reflexiones





DIALOGO CON PEDRO BERNARDONE


Hace ya muchos años pensé en escribir una biografía literaria de un Francisco de Asís del siglo XX. Tomé notas y escribí párrafos. Este diálogo me parece rescatable.


-- Francisco, te he llamado con un grito de moribundo que silenciosamente incluí en la misiva que te envié.
¿Vendrás? Las fuerzas me abandonan día a día.
¿Qué digo? Hora a hora me siento más débil.
En estos momentos de angustia desesperada cada célula de mi cuerpo grita:
¡Hijo mío, ven! ¿Vendrá?
Lo sé. Te arrojé de esta casa, te desherede y maldije.
¿Cómo me atrevo a llamarte ahora junto a mí?
¿Es por la debilidad de la vejez? ¿Es por el miedo a la muerte?

Yo, Pedro Bernardone no chocheo aun.
La muerte, cierto, está muy cercana. La leo en la cara de mi médico; en las actitudes de mis familiares y criados; la leo en mí mismo.
Siempre fui un hombre enérgico y lleno de vitalidad. Sobre todo he sido terco.
Terco, si, pero no imbecil. Terco por orgullo y cólera. No por falta de lucidez.
Nunca renegué de mi comportamiento con Francisco. Tampoco ahora.
No quise jamás renegar de nuestros privilegios burgueses logrados en tan dura lucha secular contra nobles y señores.
Mi hijo, el de mi propia sangre los estimaba en nada. Despreció nuestra laga lucha de buenos burgueses y leales comerciantes.
Francisco al rebelarse contra mí, destruía nuestros logros de clase, nos escarnecía declarando que nuestra lucha por la sagrada riqueza, nuestra arma contra los poderosos, era basura.
Si, yo sabía, aun entonces, que Francisco tenía razón.
Ahora que como una sombra vago del negocio a mi lecho, que me visto con dificultad mis preciadas ropas debiendo utilizar para ello todas mis energías, llorando de dolor e impotencia, reconozco la basura que es la riqueza
¿De qué me sirve en estos penosos momentos? ¿Puedo comprar con ella lo único que necesito, un poco más de vida?
Es cierto, puedo contratar con mi oro a los más famosos médicos.; las drogas más exquisitas y exóticas. Cada médico me ha demostrado su ignorancia, su torpeza o su impotencia. Cada una de sus drogas me ha empeorado.
Advierto que mi oro suscita la avidez de mis familiares y criados. Avidez que se derrama de sus ojos como un oleo pegajoso que les empapa y hace fantasmales.
Todos, lo sé, tras sus untuosas actitudes, melosas maneras, esperan mi muerte para tratar de alcanzar alguna parte del botín.
Lo sé por haber escuchado tantas veces de boca de hijos y familiares de otros como se calculan los días que aun vivirá el enfermo diciendo fríamente:
n Cuando el viejo se muera haremos con lo suyo tal y cual cosa, tomaremos, venderemos, banquetearemos…
Están impacientes porque el viejo no acaba de morirse y mantiene cierta lucidez para no permitir que se toquen las riendas de su poder y hacienda. Energía solamente aparente que simula la costumbre de mandar de otro tiempo.

Ansío antes de morir poder hablar con Francisco por última vez.
El fue el único que tuvo el valor de despreciar mi oro, demostrarme que no valía nada y que se reía de el. Así pues lo distribuyó a todos: calaveras, aventureros, mendigos y rameras.
Sé que solamente delante de él seré capaz de arrancarme por primera vez mi máscara. Esa que esculpí y usé durante años y que ahora me pesa como un disfraz grotesco, como un demonio perverso que me persigue y que me hace muecas desde los espejos de mi mansión.

¡Pasos! ¡Pasos! Pasos sedosos y furtivos. Me espían para saber si gimo de dolor, si desfallezco.
¡Pasos! ¿Serán del mensajero que regresa? ¿Traerá la respuesta de Francisco? ¿Una excusa para no venir?

¡Entra! ¡De una vez entra! Estoy despierto. No he muerto aun.

Di aquello que tengas que decir. Dilo pronto.
¿Señor, por qué os agitáis? Ello puede perjudicar vuestra salud.
-- Señor, viene a visitaros vuestro confesor. Pide permiso para visitaros, Dice traeros el consuelo del Altísimo.
-- Decidle que se vaya al diablo. Al infierno. A donde le plazca.

En estos momentos necesito un sacerdote, no un cómplice como hasta ahora lo ha sido ese confesor que ha medido siempre sus consejos con el largo de mis monedas de oro. Deseo un ser humano puro. Uno como mi hijo Francisco ¿Habrá regresado el mensajero que le envié?

--El mensajero, señor, ya no tardará. Estad seguro que traerá con él a vuestro bienamado.
¡Calla perro! No manches tu boca con el nombre de mi hijo. ¿No fuiste tú uno de los que aplaudiste con rechiflas cuando, desnudo como un gusano, lo arrojé de mi presencia?
En cuanto a mi confesor decidle que ahora sé que mi oro no compra la Eternidad. Vete, Déjame sólo. Cumple mis órdenes. No quiero ver más tus ojos de perro asalariado.
Pronto moriré. Pronto morirás. ¡Vete!

++++++

n ¿Has llegado Francisco? ¿No te avergüenzan de entrar en esta casa de la que te arrojé hace ya tantos años?
n Calla, padre, todo lo que dices es verdad y maravilloso.
n ¡Me llamas padre aun! No dijiste en aquella ocasión: De ahora en adelante diré solamente “Padre nuestro que estás en los cielos…”
n Y aun lo digo. Pero detrás del Padre que está en los Cielos, veo al padre que me renegó en la tierra. Pero ya te lo he dicho todo aquello fue maravilloso, todo es maravilloso.
Tanto como volverte a ver después de tantos años. Escuchar tu lenguaje iracundo, ahora ,sin temor. Tratando de decelar a través de tus palabras una honradez íntima que te hizo actuar dura y despiadadamente, porque creías que era tu deber de padre sabio y severo y de buen burgués.
Aquel día fuiste mi padre y mi madre pues me pariste a una vida nueva que yo, en el fondo, tanto temía. De golpe me empujaste desnudo al mundo y me arrancaste a tu casta burguesa que mequitaba la libertad de se hijo de Dios y hermano de todos.
Es hermoso volver a la vieja casa que ya no es para mí, como antes, un nido protector, sino un hermoso lugar lleno de recuerdos y de cosas bellas. Acariciar con mis ojos tus hermosos muebles y cuadros que ya no atan mis deseos. Pisar con mis pies descalzos tus pisos de pulida madera que los acaricia con cálida suavidad…
¡Todo, padre resulta maravilloso para aquel que agradecido sabe gustar lo bueno y hermoso.
n ¿Eso solamente es lo que aprendiste después de tantos años devagar como mendigo miserable?
n Si, padre, eso y un poco más. Cosas sencillas, pero muy difíciles de aprender.
n Tantos años. Tantos sacrificios y dolores para tan poco.
n ¡Oh! No ha sido tan poco. Te confieso que no lo podía haber deseado mejor. ¡Soy feliz!
n ¿Eres feliz? ¿Se puede ser feliz? Que importa yo, ya nunca, seré feliz.
n ¿Por qué, padre?
n Me falta el tiempo. Para mí ya no hay más tiempo. ¿No te das cuenta que estoy agonizando?
n Aun tienes fuerzas para encolerizarte. No me pareces un moribundo.
n Quizá la cólera es lo que aun me hace vivir. Quizá me queden unos veinte días de vida. Puede ser que menos. Siento dentro de mí ese terrible reloj que no engaña nunca. Por eso te hice llamar antes que mi cabeza empezase a funcionar mal y que no te pudiese decir aquello que deseo. Necesito hablar contigo que eres la única persona que no espera nada de mi muerte porque no desea nada de mí. Solamente a ti puedo revelar el pobre condenado que soy ahora.
n ¡Ah, Francisco! Ahora comprendo tan bien los últimos días de un condenado a muerte. Comprendo al rico Epulón que pedía una gota de agua al mendigo Lázaro en el infierno. Yo estoy en el infierno y tu el pobre Francisco (¡qué importa el nombre!).
¿Por qué me miras así? ¿Es que ya te parezco un réprobo?
n Por qué un réprobo? ¿Por qué no un bienaventurado?
Cierto te miro, trato de saber lo que me intentas decir. Sí. Soy el pobre Francisco, no sólo de bienes sino de todo. Estoy vacío. ¿Te das cuenta, padre? VACÍO.
n ¿Encuentras también eso maravilloso?
n Cierto. Soy pobre de palabras y las que tengo no pueden expresar lo que siento. Solamente es lo que te puedo dar, son tontas, pero no existe ningún abismo entre nosotros.
n Hijo mío. Quizás te comprendo. Yo tampoco sé expresar lo que siento. Mi larga enfermedad me ha abierto el espíritu sobre muchas cosas que tanto había amado, deseado y defendido. El oro, es como tú mucho antes dijiste,, una basura. ¿Sabes como lo descubrí? Cuando advertí que con él no podía comprar lo que más deseaba, un poco más de vida. Ahora ya no me importa ser alguien como tú o como un siervo desposeído de todo, con tal de vivir. La Vida es lo único que vale. Respirar, andar, tocar, trabajar, amar…
Lo que uno posee no tiene valor alguno.
No te admiro, Francisco porque estás vacío, sino porque esa Vaciedad te permite vivir plenamente cada situación, cada acontecimiento. Pero temo que mientes, de que ese goce que manifiestas en contacto con la vida no sea otra cosa que palabras.
Si, temo que sea así.,
Mientes. ¿Cómo puedes gozar con el lujo que desprecias, con mis muebles de maderas preciosas, con mis cuadros o la comida refinada? ¿Cómo puedes sentir la suavidad de mis muebles con tus manos callosas de campesino, la lisura de mis pisos con tus pies agrietados y correosos de mendigo?
No. Ahora me doy cuenta que tu no eres diferente de los santurrones que ponen los ojos en blanco hablando de Dios y extienden a la vez sus manos codiciosas hacía mis monedas.
n Cierto, padre, todo puede ser así ¿por qué no? Volver a ser niño es difícil. Ver, oír, oler, gustar y tocar, no por costumbre, sino como una nueva manera de relacionarse con el mundo que nos rodea es algo que hay que aprender todos los días de nuevo. Yo también lo olvido con frecuencia y siento felicidad cuando lo consigo.
n Entonces ¿sentirse vivo no es algo continuo y fácil?
n No, padre, uno lo olvida con frecuencia.
n Ves, tengo razón. mentías cuando me dijiste todo aquello.
n No mentía. Cuando entré de nuevo en tu casa hace pocos momentos, sentí con enorme fuerza lo que te dije. Nunca lo había sentido en forma semejante cuando viví aquí.
n Me has dicho “tu casa”. ¿Acaso no eres todavía mi hijo?
n Si lo soy. No he negado el serlo. A través de los años he ido reconociendo en mí tus rasgos, pero tampoco he olvidado que respecto a tus bienes me desheredaste.
n Es verdad, pero como aun estoy vivo basta que lo ordene y todo será de nuevo tuyo.
n ¿Para qué yo querría todo eso?
n No lo sé. Quizá para repartirlo entre los hermanos de tu religión o dándoselo, ahora legítimamente, como lo hiciste en otro tiempo, a los pobres.
n ¡Ah! Padre mis hermanos no los necesitan y tampoco me cargaría con el pesado deber de repartirlo a los pobres. Tus riquezas que las tome el que desee. Un palabra tuya no me puede devolver lo que felizmente perdí hace tantos años. No sólo, entonces, perdí la posesión sino, poco a poco, la estima de ellos. Cuando regalaba tus bienes, aun los estimaba como cosa preciosa y por eso los repartía. Hay me parecería repartir fango.
n Te comprendo. Dirás ¿cómo puedo comprenderme un mercader? Cuando uno comprende que su tiempo se termina todo se ve de una manera diferente.
Conoces mi desprecio por el trabajo físico, siempre lo he concebido propio de los siervos. De aquellas gentes incapaces de inteligencia y habilidad para pensar. Ahora, cuando desde mi lecho de enfermo escucho a mis vecinos campesinos hacer leña, remover la tierra con sus pesados azadones u ordeñar la vaca, siento un gran deseo de poder hacer lo que ellos están haciendo. Creo que, incluso, daría buena parte de mi oro por conseguirlo. Comprendo que cuando ellos, cansados levantan la cabeza y contemplan mi mansión maldicen su pobre suerte. Si ellos o mis pares burgueses, adivinasen lo que estoy sintiendo, dirían riendo que el rico Pedro Bernardone está completamente loco. No ignoro tampoco, que si recuperase las fuerzas la vergüenza me impediría hacer esos serviles menesteres así que de una manera y otra seré un muerto.
Tu diste el paso que hoy yo no puedo dar y, por eso, te envidio. Pero dime como te sientes en lo profundo de ti mismo viviendo una vida para la que no fuíste preparado. ¿Cómo puedes ser feliz en una vida de trabajador temporero y mendigo errante? Una vida maldita por todos aquellos que la tienen que soportar. No creo que realmente seas feliz. Yo podría ser feliz unos instantes por el hecho de escapar un poco de tiempo a la muerte. Si por un milagro pudiese alargar mi vida en la piel de un menestral, un siervo o mendigo acabaría maldiciendo mi suerte
n Padre, , tú y tus iguales, los ricos vivís en la ILUSIÓN. Cuando yo, como ahora ustedes, vivía en la Ilusión igualmente para mí todo era pesado y difícil.
n ¿De qué Ilusión hablas?
n Tu siempre te creíste ser una persona muy importante Pensabas que todo aquello de que te rodeabas y hacías era lo mejor. Eso es lo que te enseñaron tus padres y eso mismo me lo enseñaste a mí. Estabas tan convencido de ello que cuando maltrataba lo tuyo me maldeciste y desheredaste. Preferiste todas esas cosas muertas al ser humano que era tu hijo. Todo eso es la Ilusión.
Igualmente te enseñaron que el trabajo manual era algo despreciable y, sobre todo el de los campesinos y siervos. Nada de ello es cierto, sino la única realidad de ello es que “así te fue enseñado” y lo creíste. Lo hiciste tuyo.
En cambio comprar y vender, engañar las gentes sobre el valor de las mercaderas, el buscarlas y conseguirlas a mejores precios para obtener más ganancia te dijeron que era el trabajo más sublime. Sin embargo no ignoras que los barones, los nobles, los señores te desprecian igual que tú a siervos y menestrales. Para ellos la única actividad digna de un ser humano es montar briosos corceles y ejercitarse en todo tipo de armas para matar. Eso, también es Ilusión.
n ¿Afirmarás que no es un trabajo pesado hacer leña, arar los campos…
n No más pesado que cabalgar durante jornadas para comprar mercadería o vestirse pesadísimas armaduras para dar o recibir lanzadas…
n Nada es más o menos difícil, más o menos noble sino porque te enseñaron desde la cuna que era así. A los seres humanos se nos enseña a vivir una farsa y únicamente algunos como tú se dan cuenta en su lecho de muerte, ya demasiado tarde.
n Te he hecho una pregunta y no me has respondido. ¿Qué sentiste cuando te arrojé de mi casa desnudo como un gusano? ¿No sentiste vergüenza, hambre, frío, dolor?
En el primer momento, no. Solamente una exaltación que
Invadió como cuando uno está ebrio.
n ¿Sigue sintiéndola? Sin duda ya se te debe haber encallecido tu cuerpo y alma.
n Quizá es como dices porque todo se me hizo fácil cuando dejé de “sentirme importante”. Ese es el comienzo para liberarse de la Ilusión. Es un camino muy largo.
n Confiesas que el sufrimiento existe y que no es una imaginación propia de los que tú en otros tiempos calificabas de “delicados burgueses”, “afeminados burgueses”.
n Es cierto, el sufrimiento existe. Es menos terrible cuando uno no trata de luchar con él, sino que se adapta porque ya no se considera a si mismo como el “centro del mundo”.
Tengo que explicártelo.
Cuando yo perdí tu protección, pasados esos primeros momentos de exaltación, me sentí brutalmente enfrentado con las dificultades. Me sentí mártir, me compadecí de mi mismo. Sufría ante todo por la realidad que yo tenía en mi cabeza. No me avergüenzo, en aquella etapa de mi vida era normal porque era un niño aun.
Pero los niños ven las cosas desde abajo y me dí cuenta que yo no era un héroe, sino alguien del montón de los desposeídos. Mirando a mí alrededor mi suerte no era peor que la de la mayoría de los pobres. Desde ese momento ya no dí importancia a cosas que no la tenían.

Pasó el tiempo. Conviví con pobres y mendigos. Comprendí las bienaventuranzas del Evangelio. Empecé a sentir satisfacción cuando no necesitaba lo que antes me hubiera parecido imprescindible. Empecé a conocer goces sencillos, como apreciar un panecillo recién salido del horno, un prado de espesa hierba donde tenderme, un minúsculo braserito en un día glacial de invierno…
Un día sentí con fuerza como eran en realidad las cosas y los sucesos. No tenían otra importancia sino las que mi Yo quería darles. Empezó para mí un periodo muy hermoso de liberación. Todo era como era. Yo las había creado antes buenas o malas. Ya no necesitaba defenderme de ellas, ni utilizar ninguna especie de armadura. Podía, por fin, abrazar desnudo al mundo. Entrar en contacto directo con todos los seres.
No te entiendo mucho, Francisco. No comprendo como el fuego no te queme, las espinas no te hieran, la nieve no te congele…
Es muy difícil de explicártelo, padre. Trataré de hacerlo.
Cuando uno teme a todo cuanto le rodea, intenta huir de ello, interponer defensas entre uno mismo y los seres que nos rodean: muros, vestidos,, piedras, cuevas… Algo que nos aleje de su contacto. Cuando no se teme, no cargas con el miedo, no tienes más enemigos. Sencillamente son como son, porque no los recargas con tu propia angustia. No chocas más con ellos, sino que tratas de adaptarte. Te pondré un ejemplo. En una de tus frecuentes cóleras que enceguecen, podrías correr por tu mansión, tropezar con una pesada mesa y herirte gravemente. En estado normal no te habría ocurrido. Lo que te hirió fue tu propia belicosidad, tu ímpetu, tu ceguera. Si hubieras pasado amigablemente a su lado, nada te habría ocurrido. Esto es lo que sucede con todos los seres que nos rodean. Si uno aprende a adaptarse a ellos, tenerlos en cuenta no solo no te herirán sino que te favorecerán.
¿s
Se te ha ocurrido alguna vez como todos los pobres que como yo caminamos siempre descalzos y desprotegidos trabajando los campos, en los bosques y espinales, caminando largas distancias lo soportamos bien y raramente nos herimos?
Vuestros pies por la costumbre son duros como pezuñas.
Tócalos. Son aun flexibles. Esto no sólo ocurre con los pies, ocurre en todo tipo de situaciones. No hay que golpear los obstáculos sino adaptarse flexiblemente a ellas. Entonces raramente hieren.
No existen, tampoco, menesteres viles y elevados. Ello es solamente una distinción que se nos enseña. Detestamos unos y deseamos los otros. Cuando cuidamos las llagas de un mendigo se nos desprecia, cuando lo hacemos con un príncipe se nos considera ilustres. Quien escancia vino en una taberna es despreciable, quien escancia vino en la corte se le denomina copero, noble y favorito del príncipe. Las acciones son las mismas. Así vivimos la Ilusión.
Pienso que has alcanzado una cierta sabiduría. Para mí ya es tarde. Ahora me queda enfrentarme con la muerte. La razón por la que te he hecho llamar es que quiero morir bien.
¿Qué es morir bien? No cuentes conmigo. Para eso llama a un sacerdote.
¿Por qué me negarás lo que sin duda has hecho con muchos infelices?
Yo no les ayudo para que mueran bien, sino para que VIVAN BIEN. Morir es la última forma de vivir.
Lo que dices es un juego de palabras.
Si así lo crees recurre mejor a los sacerdotes.
Ellos desean solo mi oro.
Hace un rato dijiste que era basura.
No deseo darles lo que ellos apetecen.
Ellos te enseñarán a ser buen mercader. Compra y vender tu vida eterna. Un buen negocio. Tú siempre has tenido buen olfato para los negocios. Ahora será el de la vida eterna.
¿Entonces afirmas que tu pobre sabiduría será inútil para mí?
La sabiduría la puedes encontrar dentro de ti. Quizá ya la encontraste.
¿Cómo así?
Descubriste que el oro era basura. Que tus luchas por el triunfo de la burguesia contra los nobles fueron cosas vanas y vacías. Que lo más importante es VIVIR.
Voy a morir.
¿Eso es lo que te han dicho tus médicos?
¡Cobardes! ¡Estúpidos! No me lo dijeron, lo leí en sus caras. Lo siento dentro de mí
Sin embargo te veo bien vivo. Estas descubriendo el camino. Cuando uno descubre un camino siente el deseo de recorrerlo. No morirás siempre que tengas el valor para recorrer el nuevo camino. Hasta ahora no vives, sino que has sido “vivido”. Si solamente lo que quieres es prolongar tus días, ya estás muerto. La muerte de tu cuerpo solamente será la señal externa.
Hasta ahora, tú y tu vida erais solamente una MERCANCIA. Tu te modelabas para que alguien aceptándote, te comprase En estos momentos sientes por primera vez que tu preciado Yo-Mercancía es invendible. Eres un mercader fracasado.
Calla, Francisco. Lo que dices es demasiado para mí. Necesito reposar. ¡Basta por hoy!
Sea como deseas.
¿Dónde quieres que te aposenten?
Estaré cerca. Llegaré cuando me necesites. Que la PAZ, padre, sea contigo.

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