EL ANCIANO

EL ANCIANO
Llegué a la ancianidad. He vivido muchas experiencias. Traté de probar diversas vidas. Conocer a las gentes compartiendo con ellas su día a día. A veces  en lugares muy alejados, otras veces, lo confieso, por la lectura y la imaginación.
Era como una búsqueda de mis vidas pasadas. Como si intentase reconocerme en aquellas formas de vida  cuyos retazos  me venían como algo “ya visto”.
Quizá se trata de una información misteriosamente grabada en las moléculas de mi cuerpo que me recordaban ahora hechos y lugares ignotos muy diferentes del mundo cultural en que había nacido . Sentía dentro de mí oscuras sintonías ajenas a los que me había tocado vivir.
¿Deseo de  revivir un Paraíso Perdido que todos anhelamos?

Es cierto que según iba envejeciendo se apoderaban de mí la incredulidad y el escepticismo.
Ahondé en el verbalismo vacío tanto de los intelectuales como de los buscadores esotéricos que decían  poseer la entrada de un camino que  de ordinario es una farsa con el fin que esos gurús obtengan ventajas económicas y de poderío espiritual. Para ello utilizaban retazos de sabiduría leída y mal digerida que apilaban en confusas lecciones.

Desmotivado he caído en frecuentes depresiones. Intenté hacer experiencias regresivas con resultados tan impensados e increíbles que me parecieron parte de mis propias ensoñaciones pertenecientes a una realidad mía remota.

Un amigo me dijo.
 Necesitas ayuda psicológica.
Me encogí de hombros. Tampoco creo en ella. Se lo dije. Sonrió:
 Es alguien muy especial. Alguien que te podría impresionar, una especie de chaman.
Mi mirada le dijo más que mis palabras.
 Te aseguro que no es un aficionado. Es alguien auténtico.
 ¡Si tú lo dices!
 Te vendré a buscar uno de estos días.
Lo cumplió. Condujo un par de horas hacía el Sur. Dobló bruscamente a la izquierda y nos dirigimos por un camino pedregoso hacía la precordillera. El paisaje a los pocos kilómetros se hizo inhóspito y agreste.
 ¿Hacía a donde vamos? Pregunté entre hoyo y hoyo, barquinazo y barquinazo, todo lo cual repercutía en mis riñones,
 Ya verás.
Vi, después de dos lentas horas.
Se detuvo.
 Hasta aquí llegamos. Ahora debemos caminar un poco. Delante de nosotros el camino convertido en senda trepaba abruptamente hacía arriba.
Subimos sin apurarnos. Como un kilómetro más lejos tomamos una pequeña senda a la derecha y entramos en un bosque de renovales. Casi sin transición nos vimos enfrente de una baja choza de palos sin desbastar y cubierta de un a gruesa capa de junquillo como techo. Un diminuto perrito nos ladró con desgana y mi amigo preguntó inclinado hacía la baja entrada:
 Don Martín ¿podemos entrar?
Un gruñido no muy alentador nos facultó el paso por la baja entrada. Mi amigo, muy alto, se deslizó con poca elegancia adentro. Le seguí y ya adentro me incorporé. Sentado en medio del pequeño cubículo  frente un fuego diminuto estaba un arrugado viejecillo sorbiendo ruidosamente mate de una pequeña calabaza. Tenía la vista fija no sé si en las brasas o en sus  ennegrecidos y maltratados pies descalzos cruzados ante  él.
Sin mirarnos ni levantar la vista dijo:
 Vuelvan afuera y sáquense los zapatos.
Un poco desconcertados retrocedimos y cumplimos la petición. Inmediatamente pensé el significado que tenía aquello  en un piso de tierra.
Entramos de nuevo. El viejo nos hizo un vago signo como para que nos sentásemos. Mi amigo sacó un pañuelo y se sentó encima. Yo lo hice en la tierra suelta.
El anciano indiferente tomó de una pequeña esterita un pedazo de charqui y empezó a mascarlo como si fuera chicle. Ni siquiera nos miraba.
 El es Alexis, dijo tímidamente mi amigo.
La situación me parecía cómica. Estaba incómodo. Me incorporé y me senté sobre mis talones.
El viejo levantó por primera vez su cara y vi unos ojillos crueles y burlones profundos como carbones. La mirada me sacudió, me penetraba, me causaba repulsa. La sostuve,  aunque parecía  como si me causase un dolor íntimo. Me desnudaba.
El viejo  tomó su mate, lo sorbió ruidosamente y lo volvió a llenar de agua con una tetera  cubierta de hollín. Finalmente dijo con voz ronca:
 La muerte conduce a lo que más íntimamente se ha deseado.
Calló largo tiempo.
 Volved otro día estoy cansado.
Nos arrastramos al exterior. El perrillo jugaba divertido con nuestro calzado. Nuestros pies, ahora llenos de hollín, nos mostraban la limpieza del recinto en que nos habíamos sentado.
Dije a mi amigo malhumorado:
 ¿Para qué me trajiste?
El se encogió de hombros. En unos días más me pedirás que te traiga de nuevo. Luego acabarás por venir sólo.
Me reí descaradamente de su ingenuidad.

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Vuelto a mí casa no podía sacarme de la cabeza ni al viejo ni a su frasecita. Me fui dando cuenta que lo que había dicho era semejante a un KOAN  Zen. Algo que no se medita reflexivamente.
Finalmente decidí volver a verle. Lo hice sólo. Me saqué el calzado. Pedí permiso para entrar. Recibí el consabido gruñido de aceptación. El escenario era el mismo que la primera vez.
Silencioso me senté en mis talones frente a él. Solamente habló cuando me juzgó preparado. Clavó en mí sus ojillos penetrantes:
 Se ve en ti el miedo a la muerte. En todo tu cuerpo. Ya vives en la noche. ¿Qué sabes del tiempo sin tiempo? Crees que todo se sabe por la cabeza.
Nunca has conocido el mundo que se conoce con todo el cuerpo.
Ignoras  que tu cuerpo crea el alma y a donde ella irá.
Calló largo rato sorbiendo su eterno mate. Masticó  un menudo pedazo de charqui.
 ¡Ay! Un día dormirás. Los recuerdos de hoy no sabrás si serán los vagos sueños de mañana. El mundo no es todo el mundo. El tiempo no es el tiempo.
Quedé largo rato perplejo. Finalmente me incliné ante el viejo y salí al exterior.
Supe misteriosamente que todo tenía sentido y que el sentido lo creaba yo mismo.
Eran sin duda las piezas de un puzle que era yo mismo. Después de largos años me sentí sereno y libre sobre mí y lo que acontecería

Cuando el dolor llega a un paroxismo tan inconcebible que ya no es dolor porque transciende lo humano se sabe que se ha llegado al ápice de mil vidas, de antes y  de ahora. Mil vidas que te esperan completando un círculo que no tiene comienzo ni fin.
Entonces termina toda sensación
Mi conciencia cerebral desapareció como en una explosión de luz.  Entraba en un espacio cósmico negativo, No era ya un alma, sino millones de consciencias moleculares, cada una con eones de información desde e que fui polvo estelar y aun antes.
Ya conocía todo pero no como una entidad humana del planeta tierra.
Tenía la no-consciencia del cosmos  y estaba abarcaba el infinito.

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Aquel  viejo chaman con aires de monje zen primitivo era para mí un desafío permanente y enervante. Necesitaba alguien con quien dialogar y que me escuchase amorosamente y sin prejuicios debidos a su propia cosmovisión, La única persona que  tenía esa condición era Clara. Me decía a mí mismo que ella era la única persona capaz de escucharme sin pensar que lo que hablaba eran simplemente delirios de anciano.
Ir a verla implicaba un viaje para mí complicado y aleatorio. Era el azar  de encontrarla o que ella me encontrase, si lo deseaba,  que era lo que solía suceder. Para viajar tendría que desafiar  una vez más mis miedos y angustias frente a los escarpados caminos de la cordillera
Estaba en camino.  Aquellas sendas difíciles me atemorizaban como siempre. Bordear precipicios pegados a una pared vertical, caminando de lado, descalzo por temor a resbalar y para ir calibrando la anchura y los obstáculos.   Crispaba las manos sobre las anfractuosidades de la roca. Traspiraba copiosamente por el miedo y la angustia. Ese era siempre el precio de  buscar a Clara.
Esta vez, finalmente, llegué al vericueto de cañones y derrumbaderos  por donde ella solía moverse. Gloria antes de emprender la subida me aseguró que ella estaba por allí.
 Encontrarás a Clara bastante cambiada. Me miró significativamente y pensé que ella podía estar ya bastante anciana. Se apresuró a añadir que ella estaba ágil y fuerte.
 ¿quieres decir que nos acercamos ya a  una posible decrepitud?
Gloria se sonrojó y añadió con firmeza:
 Eso es lo que temo. Que un día ya no baje más; que un día calcule mal un salto entre dos rocas y…
 Te comprendo, pero yo estoy seguro que ella morirá en el momento que quiera y en el lugar que elija. Ella es así.


Traté de hacerme bien visible con la esperanza de ver a Clara o ser visto por ella. Cuando anochecía en el aire límpido  de la gran montaña me deslicé en la gruta que en otro tiempo tantas veces habíamos compartido juntos. A la escasa claridad ya difusa, examiné con detención el cubículo. En la arena estaban sus huellas  de particulares dedos abiertos en abanico. En el bancal que servía de lecho aparecía profundo el hueco del cuerpo que había descansado allí con frecuencia. ¿Cuándo?  Las señales podían ser de ayer o de años.
Me tendí cansado en el hueco de arena suave como talco y traté de relajarme de mi áspero viaje. Sentí como otras veces en aquella como matriz de roca una gran paz. Me quedé dormido. La oscuridad era total cuando  sobresaltado abrí los ojos al sentir un suave deslizamiento por la oquedad que servía de entrada  en la pared.
 ¿Eres tú, Cune? Dije suavemente  transido por la emoción.
Me sobresalté. Una mano dura y áspera se apoyó en mi hombro sin que yo sintiese su aproximación. Enseguida unos labios carnosos y firmes  me besaron en la boca.
 Clara ¡qué alegría!
Ella con su voz suave y firme:
 Llegaste! ¡qué bueno! ¡te quiero!
 Yo también, ya lo sabes.
 ¿Vienes a quedarte? ¿por fin en tu senilidad sacaste valor  para compartir la soledad? ¿Te sentiste tan sólo allá abajo que venciste tu temor a las montañas y al vacío?
Rió en la oscuridad alegre y coqueta.
 No te burles más de mí Clara, te necesito tanto.
 Si, respondió ella zumbona, pero más aun a tus comodidades y miedos.
 Si, tienes razón. Quizá haya venido para morir cerca de ti. Aun no has visto el trabajo del tiempo en mi cuerpo.
Tomé sus ásperas manos y las besé.
 Acuéstate a mi lado. Si no tienes muchos sueño conversaremos.
 No me digas, dijo riendo, que aun  puedes amar con tu viejo cuerpo. El mío te parecerá ya muy duro, áspero y poco placentero.
 Nos aceptaremos como somos y estamos.
Ella se acurrucó contra mí y sentí su calor potente.
 Nos tomamos de las manos y ella entrelazó sus callosos y duros pies con los míos para darme calor.
 ¡Clara! Estoy muy angustiado! Recién he cumplido 75 años. Es la meta  en que muchos ancianos mueren. Es como penetrar en el oscuro corredor de la muerte. No siento señales enfermizas en mi cuerpo. Es la famosa “galería de los condenados a muerte” La ejecución puede ser mañana o más tarde. Lo que me  preocupa es como vivir este espacio. He comprendido últimamente que el tiempo que me quede lo  quiero emplear en la solidaridad con los “condenados de la tierra”.
 Comprendo. Sé, aunque esté  tan adentro en esta salvaje montaña. Durmamos. Tomó mi falo duro  acercándolo a su vulva. Dormimos como esposos que gozan del contacto erótico en un amor difuso. Ella me esperaba en un compás amoroso y seguro...

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Desperté tarde, dichoso y relajado. Trepé hasta la entrada utilizando los profundos huecos tallados por nosotros en otro tiempo en la pared como escalera.  Fui a bañarme al cercano estero.
Salía chorreando agua cuando vi  a Clara que subía cargada con una bolsa y cubierta con la breve túnica que Gloria le confeccionó para lo que ella denominaba  los momentos “civilizados”.
A la dura luz del la mañana  la vi muy delgada y su pelo rapado  debía ser blanco.
 Descendí por estas cosas porque mi alimentación no es muy adecuada para ti. Además no tengo voto de ella.
 ¿Has sido capaz de bajar donde Gloria y estar ya de vuelta?
 No lo ves, dijo risueña, Aun puedo hacer cosas así. Bajé cuando aun era de noche.

Desciñó su breve túnica y la tiró lejos entre unas piedras. Su cuerpo era fuerte aun, sarmentoso y deseable.
 Comamos y me cuentas entre tanto tus penurias de intelectual consciente de que está en camino de su muerte.
 ¿Tú no piensas nunca en ella?
 Estoy aquí  desde los 19 años. Desde entonces camino del brazo con ella. Un paso en falso y los jotes se darán un festín con mi cuerpo. Yo no soy intelectual, lo sabes. YO VIVO.
 Lo sé y por eso vine.
 Nunca  parece que los momentos conmigo te hayan servido de mucho.
 Espero que “ahora” sea diferente, porque deseo ser como tú...
 Nunca es “tarde, si la dicha es buena”.
 No deseo repetirte lo que te conté anoche.
 Quiero que me expliques porque te sientes “en el corredor de la ejecución”. Todos lo estamos ahí desde el día que nacimos. Sin duda, como siempre, te has llenado la cabeza de estadísticas, enfermedades, ancianos que caen fulminados sin tener síntomas previos…
Es distinto cuando una pasa el día buscando raíces comestibles, persiguiendo una cabra loca para beber un poco de leche….cuando se viven íntimamente  con los insectos, las piedras, el sol, la nieve….
Entonces se siente la vida que continuará en otra forma cuando los jotes te digieran en el fondo de una quebrada.
 Eso es lo maravilloso que has alcanzado, Clara. Tú en esta soledad eres ya parte del cosmos, vives como las gentes del “inicio”, “sientes” lo que te rodea, eres una con ello.
Eso es lo que te ha permitido vivir aquí tantos años. Tu vives una vida sin principio ni fin. Yo la pienso y entonces la vida para mí es como la túnica que tiraste entre las piedras. Para ti es una conveniencia, un estorbo, algo que concedes fugazmente a los otros. Para mí, aun, es una necesidad.
 Entonces no tienes nada que hacer.
 Ahora pienso que es un estorbo.
 Quiero que comprendas como se dan las cosas.
Cuando mi padre me violó allá abajo en la Colonia y en su estado demencial me arrojó los perros para que me matasen, alocada huí y llegué a la montaña un poco más abajo de aquí. Estaba herida en muchas partes y cubierta de harapos destrozados.
En ese momento de alguna manera supe que aquí sobreviviría.
Mis heridas cicatrizaron.  Estaba desnuda y difícilmente obtenía algo para  no morir de hambre comiendo  cualquier  cosa.
Descubrí que lo importante era Vivir. Olvidar el pasado y el futuro.
Antes no era yo, sino una especie de esclava:
 Cunegunda haz esto o aquello; sirve a los huéspedes; alimenta los perros; ven a comer; estudia; obedece….
 Ahora era Yo podía disponer de mi vida o muerte, buscando la manera de adaptarme a este lugar o  tirándome a un abismo.
Aquí estoy. Vivo. Agradezco a todo lo que me rodea a los pocos que conozco y me quieren, Gloria y su hijo, tú….Sé hacerme invisible cuando lo deseo. El hambre, el frío o el calor son cosas que  yo creo, son Nada. Quizá así eran los primeros que habitaron estos lugares  a los que tú llamas “originales”.
Los estorbos se arrojan lejos y se olvidan.
¿Has comprendido? Una siente y actúa. Ya no se es feliz o infeliz. Se deja que las cosas sucedan. Son las piezas de un rompecabezas que  según se dan  se van colocando en su lugar….
 Necesito concentrarme en tus experiencias.
 No pienses. No bloquees por más tiempo tus intuiciones profundas. Acéptalas cuando lleguen.
 Imagínate, Clara, si intuyese en este momento que deseo quedarme contigo. ¿Acaso  tiraría mis ropas a un abismo? No resistiría los primeros fríos ni mis pies podrán caminar sobre las cortantes rocas, menos aun sería capaz de asimilar tu dieta de raíces, bulbos, insectos….
 Nada de eso es importante. Cuando la intuición es verdadera lleva consigo la sabiduría y la solución, porque no está recubierta de la duda y del miedo.
 ¿Lo dices porque así te ha sucedido a ti?
 Lo digo porque es el Camino. No importa entonces ni el tiempo ni el espacio. Podría ser que no sobrevivieses, pero en esos momentos cortos o largos, serías tu mismo. El Tiempo es no-tiempo. El tiempo lo inventamos cada uno de nosotros.
 ¿El día y la noche no marcan el tiempo?
 El día y la noche son acontecimientos igual que el frío y el calor, el hambre o la hartura. Las heridas y la cicatrización, la vida y el cambio de vida:

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La conversación con Cune, ella siempre se quejaba que la llamase Clara, fue una Iluminación. Ahora sabía que tenía una oportunidad y que era  me última posibilidad de cambiar.
En las noches sentados en la gruta meditaba largamente dejando mi mente en blanco. A través de la alta entrada contemplaba el lento desfilar de las estrellas. Era más fascinante que cuando se contempla una hoguera en la oscuridad del bosque.
Clara intuía que yo deseaba conversar con ella muchas cosas, pero que yo no me decidía a romper aquel silencio mágico.
En determinado momento me dijo volublemente:
 ¿Aun vives en tu refugio de la precordillera?
 No, ahora vivo más lejos en mi antigua casa. Está derrumbada por el terremoto, pero me hice un hueco habitable. Al menos es lo que pienso.
En  mi antigua ermita, vive ahora alguien, un poco como tú. Un descendiente de hindúes que quiere pasar los últimos días de su vida según sus preceptos religiosos que son los de  viejos jaines.
Me gustaría saber si alguien te ha descubierto o visto fortuitamente. Ahora estos lugares son más frecuentados.
 Así es. Ya no son los antiguos cuatreros de siempre. Esos eran gentes sencillas acostumbradas al rastreo de animales, conocían todos los lugares y los arbustos. Cuando una piedra no estaba en su lugar les llamaba la atención. Para mí resultaban difíciles  de engañar. Ahora son los traficantes de droga y quienes les persiguen. Ellos odian la montaña que juzgan difícil y peligrosa pensando que que en cualquier momento se deja el pellejo en ella. Caminan apresurados, temerosos. Aunque me pusiera delante de ellos no me verían, no sólo por mi capacidad de mimetizarme con las rocas, sino porque no esperan  que haya nadie como yo en estos lugares. Si acaso me viesen sería para ellos  como el hombre de las nieves, el   famoso “yeti”. Una  alucinación.
 En cuanto los que les persiguen, esperan solamente  ver gentes cargadas con mochilas, bien armadas que les pueden disparar en cualquier momento y solamente de eso se preocupan. Tampoco me verían, aunque me enfocasen  con sus poderosos prismáticos. Sería una imagen absurda.
Ni siquiera borro mis huellas aquí, al borde del estero o en otras partes donde puedan aparecer muy claras. Pensarían que son las huellas de cualquier animal.
 Me alegro que sigas siendo la “señora” de estos lugares.
Mi amigo Assam mucho más discreto y  que como tú hizo el voto de ir “vestido de cielo”, digambara, no tiene las mismas facilidades. Los campesinos que, a veces le divisan le tienen “mala”. Es inútil que yo les haya explicado que es un santón hindú como ellos han visto muchas veces  en la televisión.

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Después de esta conversación  nunca pensé que  Cunegunda no volvería más. Misteriosamente ella había comprendido que el resto de mis dudas y decisiones era algo que solamente yo mismo resolvería.
Esperé aun dos días. Falto de víveres, descendí  donde Gloria y, extrañamente decidí  seguir mi nuevo Destino, mi CAMINO.  




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