EL ANCIANO

Llegué a la ancianidad. He vivido muchas experiencias. Traté de probar diversas vidas. Conocer a las gentes compartiendo con ellas su día a día. A veces en lugares muy alejados, otras veces, lo confieso, por la lectura y la imaginación.
Era como una búsqueda de mis vidas pasadas. Como si intentase reconocerme en aquellas formas de vida cuyos retazos me venían como algo “ya visto”.
Quizá se trata de una información misteriosamente grabada en las moléculas de mi cuerpo que me recordaban ahora hechos y lugares ignotos muy diferentes del mundo cultural en que había nacido . Sentía dentro de mí oscuras sintonías ajenas a los que me había tocado vivir.
¿Deseo de revivir un Paraíso Perdido que todos anhelamos?
Es cierto que según iba envejeciendo se apoderaban de mí la incredulidad y el escepticismo.
Ahondé en el verbalismo vacío tanto de los intelectuales como de los buscadores esotéricos que decían poseer la entrada de un camino que de ordinario es una farsa con el fin que esos gurús obtengan ventajas económicas y de poderío espiritual. Para ello utilizaban retazos de sabiduría leída y mal digerida que apilaban en confusas lecciones.
Desmotivado he caído en frecuentes depresiones. Intenté hacer experiencias regresivas con resultados tan impensados e increíbles que me parecieron parte de mis propias ensoñaciones pertenecientes a una realidad mía remota.
Un amigo me dijo.

Me encogí de hombros. Tampoco creo en ella. Se lo dije. Sonrió:

Mi mirada le dijo más que mis palabras.



Lo cumplió. Condujo un par de horas hacía el Sur. Dobló bruscamente a la izquierda y nos dirigimos por un camino pedregoso hacía la precordillera. El paisaje a los pocos kilómetros se hizo inhóspito y agreste.


Vi, después de dos lentas horas.
Se detuvo.

Subimos sin apurarnos. Como un kilómetro más lejos tomamos una pequeña senda a la derecha y entramos en un bosque de renovales. Casi sin transición nos vimos enfrente de una baja choza de palos sin desbastar y cubierta de un a gruesa capa de junquillo como techo. Un diminuto perrito nos ladró con desgana y mi amigo preguntó inclinado hacía la baja entrada:

Un gruñido no muy alentador nos facultó el paso por la baja entrada. Mi amigo, muy alto, se deslizó con poca elegancia adentro. Le seguí y ya adentro me incorporé. Sentado en medio del pequeño cubículo frente un fuego diminuto estaba un arrugado viejecillo sorbiendo ruidosamente mate de una pequeña calabaza. Tenía la vista fija no sé si en las brasas o en sus ennegrecidos y maltratados pies descalzos cruzados ante él.
Sin mirarnos ni levantar la vista dijo:

Un poco desconcertados retrocedimos y cumplimos la petición. Inmediatamente pensé el significado que tenía aquello en un piso de tierra.
Entramos de nuevo. El viejo nos hizo un vago signo como para que nos sentásemos. Mi amigo sacó un pañuelo y se sentó encima. Yo lo hice en la tierra suelta.
El anciano indiferente tomó de una pequeña esterita un pedazo de charqui y empezó a mascarlo como si fuera chicle. Ni siquiera nos miraba.

La situación me parecía cómica. Estaba incómodo. Me incorporé y me senté sobre mis talones.
El viejo levantó por primera vez su cara y vi unos ojillos crueles y burlones profundos como carbones. La mirada me sacudió, me penetraba, me causaba repulsa. La sostuve, aunque parecía como si me causase un dolor íntimo. Me desnudaba.
El viejo tomó su mate, lo sorbió ruidosamente y lo volvió a llenar de agua con una tetera cubierta de hollín. Finalmente dijo con voz ronca:

Calló largo tiempo.

Nos arrastramos al exterior. El perrillo jugaba divertido con nuestro calzado. Nuestros pies, ahora llenos de hollín, nos mostraban la limpieza del recinto en que nos habíamos sentado.
Dije a mi amigo malhumorado:

El se encogió de hombros. En unos días más me pedirás que te traiga de nuevo. Luego acabarás por venir sólo.
Me reí descaradamente de su ingenuidad.
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Vuelto a mí casa no podía sacarme de la cabeza ni al viejo ni a su frasecita. Me fui dando cuenta que lo que había dicho era semejante a un KOAN Zen. Algo que no se medita reflexivamente.
Finalmente decidí volver a verle. Lo hice sólo. Me saqué el calzado. Pedí permiso para entrar. Recibí el consabido gruñido de aceptación. El escenario era el mismo que la primera vez.
Silencioso me senté en mis talones frente a él. Solamente habló cuando me juzgó preparado. Clavó en mí sus ojillos penetrantes:

Nunca has conocido el mundo que se conoce con todo el cuerpo.
Ignoras que tu cuerpo crea el alma y a donde ella irá.
Calló largo rato sorbiendo su eterno mate. Masticó un menudo pedazo de charqui.

Quedé largo rato perplejo. Finalmente me incliné ante el viejo y salí al exterior.
Supe misteriosamente que todo tenía sentido y que el sentido lo creaba yo mismo.
Eran sin duda las piezas de un puzle que era yo mismo. Después de largos años me sentí sereno y libre sobre mí y lo que acontecería
Cuando el dolor llega a un paroxismo tan inconcebible que ya no es dolor porque transciende lo humano se sabe que se ha llegado al ápice de mil vidas, de antes y de ahora. Mil vidas que te esperan completando un círculo que no tiene comienzo ni fin.
Entonces termina toda sensación
Mi conciencia cerebral desapareció como en una explosión de luz. Entraba en un espacio cósmico negativo, No era ya un alma, sino millones de consciencias moleculares, cada una con eones de información desde e que fui polvo estelar y aun antes.
Ya conocía todo pero no como una entidad humana del planeta tierra.
Tenía la no-consciencia del cosmos y estaba abarcaba el infinito.
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Aquel viejo chaman con aires de monje zen primitivo era para mí un desafío permanente y enervante. Necesitaba alguien con quien dialogar y que me escuchase amorosamente y sin prejuicios debidos a su propia cosmovisión, La única persona que tenía esa condición era Clara. Me decía a mí mismo que ella era la única persona capaz de escucharme sin pensar que lo que hablaba eran simplemente delirios de anciano.
Ir a verla implicaba un viaje para mí complicado y aleatorio. Era el azar de encontrarla o que ella me encontrase, si lo deseaba, que era lo que solía suceder. Para viajar tendría que desafiar una vez más mis miedos y angustias frente a los escarpados caminos de la cordillera
Estaba en camino. Aquellas sendas difíciles me atemorizaban como siempre. Bordear precipicios pegados a una pared vertical, caminando de lado, descalzo por temor a resbalar y para ir calibrando la anchura y los obstáculos. Crispaba las manos sobre las anfractuosidades de la roca. Traspiraba copiosamente por el miedo y la angustia. Ese era siempre el precio de buscar a Clara.
Esta vez, finalmente, llegué al vericueto de cañones y derrumbaderos por donde ella solía moverse. Gloria antes de emprender la subida me aseguró que ella estaba por allí.


Gloria se sonrojó y añadió con firmeza:


Traté de hacerme bien visible con la esperanza de ver a Clara o ser visto por ella. Cuando anochecía en el aire límpido de la gran montaña me deslicé en la gruta que en otro tiempo tantas veces habíamos compartido juntos. A la escasa claridad ya difusa, examiné con detención el cubículo. En la arena estaban sus huellas de particulares dedos abiertos en abanico. En el bancal que servía de lecho aparecía profundo el hueco del cuerpo que había descansado allí con frecuencia. ¿Cuándo? Las señales podían ser de ayer o de años.
Me tendí cansado en el hueco de arena suave como talco y traté de relajarme de mi áspero viaje. Sentí como otras veces en aquella como matriz de roca una gran paz. Me quedé dormido. La oscuridad era total cuando sobresaltado abrí los ojos al sentir un suave deslizamiento por la oquedad que servía de entrada en la pared.

Me sobresalté. Una mano dura y áspera se apoyó en mi hombro sin que yo sintiese su aproximación. Enseguida unos labios carnosos y firmes me besaron en la boca.

Ella con su voz suave y firme:



Rió en la oscuridad alegre y coqueta.



Tomé sus ásperas manos y las besé.



Ella se acurrucó contra mí y sentí su calor potente.



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Desperté tarde, dichoso y relajado. Trepé hasta la entrada utilizando los profundos huecos tallados por nosotros en otro tiempo en la pared como escalera. Fui a bañarme al cercano estero.
Salía chorreando agua cuando vi a Clara que subía cargada con una bolsa y cubierta con la breve túnica que Gloria le confeccionó para lo que ella denominaba los momentos “civilizados”.
A la dura luz del la mañana la vi muy delgada y su pelo rapado debía ser blanco.




Desciñó su breve túnica y la tiró lejos entre unas piedras. Su cuerpo era fuerte aun, sarmentoso y deseable.









Es distinto cuando una pasa el día buscando raíces comestibles, persiguiendo una cabra loca para beber un poco de leche….cuando se viven íntimamente con los insectos, las piedras, el sol, la nieve….
Entonces se siente la vida que continuará en otra forma cuando los jotes te digieran en el fondo de una quebrada.

Eso es lo que te ha permitido vivir aquí tantos años. Tu vives una vida sin principio ni fin. Yo la pienso y entonces la vida para mí es como la túnica que tiraste entre las piedras. Para ti es una conveniencia, un estorbo, algo que concedes fugazmente a los otros. Para mí, aun, es una necesidad.



Cuando mi padre me violó allá abajo en la Colonia y en su estado demencial me arrojó los perros para que me matasen, alocada huí y llegué a la montaña un poco más abajo de aquí. Estaba herida en muchas partes y cubierta de harapos destrozados.
En ese momento de alguna manera supe que aquí sobreviviría.
Mis heridas cicatrizaron. Estaba desnuda y difícilmente obtenía algo para no morir de hambre comiendo cualquier cosa.
Descubrí que lo importante era Vivir. Olvidar el pasado y el futuro.
Antes no era yo, sino una especie de esclava:


Aquí estoy. Vivo. Agradezco a todo lo que me rodea a los pocos que conozco y me quieren, Gloria y su hijo, tú….Sé hacerme invisible cuando lo deseo. El hambre, el frío o el calor son cosas que yo creo, son Nada. Quizá así eran los primeros que habitaron estos lugares a los que tú llamas “originales”.
Los estorbos se arrojan lejos y se olvidan.
¿Has comprendido? Una siente y actúa. Ya no se es feliz o infeliz. Se deja que las cosas sucedan. Son las piezas de un rompecabezas que según se dan se van colocando en su lugar….








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La conversación con Cune, ella siempre se quejaba que la llamase Clara, fue una Iluminación. Ahora sabía que tenía una oportunidad y que era me última posibilidad de cambiar.
En las noches sentados en la gruta meditaba largamente dejando mi mente en blanco. A través de la alta entrada contemplaba el lento desfilar de las estrellas. Era más fascinante que cuando se contempla una hoguera en la oscuridad del bosque.
Clara intuía que yo deseaba conversar con ella muchas cosas, pero que yo no me decidía a romper aquel silencio mágico.
En determinado momento me dijo volublemente:


En mi antigua ermita, vive ahora alguien, un poco como tú. Un descendiente de hindúes que quiere pasar los últimos días de su vida según sus preceptos religiosos que son los de viejos jaines.
Me gustaría saber si alguien te ha descubierto o visto fortuitamente. Ahora estos lugares son más frecuentados.


Ni siquiera borro mis huellas aquí, al borde del estero o en otras partes donde puedan aparecer muy claras. Pensarían que son las huellas de cualquier animal.

Mi amigo Assam mucho más discreto y que como tú hizo el voto de ir “vestido de cielo”, digambara, no tiene las mismas facilidades. Los campesinos que, a veces le divisan le tienen “mala”. Es inútil que yo les haya explicado que es un santón hindú como ellos han visto muchas veces en la televisión.
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Después de esta conversación nunca pensé que Cunegunda no volvería más. Misteriosamente ella había comprendido que el resto de mis dudas y decisiones era algo que solamente yo mismo resolvería.
Esperé aun dos días. Falto de víveres, descendí donde Gloria y, extrañamente decidí seguir mi nuevo Destino, mi CAMINO.
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