reflexiones

MI ESPEJO


Cuando me miro en mi espejo no me encuentro tan viejo

Cuando me miro en fotografías como esta me siento impresionado.

Me pregunto, incluso, comparando, como he podido envejecer en tan pocos meses.
Quizás, me digo, se deba al invierno. Las otras fotografías son de hace seis meses.
Lo curioso es que internamente no me siento tal como me veo en imagen.
¡Me siento joven!
Aun en mi cuerpo, en mis reacciones me muevo como una persona joven. Tengo fuerzas y si no fuera por algunos dolores articulares en las manos me experimentaría mejor que en otras épocas de mi vida. Incluso puedo trabajar agachado, cosa que años atrás no podía o lo hacía con mucha dificultad.

En la imagen me encuentro al lado de mi nieta de veinte años. Estamos cerca de la cocina de leña calentándonos, ya que la temperatura este invierno es tan fría.

Aun no creo tener síntomas de ninguna enfermedad importante o ¿sí? No me hago chequeos médicos. Los considero inútiles, pues muchas gentes que lo hacen y son declarados en buena salud frecuentemente mueren al poco tiempo. Aun aquellos que tienen médico particular dedicado a su cuidado no escapan a este accidente. A mí los chequeos médicos me producen una angustia que arrastro de mi infancia. Pienso que los primitivos eran más felices porque nadie les informaba de la enfermedad mortal que portaban ni del plazo en que probablemente morirían
Muchas veces me he preguntado ¿Esos síntomas raros que siento son avisos de algo más importante? Generalmente se han demostrado hipocondríacos o insignificantes, No soy tan tonto para no considerar que siempre ocurrirá lo mismo.

Tengo en mis rodillas mis gatas. Me agrada mucho. Resulta curioso. Mi compañera odia los gatos y nunca habían entrado en la casa, Permanecían siempre en las dependencias externas. Hace unos meses, ella dejó entrar a la gatita peluda, quizá porque era muy pequeña y delicada.. Luego llegó la otra gata que tiene la misma edad y una historia extraña. Una mañana (vivimos al borde de una carretera) un “caminante” pidió agua para beber. Cuando se la pasé comentó que al otro lado del camino había un gato que gritaba como “nunca había escuchado”. Efectivamente se escuchaban maullidos casi humanos. Pensé que se trataba de un gato adulto medio salvaje. No conseguía distinguirlo. Finalmente cruce el camino y vi un gatito diminuto en la falda del cerro. Pensé que no podría alcanzarlo. Conseguí atraerlo. Lo cuidamos. La he llamado “Griselda”. Ella, también se introdujo en la casa y convive a ratos con nosotros. Duermen siempre afuera, en el entre techo, al calor del tubo e la cocina.





















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