo supe que la comunidad era más extensa y que donde yo estaba era como el lugar de prueba. Yo era la única trabajadora asalariada. Las demás eran personas que aspiraban a unirse a la comunidad interior si eran juzgadas aptas para ello. La comunidad de las Perfectas se encontraba al otro lado de las murallas del fondo y se comunicaba con nosotras  por una minúscula puerta que jamás se abría sino,- decía la Elvira- par ingresar – en el mundo de las Escogidas.
Con la desaparición de alguna de nuestras compañeras, de que no se nos daba posterior información, solía coincidir la llegada de una nueva. Era  frecuente que se tratase de jóvenes “mochileras”, pero también llegaban mujeres de cierta edad. Como siempre solo reconocible su extracción social en el momento de su llegada, pues inmediatamente aparecían mimetizadas con el resto por su atuendo y nuestra  rústica manera de vivir y comportarnos. El medio ambiente nos uniformizaba inmediatamente.
Pasaron las semanas. Era difícil medir el tiempo allí. La forma de vida no me desagradaba, pero nunca había sido mi intención quedarme con ellas. Así que pasados, quizá unos meses, pedí a la Elvira que me cancelase mi salario porque me quería ir. No objetó nada. Calculamos juntas mis días de estancia al precio ordinario, al que añadió una generosa suma. Me dijo que me fuese cuando gustase y que volviese cundo desease. Me indicó que yo sabía donde se encontraba mi mochila y mi ropa. Solamente añadió como al azar:
-- Quizás quieras conocer antes de irte la Madre y la comunidad de las Perfectas. Son todas seres humanos extraordinarios. Tontamente caí en la trampa.

++++++
Aquella noche, después que todas  se habían acostado Elvira  me vino a buscar para que la siguiese. Nos dirigimos a la pequeña puerta de la muralla del fondo que hasta entonces jamás había visto abierta. Dio unos discretos golpecitos y se abrió, pero no había nadie al otro lado. Penetramos en una vasta plantación que a la luz de la luna era difícil de evaluar. Llegamos frente  a otra y me hizo entrar en una pieza pequeña alumbrada por cuatro  velones dispuestos en los bordes de una piscina que parecía de mármol.
-- Antes de penetrar en el santuario de las Perfectas vas purificarte en esta piscina. Es muy agradable, agua termal fortificada con plantas. Será un baño como nunca  has experimentado antes. Así purificada estarás lista para llegar al pie de las Maestras. Usarás estos manojos de plantas para masajear tu cuerpo. Goza largamente de este placer yo volveré a buscarte.
Desapareció en la oscuridad de la pieza. Cautelosamente toqué el agua. Estaba suavemente caliente y despedía un olor a hierbas para mí desconocido. Me sumergí lentamente y con cierta aprensión. Exploré el fondo. Era parejo y uniforme. Casi enseguida sentí un gran relajamiento. El largo tiempo en que permanecí sumergida hasta el cuello en aquella agua temperada se me hizo corto. Era una sensación exquisita y embriagante. Cuando  Elvira llegó me ayudó a salir de la piscina. No sentía mi cuerpo y me parecía flotar sobre el piso. Busqué algo con que secarme.
-- No, -dijo Elvira- las substancias del baño deben quedar impregnando tu piel. Ven como estás aquí no necesitamos ropas, es como en el Paraíso. Ella estaba igualmente desnuda.
Desorientada y como drogada ella me tomó de la mano conduciéndome a través de una oscuridad absoluta por la pieza, corredores y rampas. Aquello parecía muy extenso.
Por fin abrió una puerta  y entramos en una especie de mazmorra alumbrada por una apestosa  antorcha que iluminaba a una mujer desnuda y encadenada al muro sobre un montón de paja. Las cadenas eran desmesuradamente gruesas y pesadas. El cuerpo de la mujer estaba surcado de latigazos y heridas al parecer purulentas.
Drogada como me encontraba no salía de mi asombro. Ahora me río de aquella comedia grosera, pero entonces era para mí de una realidad emotiva.  Elvira avanzó hasta ella, se arrodilló y la besó los pies. Me empujó para que yo hiciese lo mismo. pero no me dejó incorporar. Entonces la mujer empezó a hablarme con solemnidad:
-- Hija mía, no estoy encadenada aquí contra mi voluntad, ni por algún crimen. He enfrentado el sufrimiento y la tortura de mi cuerpo para participar misteriosamente en las incontables torturas y malos tratos que están sufriendo millones de mujeres violadas, martirizadas, apedreadas y muertas en la tortura a través del mundo en estos mismos momentos. Esta es mi manera de comulgar con ellas en la meditación y el dolor. Tú  eres una de las elegidas misteriosamente para participar en este camino sublime. Eres completamente libre para elegir el “camino”. Si lo haces entrarás en un mundo increíble de paz y bienaventuranza.
Creo que en estado normal no habría aceptado y quizá hubiese descubierto que todo aquello era una comedia. En el estado que me encontraba carecía de voluntad. Solo acerté a besarle los pies llorando.
     Elvira me  hizo incorporar y me sacó del antro. Un nuevo corredor y una nueva pieza bastante grande. Estaba en penumbra pero se adivinaba como un dormitorio por una larga tarima  con bultos  borrosos. Supongo que mi vista estaba perturbada por las drogas administradas. Nos recibe una mujer alta y muy fuerte, vestida con raros atuendos de cuero. Lleva colgado de la cintura un corto látigo.
--Aurora, te traigo a la “nueva”. Luego dirigiéndose a mí: Obedécela en todo y te irá bien.
Aurora me toma de la mano y se dirige a la larga tarima. Me hace ponerme de espaldas a ella y de un empujón me arroja sobre  ella. Inmediatamente baja una guillotina y mis pies quedan aprisionados en un cepo. Se inclina sobre mí, me estira, coloca mis manos a la altura del cuello y me aprisiona con otro cepo. Quedó completamente inmovilizada boca arriba. Se va. Vuelve y coloca cadenas en mis tobillos y  muñecas. Siento un fuerte pinchazo en la nalga e inmediatamente pierdo la noción de todo.
En la mañana despierto pesadamente y con dificultad me doy cuenta que tirada en un patio me están rociando con un pistón de agua helada. Lo maneja la mujer del látigo. Otras mujeres ríen  divertidas de mis contorsiones y desorientación. La Aurora corta el agua y dice:
-- Estabas toda cagada. Por esta vez vale. La próxima  cinco latigazos te harán ser limpia.. Las mujeres me ayudan a ponerme en pie. Me dicen que vamos a comer porque hay que trabajar duro. Ellas están también desnudas y llevan como yo cadenas en los pies y manos.
En esta sección de lo que parecía un monasterio se comía sentadas en el piso desnudo. El alimento siempre era bueno y abundante. De nuevo no existían elementos metálicos y se comía con los dedos. Una de nosotras pasaba un cuenco para enjuagarse las manos.
Enseguida la Maestra, es decir Aurora, nos dió una especie de corta plática con algunas instrucciones para la “nueva” que era yo.
     “Todas estábamos allí por nuestra propia voluntad. Todas queríamos solidarizar con las mujeres del mundo. La felicidad reside en la obediencia absoluta. No se pregunta jamás sobre lo que  la Maestra ordena. El silencio en el trabajo es absoluto. Toda palabra será castigada.
     Dió  las tareas que deberíamos cumplir en el trabajo. Antes de salir se nos colocó un parche que unía los labios advirtiéndoseme que su rotura implicaría un castigo. Enseguida empecé a comprender porque a varías de mis compañeras las colocó un arnés que sujetaba a su cabeza fuertemente una mordaza  dentro de su boca. Pero debía ver un castigo más cruel. Tomó a una de ellas. La hizo sacar la lengua y en un orificio  tenía un extraño piercing con dos argollitas que sobresalían a ambos lados de la lengua, abajo y arriba. Tomó dos palitos y los insertó en los aros de manera que la muchacha quedó con la lengua fuera. Luego la empujó para que se fuera con las demás.
 
Yo deberá limpiar el dormitorio. Ya de día pude ver que nuestra cama era una larguísima tarima de madera en bruto. Efectivamente a los pies y en la cabecera había unos cepos de madera para apresar pies, manos y cuello. En mitad de la tarima en cada puesto había una abertura, según me explicó Aurora para los casos de incontinencia como la mía de la noche anterior. La escuchaba como a distancia debido al dolor de cabeza que experimentaba después del violento lavado de hacía un rato.
Desde entonces mi vida se redujo a comer, dormir, defecar y trabajar. Esa era mi vida y la de mis otras compañeras.
Ninguna comunicación entre nosotras. Ninguna comunicación con nuestra Maestra-Verdugo. Cualquier  intento de interrogación, explicación era sellada instantáneamente con un duro castigo.
Cada cierto tiempo desaparecía una de mis compañeras reemplazada poco tiempo después..
Empecé a observar que  antes de la desaparición definitiva  faltaban al trabajo en varias ocasiones y a su vuelta venían con un tatuaje. Si ya tenían uno siempre traían uno nuevo. Eso me intrigaba. Otra observación era que siempre se llevaban a las más dóciles, sumisas y temerosas. ¿Por qué yo no era una de las escogidas? Ciertamente que yo no era rebelde. Era un problema de economía. Resistirse era  hacerse la vida,  ya tan dura, aun más dolorosa. Era  fácil darse cuenta que nosotras aunque nos hubiésemos  rebelado en masa no teníamos probabilidad alguna de resultado. Entre otras cosas porque para ello tendríamos que habernos previamente puesto de acuerdo. Además inmediatamente habrían aumentado la frecuencia y dosis de las drogas que nos inyectaban. Todo creo que había sido diabólicamente calculado por los organizadores de aquel monasterio maldito.
Éramos esclavas y no dudé que teníamos otro destino que el de  permanecer trabajando allí indefinidamente, como parecía por la renovación continua de manera que no pasábamos de las veinte mujeres en ningún momento a pesar de las que se llevaban.

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Una noche fui despertada de mi dificultoso sueño debido al agotamiento físico. Sin decir una palabra, abrieron mis cepos y me hicieron levantar acalambrada. Aurora me hizo caminar hasta la pieza de la piscina y me ordenó bañarme. Esto no había sucedido nunca antes. Solamente nos manguereaban en el patio con pistones a presión al final del trabajo, hiciese frío o calor. Sabiendo que  se trataba de drogarme en forma profunda, me resistí. Ella me golpeó brutalmente en la corva y caí en la piscina. Casi enseguida no me pude resistir a la placidez y la agradable temperatura del agua. Cuando me vinieron a buscar ya era dócil y obediente.
Me condujeron a un tercer reducto cuya existencia  ignoraba hasta entonces. Allí estaban hombres con Aurora que me dijeron sardónicos:
-- Ahora veremos para que sirves.
Siguieron las “pruebas” demasiado sórdidas para describírselas. Tenían como objeto comprobar  si mi aptitud era mayor para el trabajo, el servicio sexual, ser objeto fetichista en orgías…Todo era debidamente filmado. Las pruebas duraron varios días. Finalmente me tatuaron en las nalgas como se podría hacer con cualquier mercadería en que se pone una etiqueta. Comprendí entonces las marcas  vistas en mis compañeras sin saber interpretarlas.
Cuando me devolvieron a mi cepo pasados unos días era un paquete de carne dolorida y humillada. Mercadería humana. Esclava preparada para la venta.

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Cuando vinieron a buscarme y me llevaron a un lugar en que me endosaron ropa sabía que me  habían encontrado destino. Antes, sin miramiento alguno, me tiraron al piso y me inyectaron en ambas nalgas. Enseguida perdí toda noción de lugar y transporte.
Cuando  pesadamente  me desperté, poco a poco me fui dando cuenta que me encontraba en un pequeño cubículo.
Aparte de las cadenas de mis manos y pies  otra partía de una argolla de mi cuello y salía por la baja puerta, aquello parecía una madriguera. Cuando conseguí espabilarme, gateé hasta el exterior. La cadena que me sujetaba en el cuello  estaba enganchada en una barra de acero sujeta entre dos pilares de cemento. No me podía enderezar y solamente caminar a gatas, A mi alrededor había macizos de flores y árboles frondosos.
De repente comprendí que había descendido un peldaño más. Ya no era una mujer esclava, era un animal cautivo.
Mis amos se revelarían como dos viejos que odiaban a las mujeres. Yo era el símbolo de lo femenino para ellos y  en quien podían descargar impunemente su odio y resentimiento.
No solamente me consideraban un animal despreciable sino que se esforzaban para que yo misma me convenciese que lo era.
Su error consistió en que no lo consiguieron. Fingí y pude huir. Esa es la razón por la que he podido llegar de nuevo a donde ustedes.

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Después de la larga narración, Maria calló. No hicimos preguntas sumidos en el asombro y el horror. Solamente acertamos a decirla que permaneciese todo el tiempo que quisiese junto a nosotros. No nos atrevimos a decirla que para siempre, que la considerábamos como nuestra hija.
En verdad aceptábamos que un día, de nuevo, se iría.
Durante mucho tiempo no volvió a hablarnos de   sus terribles experiencias
Nos dimos cuenta que no era por un esfuerzo de olvido, si es que estas vivencias se pueden olvidar. Otra vez, intempestivamente, elegía siempre momentos de mucha tranquilidad comentó:
-- Lo más terrible de la esclavitud es el momento en que una se siente “cosa”, mercancía. Es peor que ser tratada como animal o maltratada.

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Aquella mujercita que hacía cuatro años había entrado en nuestras vidas nos tranquilizaba  respecto a su estabilidad emocional por el hecho que sencillamente había aceptado los acontecimientos de su vida.
¿Cuál era el secreto de su estabilidad? Porque era la misma como la habíamos conocido la primera vez, únicamente que más reflexiva y madura.

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Maria  no se sentaba nunca a mirar televisión. Cuando más la dedicaba una mirada que juzgáramos distraída mientras realizaba algún menester.
En esta segunda ocasión que estaba viviendo en nuestra compañía se nos antojaba bastante rara comparada con el esquema que teníamos de su comportamiento.
Desde luego mostraba un interés especial por el trabajo hortícola. Quizá debido a su experiencia en el norte. La ofrecimos nuestro apoyo con semillas y todo lo que necesitase para organizar una huerta a su gusto.

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Cuando comenzaron las primeras noticias sobre la  inquietud social entre los indios del sur notamos enseguida su interés. Se mostraba inquieta y hacía frecuentes comentarios. Solía decir:
-- Yo he vivido  con ellos, conozco bien sus problemas reales.  Todo lo que  se dice de ellos es tendencioso y mal intencionado.
Estos comentarios nos llamaban la atención pues se apartaban de sus intereses ordinarios. Cuando días después hubo aquella gran toma de terrenos en la capital se inquietó, aun, mucho más. Ya no dudó de instalarse con nosotros a ver las noticias de la televisión. Cuando no lo podía hacer debido a sus quehaceres  inquiría de nosotros las noticias sobre la “toma”. Comentaba:
__ No es posible que se movilicen cuatro mil personas en pleno invierno en medio del frío y el barro instalándose en chozas de plástico. La cesantía y el la necesidad  les empuja para que se lancen a la intemperie y al maltrato de los represores.
Mi esposa y yo, como burgueses, alegábamos  que sin duda aquellas pobres  gentes eran manejadas  por activistas políticos oportunistas que deseaban lucrar con su necesidad.
En los ojos de Maria podíamos leer el reproche de que nosotros nunca habíamos vivido en semejantes situaciones. Sin perder su calma se limitaba a comentar que si bien era cierto no era lo determinante en situaciones como aquella. Reacciones de ese tipo nos revelaban nuevas facetas de Maria. Para mí se cernía una nueva interrogación sobre su pasado. Estas reflexiones mías íntimas las comentaba en ocasiones con mi esposa.
-- ¡Sabemos  tan poco de Maria!
-- Debes respetar su intimidad –me solía replicar mi esposa-.
-- Desde luego que la respeto. Es una mujercita muy rica en vivencias. No es la mujer sencilla e ingenua que aparenta. Incluso debe haber estudiado porque  de repente sabe demasiadas cosas.
--¿Entonces tu crees que hace teatro tal como se muestra?
__ Ahí reside la sutileza del problema. Creo que no trata de engañarnos. Son como facetas de su personalidad sinceras. Es un poco como esa serial de televisión que hemos visto que se titula el “Camaleón”. Suelo pensar que ella es realmente un camaleón que elige  sus diversas vidas. Si un día nos dijera que es médico o ingeniero, lo creería.
-- Entonces ella nos oculta su pasado.
--Creo que su pasado no tiene significado para ella. Elige vivir así porque quiere.
--¿Por qué le perturban tanto las alteraciones sociales?
-- Porque sin duda en el pasado ella las ha vivido, lo mismo que sus terribles experiencias recientes. Creo que ella conoce muy bien a los mapuches y que es posible que haya vivido con ellos como ahora con nosotros. Ella también más tarde podría  describir como es nuestra vida de jubilados pobres, viejos, socialmente desprotegidos.
-- ¿Habrá sido una activista política en el pasado? Tu decías cuando llegó la primera vez que lo mismo podía ser una monja o alguien que venía saliendo de la cárcel. En esos momentos  los activistas políticos que no habían sido asesinados solían ser liberados.

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Después que volvió Maria esta segunda vez, ya no permitimos que fuese nuestra sirvienta. Para nosotros era una hija o una amiga que  podía compartir todo lo poco que teníamos.
Cuando nos pidió permiso para limpiar nuestro terreno y hacer cultivos, le dijimos que considerase la tierra que poseíamos como suya y  lo que cultivase también sería suyo. La podríamos ayudar para la compra de semillas. Pensábamos que con estos trabajos quería  un espacio de soledad  e independencia después de sus pesadas experiencias.
Le ofrecimos comprarla botas de goma para que evitase el frío y la humedad. Nos dijo que no soportaba su peso, ni la humedad de la transpiración. Las consideraba más dañinas  que prácticas. Dijo que no nos preocupásemos, que ella sabía como arreglárselas. Cuando respondía de esta manera comprendíamos que tenía sus propias ideas y no insistíamos.
Con su nuevo trabajo empezamos a conocer  un aspecto de Maria, su relación con las plantas .No era esa forma displicente de cultivador que las considera como una especie de máquinas naturales  para la producción. Ella tenía esa misma relación amistosa  que mantenía con el perro y los gatos o con el caballo del vecino que cada vez que se acercaba al cerco corría para saludarla y restregar su hocico en sus manos.

++++++

Si días antes habíamos estado intrigados por las reacciones de Maria frente a los acontecimientos  entre los mapuches del sur, quedamos , aun más estupefactos cuando a raíz de otras noticias comentó sentenciosamente:
-- ¡Ya no existen héroes!
-- ¿Qué quieres decir con ello? –inquirió extrañada mi esposa-.
-- Lo mismo que he dicho. Me refiero a esos seres humanos que a través de los tiempos estaban dispuestos a sacrificarse a favor de su grupo.
En todo el tiempo que habíamos convivido con Maria  no la habíamos escuchado este tipo de reflexiones. Después de un silencio continuó:
-- El Evangelio fue “domesticado” por los curas, porque incitaba a los eres humanos al heroísmo. Los burgueses detestan los héroes. Para ellos son siempre “extremistas” que es mejor eliminar.
Inmediatamente reflexioné que ella estaba respirando por una herida..No pude  evitar el comentario en voz alta.
-- Tú, sin duda, fuiste  una activista política en algún momento de tu vida. Además tienes razón. El héroe del que hablas carecía de Ego. En cambio los actuales, si los hay, no se sacrifican solidarios por la comunidad, sino para  magnificar su Ego.
Ella levantó la vista. Estaba sentada en el piso desde donde había estado viendo la televisión. Su mirada me hizo darme cuenta que se había creado  una especie de connivencia entre nosotros dos.
No pude contenerme y continué.
-- Es lo que pensaban mis amigos que militaban en el MIR hace años. Unos murieron por ello. Otros fueron desterrados, torturados, pasaron largos años en las cárceles para desaparecer..
-- ¿Opina –dijo ella saliendo de su silencio- que el sacrificio de todas esas personas fue inútil?
-- No sé –dije yo -.En la ancianidad se tiende a ser escéptico. Con frecuencia me pregunto si en nuestra sociedad moderna, donde la solidaridad se ha ido disolviendo, donde todos somos extranjeros para todos, tiene algún sentido el héroe o el mártir. Me digo, con amargura que ninguno, aunque no quisiera que fuese así.

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Aquella corta conversación me había revelado muchas cosas que basta entonces no había comprendido en Maria. ¿Estábamos en compañía de una de las últimas heroínas de nuestra cultura del Consumo que solamente  puede crearlas VIRTUALES?

QUIZAS

















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LA  ALLEGADA


Llegó cierto día de otoño. Anochecía. En cuanto la vi supe que venía a quedarse.
Ni vieja, ni joven. Ni alta, ni baja. En ella todo parecía regular. Tan sencilla que, casi, era invisible. Llegó y entró decididamente en el cercado de la casa. Advertimos su presencia cuando el perro ladró.
No parecía una mendiga. Iba vestida con algo de una sola pieza ya, de color indefinido. El pelo, muy largo atado con una cinta en forma de cola de caballo. Limpia. Manos de trabajadora, duras y callosas. Su cara curtida por el sol y el viento nos pareció agradable y llena de frescura. No pidió nada. Se ofreció a ayudar en cualquier cosa.
Interrogada, resultó que venía de todas partes y de ninguna.
No la invitamos a quedarse, pero no se iba.
Estábamos indecisos y extrañados. Más aun cuando tomó una escoba y empezó a barrer la hojarasca alrededor de la casa.
Desconfiados, no teníamos generosidad para aceptarla, ni valor para despedirla. Creo que pensábamos que nuestra  falta de cordialidad la desanimaría y se iría. Acabamos por encerrarnos en nuestra casa, en un momento que se alejó, sin decirle una palabra. El frío, la oscuridad y la soledad la ahuyentarían. Nada más elocuente dentro de nuestra timidez de ancianos.
En la mañana la encontramos en la leñera durmiendo apaciblemente hecha un ovillo. Se desperezó. Corrió a lavarse la cara en el agua de la lluvia que recogía del techo un gran tambor oxidado. Se puso a apilar leña diligentemente y ayudarme a llevarla a la cocina. Lo hacía en una forma tan tranquila y serena que comunicaba paz. Le ofrecimos pan y café. Humilde  los recibió y se fue a sentar afuera en el escalón del borde del corredor Comía sin ansia y con fruición.
Si la hablábamos, contestaba cortésmente y sin zalamerías como lo solían hacer otros “caminantes”. Intuíamos oscuramente, que no se iría aunque la despidiésemos. Tampoco lo deseábamos  sin saber el por qué.. Optamos por decirle que nuestra escasa jubilación no nos permitiría darle un salario porque nos alcanzaba apenas para comprar nuestros alimentos. Se encogió de hombros como si ello no tuviera significación alguna para ella. Afirmó que el lugar le gustaba, nosotros le gustábamos y que en algo podría ayudarnos. Desenvuelta, se sacó los zapatos y descalza entró en la cocina y se puso a lavar los platos. Siempre se mantenía descalza dentro de la casa, según ella para no ensuciarla.
Tácitamente la aceptamos, curiosos para ver lo que sucedía y si todo era tan hermoso como parecía. Estábamos vigilantes temerosos y, a la vez, confiados.

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Enseguida supimos que, realmente no pedía nada. Recibía alegremente lo que se le daba.
Dijo llamarse Maria.
Podía pensarse que venía saliendo de la cárcel, de un hospital, un manicomio o un monasterio…Quizá intentaba olvidar su pasado.
Si venía de un convento, carecía de modales amanerados o pudorosos. Era impensable que procediese de una cárcel o un manicomio.
Muy pronto ganó nuestra estima. Con su buen humor, simpatía y diligencia. Así que decidimos ofrecerle una cama dentro de la casa, la que aceptó sin arrumacos, ni decir ¡gracias!

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Poco a poco tratamos de hacerla hablar de sí misma y de su pasado. Nos dimos cuenta que cometíamos un error. Decidimos que acabaríamos por colegir por su lenguaje o su comportamiento algo de sus orígenes. Fue un empeño inútil. Como todo en ella,  su lenguaje no era tosco ni refinado tan indiferenciado como el resto de su persona, Ello no significaba que no tuviese una personalidad bien definida  y muy suya.
Se integró muy rápidamente a nuestro ritmo de vida. Ella necesitaba un mínimo de cosas para su uso. Se contentaba con muy poco. Los primeros días nos preguntábamos como la sustentaríamos en nuestra estrechez. Pronto lo olvidamos.
Humorísticamente  comentábamos que se había introducido en nuestra casa un ángel, al estilo de ciertas películas que se veían en la televisión. Era demasiado humana para ello, demasiado terrena. Aparte de ello suponíamos que los púdicos ángeles usaban ropa interior, cosa que ella n tenía.
Con el frío la fuimos regalando diversas prendas que recibía alegremente, pero que no usaba, sino las veces que lavaba su eterno y desteñido vestido de algodón.

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Fue tomando parte en la vida familiar. Opinaba brevemente o comentaba los acontecimientos. Reía  en forma cristalina, con frecuencia.
Nuestra curiosidad sobre su pasado, se fue convirtiendo en respeto. Suponíamos que ocultaba algo, aunque otras ocasiones  la creíamos absolutamente diáfana.
Ni siquiera  conocíamos su edad. Era fácil pensar que tenía cualquiera entre cincuenta y sesenta años. Era una de esas personas que parecen haberse detenido en un momento temporal y por las que el tiempo no pasa. Ágil y flexible como una jovencita, muy fuerte, no tenía en su cuerpo un gramo de grasa. Sus músculos eran largos y fuertes, sin dejar, por ello, de ser muy femenina.
En cuanto a su procedencia étnica era evidente que se trataba de alguien que no se diferenciaba de cualquier mujer campesina de la región en que los rasgos ancestrales están muy marcados con pómulos altos y ojos ligeramente rasgados. Los pies y las manos, fuertes y pequeños muy maltratados, signo de una vida muy pobre.
Creo que no solamente nos irritaba un poco el silencio sobre su pasado, sino también el que no podíamos dominarla. Vivía junto a nosotros nos  obedecía en todo. Lo hacía  de tal manera que permanecía libre. Eso lo sentíamos  bien. Era claro que no la atábamos, ni por el afecto, ni por la necesidad.

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En las raras ocasiones que pudimos ofrecerla algún dinero, avergonzados por lo poco, lo aceptaba naturalmente. No parecía apreciase su cantidad. Ignoramos siempre si lo gastaba, lo guardaba o lo daba.
Así pasó mucho tiempo. Su presencia era casi invisible. La considerábamos parte de nuestra familia. Dábamos por sentado que permanecería con nosotros mientras viviésemos.

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Y… un día ya no estaba. La buscamos y la esperamos. Todo fue inútil. Primero sentimos su falta, luego, un inmenso vacío. Finalmente un extraño desgarramiento. Su ausencia nos hizo valorar la riqueza de su compañía. Fue  una comprobación tristemente tardía

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 La  ALLEGADA  II     (LA ESCLAVA)


Ella llegó tan sorpresivamente como la primera vez. Había pasado mucho tiempo, años. Jamás  pensamos que la volveríamos a ver.
Era una tarde de otoño en que de vez en cuando, entre las nubes, aparecía un tímido sol. La temperatura era ya algo fría. En la noche anterior se dio una llovizna desganada incapaz de mojar el suelo, aun muy duro.
Entró sin golpear el fierro que teníamos en la puerta del cercado a modo de campana. Ninguno de los perros ladró. Teníamos la puerta interior abierta  como de costumbre. Levantamos la vista y con asombro la vimos ante nosotros en el corredor. Nos incorporamos inciertos, con el mate en la mano deseosos de abrazarla sin reparar mucho en el estado en que llegaba.
-- ¡Qué delgada llegas!!Entra! ¡Creímos que nunca más te volveríamos a ver! ¡Qué felicidad que hayas llegado!
Cerramos las puertas y pusimos una silla frente a nuestro brasero. Rápidamente cebé mi mate y se lo ofrecí mientras mi esposa se afanaba buscando alguna golosina.
Sentados llegó un momento de embarazo. No nos atrevíamos a hacerle esas preguntas directas habituales a la recién llegada, que, en el caso de ella, serían incongruentes o faltas de tacto. Otras hubieran parecido un reproche. Habíamos aprendido a respetar su manera de ser y comportarse.
Se la veía sucia, fatigada. Vestida con unos pantalones deslavados, manchados, embarrados. Una chomba de mangas deshilachadas y unos zapatos de colegiala desfondados. En una palabra, no pobre como  la habíamos conocido, sino una mendiga.
Ella se dió cuenta de mi inventario.
-- ¿Puedo? –dijo cuando la miraba los pies- .
-- Estás en tu casa –dije-.
Sin agacharse empujó sus   zapatos fuera de sus pies. Conocíamos de sobra su antipatía por todo calzado.
-- Perdonen que los tenga tan sucios.
-- En cuanto descanses te podrás bañar bien. Se vé que hace días no lo pudiste hacer. Hay ropas de nuestra nieta que te servirán. Incluso  en el taller tenemos ahora un fogón y, casualmente, hay un fondo con agua caliente.
-- ¡Qué bueno! –exclamó ella gozosa- me sentiré muy bien.
-- Estás muy flaca –dijo mi esposa-.
-- Seguramente quieren saber lo que me ha tocado vivir en estos dos años lejos de ustedes.
-- Desde luego –dijimos en coro-
-- Claro –dijo ella chancera- soy una hija pródiga.
-- Eres lo que eres. ¿Acaso nosotros tenemos algún derecho sobre ti? Cuando llegaste fuiste una bendición para nosotros. Cuando te marchaste comprendimos el valor de tu presencia. Aprendimos mucho de ti. Si vuelves, aunque sea pasajeramente, nos sentiremos felices.
--¿No temen acaso el dicho de que “segundas partes nunca son buenas”?
-- Ese –tercio mi esposa- es un proverbio mal intencionado. Hemos aprendido de ti a aceptar los sucesos  y a las personas como son. No lo conseguimos siempre , pero lo intentamos..
Ella sonrió enigmática. Luego, como para sí misma, dijo:
-- Las cosas suceden. Seguí mi “camino”. No es que me hubiese  aburrido de vivir con ustedes, eso fue hermoso. Es bien raro encontrar gentes  de su edad que aun deseen aprender. Ahora, yo misma he aprendido duramente. Vengo escapando de la esclavitud.
Si. No se extrañen, ¡de una verdadera esclavitud! Igual que la antigua.
-- ¡No puede ser –exclamamos unánimente-.
-- Que ingenuos son. Si, aquí, en nuestro país, a pocos meses del siglo XXI existe la esclavitud física y real. Vean.
Extendió sus piernas y vimos alrededor de sus tobillos dos círculos de costras negruzcas. Ya los había percibido cuando se sacudió los zapatos. Ahora lo comprendí mejor. Mi esposa se acercó a ver y palpar.
-- Son la marca de los grilletes –prosiguió ella indiferente-.Al caminar acaban por  herir. Se inclinó arremangándose el cuello alto de chomba:
-- Miren esto.
Vimos un  aro metálico soldado alrededor de su cuello del que pendía una gruesa argolla.
-- Te lo puedo sacar sin causarte dolor- dije-. Tengo las herramientas  adecuadas.
-- No por el momento –respondió ella con seguridad. Me hará recordar a mis compañeras y a todos los esclavos esparcidos hoy por el mundo hipócrita en que vivimos.
La dije que me parecía increíble este tipo de esclavitud medieval si no estuviese viendo aquellas pruebas evidentes. Ella  afirmó entonces que  nunca lo habría creído mientras no entró ella misma en el circuito.
-- El mío no es un caso aislado. Según les vaya contando los detalles se darán cuenta de ello. Son múltiples y variadas las organizaciones que secuestran personas de todas las edades y condiciones, siempre que  comprueben que se trata personas aisladas  de vínculos familiares y que no se advertirá su desaparición, ni serán reclamadas. Así nutren prostíbulos especiales, tienen víctimas para orgías sado-masoquistas, películas pornográficas y para perversos y perversas de toda índole dispuestos a pagar millonarias sumas para gozar de sus placeres desviados.
He  escuchado muchas conversaciones de mis Amos durante mi cautiverio y sé que se trata de un negocio muy próximo al de las drogas fuertes y muchas veces involucrado con el mismo
¿No vieron acaso en la televisión lo de los diez niños secuestrados en Concepción?
-- Si lo vimos –dije-. Pero pensamos que era algo que sucedió ocasionalmente.
Maria meneó tristemente la cabeza.
-- No se trata de ningún hecho puntual, sino de un descubrimiento puntual. Es algo  que se extiende como un cáncer. Es la consecuencia normal cuando la codicia de las personas se exacerba hasta tal punto que cualquier medio de  conseguir lucro les parece bueno.
-- Cuéntanos tu experiencia –dije un tanto atolondradamente-.
-- ¡Basta ya! –exclamó mi mujer-. Déjala que se bañe, coma y descanse. Tendrá todo el tiempo del mundo para contarnos, si ella lo desea, sus experiencias.
Inmediatamente comprendí avergonzado la razón de su observación.

++++++

Maria se integró de nuevo a nuestra vida.  Nosotros ardíamos en curiosidad por conocer  lo que le había sucedido en el tiempo de su ausencia, Respetábamos su silencio y sus peculiaridades, convencidos que ella hablaría cuando lo juzgase conveniente.
Días después de su llegada empezaron a sucederse una continuidad de violentos temporales que nos obligaron a recluirnos en la casa alrededor del minúsculo reducto donde estaba la estufita de leña. Allí nos desayunábamos y comíamos haciendo pequeñas labores caseras Sorpresivamente uno de aquellos días empezó a narrarnos sus vivencias de terribles. Me dí cuenta que aunque ella era tan especial necesitaba descargarse de sus experiencias con nosotros.

Cuando  me fui  lo hice por el recuerdo del Valle de Elqui. Para mí fue siempre un lugar maravilloso que me atrae cada cierto tiempo sin que se sepa por qué. Yo suelo subir a las montañas que lo rodean, lejos del turismo y de los románticos que se han ido a vivir allí. Las gentes del lugar, los viejos, afirman que el valle  ya no es como antes y que ellos sienten presencias malignas. En esos momentos pensaba que exageraban un poco debido a las numerosas personas ajenas al lugar que han comprado propiedades y se han instalado entre las gentes sencillas con lujosas  casas o bien encerrados en muros misteriosos. En los cerros desérticos me sentía ligera y feliz Iba de un lado a otro, dormía en cavernas que yo iba descubriendo y me alimentaba de pan y queso. Cuando se terminaban mis provisiones bajaba a uno de los pueblitos, trabajaba en cualquier cosa, lo suficiente para comprar algunas provisiones y escapar de nuevo a la soledad.
En una de esas bajadas, se me acercó una mujer vestida como monjita, con velo y largo ropaje de color naranja. Era suave y melosa.  Me dijo:
-- Creo haberte visto otras veces por aquí. Me han dicho que sueles buscar trabajo.
-- Si, -contesté- puedo trabajar en cualquier cosa.. Limpieza de canales, destronque, desmalezamiento de huertas, regado…
-- Te felicito por lo que he sabido no temes el trabajo, personas como tú las estimamos y remuneramos bien.
-- Yo solamente necesito trabajo por unos pocos días.
-- Está bien. En mi comunidad necesitamos ayuda. Te gustará mucho estar con nosotras.
La ayudé a que realizase sus compras y a cargarlas en el pequeño burrito. Luego caminamos un par de horas remontando el valle hasta el lugar donde estaba su comunidad. Cuando llegamos enseguida me llamaron la atención el grueso portón y los altos muros. Entramos. Ante todo había una extensa huerta en terrazas, regada con muchos pequeños canales. Muchos árboles frutales aun jóvenes. Todo muy bien cuidado y hermoso. Parecía un jardín. Al fondo se veía una casita sencilla y detrás de ella otro  alto muro que supuse séria el término de la propiedad.
El lugar me pareció enseguida hermosos y agradable. Vi diferentes mujeres trabajando, generalmente arrodilladas, vestidas con unos extraños retazo de tela azafrán. La monjita  me condujo hasta la casita del fondo. Entramos en una única pieza rectangular que parecía servir de todo: living, comedor cocina y dormitorio. Estaba hermosamente decorada con pinturas en las paredes, tejidos y artesanía del la región. La parte destinada a dormitorio constaba de pequeños colchones colocados en tarimas muy bajas con hermosas coberturas multicolores, tejidas a telar.  Había un inmenso closet de muro a muro. Lo abrió cerca de la colchoneta que me designo como mía y tomando mi pequeña mochila la colocó dentro, diciéndome desenvuelta que yo allí no necesitaría nada pues tendría todo lo necesario.. Luego sacó dos pedazos de tela de algodón  azafrán y me los entregó.
-- Ponte cómoda, aquí estamos al abrigo de miradas indiscretas y este es nuestro único vestido. Calzado no usamos. Luego desembarazándose de sus largos vestidos monjiles, quedando desnuda sin pudor alguno se ciñó, atándolos por las puntas, unas telas semejantes a las que me había dado. Cada una las usas como quiere –dijo-.La imité y era agradable.
-- Ahora vamos a descargar al pobre burro y me ayudarás a preparar algo para que todas comamos.
Allí no había nada moderno, pero ella era muy hábil y dos horas más tarde teníamos preparada una abundante comida hecha en ollas de barro. Tan pronto como estuvo todo listo, ella salió afuera  haciendo sonar unas estruendosas tablillas de madera. Comentó que tardarían en llegar porque se lavarían un poco. Me dijo que la comida de la tarde era la principal y que pronto me acostumbraría a un horario diferente del acostumbrado, porque allí no existía alumbrado artificial y la vida se rimaba con la luz natural.
     Nada de todo lo que veía ni me decía me chocaba particularmente. Creo que me gustaba y me parecía interesante.
Fueron llegando mis compañeras. Nueve mujeres de edad y tipos muy diferentes. Tranquilas vestidas de mil maneras con aquellas dos piezas de tela con las que algunas ocultaban poco de su cuerpo. Esto me pareció que indicaba una libertad dentro de la simplicidad. La comida sencilla que habíamos preparado se sirvió en escudillas de madera. Me chocó que  se comiese  con las manos y traté de imitarlas de la mejor manera que supe. Ya había observado que no existía elemento alguno de metal. Durante la comida  no se hablaba y pronto observé que el silencio, sin ser obligado era lo más frecuente y que se fomentaba indirectamente, sin que nadie prohibiese hablar. Por ejemplo se nos distribuía el trabajo de manera que siempre unas estuviésemos alejadas de las otras.
Abrevio. Todo fue como el primer día. Trabajo meticuloso de la huerta, casi artístico. Siempre directamente con las manos o con algún pedazo de madera.
 Se araba la tierra y se surcaba con un pequeño arado de madera, tirado por dos de nosotras y gobernado por la monjita. Era fatigoso, pero no terrible. Limpieza meticulosa de nuestra gran sala y sus alrededores. Cuidado de las colmenas sin utilizar humo ni cubrimiento especial, porque, si se hacía como se nos indicaba, las picaduras eran escasas y –como ella afirmaba- buenas para la salud y el carácter. Elvira, la monjita, que era nuestra maestra universal, bajaba cada quince días a uno de los poblados del Valle con el burro cargado con nuestra producción y volviendo con las compras de aquello que necesitábamos.  Con frecuencia llegaban  personas a visitar la comunidad, pero se las atendía en el exterior.
A pesar de la escasa comunicación debida a la actividad constante me fui enterando un poco de la vida de mis compañeras. Todas, como yo provenían de lugares lejanos y creo que estaban por razones diversas desvinculadas de sus familias. Algo que solamente mucho tiempo después, supe que era lo más importante para ellos y que lo verificaban pacientemente. Elvira con una paciencia infinita nos investigaba veladamente.
Era una persona muy agradable y enérgica que parecía saberlo todo. Se comportaba en todo como una de nosotras.
Al cabo de un tiempo supe que la comunidad era más extensa y que donde yo estaba era como el lugar de prueba. Yo era la única trabajadora asalariada. Las demás eran personas que aspiraban a unirse a la comunidad interior si eran juzgadas aptas para ello. La comunidad de las Perfectas se encontraba al otro lado de las murallas del fondo y se comunicaba con nosotras  por una minúscula puerta que jamás se abría sino,- decía la Elvira- par ingresar – en el mundo de las Escogidas.
Con la desaparición de alguna de nuestras compañeras, de que no se nos daba posterior información, solía coincidir la llegada de una nueva. Era  frecuente que se tratase de jóvenes “mochileras”, pero también llegaban mujeres de cierta edad. Como siempre solo reconocible su extracción social en el momento de su llegada, pues inmediatamente aparecían mimetizadas con el resto por su atuendo y nuestra  rústica manera de vivir y comportarnos. El medio ambiente nos uniformizaba inmediatamente.
Pasaron las semanas. Era difícil medir el tiempo allí. La forma de vida no me desagradaba, pero nunca había sido mi intención quedarme con ellas. Así que pasados, quizá unos meses, pedí a la Elvira que me cancelase mi salario porque me quería ir. No objetó nada. Calculamos juntas mis días de estancia al precio ordinario, al que añadió una generosa suma. Me dijo que me fuese cuando gustase y que volviese cundo desease. Me indicó que yo sabía donde se encontraba mi mochila y mi ropa. Solamente añadió como al azar:
-- Quizás quieras conocer antes de irte la Madre y la comunidad de las Perfectas. Son todas seres humanos extraordinarios. Tontamente caí en la trampa.

++++++
Aquella noche, después que todas  se habían acostado Elvira  me vino a buscar para que la siguiese. Nos dirigimos a la pequeña puerta de la muralla del fondo que hasta entonces jamás había visto abierta. Dio unos discretos golpecitos y se abrió, pero no había nadie al otro lado. Penetramos en una vasta plantación que a la luz de la luna era difícil de evaluar. Llegamos frente  a otra y me hizo entrar en una pieza pequeña alumbrada por cuatro  velones dispuestos en los bordes de una piscina que parecía de mármol.
-- Antes de penetrar en el santuario de las Perfectas vas purificarte en esta piscina. Es muy agradable, agua termal fortificada con plantas. Será un baño como nunca  has experimentado antes. Así purificada estarás lista para llegar al pie de las Maestras. Usarás estos manojos de plantas para masajear tu cuerpo. Goza largamente de este placer yo volveré a buscarte.
Desapareció en la oscuridad de la pieza. Cautelosamente toqué el agua. Estaba suavemente caliente y despedía un olor a hierbas para mí desconocido. Me sumergí lentamente y con cierta aprensión. Exploré el fondo. Era parejo y uniforme. Casi enseguida sentí un gran relajamiento. El largo tiempo en que permanecí sumergida hasta el cuello en aquella agua temperada se me hizo corto. Era una sensación exquisita y embriagante. Cuando  Elvira llegó me ayudó a salir de la piscina. No sentía mi cuerpo y me parecía flotar sobre el piso. Busqué algo con que secarme.
-- No, -dijo Elvira- las substancias del baño deben quedar impregnando tu piel. Ven como estás aquí no necesitamos ropas, es como en el Paraíso. Ella estaba igualmente desnuda.
Desorientada y como drogada ella me tomó de la mano conduciéndome a través de una oscuridad absoluta por la pieza, corredores y rampas. Aquello parecía muy extenso.
Por fin abrió una puerta  y entramos en una especie de mazmorra alumbrada por una apestosa  antorcha que iluminaba a una mujer desnuda y encadenada al muro sobre un montón de paja. Las cadenas eran desmesuradamente gruesas y pesadas. El cuerpo de la mujer estaba surcado de latigazos y heridas al parecer purulentas.
Drogada como me encontraba no salía de mi asombro. Ahora me río de aquella comedia grosera, pero entonces era para mí de una realidad emotiva.  Elvira avanzó hasta ella, se arrodilló y la besó los pies. Me empujó para que yo hiciese lo mismo. pero no me dejó incorporar. Entonces la mujer empezó a hablarme con solemnidad:
-- Hija mía, no estoy encadenada aquí contra mi voluntad, ni por algún crimen. He enfrentado el sufrimiento y la tortura de mi cuerpo para participar misteriosamente en las incontables torturas y malos tratos que están sufriendo millones de mujeres violadas, martirizadas, apedreadas y muertas en la tortura a través del mundo en estos mismos momentos. Esta es mi manera de comulgar con ellas en la meditación y el dolor. Tú  eres una de las elegidas misteriosamente para participar en este camino sublime. Eres completamente libre para elegir el “camino”. Si lo haces entrarás en un mundo increíble de paz y bienaventuranza.
Creo que en estado normal no habría aceptado y quizá hubiese descubierto que todo aquello era una comedia. En el estado que me encontraba carecía de voluntad. Solo acerté a besarle los pies llorando.
     Elvira me  hizo incorporar y me sacó del antro. Un nuevo corredor y una nueva pieza bastante grande. Estaba en penumbra pero se adivinaba como un dormitorio por una larga tarima  con bultos  borrosos. Supongo que mi vista estaba perturbada por las drogas administradas. Nos recibe una mujer alta y muy fuerte, vestida con raros atuendos de cuero. Lleva colgado de la cintura un corto látigo.
--Aurora, te traigo a la “nueva”. Luego dirigiéndose a mí: Obedécela en todo y te irá bien.
Aurora me toma de la mano y se dirige a la larga tarima. Me hace ponerme de espaldas a ella y de un empujón me arroja sobre  ella. Inmediatamente baja una guillotina y mis pies quedan aprisionados en un cepo. Se inclina sobre mí, me estira, coloca mis manos a la altura del cuello y me aprisiona con otro cepo. Quedó completamente inmovilizada boca arriba. Se va. Vuelve y coloca cadenas en mis tobillos y  muñecas. Siento un fuerte pinchazo en la nalga e inmediatamente pierdo la noción de todo.
En la mañana despierto pesadamente y con dificultad me doy cuenta que tirada en un patio me están rociando con un pistón de agua helada. Lo maneja la mujer del látigo. Otras mujeres ríen  divertidas de mis contorsiones y desorientación. La Aurora corta el agua y dice:
-- Estabas toda cagada. Por esta vez vale. La próxima  cinco latigazos te harán ser limpia.. Las mujeres me ayudan a ponerme en pie. Me dicen que vamos a comer porque hay que trabajar duro. Ellas están también desnudas y llevan como yo cadenas en los pies y manos.
En esta sección de lo que parecía un monasterio se comía sentadas en el piso desnudo. El alimento siempre era bueno y abundante. De nuevo no existían elementos metálicos y se comía con los dedos. Una de nosotras pasaba un cuenco para enjuagarse las manos.
Enseguida la Maestra, es decir Aurora, nos dió una especie de corta plática con algunas instrucciones para la “nueva” que era yo.
     “Todas estábamos allí por nuestra propia voluntad. Todas queríamos solidarizar con las mujeres del mundo. La felicidad reside en la obediencia absoluta. No se pregunta jamás sobre lo que  la Maestra ordena. El silencio en el trabajo es absoluto. Toda palabra será castigada.
     Dió  las tareas que deberíamos cumplir en el trabajo. Antes de salir se nos colocó un parche que unía los labios advirtiéndoseme que su rotura implicaría un castigo. Enseguida empecé a comprender porque a varías de mis compañeras las colocó un arnés que sujetaba a su cabeza fuertemente una mordaza  dentro de su boca. Pero debía ver un castigo más cruel. Tomó a una de ellas. La hizo sacar la lengua y en un orificio  tenía un extraño piercing con dos argollitas que sobresalían a ambos lados de la lengua, abajo y arriba. Tomó dos palitos y los insertó en los aros de manera que la muchacha quedó con la lengua fuera. Luego la empujó para que se fuera con las demás.
 
Yo deberá limpiar el dormitorio. Ya de día pude ver que nuestra cama era una larguísima tarima de madera en bruto. Efectivamente a los pies y en la cabecera había unos cepos de madera para apresar pies, manos y cuello. En mitad de la tarima en cada puesto había una abertura, según me explicó Aurora para los casos de incontinencia como la mía de la noche anterior. La escuchaba como a distancia debido al dolor de cabeza que experimentaba después del violento lavado de hacía un rato.
Desde entonces mi vida se redujo a comer, dormir, defecar y trabajar. Esa era mi vida y la de mis otras compañeras.
Ninguna comunicación entre nosotras. Ninguna comunicación con nuestra Maestra-Verdugo. Cualquier  intento de interrogación, explicación era sellada instantáneamente con un duro castigo.
Cada cierto tiempo desaparecía una de mis compañeras reemplazada poco tiempo después..
Empecé a observar que  antes de la desaparición definitiva  faltaban al trabajo en varias ocasiones y a su vuelta venían con un tatuaje. Si ya tenían uno siempre traían uno nuevo. Eso me intrigaba. Otra observación era que siempre se llevaban a las más dóciles, sumisas y temerosas. ¿Por qué yo no era una de las escogidas? Ciertamente que yo no era rebelde. Era un problema de economía. Resistirse era  hacerse la vida,  ya tan dura, aun más dolorosa. Era  fácil darse cuenta que nosotras aunque nos hubiésemos  rebelado en masa no teníamos probabilidad alguna de resultado. Entre otras cosas porque para ello tendríamos que habernos previamente puesto de acuerdo. Además inmediatamente habrían aumentado la frecuencia y dosis de las drogas que nos inyectaban. Todo creo que había sido diabólicamente calculado por los organizadores de aquel monasterio maldito.
Éramos esclavas y no dudé que teníamos otro destino que el de  permanecer trabajando allí indefinidamente, como parecía por la renovación continua de manera que no pasábamos de las veinte mujeres en ningún momento a pesar de las que se llevaban.

++++++

Una noche fui despertada de mi dificultoso sueño debido al agotamiento físico. Sin decir una palabra, abrieron mis cepos y me hicieron levantar acalambrada. Aurora me hizo caminar hasta la pieza de la piscina y me ordenó bañarme. Esto no había sucedido nunca antes. Solamente nos manguereaban en el patio con pistones a presión al final del trabajo, hiciese frío o calor. Sabiendo que  se trataba de drogarme en forma profunda, me resistí. Ella me golpeó brutalmente en la corva y caí en la piscina. Casi enseguida no me pude resistir a la placidez y la agradable temperatura del agua. Cuando me vinieron a buscar ya era dócil y obediente.
Me condujeron a un tercer reducto cuya existencia  ignoraba hasta entonces. Allí estaban hombres con Aurora que me dijeron sardónicos:
-- Ahora veremos para que sirves.
Siguieron las “pruebas” demasiado sórdidas para describírselas. Tenían como objeto comprobar  si mi aptitud era mayor para el trabajo, el servicio sexual, ser objeto fetichista en orgías…Todo era debidamente filmado. Las pruebas duraron varios días. Finalmente me tatuaron en las nalgas como se podría hacer con cualquier mercadería en que se pone una etiqueta. Comprendí entonces las marcas  vistas en mis compañeras sin saber interpretarlas.
Cuando me devolvieron a mi cepo pasados unos días era un paquete de carne dolorida y humillada. Mercadería humana. Esclava preparada para la venta.

++++++

Cuando vinieron a buscarme y me llevaron a un lugar en que me endosaron ropa sabía que me  habían encontrado destino. Antes, sin miramiento alguno, me tiraron al piso y me inyectaron en ambas nalgas. Enseguida perdí toda noción de lugar y transporte.
Cuando  pesadamente  me desperté, poco a poco me fui dando cuenta que me encontraba en un pequeño cubículo.
Aparte de las cadenas de mis manos y pies  otra partía de una argolla de mi cuello y salía por la baja puerta, aquello parecía una madriguera. Cuando conseguí espabilarme, gateé hasta el exterior. La cadena que me sujetaba en el cuello  estaba enganchada en una barra de acero sujeta entre dos pilares de cemento. No me podía enderezar y solamente caminar a gatas, A mi alrededor había macizos de flores y árboles frondosos.
De repente comprendí que había descendido un peldaño más. Ya no era una mujer esclava, era un animal cautivo.
Mis amos se revelarían como dos viejos que odiaban a las mujeres. Yo era el símbolo de lo femenino para ellos y  en quien podían descargar impunemente su odio y resentimiento.
No solamente me consideraban un animal despreciable sino que se esforzaban para que yo misma me convenciese que lo era.
Su error consistió en que no lo consiguieron. Fingí y pude huir. Esa es la razón por la que he podido llegar de nuevo a donde ustedes.

++++++

Después de la larga narración, Maria calló. No hicimos preguntas sumidos en el asombro y el horror. Solamente acertamos a decirla que permaneciese todo el tiempo que quisiese junto a nosotros. No nos atrevimos a decirla que para siempre, que la considerábamos como nuestra hija.
En verdad aceptábamos que un día, de nuevo, se iría.
Durante mucho tiempo no volvió a hablarnos de   sus terribles experiencias
Nos dimos cuenta que no era por un esfuerzo de olvido, si es que estas vivencias se pueden olvidar. Otra vez, intempestivamente, elegía siempre momentos de mucha tranquilidad comentó:
-- Lo más terrible de la esclavitud es el momento en que una se siente “cosa”, mercancía. Es peor que ser tratada como animal o maltratada.

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Aquella mujercita que hacía cuatro años había entrado en nuestras vidas nos tranquilizaba  respecto a su estabilidad emocional por el hecho que sencillamente había aceptado los acontecimientos de su vida.
¿Cuál era el secreto de su estabilidad? Porque era la misma como la habíamos conocido la primera vez, únicamente que más reflexiva y madura.

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Maria  no se sentaba nunca a mirar televisión. Cuando más la dedicaba una mirada que juzgáramos distraída mientras realizaba algún menester.
En esta segunda ocasión que estaba viviendo en nuestra compañía se nos antojaba bastante rara comparada con el esquema que teníamos de su comportamiento.
Desde luego mostraba un interés especial por el trabajo hortícola. Quizá debido a su experiencia en el norte. La ofrecimos nuestro apoyo con semillas y todo lo que necesitase para organizar una huerta a su gusto.

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Cuando comenzaron las primeras noticias sobre la  inquietud social entre los indios del sur notamos enseguida su interés. Se mostraba inquieta y hacía frecuentes comentarios. Solía decir:
-- Yo he vivido  con ellos, conozco bien sus problemas reales.  Todo lo que  se dice de ellos es tendencioso y mal intencionado.
Estos comentarios nos llamaban la atención pues se apartaban de sus intereses ordinarios. Cuando días después hubo aquella gran toma de terrenos en la capital se inquietó, aun, mucho más. Ya no dudó de instalarse con nosotros a ver las noticias de la televisión. Cuando no lo podía hacer debido a sus quehaceres  inquiría de nosotros las noticias sobre la “toma”. Comentaba:
__ No es posible que se movilicen cuatro mil personas en pleno invierno en medio del frío y el barro instalándose en chozas de plástico. La cesantía y el la necesidad  les empuja para que se lancen a la intemperie y al maltrato de los represores.
Mi esposa y yo, como burgueses, alegábamos  que sin duda aquellas pobres  gentes eran manejadas  por activistas políticos oportunistas que deseaban lucrar con su necesidad.
En los ojos de Maria podíamos leer el reproche de que nosotros nunca habíamos vivido en semejantes situaciones. Sin perder su calma se limitaba a comentar que si bien era cierto no era lo determinante en situaciones como aquella. Reacciones de ese tipo nos revelaban nuevas facetas de Maria. Para mí se cernía una nueva interrogación sobre su pasado. Estas reflexiones mías íntimas las comentaba en ocasiones con mi esposa.
-- ¡Sabemos  tan poco de Maria!
-- Debes respetar su intimidad –me solía replicar mi esposa-.
-- Desde luego que la respeto. Es una mujercita muy rica en vivencias. No es la mujer sencilla e ingenua que aparenta. Incluso debe haber estudiado porque  de repente sabe demasiadas cosas.
--¿Entonces tu crees que hace teatro tal como se muestra?
__ Ahí reside la sutileza del problema. Creo que no trata de engañarnos. Son como facetas de su personalidad sinceras. Es un poco como esa serial de televisión que hemos visto que se titula el “Camaleón”. Suelo pensar que ella es realmente un camaleón que elige  sus diversas vidas. Si un día nos dijera que es médico o ingeniero, lo creería.
-- Entonces ella nos oculta su pasado.
--Creo que su pasado no tiene significado para ella. Elige vivir así porque quiere.
--¿Por qué le perturban tanto las alteraciones sociales?
-- Porque sin duda en el pasado ella las ha vivido, lo mismo que sus terribles experiencias recientes. Creo que ella conoce muy bien a los mapuches y que es posible que haya vivido con ellos como ahora con nosotros. Ella también más tarde podría  describir como es nuestra vida de jubilados pobres, viejos, socialmente desprotegidos.
-- ¿Habrá sido una activista política en el pasado? Tu decías cuando llegó la primera vez que lo mismo podía ser una monja o alguien que venía saliendo de la cárcel. En esos momentos  los activistas políticos que no habían sido asesinados solían ser liberados.

++++++

Después que volvió Maria esta segunda vez, ya no permitimos que fuese nuestra sirvienta. Para nosotros era una hija o una amiga que  podía compartir todo lo poco que teníamos.
Cuando nos pidió permiso para limpiar nuestro terreno y hacer cultivos, le dijimos que considerase la tierra que poseíamos como suya y  lo que cultivase también sería suyo. La podríamos ayudar para la compra de semillas. Pensábamos que con estos trabajos quería  un espacio de soledad  e independencia después de sus pesadas experiencias.
Le ofrecimos comprarla botas de goma para que evitase el frío y la humedad. Nos dijo que no soportaba su peso, ni la humedad de la transpiración. Las consideraba más dañinas  que prácticas. Dijo que no nos preocupásemos, que ella sabía como arreglárselas. Cuando respondía de esta manera comprendíamos que tenía sus propias ideas y no insistíamos.
Con su nuevo trabajo empezamos a conocer  un aspecto de Maria, su relación con las plantas .No era esa forma displicente de cultivador que las considera como una especie de máquinas naturales  para la producción. Ella tenía esa misma relación amistosa  que mantenía con el perro y los gatos o con el caballo del vecino que cada vez que se acercaba al cerco corría para saludarla y restregar su hocico en sus manos.

++++++

Si días antes habíamos estado intrigados por las reacciones de Maria frente a los acontecimientos  entre los mapuches del sur, quedamos , aun más estupefactos cuando a raíz de otras noticias comentó sentenciosamente:
-- ¡Ya no existen héroes!
-- ¿Qué quieres decir con ello? –inquirió extrañada mi esposa-.
-- Lo mismo que he dicho. Me refiero a esos seres humanos que a través de los tiempos estaban dispuestos a sacrificarse a favor de su grupo.
En todo el tiempo que habíamos convivido con Maria  no la habíamos escuchado este tipo de reflexiones. Después de un silencio continuó:
-- El Evangelio fue “domesticado” por los curas, porque incitaba a los eres humanos al heroísmo. Los burgueses detestan los héroes. Para ellos son siempre “extremistas” que es mejor eliminar.
Inmediatamente reflexioné que ella estaba respirando por una herida..No pude  evitar el comentario en voz alta.
-- Tú, sin duda, fuiste  una activista política en algún momento de tu vida. Además tienes razón. El héroe del que hablas carecía de Ego. En cambio los actuales, si los hay, no se sacrifican solidarios por la comunidad, sino para  magnificar su Ego.
Ella levantó la vista. Estaba sentada en el piso desde donde había estado viendo la televisión. Su mirada me hizo darme cuenta que se había creado  una especie de connivencia entre nosotros dos.
No pude contenerme y continué.
-- Es lo que pensaban mis amigos que militaban en el MIR hace años. Unos murieron por ello. Otros fueron desterrados, torturados, pasaron largos años en las cárceles para desaparecer..
-- ¿Opina –dijo ella saliendo de su silencio- que el sacrificio de todas esas personas fue inútil?
-- No sé –dije yo -.En la ancianidad se tiende a ser escéptico. Con frecuencia me pregunto si en nuestra sociedad moderna, donde la solidaridad se ha ido disolviendo, donde todos somos extranjeros para todos, tiene algún sentido el héroe o el mártir. Me digo, con amargura que ninguno, aunque no quisiera que fuese así.

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Aquella corta conversación me había revelado muchas cosas que basta entonces no había comprendido en Maria. ¿Estábamos en compañía de una de las últimas heroínas de nuestra cultura del Consumo que solamente  puede crearlas VIRTUALES?

QUIZAS

















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